América Latina, tierra fértil para la bukelización

¿Se puede exportar su propuesta de mano dura? El presidente salvadoreño y su influencia en la región.

“Una de mis primeras medidas, apenas asuma, va a ser construir una cárcel de máxima seguridad en una zona aislada”, prometía la entonces candidata a presidente Patricia Bullrich, en un spot de campaña de septiembre. “Esta cárcel va ser diferente a todo lo que tenemos hasta ahora … El futuro es con los delincuentes y corruptos presos de verdad”. La cámara se desplaza sobre una maqueta de un enorme penitenciario que yace a oscuras, apenas iluminado por faroles y con música dramática sonando de fondo.

Bullrich intenta imitar, con éxito discutible, el video-hit que recorrió América Latina a principios de año: la presentación del Centro de Confinamiento del Terrorismo que hizo el presidente salvadoreño Nayib Bukele en sus redes sociales. La mega cárcel, con espacio para 40.000 detenidos, a 74 km de San Salvador –donde los reclusos no pueden ni hablar sin autorización– es el nuevo símbolo de un manodurismo que cautiva a varios políticos latinoamericanos, y los pone a imitar al líder millenial que promete soluciones contundentes a la inseguridad, un problema cada vez más común en la región.

El video, que muestra a los confinados rapados y sin remera, amontonados en fila india en un pabellón hacinado, es una tradicional pieza de comunicación bukelista, en la que se busca proyectar la imagen de una victoria total contra el crimen con recursos cinematográficos. El presidente se convirtió en un influencer político. Dirigentes de países disímiles prometen políticas y discursos similares para tratar de capturar algo del brillo de Bukele, que se destaca por ser el más popular de la región. La última encuesta de CID-Gallup le otorga un 88% de aceptación. Una cifra sin precedentes.

Hubo tantas referencias a Bukele este año que se volvió un lugar común. En Guatemala, que también sufre de violencia pandillera, la candidata presidencial conservadora Zury Ríos  alabó el “valor y carácter” de Bukele para combatir la inseguridad, mientras que su competidora, la centrista Sandra Torres prometió construir megacarceles al estilo salvadoreño. Otro candidato le copió el estilo de vestimenta, con una barba prolija y gorra de béisbol con visera para atrás. “El Bukele de Ecuador” era el apodo de Jan Topic, candidato de derecha a la presidencia ecuatoriana que prometió también mano dura y cárceles. (De hecho, en una encuesta este año, Bukele resultó más querido entre los ecuatorianos que todos los políticos nacionales). En Honduras, la izquierdista presidenta Xiomara Castro implementó un estado de excepción en zonas afectadas por extorsión criminal, y prometió un penitenciario para pandilleros en una isla caribeña. Candidatos municipales en Colombia propusieron mega cárceles para Bogotá y Cali. Un grupo de diputados en Brasil buscó importar el estado de excepción. Un alcalde peruano busca cooperación con pares municipales salvadoreños para implementar un “Plan Bukele”.  La cara de Bukele apareció hasta en las carteleras de campaña en Argentina, y su nombre fue invocado por pancartas en Chile. 

Ningún país de la región parece inmune al fenómeno Bukele. Su influencia en la conversación pública es palpable, aunque las probabilidades de importación sean escasas. Pero, como todo influencer, Bukele capitaliza sobre las inseguridades e insatisfacciones de sus seguidores, que enfrentan un escenario de gobernabilidad complejo y una ciudadanía desilusionada, cada vez más lejos de la política. El recorrido del salvadoreño es un síntoma del presente latinoamericano. 

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El malestar en la región

Una mirada rápida al último informe de Latinobarómetro, útil para un diagnóstico compartido, alcanza para advertir la raíz del problema. Las sociedades de América Latina están insatisfechas y desesperadas por soluciones, dice la publicación, que consigna una “recesión democrática” explicada por el bajo apoyo a esa forma de gobierno (48%) y el aumento del autoritarismo y la indiferencia al tipo de régimen. No hay grandes cambios pendulares a nivel ideológico, como la “marea rosa” de principios de siglo o el “giro a la derecha” unos años después. La brújula está desmagnetizada, y los votantes tienden (con algunas pocas excepciones) a castigar al que gobierna. Se instaló el “ánimo destituyente”. En casi todas las elecciones en tiempos recientes triunfó la oposición, que en algunos casos se presenta en versiones radicales.

