Una conversación con Carlos Mesa

Cenital recupera una entrevista exclusiva con el dirigente opositor boliviano, realizada a comienzos del 2019.

A comienzos del 2019 Carlos Mesa recibió a Cenital en sus oficinas de La Paz. Para ese entonces su candidatura a presidente ya estaba confirmada: Mesa aspiraba a ocupar el cargo que dejó en 2005, cuando se vio obligado a renunciar ante una ola de descontento que ya había terminado con la presidencia de Sánchez de Lozada dos años atrás, en la que ocupó la vicepresidencia. Se decía que Mesa, tras una larga carrera como intelectual y periodista, y un breve paso por el poder, estaba lejos de la política. Los sucesos que siguieron al anuncio de Evo Morales para competir por un cuarto mandato, una maniobra rechazada por un referéndum popular en el 2016, junto con el creciente descontento que acumulaba el MAS en varias capas de la clase media boliviana, empujaron a Mesa de nuevo a la arena política.

Mesa no era parte del proyecto político de Sánchez de Lozada, que aterrizó en el poder en 2002, aunque simpatizaba con él. Como periodista e historiador había defendido las privatizaciones de la década anterior y otras políticas neoliberales, que luego volvieron con Sánchez de Losada, conocido popularmente como Goni, que hablaba español con acento norteamericano. Cuando Goni renunció después de una insurrección popular, a la que intentó, sin éxito, silenciar con una represión brutal, Mesa, quien había criticado la respuesta del gobierno, asumió en su lugar, sin partido político o base política propia que lo respaldara. Fue una escisión por izquierda de un modelo que con la caída de Goni ya mostraba signos de agotamiento. Intentó un camino propio, amagando con convocar a una asamblea constituyente y con un referéndum para la estatización de los hidrocarburos. La aventura duró poco: sin apoyos políticos y con un descontento popular que no había cesado, Mesa renunció en 2005. En las elecciones del 2006, Evo Morales, uno de los dirigentes sociales que había protagonizado las revueltas, se convirtió en el primer presidente indígena de Bolivia.

Su candidatura expresó la vuelta a la arena política de la clase media urbana e ilustrada, anclada sobre todo en el Occidente boliviano y no en el Oriente como la oposición más radical al MAS, de la que Mesa se distancia. Su reivindicación de ciertas políticas de Morales, junto con su perfil intelectual, lo alejan de otros cuadros opositores, que expresan una mayor beligerancia ante el ex líder cocalero y el proceso iniciado con su llegada al poder. Con un estilo más cercano a un profesor universitario antes que un político, la figura de Mesa es difícil de definir. Su proyecto y retórica contrasta no sólo con los del resto de la oposición sino también con la de otros candidatos que se enfrentaron a los gobiernos progresistas en la última década en la región.

Hoy, ante un panorama nacional convulso, con un movimiento opositor en las calles que puede verse tentado a radicalizarse, la figura de Mesa, hasta ahora el único candidato opositor que le generó problemas al MAS, cobra relevancia. Su futuro al frente de la oposición, si logra conservarlo, será clave ante un nuevo gobierno de Morales, quizás el más desafiante desde sus inicios en 2006.

La elección se disputa entre Morales, que ya gobernó trece años y quiere gobernar cinco más, y usted, que fue presidente y es prácticamente el antecesor de aquel. ¿Por qué no hubo renovación política en Bolivia?

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En primer lugar hay que interpretar adecuadamente el concepto de renovación. Desde el punto de vista de las personas -que gobiernan o gobernaron- no hay renovación. Pero otro concepto de renovación es desde el punto de vista de ideas y de proyectos. Un sistema autoritario encarnado en una persona caudillista como el que ha protagonizado el presidente Morales, que tiene trece años y va a terminar en catorce en 2020 cuando termine su tercer mandato, tiende a frenar la posibilidad de la renovación, no solamente del conjunto del sistema de partidos, donde el MAS ha tratado de ser una hegemonía de partidos excluyentes sin vasos comunicantes y sin aire para la oposición. Si tú lo piensas desde adentro, tampoco es que el presidente haya generado la posibilidad de una renovación en su propia organización política. Eso es inherente, clásico, en el tipo de gobierno que representa Morales, tan identificado con una sola persona y la prolongación en el tiempo de ese gobierno. La consecuencia es la poca posibilidad de de renovar liderazgo.

