Abrir un camino

Esta semana ha sido particularmente dura. El aumento acelerado de casos de COVID en la Argentina nos devolvió a la realidad: llevamos, por así decirlo, un año abriéndonos paso con dificultades por la nieve.

Varlam Shalámov, Por la nieve (Fragmento) 

¿Cómo se puede abrir un camino a través de la nieve virgen? Un hombre camina adelante, sudando y maldiciendo, apenas capaz de poner un pie delante del otro, quedando atrapado cada minuto en la nieve profunda y porosa. Este hombre recorre un largo camino, dejando un rastro de agujeros negros desiguales. Se cansa, se tumba en la nieve, enciende un cigarrillo y el humo del tabaco forma una nube azul sobre la nieve blanca brillante. Incluso cuando se ha movido, la nube de humo sigue flotando sobre su lugar de descanso. El aire helado está casi inmóvil. Los caminos siempre se hacen en días tranquilos, para que el trabajo humano no sea arrastrado por el viento. Un hombre hace sus propios puntos de referencia en este desierto nevado sin límites: una roca, un árbol alto. Dirige su cuerpo a través de la nieve como un timonel que conduce un bote a lo largo de un río, de un recodo a otro.

Las huellas estrechas e inciertas que deja son seguidas por cinco o seis hombres que caminan hombro con hombro. Rodean las huellas, no sobre ellas. Cuando llegan a un punto acordado de antemano, se dan la vuelta y retroceden para pisotear esta nieve virgen donde ningún pie humano ha pisado. Y así se abre un sendero. La gente, los convoyes de trineos, los tractores pueden usarlo. 

El poeta Varlam Shalámov tiene una especie de poema en prosa que abre la edición castellana de Relatos de Kolyma en donde describe el trabajo de abrir un camino caminando en la nieve virgen. La única manera de abrirse camino es caminar sobre ella, pisándola trabajosamente. Este trabajo es agotador. Por delante, sólo se ve la nieve recién caída. El camino recorrido sólo puede verse mirando hacia atrás.

Esta semana ha sido particularmente dura. El aumento acelerado de casos de COVID en la Argentina nos devolvió a la realidad: llevamos, por así decirlo, un año abriéndonos paso con dificultades por la nieve. Llevamos un año de pandemia. Un año de desazón, e incertidumbre. Muchos perdieron seres queridos, o se enfermaron, o aún tienen secuelas, o no les pasó nada pero cada día se despiertan pensando «¿será hoy el día que me toque a mí?».

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Para peor, podría decirse, con riesgo de forzar la metáfora, el gran problema es que no para de nevar. Sobrevivimos al 2020, en el verano empezaron a llegar las vacunas, con el calor comenzaron a bajar los casos y nos pareció, equivocadamente, que estábamos cerca del final del camino. Sólo nos llevó tres semanas darnos cuenta de que no era así, que gracias al aumento de la circulación, de las nuevas variantes del virus surgidas en Brasil y Gran Bretaña, y de las demoras en el ritmo de llegada de las vacunas nos quedan meses o tal vez años por delante. 

Por otra parte, si miramos hacia atrás veremos que en el año que pasó no lo hicimos tan mal colectivamente. No colapsó el sistema de salud. Muchos hicieron esfuerzos para sostener la economía. Por algunos meses, el gobierno nacional y los gobernadores funcionaron coordinadamente. No se hizo siempre lo mejor, pero tampoco lo peor. 

El problema es que sigue nevando y estamos todos más cansados, más pobres, y con menos paciencia que hace un año.

El camino difícil que nos espera se continúa en la gestión. El gobierno nacional tiene menos margen económico para cerrar la economía cotidiana. Le será difícil emitir pesos para sostener los ingresos. El sistema sanitario está en peor estado que en junio del año pasado, con sus trabajadores agotados y enojados. Dirigentes de la oposición, que se mostraron más moderados el año pasado, hoy llaman a la “resistencia civil”. La cooperación internacional en el tema vacunas es nula. La región del Cono Sur es absolutamente incapaz de coordinar acciones, o de presionar a Brasil para que implemente alguna estrategia de control. Las vacunas a las cuales apostó el gobierno de Alberto Fernández tardaron más en llegar y fueron más escasas de lo supuesto. En especial, los muchos millones que deberían haber llegado desde un laboratorio mexicano brillan aún por su ausencia. Y la sociedad, para decirlo rápidamente, está harta. Harta de la masa madre, de hacer yoga por internet, de las clases por zoom de les niñes.

Vamos a hacer un inventario de las cosas positivas para tratar de no cerrar sin una mínima esperanza. Sabemos que las vacunas funcionan, algo que nos parecía un milagro hace un año. En nuestro país se vacunaron cinco millones de personas, incluyendo un porcentaje alto de la población de mayor edad, más vulnerable a la enfermedad. Las últimas encuestas marcan que, a pesar del ruido y la furia que se escucha en los medios, más del 60% de la sociedad opina que es razonable restringir actividades y movilidad, aunque no le guste. Los dirigentes que gestionan distritos (como Mendoza y Olavarría) desde la oposición se están concentrando en tratar de parar el aumento de casos, aunque esto signifique también tomar medidas antipáticas. El gobierno de Biden parece estar un poco más en sintonía con la necesidad de abrir líneas de cooperación internacional frente al avance de China y Rusia en la diplomacia de vacunas. 

¿Es poco esto? ¿Es mucho? Cómo saberlo hoy. En todo caso, como dice el poema de Shalámov, para abrir un camino lo mejor es ser varios e ir juntos. Esperemos que dentro de unos meses podamos mirar atrás y ver cómo nos fue.  

María Esperanza

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Soy politóloga, es decir, estudio las maneras en que los seres humanos intentan resolver sus conflictos sin utilizar la violencia. Soy docente e investigadora de la Universidad Nacional de Río Negro. Publiqué un libro titulado “¿Por qué funciona el populismo?”. Vivo en Neuquén, lo mas cerca de la cordillera que puedo.