No sorprende, entonces, que la nota distintiva de este tiempo sea la inestabilidad. Los gobiernos, con menos recursos económicos y capacidades estatales que a principios de siglo, no logran responder a las demandas ciudadanas, que ya eran parte del paisaje regional incluso antes de la pandemia, cuando en 2019 se encadenaron fuertes protestas en Chile, Perú, Ecuador, Colombia y Bolivia, entre otros. La crisis política se volvió una norma. Lo que antes parecía un titular designado a la medida de un país como Perú, acostumbrado al caos, se extendió a países como Ecuador –donde el presidente Guillermo Lasso fue empujado a renunciar antes de tiempo– o Chile, que sufrió bruscos cambios en poco tiempo, como demuestra la victoria de la ultraderecha en el nuevo Consejo Constitucional, apenas dos años después de la llegada de Gabriel Boric a la presidencia y la instalación de una Convención Constitucional dominada por la izquierda. 

Los conflictos entre el oficialismo y la oposición se agudizaron, y en algunos casos alcanzan a las mismas coaliciones de gobierno, como demuestran los casos de Argentina y Bolivia. Luego de cuatro años de Jair Bolsonaro, que terminó con un intento de golpe de Estado, el Brasil de Lula da Silva, con una popularidad en alza, parece ser una de las pocas excepciones sudamericanas.

En este contexto, con gobiernos que rápidamente defraudan las expectativas –como le sucede ahora a Gustavo Petro en Colombia–, el malestar ciudadano se instala contra el sistema político, y crece el apetito por “outsiders”. El axioma no es nuevo, y lleva años en práctica. Pero en esta crisis de representación que alcanza a todos los países, Bukele aparece como un caso ejemplar. Se vende como un liderazgo cercano a las demandas de la gente, con un lenguaje plano y accesible para la población joven –que en la región abunda–, y es capaz de ofrecer resultados en problemáticas centrales. Lo hace, además, bajo un sofisticado y novedoso esquema de comunicación, capaz de proyectar la idea de una gestión hiperquinética en redes sociales, a las que copó con fanáticos que lo ayudan a instalar una narrativa favorable, mientras persigue y censura a los críticos.

La difusión del método Bukele también indica de qué manera se transformó el vínculo de los ciudadanos con la política en esta era de redes sociales. Las demandas se multiplican al tiempo que el acercamiento a la coyuntura cambia de medios y formato, con una imagen más globalizada. Hasta hace unos años, El Salvador, un pequeño país centroamericano, era desconocido para la mayor parte del continente. Ahora, gracias a su presidente influencer, está en boca de todos.

La violencia, cada vez más presente

Pero el fenómeno Bukele dice algo más sobre el estado de cosas en la región, y es la centralidad que ha tomado la seguridad como preocupación ciudadana. El aumento de la violencia como consecuencia de la expansión del crimen organizado afecta a cada vez más países, que en algunos casos lidian por primera vez con el flagelo. Ecuador es el caso más paradigmático, pero Chile y Costa Rica, por citar dos ejemplos bien distintos, también se transformaron en poco tiempo. 

La novedad de la violencia como telón de fondo vuelve más atractivo el discurso y las políticas de Bukele. El hecho de que El Salvador, antes tomado por las maras, sea considerado como un caso crítico, casi perdido, le da todavía más alas al mito. La flagrante violación de los derechos humanos, empaquetado como pragmatismo realista, y la falta de censura internacional solo fomentan el brillo del manodurismo a lo Bukele para potenciales imitadores. 

