El plan Caputo, entre recaudar y bajar la inflación: ¿está atrasado el tipo de cambio?

Tras un salto del 117% en diciembre pasado, el mercado cuestiona la necesidad de una nueva corrección. La dinámica económica y las presiones inflacionarias ponen en tela de juicio la estrategia del gobierno de mantener la estabilidad cambiaria.

Una de las principales cuestiones que se ponen en debate sobre el programa económico tiene que ver con el atraso del tipo de cambio. Parece increíble, pero tras haber aumentado 117% en diciembre pasado, de $370 a $800, hoy volvemos a debatir si el tipo de cambio necesita o no una nueva corrección. Sin embargo, desde diciembre, cuando se dio el salto cambiario, y hasta la mitad de abril, la inflación se aproxima a llegar al 100%. En el mismo lapso, el dólar paralelo (contado con liquidación) prácticamente no se movió, pasando de $1.032 el 12 de diciembre a $1.062 al cierre de esta semana.

Antes de seguir, argumentemos de qué se trata el tipo de cambio real. Dos monedas de distintos países se encuentran en paridad de poder de compra cuando una unidad de la moneda nacional compra la misma canasta de bienes en el país o en el extranjero. El poder de compra de dos divisas, entonces, se mide con el tipo de cambio real, que a su vez indica la competitividad de un país en el comercio internacional.

La llamada corrección de precios relativos aún no terminó. Esta corrección implica un aumento en los precios rezagados y una disminución en los precios que ya estaban muy por encima del promedio. En este contexto, el valor del dólar vuelve a ser objeto de debate debido a la posibilidad de que esté atrasado. Bienes de consumo como el arroz, el café, el pan, entre otros, pasaron de tener valores 60% más baratos (al tipo de cambio paralelo) en junio de 2023, a estar ahora hasta 30% más caros que en otros países de la región. No pasa lo mismo con los servicios, muchos de los cuales siguen quedando por detrás.

El gobierno atribuye principalmente este fenómeno a la incertidumbre generada por las elecciones y las expectativas sobre la evolución del valor del dólar, lo cual hizo que muchos precios se adelanten y marquen valores muy por encima del precio del dólar de diciembre, a la espera de una alta devaluación. Aunque coincido, no le quitaría al gobierno el mérito de haber fogoneado esa dinámica a través de gritar a los cuatro vientos que llegaba la dolarización. Una dolarización sin dólares, pero con muchos pesos. ¿Quién no iba a buscar protegerse?

Un ejercicio muy simple nos permite proyectar que si el tipo de cambio oficial sigue con la dinámica actual, con un ritmo de devaluación del 2% mensual hasta fin de año, llegaríamos con el mismo nivel de “atraso” del dólar que el de antes de que estalle la Convertibilidad, aunque ahora con retenciones, un nivel de gasto público mayor y una economía con baja productividad. A pesar de ello, el gobierno está convencido de su estrategia de no mover el tipo de cambio, porque considera que el nivel de equilibrio de esta variable es diferente en una economía deficitaria que en una que no lo es, como la actual.

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La lógica que rige detrás de esto es que si el nivel expansivo del gasto del sector público cae y la economía entra en recesión, habrá un menor nivel de importaciones (tal como viene sucediendo). Eso le pone menos presión a la demanda del tipo de cambio y, por ende, habrá superávit en la cuenta corriente (se irán menos dólares de los que entran), lo que le permitirá al Banco Central seguir comprando dólares. Para esto es imperioso que la economía vuelva a crecer y los salarios aumenten, lo que generaría que ese tipo de cambio deje de ser de equilibrio. Con este nivel de competitividad cambiaria resulta muy difícil esperar un crecimiento en forma de “V”.

Alguien podría fácilmente argumentar que, en los años ’90, el tipo de cambio se mantuvo bajo y estable durante toda la gestión al sostener la Convertibilidad del 1 a 1. Sin embargo, en aquel momento, durante 1989, se logró la sanción de las leyes 23.696 de Emergencia Administrativa y 23.697 de Emergencia Económica, que dieron sustento jurídico a la profunda transformación del Estado, con aval de la oposición y el Congreso. En aquel momento, el nivel de gasto rondaba el 20%, mientras que hoy lo duplica. Tampoco había retenciones al agro, lo que permitía tener un tipo de cambio más bajo porque no se cobraban impuestos. Hoy las exportaciones agrícolas cuentan con un 33% de retenciones en el caso de la soja, cuya cotización internacional actualmente está bajando. 

Más importante que todo, el déficit de cuenta corriente, que promedió el 2,3% del PBI durante toda la década del ’90. En ese momento había capacidad de endeudamiento privado y plata que ingresaba del exterior para financiarlo. Luego llegó el 2001, cuando el financiamiento se cortó y el tipo de cambio voló por el aire, desde $1 hasta $4.

El segundo foco que pone presión para mantener este tipo de cambio es que los países de la región están devaluando. Sobre todo Brasil, cuyo tipo de cambio pasó de 4,8 reales por dólar en diciembre a 5,3. Una devaluación del 10% en el lapso de 4 meses en una economía que solo tuvo una inflación del 2% en ese lapso. Esto significa que para un turista o un comprador de materia prima será mucho más conveniente comprar en Brasil que en nuestro país, porque con un mismo dólar podrá adquirir más cosas en nuestro país vecino que en Argentina.

Vamos por la positiva. Si los problemas de competitividad de Argentina se solucionaran devaluando, por nuestro historial seríamos el país más competitivo del mundo. Y acá es donde el programa del gobierno de mantener el tipo de cambio abaratándose puede funcionar. Vamos a suponer que queremos exportar un paquete de fideos al exterior y competimos con Brasil, que cuestan 1 dólar en cada caso y acá el dólar cuesta $1.000. La forma de ganar competitividad podría ser subir el tipo de cambio. Devaluamos la moneda hasta $2.000 por dólar y el nuevo tipo de cambio permite ahora que con 1 dólar alguien compre 2 paquetes de fideos. Sin embargo, eso dura poco, porque el precio del paquete rápidamente querrá volver a ser de 1 dólar, generando inflación en pesos.

¿Se puede entonces no devaluar y mejorar la competitividad por otro lado? Claro que sí. Si el servicio de transporte interno de bienes mejora y se abarata producto de mejores rutas, si bajan los impuestos distorsivos, como es el caso de ingresos brutos que ahora está aumentando, si termina la distorsión de precios relativos, se abre la economía para que haya mayor competencia y baja el riesgo país, lo que permitirá recibir financiamiento externo para el sector privado. O si volviera un boom en el precio de las commodities de productos exportables, entonces sí sería posible sostener un tipo de cambio más bajo.

Todos los programas de los años ’90 que buscaron bajar la inflación en América Latina se hicieron usando el tipo de cambio como ancla, por lo que sería difícil pensar que en Argentina esto no suceda, pero si la trayectoria de medidas previamente descripta no ocurre, una de las principales herramientas de ancla cambiaria podría pasar a ser el talón de Aquiles del programa desinflacionario.

Otras lecturas:

«Salir del cepo: urgente, ¿pero posible?» Por Santiago Bulat.

Licenciado en economía por la Universidad de Buenos Aires, Magíster en Finanzas Corporativas y en Desarrollo Económico, socio de la consultora Invecq y economista jefe del grupo IDEA.