Hiperoccidentalismo, Milei y el interés nacional

En 2022, 8 de cada 10 dólares recibidos por las ventas de productos argentinos provinieron de países no occidentales. ¿Qué se pone en juego cuando la política exterior le da la espalda a su historia reciente?

El hiperoccidentalismo es un concepto que remite a un tipo peculiar de política exterior y de defensa en el marco de la lógica de la aquiescencia; entendida ésta como un tipo de gran estrategia (grand strategy en la terminología anglosajona). Con Roberto Russell destacamos en el artículo “América Latina y sus grandes estrategias” que las opciones propias de la lógica de la aquiescencia son el acoplamiento, el acomodamiento y el engagement. El acoplamiento se caracteriza por el plegamiento a los intereses estratégicos de una superpotencia –para el caso, Estados Unidos– en el plano regional y mundial. El acomodamiento consiste en la concesión a las preferencias o exigencias de Washington para evitar su molestia o castigo y a la espera de futuras recompensas. El engagement implica el acompañamiento a la Casa Blanca, en calidad de “proxy”, en acciones o políticas hacia terceros países.

El hiperoccidentalismo articula una modalidad simultánea y combinada (las tres opciones mencionadas) de la lógica de la aquiescencia y lo hace de manera radicalizada, activa y asertiva.

El hiperoccidentalismo es peculiar pues se manifiesta en medio del ocaso de la Posguerra Fría. Si había elementos –crisis e impugnaciones– que reflejaban desde hace años la gradual terminación de ese ciclo corto de la política mundial, Ucrania, primero y Gaza después, han epitomizado la clausura de ese período en el que se pensaba que Occidente afirmaría su predominio global. A su turno, otra peculiaridad la constituye el hecho de que en años recientes ha sido infrecuente que países intermedios, poderes regionales o potencias emergentes del Sur Global abracen con tanta visibilidad e intensidad a Occidente. Otro elemento peculiar resulta del hecho de que el hiperoccidentalismo es ambicioso: no aspira a un cambio de la política exterior y de defensa en aspectos relevantes, sino a una restructuración plena de ambas y a un desmantelamiento tajante de las proverbiales líneas de continuidad. Sin duda el hiperoccidentalismo se despliega en discursos, medidas y votaciones específicas: no se trata de un relato o una promesa, sino de una práctica, de un modus operandi.

El hiperoccidentalismo requiere de una base de apoyo doméstica: hay fuerzas internas que lo validan a la espera de ganancias y en función de aversiones. Finalmente, el hiperoccidentalismo puede tener más y mejor recepción internacional en ciertos países debido a dos circunstancias. Por una parte, el incremento de la pugnacidad entre Estados Unidos y China y, por el otro, el diktat de los negocios. Respecto a la pugnacidad con China, tener países que asuman posturas no solicitadas en contra de Beijing suena bien para Washington –bajo Biden o bajo Trump–. Así como suena bien para la Unión Europea, que a diferencia de Estados Unidos intenta un desacople más paulatino de China, pero que acoge con beneplácito el hiperoccidentalismo no solicitado.

Respecto del dictado de los negocios, la erosión de la democracia en los países del Norte Global, el debilitamiento de los principios claves del derecho internacional, la necesidad de contener y revertir el poderío de China y la revalorización de los recursos estratégicos (energéticos y minerales) desplazan lentamente la gravitación de los valores en las políticas exteriores de Estados Unidos y la UE.

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Sobre el hiperoccidentalismo libertario

En el caso de Javier Milei, el hiperoccidentalismo se asienta en un propósito material: contar con fondos suficientes que permitan alcanzar la dolarización. Una meta que va en contravía del proceso de des-dolarización global. A pesar de ser gradual y compleja, la desdolarización acompaña la transición de poder, prestigio e influencia que caracteriza el momento actual. En efecto, en 1977, el dólar alcanzó un pico de 85% como moneda predominante en las reservas de divisas. En 2001 la posición rondaba en el 73% y en la actualidad se sitúa en torno a 58%. La posición predominante del dólar ha estado entrelazada con la posición hegemónica de Estados Unidos y las transformaciones mundiales están afectando la capacidad de Washington para mantenerla. El Gobierno argentino parece no tener un registro de esta situación y no existe hoy en el mundo un país de tamaño medio o grande en su geografía, demografía y producción que busque la dolarización.

Es bueno recordar que la Argentina es el octavo país en dimensión, el 33avo en población y el 24avo en magnitud económica. En términos de dolarización, y considerando los casos latinoamericanos más próximos en el tiempo, la dolarización ha sido implementada solo por Ecuador (puesto 76 por tamaño, 72 por población y 64 por su PIB) y El Salvador (puesto 149 por tamaño, 108 por población y 101 por su PIB). No es irrelevante la pérdida de autoestima nacional como un factor que alimenta, para parte de la sociedad civil cada vez más empobrecida y de importantes segmentos empresariales, la idea presuntamente salvadora de la dolarización.

