Alianza Fundar-Cenital: estos son los motivos

Cuando hablamos de la necesidad de ‘acuerdos’, ‘políticas de estado’, los famosos cuatro o cinco puntos en los que nos tenemos que poner de acuerdo y no tocar por décadas, eso requiere resignar cosas, cambiar miradas. Si miramos la historia del último cuarto del siglo […]

Cuando hablamos de la necesidad de ‘acuerdos’, ‘políticas de estado’, los famosos cuatro o cinco puntos en los que nos tenemos que poner de acuerdo y no tocar por décadas, eso requiere resignar cosas, cambiar miradas. Si miramos la historia del último cuarto del siglo 20, vamos a encontrar ejemplos de cómo líderes fuertes, identificados con un determinado espacio ideológico, pudieron generar políticas duraderas que, a priori, no aparecían alineados con lo que la sociedad esperaba de ellos. Los procesos de modernización capitalista, cuando se hicieron difícilmente evitables las políticas centrales de lo que luego se llamaría Consenso de Washington, fueron vehiculizados en España, Francia y Chile, por liderazgos socialdemócratas: Felipe Gonzalez, Francois Mitterand y la Concertación que encabezó en el primer gobierno Patricio Aylwin. Si miramos a la derecha, la firma de la paz de Camp David, entre Egipto e Israel, se produjo bajo el liderazgo de Menahem Begin, el líder más a la derecha que había tenido Israel hasta ese momento, y después, claro, la visita de Richard Nixon, portavoz de la retórica anticomunista más encendida desde los años 50 hasta el triunfo de Reagan, a la China de Mao Tse Tung. En todos los casos, las decisiones de gobierno requirieron saltos, revisiones de las posturas originales y cambios. Pero hay algo más interesante. Muchos de estos saltos no podrían haberse dado con liderazgos más intuitivamente afines, porque hubiera sido muy difícil generar consensos sociales para llevarlos adelante. 

Es importante destacar algo. Ninguno de estos gobiernos, ninguno de estos liderazgos, resignó su identidad. Las reformas impulsadas por Felipe González fueron acompañadas por un proceso de expansión inédita de la seguridad social, la educación pública y la infraestructura nacional;  el Chile de la Concertación, junto con la firma de acuerdos de libre comercio, trajo una reforma progresiva del esquema de tributación del pinochetismo. Para no aburrir: ni Nixon ni Begin se convirtieron al socialismo, pero ni el Likud israelí, ni el Partido Republicano abjuraron nunca de aquellos acuerdos.

Parecería entonces que el país necesita otro tipo de construcciones para no fracasar.

Reconstruir una Argentina donde el Estado potencie las capacidades y distribuya beneficios en vez de escasez, donde los empresarios puedan ganar dinero, reinvertirlo y generar trabajo, y donde los trabajadores puedan incrementar su productividad y sus salarios es una tarea gigantesca que va a requerir revisiones de todos los sectores. La alternativa, la idea de un triunfo que borre al rival de la cancha fue un fracaso, y no fue apenas un fracaso argentino. 

Argentina, que necesita acuerdos, que vive una crisis económica, tiene un sistema político funcional que hay que poner en valor. Y una cosa más, que facilita un poco la posibilidad, al menos teórica, de alcanzar acuerdos: la construcción de Juntos por el Cambio y del Frente de Todos cumplió aquel viejo anhelo ditelliano de ordenar el sistema en dos grandes espacios, uno de centroizquierda y uno de centroderecha, en una coyuntura en la que el acuerdo con el FMI requiere compromisos que van a exceder la duración de un gobierno.

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Tenemos entonces un sistema político funcional, con una estructura que favorece alcanzar acuerdos, pero que va a depender de los actores. El punto de partida económico es difícilmente empeorable. De acuerdo a la mejor estadística disponible, el país tiene un 42% de pobres. El cuadro además es generacionalmente desesperanzador, porque la mayoría de los pobres son niños, y la mayoría de los niños son pobres. Si miramos lo que ha sucedido con los salarios reales, vamos a ver que están en caída desde hace tres años y que aumentó considerablemente el trabajo informal y el cuentapropismo de baja calidad y, desde la pandemia, el desempleo, camuflado detrás de la tasa de actividad.

Los datos y las experiencias recientes nos indican que no hay actores sociales que no tengan necesidad de un gran acuerdo. En la Argentina sobran, hace años, diagnósticos y conocemos de memoria los problemas. Tenemos quizás la última gran posibilidad.  Corremos el riesgo de que a la década de dificultades económicas se sume una realidad de inestabilidad política. Tenemos todo para evitarlo, pero requiere de un esfuerzo compartido que va a significar concesiones de todos y todas, especialmente de aquellos y aquellas que tienen las mayores responsabilidades.

Es por eso que creamos Cenital. Con el objetivo de intentar colaborar en la civilización del debate público. Y es por eso que, casi dos años después, tenemos el gusto de anunciarle a nuestra comunidad la alianza institucional con Fundar, una organización que tiene como objetivo dar las discusiones de largo plazo con todos los actores del sistema dentro. Hablamos con su presidente, Sebastián Ceria.

Soy director de un medio que pensé para leer a los periodistas que escriben en él. Mis momentos preferidos son los cierres de listas, el día de las elecciones y las finales en Madrid. Además de River, podría tener un tatuaje de Messi y el Indio, pero no me gustan los tatuajes. Me hubiera encantado ser diplomático. Los de Internacionales dicen que soy un conservador popular.