Crónicas de viaje: cuando los escritores viven fuera de la ficción

Este hilo rastrean experiencias de autores se volcaron a la no ficción para hablarnos de un territorio que desconocían. De Sara Gallardo a Lewis Carroll, de Osvaldo Baigorria a Fabio Morábito y Luis Chaves.

Hola, ¿qué tal? Espero que estés lo mejor posible. Yo con mucha actividad, pero haciendo cosas que me gustan, así que no me quejo, excepto por los precios de las cosas.

Esta quincena me voy a dedicar a un tema que me interesa porque es algo que disfruto mucho. Vamos a hablar de los viajes, de lo que implica viajar. Pero más específicamente, nos ocuparemos de libros de no ficción sobre viajes, escritos por autores y autoras que tienen además obra de ficción. O sea que son todas personas que escribieron cuentos, novelas o poemas, que armaron sus mundos, recurrieron a su imaginación, pero a la hora de hablar de los viajes deciden usar la primera persona y ponerse a ellos mismos como protagonistas. Pueden ser viajes por trabajo, por curiosidad, incluso temporadas que pasan en alguna ciudad como residencia de escritura o como aventura. Y pueden ser cercanos en el tiempo o bastante lejanos (llegaremos hasta el siglo XIX). Preparé una selección ecléctica de exploraciones de un puñado de escritores y escritoras que quisieron contarlas. Empecemos.

UNO. Las sombras de la Antártida por Adriana Lestido

Para ilustrar este Hilo, vamos a usar las fantasmagóricas imágenes de la fotógrafa argentina Adriana Lestido. Más específicamente, las de su proyecto llamado Antártida negra, tomadas en un accidentado viaje al continente más frío, adonde viajó en busca del blanco absoluto. Su plan era instalarse en la Base Esperanza, pero por cuestiones imponderables (logísticas y climáticas) terminó recalando en la Base Decepción (!!), una isla volcánica y helada en la que todo era puramente gris y negro. Lo que iba a ser una excursión interesante y preparada se terminó convirtiendo en una experiencia de supervivencia pesadillesca ante la que solo pudo resignarse (y tomar fotografías, claro). Pero a su vez el territorio genera tanta fascinación que Lestido decide escribir un diario de lo que fue viviendo y así nació Antártida negra, el libro publicado en 2017 por Tusquets en la colección Rara Avis que dirigía Juan Forn. Si gustan, pueden leer unos fragmentos del diario antártico acá, con eventos climáticos asombrosos. O ver la serie completa de imágenes en la web de la artista, llenas de brumas, luminosidades intensas, piedras, agua y pingüinos.

DOS. Sara Gallardo, la inquieta

Debo decir que este Hilo se me ocurrió al leer Vivir de viaje, un libro reciente que compila textos de la escritora y periodista argentina Sara Gallardo (editado por Fondo de Cultura y armado por Lucía de Leone, la investigadora que hace años se dedica amorosamente a difundir y establecer su obra). Para Gallardo, el desplazamiento constante era un modo de vida, y lo llevaba a cabo en viajes programados pero también como enviada especial de los diarios y revistas en los que colaboraba. Era una mujer de mundo, inquieta y fresca, que como corresponsal en el extranjero se dedicaba a capturar con una mirada propia lo que otras ciudades podían decirle a una porteña y transmitirlo para otras damas de su generación desde las páginas de Confirmado o La Nación. Cómo conjugaba la maternidad (tuvo tres hijos de dos maridos) con la escritura periodística y de ficción con una vida nómade es algo que me intrigaba y que en este libro se dilucida bien. La suya era una propuesta literaria errante y en esos viajes ella se iba alimentando (de experiencias, de ideas para libros) a la vez que se iba despojando (de objetos, de vínculos tóxicos). Visitó Europa muchas veces (vivió en una pequeña cabaña en Suiza pero también varios años en Roma), se estableció entre 1975 y 1978 en Cruz Grande, La Cumbre, Córdoba, en la casa de su gran amigo Manuel Mujica Láinez, y también conoció Cuba (participó en la comitiva argentina que se entrevistó con el Che), Estados Unidos, Punta del Este, Tucumán y muchas otras ciudades de Argentina. Al leer sus textos juguetones con distintas recomendaciones (“Cómo ser un viajero elegante”, “Cómo viajar hacia el mar en autobús”, “Cómo viajar por Provenza con una bolsa al hombro”), o con impresiones específicas sobre las costumbres de clase o la farándula de los países que visita, Sara se proyecta como una mujer sagaz, estimulada por la observación de lo diferente, y con un gran oficio para narrar oponiéndose a lo inmóvil, a lo permanente. (Mención aparte merecen sus textos en Nápoles, cuando trata de entender el fervor por Maradona.) “Sara sabe que afincarse es apartarse del misterio, y frente al encierro o la permanencia en un lugar siempre eligirá otra vía: escaparse”, dice De Leone en el prólogo cuando explica de qué manera armó la arquitectura de este volumen lleno de hallazgos para fans de Gallardo (como yo).