Varios factores explican esta nueva ola de violencia. El mercado de cocaína sufrió importantes cambios desde el acuerdo entre las FARC y el estado colombiano, cuya falta de implementación territorial provocó un vacío en el principal productor regional. Pero los patrones de consumo también se modificaron, y el aumento de la demanda de otras regiones, principalmente de Europa, multiplicó las rutas, que pasan por más puertos en la región. Aunque hay países que estuvieron afectados por décadas, cambios en rutas llevaron violencia a nuevas zonas, que antes se consideraban seguras. En paralelo al narcotráfico, la presencia de otros eslabones del crimen organizado también crecieron, y son facilitados por la corrupción profunda en la región. La inestabilidad política descrita anteriormente genera, además, una ventana de oportunidad para la infiltración de los grupos en el aparato estatal. Y el agrio presente económico los vuelve un destino atractivo para los millones de jóvenes con nula perspectiva de futuro. 

Bajo esta coyuntura, la presencia del fantasma Bukele solo amenaza con crecer. Y los titulares internacionales fogonean la idea del contagio, algunos con miedo otros con deseo.

Los límites del modelo

Pero las sombras del método Bukele, las dudas sobre su sustentabilidad en el tiempo y sus costos en materia de libertades individuales limitan mucho la exportabilidad del modelo. Las particularidades de El Salvador, su turbulenta historia luego de la guerra civil y el hecho de que el fenómeno de las maras no tenga comparaciones fuera del vecindario centroamericano le ponen paños fríos a la posibilidad de una “bukelización” de América Latina.

Las maras, organizaciones callejeras de relativa pobreza económica, no son comparables a organizaciones narcotraficantes transnacionales. A diferencia de los carteles mexicanos, por ejemplo, las maras no tienen recursos para infiltrar el estado ni el empresariado. Ni tampoco pueden responder con guerra a la represión, como sí ocurrió en otros países donde se intentó erradicar al crimen organizado a la fuerza.

No cualquier político, además, puede aplicar un programa como el de Bukele, con el régimen de excepción como piedra angular. Hacen falta, entre otras cosas, un sistema político dinamitado, una justicia controlada, y una popularidad a la que casi ningún dirigente regional se acerca. El salvadoreño logró aprovechar el enorme desprestigio de los dos partidos tradicionales y la desesperación por la aparición de una respuesta estatal, pero también construyó su ascenso de manera escalonada, hasta convertirse en la única figura política en pie. 

En su célebre discurso en la Asamblea General de Naciones Unidas en septiembre, Bukele se afincó en el orgullo nacional, una de las claves que explican su éxito doméstico. “Creo que ninguna persona que está escuchando este discurso pensó alguna vez que podía pronunciar o escuchar el nombre de El Salvador como referente o ejemplo mundial de algo positivo”, dijo. 

Luego de insistir en los logros de su gestión y alardear sobre la atención que genera el país, el joven mandatario dio su consejo para los demás: “Deben tomar sus propias decisiones y reafirmar su derecho a usar el sentido común, a probar sus propias recetas, a ejecutar sus propios planes, a diseñar sus propios sistemas”.

Como buen influencer, Bukele promete una realidad imposible de aplicar en otros países, aunque su imágen atrae y mueve la política discursivamente. Sin embargo,  no es panacea tampoco: todos los candidatos que hicieron fuerte hincapié en el modelo Bukele este año perdieron. Las recientes elecciones en Guatemala, Ecuador y Argentina, además, castigaron a los candidatos que solo proponen mano dura. A los imitadores de Bukele no les fue bien en las urnas.

Pese a su gusto por la polémica, como cuando se enzarzó en una batalla tuitera con el presidente Petro, Bukele no mostró señales de querer proyectarse como un líder regional que se involucra en otros contextos. Parece cómodo en su rol de influencer. Como tal, quizás sabe que sus recetas son imposibles de exportar, especialmente si no se conoce el contexto de las medidas y sus costos. Que la imagen que proyecta es la de un recorte favorable.


Este artículo es parte de un dossier especial, A lo Bukele, a cargo de Jordana Timerman. 

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Periodista especializada en América Latina. Editora del Latin America Daily Briefing.

Cree mucho en el periodismo y su belleza. Escribe sobre política internacional y otras cosas que le interesan, que suelen ser muchas. Es politólogo (UBA) y trabajó en tele y radio. Ahora cuenta América Latina desde Ciudad de México.