Todo lo que tenés que saber sobre la disputa entre Armenia y Azerbaiyán

Una nueva guerra asoma en Nagorno Karabaj. Turquía y Rusia miran de cerca.

No es la primera vez que la violencia estalla en el Cáucaso sur, un territorio complejo y diverso entre los mares Negro y Caspio que solía pertenecer a la Unión Soviética. A lo largo de las últimas tres décadas se han sucedido enfrentamientos de mayor o menor intensidad, pero esta nueva guerra entre Armenia y Azerbaiyán parece extenderse mucho más allá de los límites geográficos.

¿Qué pasó?

Hace una semana comenzó una serie de ataques a gran escala en la región de Nagorno Karabaj, una zona montañosa reconocida internacionalmente como parte de Azerbaiyán, pero controlada por Armenia, y desde entonces la violencia no cesa. Misiles sobre zonas civiles, drones kamikaze, poca información fidedigna y muchas acusaciones cruzadas, empezando por quién disparó primero: los armenios acusaron a los azeríes; estos acusaron a los armenios. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, aliado de Azerbaiyán, habló de una ocupación de tierras por parte de Armenia. En el medio, Rusia, que oficialmente es mediador en el conflicto, aunque en las últimas décadas se muestra mucho más cercano a Armenia. 

¿Cuál es el origen del conflicto?

Desde la desaparición del Imperio Ruso en 1917 y hasta 1921, Nagorno Karabaj fue una región en disputa, aunque mayormente controlada por armenios. Ese año, quizás siguiendo la lógica del divide y reinarás, el buró local del Partido Comunista decidió que la administración de la región pasara a manos de la República Socialista Soviética de Azerbaiyán. No importó que la mayor parte de sus habitantes fueran armenios: eventualmente todos serían camaradas soviéticos. Durante las siguientes décadas la disputa se estancó, pero la Perestroika y el eventual colapso de la URSS despertaron a la bestia. En 1988 los habitantes de la región reclamaron ser parte de Armenia, y esto marcó el inicio de un conflicto que llevaría a la intromisión del ejército soviético y a la expulsión de armenios de Azerbaiyán y de azeríes de Nagorno Karabaj.

La guerra terminó seis años después con victoria armenia. En el camino quedaron casi treinta mil muertos; Armenia y Azerbaiyán declararon su independencia y también lo hizo un tercer actor en la disputa: la República de Nagorno Karabaj. Este pequeño Estado sin reconocimiento es hoy habitado por 150 mil personas, casi todas ellas armenias, y en 2017 reemplazó el nombre túrquico Karabaj por el armenio Artsaj.

Este podría haber sido el final del conflicto si no fuera porque el ejército armenio tomó entonces una importante área alrededor de la región, prácticamente anexándola a la República de Armenia. La excusa fue que se trataba de una protección temporal. Si se suman las tierras bajo control de la República de Artsaj y las áreas circundantes aún en manos del ejército armenio, la zona de Azerbaiyán dominada por sus vecinos representa el 20% del territorio del país. Los azeríes, entonces,  tienen buenas razones para reclamar lo que todo el planeta reconoce formalmente como su territorio, mientras que los armenios están más que conformes con el status quo.

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El país que no es país

El Primer Ministro de Armenia, Nikol Pashinián, repitió muchas veces en los últimos días que Nagorno Karabaj pertenece a su país desde hace milenios, que son tierras tradicionalmente armenias. No es fácil discutir con la tradición, pero tampoco es un argumento útil en la arena internacional. Pashinián insistió en que su deber es defender a los armenios de la República de Artsaj y su derecho a la autodeterminación, aunque Armenia no reconozca formalmente su independencia. Hasta hace algunas semanas la posibilidad de un reconocimiento resultaba muy lejana, pero ahora quizás no lo sea tanto.

En la práctica, Artsaj depende de Armenia casi como si se tratara de una provincia que, por su escasa población y recursos naturales, no puede valerse por sí misma. Los acuerdos de alto al fuego de 1994 prohíben decisiones unilaterales respecto al estatus definitivo de la región, por lo que Armenia no tiene más opciones que intentar mantener la situación de ambigüedad actual: reconocer a Nagorno Karabaj oficialmente como territorio azerí, pero gestionarlo como territorio propio. De esta forma no quiebra sus compromisos ni pone en riesgo sus relaciones internacionales; puede hablar de paz, respeto y diplomacia mientras sostiene que las tierras vecinas le pertenecen por tradición.

Para Azerbaiyán el escenario es aún más complejo. Nagorno Karabaj es legalmente azerí pero esto no se traduce en la práctica, donde figura el elemento de la alta población armenia. Sobrevuela el fantasma de la homogeneización étnica más salvaje, los fantasmas de Srebrenica, de Ruanda, de Kosovo y también del genocidio armenio, iniciado en 1915. Si en medio del conflicto el nacionalismo azerí utiliza más que nunca la palabra “ocupación”, el nacionalismo armenio se nutre de los fantasmas del genocidio.

El diálogo entre las partes se bloquea justamente porque las dos tienen razón: Azerbaiyán no va a renunciar al reclamo legalmente legítimo de sus tierras, pero no sabe qué hacer con la población armenia; Armenia probablemente no reconozca la independencia de Artsaj pero tampoco se permitirá perder el control territorial. Así el conflicto parece condenado a no resolverse y a estallar esporádica e impredeciblemente, como ocurrió en 2016 y en julio pasado, y como ocurre hoy.

