Un guerrero toma todo como un desafío

Historias y anécdotas de Lucas Pratto, que llevó a Vélez a la semifinal de la Libertadores.

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Los días de sol. La nube en el cielo. Una religión grabada en su gemelo izquierdo. Hace un año y tres meses, Ajax bailaba al Feyenoord en el clásico de los Países Bajos. Un minuto para que culminara el 3–0 abajo. Con más mala que la mala suerte, se lanzó a barrer. El pie derecho se le clavó en el césped. Tibia, ligamento y alma. A los 32 años, debía reconstruirse la gamba. Se operó. Pegó la vuelta. Del desenlace a la introducción. Libre. Sin club. Sin contrato. Sin ataduras. El tipo que, por los goles en la Bombonera y en Madrid, parecía haberse vuelto de bronce reapareció entrenándose en una plaza. Hasta que lo llamó Vélez y evocó el tatuaje de su pierna: “Recuerda que un guerrero toma todo como un desafío”. Lucas Pratto: insoportablemente vivo.

Si la muerte está tan segura de vencer, el Oso arrancó jugando de abajo. En La Plata, en las plazas, con su hermano. El fútbol era divertido. Se probó en Cambaceres. Quedó. Y soñó para lo que daba su horizonte: debutar en el Nacional B. “No pensaba en ser jugador de Selección”, tiró truco. Con retruco: “A partir de Vélez, pude elegir jugar dónde quería”. El status le requirió cinco años. O más.

Una jornada de Inferiores, la vida le tiró un centro. Gabriel Palermo, hermano mayor del goleador, lo vio por La Plata. Echó el dato por Boca y se lo llevaron. Una transformación. De clase. De pibito, como no tenía un mango, su mamá le cayó con la noticia de que había una casa de deportes que hacía botines Nike. Tipo Nike. Los diseñaba a su gusto, así que solicitó que fueran blancos con la pipa en negro. Todo Cambaceres. Hasta que apareció el club de la Ribera y los zapatos fueron gratis.

La adolescencia de un futbolista es la de un trabajador. Un sistema de estadísticas más justo no preguntaría cuántos goles hizo en juveniles sino qué cantidad de bondis se tomó para llegar a entrenarse. Pratto iba por la mañana en bici a entrenar. Retornaba, caminaba veinte cuadras y se subía al colectivo que lo cargaba hasta Ensenada. A la noche, su mamá le preguntaba si le quedaban deberes. Mentía para que no lo increpara y aseguraba haber hecho todo. Nunca terminó el secundario. Su madre y su pareja actual lo aprietan para que lo realice. A finales de 2020, el entonces ministro Nicolás Trotta y el presidente de la AFA firmaron un convenio que dispone que los futbolistas que no cursan el secundario no pueden jugar. Todavía, a la ley le falta la práctica, pero cada vez se cumple más. “En el club, se preocupan mucho porque estudiemos”, confesó Julián Fernández, el héroe del triunfo velezano.

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La madre sudaba para que sus hijos vivieran bien. Pratto estaba en la quinta de Boca y era goleador. Tenía representante, el olfato indicaba que llegaría a Primera, pero le correspondió buscarse otro oficio para que le floreciera un mango. Su tamaño corpulento le permitió ejercer de patovica durante una etapa en un salón de fiestas. Sus piernas para volantear ofertas de una rotisería. Había que hallar el camino. Porque a resistir había aprendido en las noches en que la familia se sentó en la mesa y sólo pudieron repartirse un mate cocido para cada uno.

Boca fue el ser o no ser. Si los Palermo lo habían pescado, los infinitos goles de Martín no le permitían meterse al agua. La fila lo traía junto a Mauro Boselli y a Lucas Viatri. Algún día, alguien podrá hacer un estudio sobre si esa utopía de desplazar al Loco les sirvió a estos talentos para jamás bajar los brazos. Hasta las noches de estrellas, debió ser nómade. Su debut fue en Tigre. Un pantallazo que mezclaba aprendizajes de adultez y de profesionalismo. El pequeño préstamo le hizo pegar la vuelta a los xeneizes con cierto entusiasmo. Hasta que cruzó con la honestidad de Carlos Ischia. Que agradece. Porque el goleador continuaba brillando. La propuesta era pelear la suplencia. Hasta que le apareció un llamado de Noruega. Flasheó. El Lyn de Oslo, una suerte de Lanús en los países nórdicos. Un tiempo fuera de casa.

El regreso le pintaba el mismo escenario. Palermo continuaba ahí. El sueño del hogar propio continuaba en alquiler. Salió de gira hasta Unión de Santa Fe para saborear las mieles del Nacional B. Una liga que todavía le apasiona mirar. El siguiente paso sería su primer éxito. De la mano de Juan Antonio Pizzi, en 2010, conquistó su primer título en la Universidad Católica. No duró una temporada completa. Pero para bien. El Genoa pegó un llamado porque solicitaba un suplente para pelear el descenso. Siempre armas tomar. Partió para compartir el camarín con Gilardino, Rodrigo Palacio y Kakha Kaladze -un gran defensor que actualmente es el intendente de Tiflis, la capital de Georgia-. Una agenda de 17 partidos y 3 goles. Cuando se arrimaba a que su existencia volviera a fluir como un airbnb, sonó el teléfono del arquitecto.