¿Y su proyecto se renovó?

En Bolivia tú tienes que pensar la idea de renovación sobre la realidad que hoy estás viviendo. Mi proyecto es el de un shock democrático. Si tu propusieras esto en Suecia probablemente no tendría ninguna novedad, pero en la Bolivia de Evo Morales eso es renovación. Es la construcción de instituciones democráticas, la garantía de que los ciudadanos van a tener derechos que se cumplan, de que el gobierno no va a ser el que controle los tres poderes del Estado, la promesa de transformar la justicia, que por cierto no está mal solamente desde el gobierno de Morales: yo estuve en otra etapa y la verdad es que la historia republicana tiene necesidades no resueltas, que vienen mal desde el pasado. Por lo tanto, un proyecto democrático es renovador.

¿En qué consiste esa propuesta del ‘shock democrático’?

Cuando tú tienes una democracia que depende de una persona, cuando tienes un presidente autoritario que es dueño del poder judicial y electoral, tienes que establecer una regla que diga «señor presidente, usted se está equivocando». Bolivia es una República. Tu me dirás «no, es un Estado Plurinacional», pero su forma de gobierno, según el artículo 12 de la constitución, es una República que se organiza a través de poderes del Estado separados y coordinados entre sí. Eso es un shock democrático: recuperar la idea de que las instituciones son importantes, no las personas, y eso empieza por el presidente. Morales está convencido de que él es el proyecto histórico del MAS, que sin él Bolivia no funciona y está convencido de que va a ser presidente de por vida y que es lógico que sea reelegido cuantas veces quiera. En Bolivia el shock es novedoso por esta razón.

Los microsondeos de opinión que uno caza cuando viaja, en caminatas o recorridos por teleféricos, dicen que si hay alguien capaz de ganarle a Evo Morales ese es Carlos Mesa, pero no todos los opositores se fían de él: hay quienes dicen que Mesa representa a la vieja política, que no ha hecho nada por el país o que carece de la cintura política para gobernar un país complejo como es Bolivia. Lo respetan como intelectual, pero asumen que le falta carácter para ser presidente. Otras figuras de la oposición, principalmente del Oriente boliviano, cuyo núcleo es la poderosa Santa Cruz de la Sierra, le achacan la carencia de una estructura política nacional, algo que ya le generó dificultades cuando asumió la presidencia en 2003, cuando se vio obligado a naufragar sin una base política propia.

Parte de la oposición lo acusa de no tener una estructura sólida para gobernar el país.

Ante todo no es una acusación: nadie puede acusar a alguien de tener o no tener algo. Es una interpretación. Lo que nosotros estamos buscando construir es un gobierno de ciudadanos que parte de una premisa fundamental: el ciudadano no es militante de partido al estilo leninista de centralismo democrático, que es el clásico modelo de partido político Siglo XIX y Siglo XX en América Latina. Queremos un gobierno basado en una estructura política en la que el militante es militante de causas: tú eres militante del medio ambiente, tú eres militante del feminismo, tú eres militante de un desarrollo de energía solar. El tipo de estructura organizativa por lo tanto no tiene que plantearse cómo la célula de trabajo típica de un partido político sino que tiene que trabajarse a través de una red y de nodos que se entrelazan. Somos una estructura completamente nueva. Yo no tengo una tradición partidaria; cuando yo fui vicepresidente no fui militante del partido que me invitó a ser vicepresidente y cuando fui presidente no tenía partido político. Eso probablemente explica por qué no pude mantener mi proyecto político: no por falta de popularidad, sino por falta de estructura. Eso es lo que estamos construyendo.