El hiperoccidentalismo argentino se comunicó, de hecho, en el anuncio de la llamada “nueva doctrina de política exterior” por parte de Milei. Lo hizo ante Laura Richardson, comandante del US Southern Command, en abril. En esa ocasión Javier Milei dijo: “Las alianzas tienen que estar ancladas en una visión común del mundo y no deben someterse a los que atentan contra los valores de Occidente. Esto se funda en la defensa de la vida, la libertad y la propiedad privadas de las personas… Nuestra alianza con los Estados Unidos, demostrada a lo largo de estos primeros meses de gestión, es una declaración para el mundo”.

Si se observan los periplos prominentes del presidente –cuatro veces a Estados Unidos entre febrero y mayo de este año y el viaje a Israel en febrero donde anunció que mudaría la sede diplomática del país de Tel Aviv a Jerusalén– ; las votaciones más emblemáticas vinculadas a Medio Oriente en el Consejo de Derechos Humanos y en la Asamblea General de la ONU; la decisión de comprar los modernizados aviones F-16 estadounidenses en vez de los avanzados aviones JF-17 chinos; la recepción dada en abril a la General Richardson–a quien se la recibió como a una Jefe de Estado y no como una de un Comando menor de entre los once que posee Estados Unidos–; las reiteradas referencias en los mensajes personales y comunicados de la Cancillería y de la Casa Rosada entre otros acontecimientos y enunciados, es notoria la presencia de dos países: Estados Unidos e Israel. Es inhabitual que un gobierno sea tan enfático respecto a dos naciones y que el resto del mundo sea objeto de tan poco interés o reconocimiento público. Lo usual es que los gobiernos multipliquen y diversifiquen sus referencias a diversas contrapartes con el propósito de preservar y mejorar las relaciones con una inmensa mayoría de naciones.

Un dato evidente en el primer semestre de la administración libertaria es el que detrás de cada posicionamiento del gobierno hubo una contraparte olvidada, destratada, descalificada, desconsiderada o impugnada. El fervor inusitado pro-Washington ha sido proporcional a la inédita hostilidad anti-Beijing. El embanderamiento con Occidente dejó de lado ejes complementarios en la región y el mundo; algo que incluso los gobiernos de Carlos Menem y Mauricio Macri procuraron desplegar. No es comprensible la decisión de rechazar la incorporación a los BRICS. Como bien expone un dicho anglosajón: “O uno es parte de la mesa o es parte apenas del menú”. No hay mérito en decidir no estar en la mesa de los BRICS. Cabe recordar que en 2000 el Producto Bruto Combinado de los países del G-7 era de 21,9 billones de dólares y el de los BRICS era 10,8 billones de dólares; en la actualidad es, respectivamente, 55 billones de dólares y 61,3 billones de dólares. A su turno, en 2022–el año del récord de exportaciones nacionales en términos de montos–8 de cada 10 dólares recibidos por las ventas de productos argentinos provinieron de países no occidentales. Es importante subrayar además que los miembros de BRICS han acompañado históricamente la posición de la Argentina acerca de Malvinas.

El drástico giro del país respecto a la relocalización de la Embajada Argentina en Israel y frente al tema Israel-Palestina ha sido elocuente. Conviene tener en cuenta que la localización de la delegación argentina en Israel está establecida por una ley de 1951, durante el gobierno de Juan Domingo Perón. La postura más reciente frente a Jerusalén se hizo manifiesta en 2017 a 24 horas de la decisión de Donald Trump de trasladar la sede diplomática de Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén. Durante la gestión del entonces Canciller Jorge Faurie, el Ministerio emitió un comunicado en el que dice: “El Gobierno argentino entiende oportuno recordar su posición en favor de una solución de dos Estados conviviendo pacíficamente, en forma respetuosa, reconociendo las fronteras de 1967 y el estatus especial de Jerusalén de acuerdo a sucesivas resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas… Al igual que la mayor parte de la comunidad internacional, la Argentina apoya el régimen internacional especial de Jerusalén, conforme lo establece la Resolución 181 (1947) de la AGNU, así como el libre acceso, visita y tránsito sin restricción a los Lugares Santos para los fieles de las 3 religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e Islam), por lo que Argentina lamenta medidas unilaterales que pudieran modificar este estatuto especial.” El asombroso silencio frente al eventual cambio de ubicación de la Embajada argentina en Israel por parte de los principales líderes del PRO, de los funcionarios de ese partido en el ejecutivo y del mismo Faurie, hoy embajador del país en Chile, indica la voluntad del PRO de respaldar al gobierno actual en esta materia a cualquier costo, olvidando así su posición de hace siete años. Asimismo, resulta relevante destacar que la Organización de Cooperación Islámica –segunda más grande después de la ONU– orientada a proteger los intereses del mundo musulmán, congrega a 57 países que también han apoyado la posición argentina sobre Malvinas.