TRES. Viajar sin salir de la autopista

Uno de los libros de viaje más raros que leí es sin dudas el que escribieron a cuatro manos Julio Cortázar y su esposa estadounidense, la fotógrafa Carol Dunlop en 1982. Me refiero a Los autonautas de la cosmopista o Un viaje atemporal París-Marsella (conservo mi ejemplar editado por Muchnik en el que dicen que destinan los derechos del libro al pueblo sandinista de Nicaragua). Cortázar venía de publicar su famoso cuento “Autopista del sur”, que justamente transcurre durante un feroz embotellamiento, y para este libro de no ficción se embarcan en una aventura de asfalto a bordo de una furgoneta roja durante 33 días en los que se proponen no salir de la autopista París-Marsella, entre otras reglas. Tiene un epígrafe hermoso y bastante lunático: “Dedicamos esta expedición y su crónica a todos los piantados del mundo y en especial al caballero inglés cuyo nombre no recordamos y que en el siglo dieciocho recorrió la distancia que va de Londres a Edimburgo caminando hacia atrás y entonando himno anabaptistas”. Y todo el libro, escrito como cuaderno de bitácora, es el registro no solo literario sino también fantástico de lo que van encontrándose en el camino: la flora y la fauna, pero también brujas, agentes secretos y demás criaturas imaginadas. Algo que me conmueve mucho es que al momento de emprender este viaje, tanto Dunlop como Cortázar estaban enfermos. Fue la última aventura de la pareja. De hecho Carol moriría unos meses después de leucemia y Cortázar en 1984.

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CUATRO. La Costa Oeste y la vida en comunidad según Baigorria

“En enero de 1974 salí en tren y en parte a dedo en un viaje que me llevaría casi once años de búsqueda por los territorios de la contracultura que se propagaba desde y hacia la Costa Oeste norteamericana. Todo incitaba al viaje. No al turismo, nada de ida y vuelta”, dice Osvaldo Baigorria al comienzo de Postales de la contracultura. Un viaje a la Costa Oeste (1974–1984), un libro que dispara un ejercicio de memoria interesantísimo (y que tuve el gusto de editar minuciosamente para Caja Negra). Armado a partir de una serie de fotografías y diapositivas tomadas on the road, Baigorria va hilando anécdotas de viajero en tres partes bien definidas: La Ruta, La Ciudad y El Bosque. Hay que decir que este no es un volumen de diarios de esa época, como muchos podrían pensar, sino el recuento de la experiencia de la contracultura desde la actualidad, revisando sus matices, sus contradicciones. Un viaje al pasado de un joven que se daba a la fuga de la vida más estereotipada y burguesa para adentrarse en la promesa de un futuro comunitario rodeado de hippies, poetas, junkies y Panteras Negras, armado desde el presente de un escritor y periodista que ya vio pasar gran parte de su vida por delante. Mi sección favorita es la de El Bosque. Ahí Baigorria va expandiendo lo que ya contaba en otro de sus libros, Sobre Sánchez, y narra en detalle los nueve años de estadía en Argenta, un pueblo en la montaña de Canadá, a 900 kilómetros de Vancouver, donde vivió en cabañas de madera sin electricidad aprendiendo a cultivar la tierra, a palear la nieve, a practicar el amor libre y a ponerse a salvo de los osos grizzly. Si les interesa y quieren leer el comienzo, pasen por acá.