Christian Bassedas dos veces lo convenció de que Vélez podía ser su casa. En Liniers, el ciclo necesitaba reciclaje. La semifinal de la Libertadores 2011 había sido un logro. También una tristeza: Santiago Silva pateó a la tribuna un penal con el que podrían haber superado a Peñarol. Hasta ahí: la final hubiera sido contra el Santos de Neymar. Sinónimo de salir segundo. Al uruguayo, lo vendieron a la Fiorentina. Hacía falta un reemplazante. Del Calcio al oeste de la Ciudad de Buenos Aires.

Pero no era el único salvataje para Ricardo Gareca. La formación de Vélez merecía un cuadro. Fernando Gago, Federico Insúa, Chucky Ferreyra y Pratto construían una ruta al ataque temible. Obtuvieron el Torneo Inicial 2012. Reafirmaron su jerarquía ganándole en junio de 2013 la batalla final al Newell’s del Tata Martino, el otro gran conjunto de la época. A los ocho minutos del primer tiempo, en el Malvinas Argentinas de Mendoza, el Oso amagó ir para la derecha, dejó parado a Santiago Vergini y fusiló de zurda al Patón Guzmán. A fin de año, el Tigre renunció a su cargo tras cinco años y cuatro campeonatos bajo el brazo. Aquel grito mendocino significó el último título de Vélez. Hasta ahora.

Bassedas lo conquistó volviéndolo parte. Aquel plantel de Vélez se caracterizaba por mirar mucho fútbol. El director deportivo lo notó y empezó a consultar por refuerzos. “Él nunca se equivoca, pero a veces nos pide nuestro punto de vista”, blanqueó Pratto, en su momento. Ejemplificó con el arribo de Milton Caraglio a la institución. Esa confianza lo inspiró para cerrar el trato actual. Venía conversando con los dirigentes hasta que le susurraron la data de que regresaba el organizador de la pelota velezana.

Un estado físico no es permanente. Es una onda que se engrandece en jornadas con picos y con partidos en caída. Pratto canta 34 años y más de 550 encuentros en Primera. A las malas lenguas les apasionan los sobrenombres de que alguien está muerto. Pratto parecía agotado en la Libertadores de 2019. En Lima, en su ingreso con Flamengo, lucía a otra velocidad. Que lo llevó a perder una pelota. En un partido que se extravía en los dos minutos finales, las explicaciones carecen de sentido. Ni siquiera Marcelo Gallardo se animó a detallar por qué se les escapó aquella historia contra Flamengo. Pero el Oso comenzó a caer. Había acumulado un semestre sin un solo grito. El ciclo cumplido lo alejó de la Banda Roja. Todo lo que termina, termina mal canta imprecisamente Andrés Calamaro, pero su frase encaja en este desenlace. “Con Gallardo no volví a hablar, me hubiera gustado que me dijera que no me iba a tener en cuenta”, declaró, enojado, en julio de 2021. Tres meses después, confesó que habían logrado decirse las cosas en la cara. Trece millones de dólares habían partido del Monumental para repatriarlo desde Brasil. Se debatió de qué manera podía hacer valer ese dinero. La respuesta la conocen todos.

Ser un mito en vida es complicado. A los 30 años, Pratto había pasado el cielo. Si la existencia le había costado, entre 2012 y 2018, había resuelto una historia inesperada. Con paso en la Selección incluido y un gol en las Eliminatorias de la mano del Patón Bauza. Cómo reconstruirse para seguir caminando era la cuestión. “Vélez es el único club del que soy hincha”, confesó y emprendió el sendero a casa. Se rodeó de un plantel de pibitos. Triunfó en el Monumental, en los octavos de final de la Libertadores, sin levantar los brazos frente a la ovación del público Millonario. Su sien dispuesta para competir y su corazón preparado para la victoria. El Cacique Medina le entregó la cinta de capitán y se hizo cargo. En el vestuario del Kempes, tras eliminar a Talleres por los cuartos de la Copa, sus compañeros coreaban: “Que de la mano del Oso Pratto todos la vuelta vamos a dar”.

Daniela Sivetti, su madre, agitó las redes. Los hijos son para siempre y defenderlos es la ley primera. En Facebook, le dedicó un posteo emocionante: “Te dieron por acabado, te bancaste todo, sufriste en silencio. El amor por lo que hacés tuvo respuesta. Mi guerrero, nuestro guerrero”. Pratto emergió del Kempes riéndose a carcajadas. Le obsequió el short y la camiseta a un amigo y testimonió que se les venía un rival durísimo. Flamengo le titila en el horizonte una vez más. La semifinal de la Libertadores es un premio enorme para Vélez. La historia sigue. Siempre continúa. Lo dice la canción de La Renga que tiene tatuada: “Será que un buscador nunca llegará a destino”.

Pizza post cancha:

  • Este perfil de Néstor Apuzzo que escribió Fabio Tokman para la web de TycSports me encantó. No se lo pierdan.
  • Un 11 de agosto de 1996, Pablo Aimar debutó en Primera. Uno de esos seres especiales de la pelota. Acá, algunas de sus mejores jugadas en River.
  • Faltan 100 días para el Mundial. Franco Curione está subiendo un hilo en Twitter con grandes partidos de grandes figuras. Arrancó con Riquelme vs Serbia. Va a romperla.
  • Calendarios diseñados para romper a los futbolistas. Durísima realidad de cara a Catar. El análisis de Marcelo Gantman está de lujo.

Esto fue todo.

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Abrazo grande,

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.