Adicionalmente, la Argentina reconoció, en 2010, durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, a Palestina como Estado libre e independiente, respetando el derecho de Israel de vivir en paz y respaldando las iniciativas a favor de la resolución del conflicto israelí-palestino. En 2012, la Argentina votó favorablemente (138 a favor, 9 en contra y 41 abstenciones) que Palestina fuera un Estado observador en Naciones Unidas. Durante el gobierno de Mauricio Macri, en especial en noviembre de 2018 durante una escalada de violencia en Gaza, la Argentina continuó abogando por “el derecho del pueblo palestino a construir un Estado libre, independiente y viable”. Apenas iniciado (12/12/2023) el gobierno de Milei, la Argentina –a diferencia del gobierno de Alberto Fernández que había apoyado una resolución semejante sobre el tema– se abstuvo (153 a favor, 10 en contra y 23 abstenciones) en una votación por el cese al fuego humanitario en Gaza. En mayo de este año, en la Asamblea General, el gobierno argentino se opuso (143 a favor, 9 en contra y 25 abstenciones) a una resolución que pedía al Consejo de Seguridad que integrara como miembro pleno a Palestina. Hace pocos días el presidente decidió abortar su asistencia al Centro Cultural Islámico al enterarse de que allí estaba presente el Embajador de Palestina. Esto generó una reacción de la Liga Árabe, compuesta por 22 miembros, que la consideró “una actitud hostil e injustificada, no solo hacia el Estado de Palestina, sino también hacia el Grupo Árabe y lamenta que una actitud tan poco diplomática e inaceptable haya sido adoptada por el presidente de un país por el que los árabes sienten un gran respeto por sus anteriores posiciones positivas respecto a la causa palestina”. Es pertinente recordar que varios países árabes son miembros del llamado C-24, el Comité Especial de Descolonización en el que se aborda históricamente el tema Malvinas.

Desde el inicio de la gestión libertaria, y como ejemplo de otro viraje expresivo de la política exterior, Latinoamérica y Sudamérica han ocupado un lugar subsidiario. Una mezcla de desatención, ensimismamiento y ramplonería–y algo de narcisismo–parecen caracterizar la mirada oficial sobre la región. Ataques personales y agraviantes a mandatarios por parte de Milei, la decisión de no enviar embajadores (así sean de carrera) a determinados países, la reducción promedio del 25%–similar a la del resto del mundo–de las importaciones provenientes de la región en el primer semestre de 2024, ninguna visita presidencial a alguno de los países de MERCOSUR como ha sido habitual en los gobiernos de la democracia al comienzo de una gestión, la manifestación escueta y parca a raíz del asalto (para la Cancillería fue “lo sucedido”) de la Embajada de México en Ecuador, el desinterés marcado hacia CELAC (que la Argentina presidió en 2022) y UNASUR (cuyo primer Secretario fue Néstor Kirchner), las relaciones presidenciales tensas con el principal socio del área, Brasil, entre varios otros, demuestran el desdén y desaire hacia la región. También es clave subrayar el acompañamiento de la región a la Argentina en cuanto a Malvinas. Debilitar ese frente de apoyo es un sinsentido.

Hace pocos días el gobierno decidió sumar al país al Grupo de Contacto sobre Asuntos de Defensa de Ucrania creado por Washington en 2022 para canalizar la asistencia militar y humanitaria a Ucrania. En ese marco, el Ministro de Defensa Luis Petri aseveró: “No podemos permitir que prevalezca la tiranía, no podemos permanecer indiferentes ante el sufrimiento de nuestros hermanos y hermanas en Ucrania. Luchemos por un mundo libre, es una lucha de la que nunca nos arrepentiremos. Y como dice mi Presidente, ¡Viva la Libertad, Maldita sea!” No hubo explicación o justificación pública de esta decisión que puede tener consecuencias graves e imprevisibles. Esta determinación lleva a asumir un alto perfil, reforzando los lazos con Occidente, para acceder el estatus de Socio Global de la OTAN y demostrar la adscripción pro-occidental mediante una conspicua postura contra Rusia en circunstancias en que Moscú ha logrado frenar la denominada contra-ofensiva ucraniana. Quizás valga la pena mencionar la posición rusa en relación con Malvinas. En 2014, durante su visita al país, Vladimir Putin señaló: “Rusia sigue apoyando la necesidad de encontrar la solución a la disputa por las Islas Malvinas, sobre la mesa de negociaciones directas entre Gran Bretaña y Argentina”. En marzo de 2023, en una nota en Rusia Unida, el expresidente Dmitri Medvédev resaltó la persistente búsqueda argentina de recuperación de las islas: “El empeño de Buenos Aires de continuar su lucha justa por la soberanía de los territorios disputados mostró claramente el curso hacia…la lucha contra las vergonzosas prácticas del neocolonialismo” del Reino Unido.