CINCO. Berlín vista con ojos latinoamericanos

Pasemos ahora a comentar dos libros muy interesantes de dos escritores que por circunstancias profesionales tuvieron que pasar con sus respectivas familias una temporada en Berlín: Fabio Morábito y Luis Chaves. Es cierto que Berlín se presta a la exploración andante y que en ella hay superpuestas capas y capas de historia en las marcas urbanas que separaron la parte Oriental de la Occidental durante tantos años, así que tienen ambos bastante que decir de lo que observan.

  • También Berlín se olvida. El caso de Morábito es extraño, porque él nació en Alejandría, hijo de padres italianos, pasó su infancia en Milán y a los 15 años se mudó a México, donde vive desde entonces. Es poeta, narrador y ensayista, y en este libro cuenta su estadía de varios meses en Berlín a medio camino entre la crónica y el ensayo. Su mirada sobre la cotidianeidad y las costumbres alemanas está llena de destellos y es a la vez curiosa e introspectiva. “Durante mi estancia en Berlín no leí un solo libro y me dediqué a caminar. Sustituí la lectura con interminables paseos”, dice. Y también: “Berlín transmite una sensación mezclada de desolación y de fuerza, de rudeza y de fragilidad”. Si quieren saber por qué lo dice, van a tener que leer este libro.
  • Vamos a tocar el agua. Por su parte, Luis Chaves, un gran poeta de Costa Rica, se mudó a Berlín en enero de 2015 con su mujer y sus hijas pequeñas porque ganó una de las becas más codiciadas del mundo, la DAAD, que implica tener un año de estadía con un sueldo generoso y la única obligación de aprender un poco de alemán. En este libro va destilando lo que les sucede como familia al trasladarse de El Caribe a Alemania, viendo pasar las distintas estaciones con sus rotundos cambios. En esa suerte de “realidad sabática” Chaves no se siente del todo a gusto: aparece el desarraigo, la fragilidad y el desamparo, sumadas a las dificultades para entender el idioma y la adaptación de las pequeñas. Es un libro muy bello y sensible, por momentos melancólico. Por acá pueden leer, si gustan, un texto de Alan Pauls sobre él.

SEIS. Lewis Carroll en Rusia

Pasemos por último a un autor anglosajón para cortar un poco con la literatura en español. Y hablemos del gran Lewis Carroll, que escribió sobre Rusia como destino, a donde viajó acompañando a Henry Parry Liddon, un íntimo amigo que quería hacer contactos con el clero ortodoxo ruso y la iglesia anglicana. Recordemos que Carroll (cuyo nombre real era Charles Dodgson) fue diácono (una especie de ministro eclesiástico). Cuestión que dejó por escrito sus impresiones bastante detalladas en el breve Diario de mi viaje a Rusia en 1986, publicado por Mansalva en 2015 con traducción y notas de Javier Fernández Paupy. En realidad, las ciudades que visitan son Bruselas, Berlín, Potsdam, San Petersburgo y Moscú. Tenía 35 años cuando lo redactó, justo entre Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo. Para ese entonces, Carroll ya era un escritor con oficio, que se concentraba en registrar con objetividad las cosas más predecibles e impredecibles de su recorrido como si las estuviera fotografiando. Así accedemos de primera mano a sus impresiones sobre monasterios, iglesias, sinagogas, teatros, jardines, palacios y museos pero también a sus hábitos ingleses a la hora de las comidas y a cómo se llevaba con las situaciones sociales. Un testimonio de los pormenores de la vida y el viaje en el siglo XIX, unas décadas antes de que Rusia se convirtiera en otra cosa.

Ahora sí, terminamos acá el recorrido y nos reencontramos en dos semanas.

Ojalá este Hilo te haya dado ganas de viajar (porque es el deseo que más nos impulsa). O de escribir sobre algún viaje, de registrar en un diario la próxima aventura que vayas a emprender.

Gracias por leer. Y por favor cuidate mucho.

Malena

Soy licenciada en Letras por la UBA y trabajo hace muchos años en la industria editorial. Fui editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Formo parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tengo un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumulo en mi biblioteca. Lo que más me gusta es viajar.