Algo que aparece en algunos posteos de su blog, cuando hace un balance de su presidencia, es un reconocimiento de que le faltó voluntad o cintura política para gobernar el país. ¿La tiene hoy?

Renuncié a la presidencia porque no estaba dispuesto a pasar por encima de los Derechos Humanos y que mi derecho a mantenerme en el gobierno pase por sacar a las Fuerzas Armadas a la calle, con el riesgo de una cantidad de muertos que sería inaceptable desde el punto de vista ético. El error no fue la decisión de la renuncia -que me pareció valiente- sino que no teníamos eso que acabas de mencionar. No tenía partido político, representantes en el Congreso y no tenía una intermediación con los sectores de presión y de poder de la sociedad boliviana. Eso es lo que tiene que construirse de manera paralela, con un criterio adaptado a la estructura latinoamericana: uno tiene que aceptar la convivencia de la idea de ciudadanía con el concepto de corporativismo, que se tiene que aceptar guste poco o mucho, y en el caso de Bolivia con la comunidad indígena, que es significativa.

Usted habla de que hay que dejar atrás las etiquetas de izquierda y derecha. ¿Por qué?

El problema se da en el nivel del accionar político. Vamos a poner de ejemplo al presidente Morales. Desde el punto de vista de su reivindicación indígena podría pensarse que es un hombre de izquierda; desde el punto de vista de la aplicación capitalista podría pensarse que es un hombre de derecha. Bolivia vive hoy, en la sociedad del presidente Morales, el momento de mayor auge y desarrollo pleno del capitalismo total, no hay ninguna medida que haya modificado la mirada neoliberal del funcionamiento macroeconómico y del intercambio entre ciudadanos y la colectividad. Hay en cambio una línea estatista: el gobierno controla determinados sectores de la economía que podrían denominarse estratégicos. Pero definir al presidente Morales como de izquierda me parece insuficiente.

¿Y usted cómo se define?

Si tú me preguntas yo me definiría como demócrata, progresista y medioambientalista.

Contra una oposición radicalizada

El discurso de Mesa contrasta con el del resto de la oposición, que en los últimos años cayó en la senda de la radicalización y que plantea una crítica total al modelo del MAS, califica a Morales de «dictador» y se mira en espejo a otros líderes de derecha en la región. Mesa, en cambio, presenta un discurso más moderado, que recupera parte del discurso refundacional del MAS y adhiere a algunas de sus medidas. Por eso es difícil encasillarlo en el terreno de otras oposiciones a los progresismos latinoamericanos.

¿Cómo puede conjugarse su visión con la de los sectores más radicalizados de la oposición?

Con la intención de voto. Nuestra representación es mayor a la de otras opciones de la oposición, lo que te demuestra que Bolivia no tiene o no vive una circunstancia como la que vive Brasil por ejemplo, donde el discurso del candidato opositor, Bolsonaro, ha sido muy radical. En Bolivia yo no creo que la sociedad esté preparada para una polarización de ese tipo. Creo que hay elementos de transformación que el país reconoce como positivos. Hay, es cierto, un agotamiento de la propuesta oficialista, un empoderamiento absurdo del poder por el poder, un nivel de corrupción elevado y una imposibilidad de llevar a la práctica una retórica, pero eso no plantea el que tu tengas que colocarte en posiciones extremas de decir que todo lo que ocurrió fue un desastre y que hay que cortar radicalmente con eso. Hay principios fundamentales de transformación positiva de la sociedad que hay que recuperar.

¿Cuáles son esos elementos positivos?