El tablero internacional

Mientras que Armenia fue el primer país en adoptar el cristianismo como religión estatal, el 97% de los habitantes de Azerbaiyán son musulmanes. Turquía tiene una relación muy estrecha con este último, no sólo porque el credo hermana a ambas naciones, sino también porque son pueblos túrquicos y sus idiomas son muy similares. Ninguno de los dos mantiene relaciones diplomáticas formales con Armenia y sus fronteras con este país están vedadas, en parte por la disputa territorial de Nagorno Karabaj y en parte por el negacionismo turco respecto al genocidio armenio.

El nuevo estallido en el Cáucaso le representa a Erdogan la oportunidad ideal para abrir un nuevo frente en su gesta por expandir influencias, algo que ya ha intentado en Siria y en la interminable guerra de Libia. Por eso Turquía no se demoró en ofrecerle a Azerbaiyán todo tipo de ayuda para recuperar Nagorno Karabaj, “tanto en el campo de batalla como en la mesa de negociaciones”, según su Ministro de Relaciones Exteriores. Al menos hasta ahora, Ankara niega haber enviado soldados, algo que Armenia cuestiona.

El otro gran aliado de los azeríes es Pakistán, que ni siquiera reconoce a Armenia como país independiente. El gobierno de Imran Khan responsabilizó exclusivamente a Armenia por los ataques del domingo pasado y, según medios armenios, ya ha enviado hombres y equipamiento militar a la región.

Por otro lado, no es casual que buena parte del armamento de Azerbaiyán sea de origen israelí, incluyendo drones de última generación. El Estado judío aspira a mantener buenas relaciones con un país que, aunque predominantemente musulmán, es secular y que le provee de aproximadamente el 40% del petróleo. Pero el factor más relevante de esta alianza es la frontera con Irán y la necesidad de Israel de acercarse al vecino de su enemigo. Esto pesa mucho más que la incomodidad de verse del mismo lado del conflicto que Pakistán.

El factor Rusia

Moscú ha sido tradicionalmente un fuerte aliado de Armenia, quizás el más importante. Rusia mantiene una base militar en territorio armenio con al menos tres mil soldados estacionados y ambos países forman parte del Tratado de Seguridad Colectiva (ODKB, por sus siglas en ruso), lo que significa que están obligados a defenderse en caso de agresión externa. La pregunta es si Vladimir Putin quiere involucrarse activamente en una nueva guerra. Su última participación bélica en el Cáucaso fue en 2008, durante el brevísimo conflicto en Abjasia y Osetia del Sur/Tsjinvali, dos territorios que Georgia reclama pero que se declararon independientes a comienzos de los 90. Los apenas cinco días de enfrentamientos bastaron para que el ejército georgiano se retirara, pero también para que esta ex república soviética se alejara definitivamente del Kremlin y se acercara a la OTAN.

Rusia, junto con Estados Unidos y Francia, preside el Grupo de Minsk, conformado en 1992 para incentivar y facilitar las negociaciones entre Armenia y Azerbaiyán. Hasta ahora Putin, junto a Donald Trump y Emmanuel Macron, se ha limitado a exigir un alto al fuego. 

Las relaciones entre Rusia y Armenia ya no son tan cercanas como antes. Desde su llegada al poder en 2018, Pashinián mantiene un tono mucho más aperturista y occidental que el de su antecesor, sumado a cierto distanciamiento con Moscú.

Si el conflicto en Nagorno Karabaj alcanzara una intensidad tal que obligara al Kremlin a involucrarse, probablemente esa decisión tendría más que ver con su repetida disputa regional con Turquía que con ayudar a Armenia. Claro que Putin tampoco quiere perder influencia sobre Azerbaiyán y enfrentarse abiertamente a un miembro de la OTAN,  como es Turquía. Eso significa que la posibilidad de participación activa es muy remota. Armenia tendrá que conformarse con sus propias armas.

¿Qué hay que seguir?

Armenia tiene muchas chances de perder en un enfrentamiento bélico extenso y a gran escala, no sólo porque cuenta con menos aliados predispuestos a socorrerlo sino también por la importante desigualdad de recursos entre ambos ejércitos. Tanto Armenia como Azerbaiyán tienen un gasto militar equivalente a alrededor de un 4% de su PBI, pero el PBI del segundo prácticamente cuadruplica al del primero. Las enormes reservas de gas y petróleo representan más del 80% de las exportaciones azeríes y hacen que el país sea una pequeña Dubái a orillas del Mar Caspio; además, llevan a que Azerbaiyán cuente con el doble de tanques, el triple de vehículos de combate y siete veces más lanzamisiles que sus vecinos.

En cambio, la fortaleza de Armenia no radica en los recursos materiales sino en su nada despreciable soft power a nivel mundial: el país cuenta con una importante diáspora, el antecedente del genocidio aún negado por Turquía y la promesa democratizadora que llegó con el cambio de gobierno en 2018. Este posicionamiento habilita la narrativa de que al otro lado hay un régimen autoritario que desconoce la limpieza étnica otomana y que, por lo tanto, puede repetirla.

Para Armenia es mucho más sencillo hablar de un alto al fuego y de mantener las cosas como hasta ahora, con Nagorno Karabaj bajo su control; Azerbaiyán no puede darse el lujo de renunciar a su reclamo. En el medio aparece el gran negocio de la venta de armas a ambas partes, el nacionalismo que bloquea la posibilidad de diálogo y las disputas entre actores externos que ven al Cáucaso como un escenario más en el marco de un conflicto mayor. Muchos elementos y demasiados participantes confabulando contra la posibilidad de una paz duradera.

Soy licenciado en periodismo y maestrando en relaciones internacionales. Escribo y hablo sobre Europa oriental, Balcanes y otros países que casi nadie sabe bien en dónde quedan. También trabajé en zonas de guerra y escribí más libros de los que publiqué.