Por último, es crucial recalcar algo que pareciera estar fuera del radar de muchos especialistas y comunicadores: el progresivo repliegue de la Argentina de asuntos prioritarios de la política global. En materia de género, derechos humanos, cambio climático, justicia social y salud, entre otros, el gobierno viene adoptando posturas en contravía de lo avanzado en la democracia y al contrario de la agenda 2030 de la ONU sobre desarrollo sustentable. Paradójicamente, una administración que no ha mostrado interés en asegurar la soberanía nacional en temas prioritarios, sean estratégicos, geopolíticos y económico-financieros, argumenta en clave soberanista su cuestionamiento o no acompañamiento a un temario global que, en su momento, contó con el impulso de países de Occidente y del Sur Global (entre ellos, de la Argentina). Por ejemplo, en marzo, en la Comisión de la Mujer reunida en New York, la posición crítica de la Argentina fue idéntica a la de países como Rusia, Irán, Nigeria, Irak y Nicaragua. En junio, en Ginebra, la Argentina se manifestó contraria al tratado contra la pandemia que se negoció en el marco de la Organización Mundial de la Salud desde 2021. El tweet de la Canciller Diana Mondino del 9 de junio es claro: “Bajo ninguna circunstancia permitiremos que un organismo internacional infringa (sic) sobre nuestra soberanía y muchísimo menos para que nos vuelva a encerrar.” Hasta el momento no se conocen reacciones de los países occidentales que son el foco natural del hiperoccidentalismo libertario. Por ahora, el lugar de los valores en las relaciones con el país parece bastante relegado. Washington y Bruselas serán tolerantes en la medida en que sus negocios prosperen y el posicionamiento anti-China se consolide. Esa es su realpolitik.

Sobre el interés nacional

El término “interés nacional”, ambiguo y polisémico, ha sido una guía de la política exterior de los Estados. Existe un conjunto de preceptos que le subyacen. Entre otros, conviene recordar algunos:

  • El interés nacional se garantiza más en condiciones de paz mundial. La paz, se entiende, contribuye al bienestar material y espiritual interno de las naciones; inversamente la guerra daña las posibilidades de prosperidad doméstica y destruye la convivencia internacional.
  • El orden y la estabilidad regional son esenciales para el desarrollo, la seguridad y la autonomía; lo cual fortalece el interés nacional. Los recursos diplomáticos son fundamentales para la pacificación y la concordia entre los países de una región y, por ello, la distensión política y la resolución de controversias resultan imprescindibles.
  • Es vital no atraer ni involucrarse en conflictos extra-regionales pues ello no solo puede afectar severamente el propio interés nacional, sino también el de los países próximos. Esto es más imperativo cuando se carece de control o influencia sobre las principales variables que conllevaron y mantienen el conflicto. Además, resulta costoso y contraproducente convertirse en una fuente de inseguridad en el vecindario al importar una confrontación ajena al área.
  • Es indispensable tener en claro los intereses en juego con las distintas contrapartes, identificado los coincidentes, los complementarios y los conflictivos. Siempre hay que tener en cuenta que tal variedad de intereses no es algo inmutable pues con el tiempo y la diplomacia puede modificarse el tipo de interés con tal o cual contraparte.
  • Toda definición del interés nacional, su salvaguarda y promoción exige conocer los atributos efectivamente disponibles para su movilización. El desconocimiento o confusión al respecto puede dañar gravemente el ejercicio de la política exterior y de defensa de un país.
  • El corolario de una exitosa protección y proyección del interés nacional es el incremento del poder relativo real de una nación, tanto de sus capacidades tangibles (mejoramiento material) como intangibles (aumento de prestigio). Los logros pírricos no son señales de éxito; son apenas temporales y reversibles.
  • Es crucial no confundir los intereses permanentes con los transitorios; los primeros son constantes en su centralidad y en el tiempo, los segundos están sujetos a circunstancias políticas. Básicamente no se deben sacrificar intereses permanentes en aras de satisfacer los transitorios de una administración o de un partido o de una persona.

Será imperativo evaluar los resultados específicos del hiperoccidentalismo del gobierno de Javier Milei a la luz de su impacto en el interés nacional. Aún es prematuro hacer un balance completo y definitivo, pero cuando llegue el momento habrá que evaluar qué fue lo que aportó y qué fue lo que dilapidó este Gobierno respecto al interés nacional argentino.