Es interesante el criterio de la plurinacionalidad, del enriquecimiento de una sociedad que se reconoce diversa y que tiene una presencia indígena significativa. Es positivo que se haya roto la barrera de acceso para los indígenas, que a pesar de los esfuerzos de la revolución del 52, no estuvieron en el centro de los derechos y políticas sociales y económicas. Esa brecha se rompió y no había otra posibilidad de romperla sin un presidente indígena como Morales. Su sola llegada a la presidencia marca el fin de una barrera histórica que no volverá más. La movilidad social y su propio concepto se han dinamizado de manera significativa y eso es algo bueno. Los bonos que en su mayoría ha otorgado el gobierno son positivos. No proponen un cambio estructural pero van en una buena dirección. Hay sectores estratégicos de la economía que han sido nacionalizados, aunque lo que hizo Morales con los hidrocarburos fue seguir lo que hicimos nosotros con el referéndum en 2004, pero no veo razón alguna para modificar la modalidad.

¿Y qué propone modificar?

Fundamentalmente nuestra matriz productiva, nuestra visión democrática, nuestra visión medioambiental y nuestra visión de construcción de ciudadanía. Bolivia necesita la construcción de ciudadanos responsables que entiendan que el Estado no es el ogro filantrópico de Octavio Paz.

Los balances económicos que presenta el gobierno colocan a Bolivia como uno de los países más estables de la región, con crecimiento, baja inflación y un desempleo a niveles bajos en términos comparados.

El desempleo en Bolivia es una ficción: el 70% de la economía es informal, por ende hay un empleo precario e informal que no está medido. En segundo lugar, el crecimiento del déficit fiscal es preocupante y el nivel de endeudamiento, aún por debajo del 50% del PBI, está escalando. Las reservas internacionales han caído junto con las exportaciones. El modelo productivo de Bolivia se está agotando. Tenemos que virar hacia un modelo productivo con valor agregado, con un cambio en la matriz energética.

¿Cómo sería ese cambio?

El primer pilar tiene que ver con el propio consumo interno: cuánto estamos nosotros consumiendo de energía tradicional y cuánto podemos transformar la producción de energía en energía eólica, en energía solar, en energía limpia. Esto es un elemento clave. Segundo: no puedes desprenderte de manera dramática y radical de lo que es la producción de hidrocarburos, la producción de minerales, pero sí puedes mejorar en el ámbito industrial. En el campo de la minería tenemos que trabajar con un enfoque medioambiental. La minería, llamada informal o de cooperativismo, tiene que entrar en rangos de productividad que mejoren su eficiencia y capacidad ambiental. Ese es un cambio de matriz que luego se tiene que transformar en una economía del litio o del hierro, con valor agregado y dentro de una cadena productiva que te permita una elaboración más allá de la materia prima.

La construcción del mesismo

La llegada al poder de Mesa, luego de la renuncia y exilio de Sánchez de Lozada, fue interpretada posteriormente como una transición, no entre presidencias sino entre modelos de país y formas de hacer política. Con Mesa terminó un ciclo de gobiernos cuyas promesas por modernizar al país dejaron un saldo de pobreza, exclusión y hartazgo social que luego fue capitalizado por el MAS y otros movimientos sociales. Con Evo, Bolivia parece haber entrado en otro capítulo de su historia, tanto para sus simpatizantes como detractores. En la construcción de su candidatura, Carlos Mesa busca situarse como un eslabón clave en esa transición. Cambiar su lugar en la historia. Y al mismo tiempo reivindicar a una parte de las élites con las que el MAS rivalizó en su llegada al poder.

El principal elemento que destaca Mesa de su breve presidencia fue el referéndum por la nacionalización de hidrocarburos en 2004, respaldado por más de tres cuartas partes de la sociedad. «El referéndum modificó la política de hidrocarburos, terminó con la ley anterior, refundó a los Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB), estableció un mínimo de 50% del pago de impuestos por empresas petroleras y recuperó la propiedad de hidrocarburos en boca de pozo, que implicó que la definición de precios de comercialización internacional las iba a llevar adelante el Estado. Todos estos elementos estaban en el referéndum y fueron pilares de lo que el gobierno de Morales llamó nacionalización», recuerda.

¿Usted siente que el MAS le ha adjudicado ese precedente o lo ha negado?

No, el MAS niega todo. El MAS considera a todo lo anterior al 21 de enero del 2006 como un neoliberalismo vendepatria y traidor a los intereses de Bolivia, lo cual es una gran falsificación. No reconoce a la Revolución del 52 o al 10 de octubre de 1982, cuando se recuperó la democracia.

Pero usted mismo dice que con el MAS se rompió una barrera histórica, que había transformado…

No había transformado: había escrito la última página de una historia de transformación que se inicia el 9 de abril de 1952. El presidente Morales no es el adán del mundo indígena sino el que culmina un momento que tanto la revolución del 52 como la recuperación democrática construyeron. Cuando nosotros llegamos al gobierno en el año 2002, el 30% del Congreso estaba integrado por indígenas; ahora lo integran el 50%, pero presumir que antes esto era Sudáfrica es una gran falsificación que le quiere hacer creer Morales al mundo. Víctor Hugo Cárdenas ha sido el primer vicepresidente indígena de Bolivia en 1993 en lo que el presidente Morales califica como un gobierno ultraneoliberal, en el que se han creado municipios indígenas y se reconocieron sierras comunitarias de origen indígena.Acá hay que hacer un matiz fundamental porque el presidente ha vendido la imagen absolutamente falsa de que antes de él todo era racismo, discriminación, exclusión e imposibilidad.

¿Y qué le dice a los bolivianos que lo asignan a usted al lugar de la vieja política?

Que yo fui un presidente democrático, de absoluto respeto al mundo indígena, he establecido el derecho a elección sin partido político de los pueblos indígenas en la Constitución, he establecido la iniciativa legislativa ciudadana, el referéndum y la asamblea constituyente. Que haya sido presidente antes de Morales no me descalifica. Si la sociedad boliviana cree que soy una opción de proyecto político adecuada es porque saben lo que fui como presidente. Tuve mis defectos y mis errores, pero no hice nada que estuviera vinculado a un viejo esquema, a una vieja forma de hacer política.

Una región sin brújula

Mientras Mesa recibía a Cenital, en enero, la autoproclamación del dirigente opositor Juan Guaidó protagonizaba todas las noticias de América Latina. Mesa respaldó la decisión de Guaidó, que contó en primera instancia con el visto bueno de la Casa Blanca, mientras rechazó «categóricamente» la posibilidad de una intervención militar exterior en Venezuela. Califica a Maduro como un «dictador» pero se negó a opinar sobre su cercanía a otros gobiernos de la región.

«Yo me identifico con modelos democráticos, ya sea más estatista o liberal. No se trata de la identificación ideológica porque creo que es un gran error. Yo no voy a condicionar mi relación con Paraguay, Argentina, Chile, Perú o Brasil en función de cómo opine su presidente. Yo voy a defender los intereses que a Bolivia le competen en una línea de integración. Si algo en lo que creo profundamente es en la integración latinoamericana», sostiene Mesa.

¿Cómo se puede apostar a la integración en esta coyuntura particular?

Yo pienso que América del Sur debería buscar un proceso de integración sudamericano, como planteó Fernando Henrique Cardoso en los 2000, aunque debería actualizarse. Pienso en una articulación entre la comunidad andina y el Mercosur, superando ambas estructuras de integración no restrictivas. Yo creo que el modelo de la Unión Europea es un modelo interesante en términos de un margen de juego. No estoy pensando en moneda única ni en los elementos de avanzada que América Latina no tiene condiciones para llevar adelante. Creo que la lógica de Unasur basada en ideologías es algo que le ha hecho daño a la integración, que debe pensarse en términos de los elementos que nos permiten construir una integración energética, en comunicaciones, mercadería, intercambio, integración de aranceles. En otras palabras, los elementos clásicos de la integración pensados dentro de un modelo de globalización y respetando las características de desarrollo económico de cada gobierno.

Creo mucho en el periodismo y su belleza. Escribo sobre política internacional y otras cosas que me interesan, que suelen ser muchas. Soy politólogo (UBA) y trabajé en tele y radio. Ahora cuento América Latina desde Ciudad de México.