Tiemblan con suspiros teatrales

Cómo la evolución del cambio climático puede observarse a través de la historia del arte.

Holis, ¿cómo andás? Yo acá, mirando las fotos de flores que le pido a mis personas queridas. No soy buena para las plantas, y además en mi patio de sombra nunca pude hacer que sobreviva ninguna floreciente, pero siempre tengo floreros rebosantes de colores. Me encantan las flores, mucho. Las uso en estampados, me detengo a mirarlas por la calle, si las encuentro caídas me las pongo en el pelo. Así que si me querés responder esta carta con fotos de las flores de tu patio o balcón bienvenidas sean. Si están tus mascotas tanto mejor.

Mientras te escribo, la imagen es ésta: estoy rodeada de flores y de mil anotaciones del curso de los Redondos, con un millón de pestañas abiertas llenas de entrevistas y videos del querido y recientemente fallecido Charlie Watts. Me pregunto si hay otra lógica posible en la pasión, algo más allá de la adoración de las cosas que me gustan. Un cómo puede ser que no me alboroten mis placeres, ponele.

Pienso que la ciencia, que tanto me gusta, no la vivo igual. Hasta que miro para abajo descansando las cervicales y veo que tengo casi todo el muslo derecho cubierto por un tatuaje de Carl Sagan. En esa misma pierna, un cohete soviético con dos perritas que orbitaron la Tierra, Belka y Strelka, unos gorilas que simbolizan una frase de Londa Schiebinger y una daga con una cinta con el lema de la Royal Society. También tengo muchas flores, sí. De los Redondos, nada (por ahora).

Pero al toque vuelvo a valorar mi intuición y sostengo que no, no es lo mismo. No soy fanática de la ciencia. Para las flores no tengo críticas; para los Redondos, a lo sumo, tengo observaciones; Charlie Watts me parece sencillamente subyugante, completamente hermoso. 

La idolatría redunda en pérdida de perspectiva y pensar las ciencias las necesita en multiplicidad. ¿Cómo hacer de ellas un objeto de deseo sin volverlas un objeto de culto? El Sagan de mi pierna me recuerda que no es una estampita, que la tinta en mi piel no es un homenaje para él sino para esa obra de arte llamada Cosmos, algo mucho más parecido a un disco que a un paper. 

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En esta entrega, entonces, te propongo algunos cruces entre ciencia y arte para situar el conocimiento en el universo de lo sensible. A ver si se acomoda algo, si se crea un lugar para la ciencia entre la adoración y la necesidad. Por las dudas, le rezaremos al diablo, a ver si nos ayuda. Sympathy for the devil desde el cono sur. Esta velita sobre la cabeza de Luzbel es para vos, querido Charlie.

Cuanto más alto trepa el monito el culo más se le ve

Entre las cosas que alejan a las ciencias del fanatismo, está la búsqueda de razones. No podría decir por qué me gustan los Redondos. Puedo decir por qué me parece que son buenísimos. También puedo decir por qué creo que Los Beatles lo son, pero no me gustan. 

Esto último a mucha gente la hace tomar distancia de mí, distancia física inmediata cuando lo digo, una reacción repelente que lleva a un juicio esencial. No se sabe bien cuál es ese juicio, pero si dicen de mí “no le gustan los Beatles”, hay algo que se entiende sobre mí, sobre la persona que soy, no es un detalle. No pasa lo mismo cuando digo que no me gustan los palmitos. En ese no-gusto por los Beatles estoy expresando algo inexplicable, una condición subjetiva inapelable que para muchos es una distancia insalvable, esas que, justamente, se diluyen cuando se disfruta una misma obra de arte.

A mí no me pasa lo mismo si alguien me dice que no le gusta la ciencia, que no lee sobre eso, que eligió su carrera universitaria pensando en nunca más tener matemática. Dedico mi vida a ese gusto que tengo por la ciencia, pero no, no es lo mismo, entre otras cosas porque encuentro razones para esa diferencia y la falta de conexión con el mismo objeto no me resulta una marca de discontinuidad con la otredad. De hecho, casi que elegí un oficio en el que hablo más con gente a la que no le gusta lo que a mí que con gente que sí.

En este episodio del podcast Philosophy Bites que, si entendés bien cuando hablan en inglés, te recomiendo mucho, se busca una razón para eso a lo que no se la encontramos. El filósofo Stephen Davies, que trabaja sobre temas de estética, expone algunas hipótesis sobre el rol del arte en la evolución para tratar de responder por qué existe. 

Va un resumen:

  • Todas las culturas han desarrollado expresiones artísticas, lo que desde un punto de vista evolutivo puede resultar un poco raro, ya que no queda claro qué tipo de ventaja adaptativa podría conferir.
  • Hay tres posiciones predominantes en la academia sobre esto: 1) que la habilidad de hacer arte está directamente relacionada con la posibilidad de los individuos de tener descendencia sana (o sea que evidencia ciertos factores biológicos); 2) que es un subproducto de alguna adaptación pero que no contribuye a la supervivencia por sí misma; 3) que es una tecnología cultural, que, como todo, está relacionada con la evolución pero su relación es lo suficientemente indirecta como para pensar ambos fenómenos por separado.
  • 1) Una posibilidad es que sea una manera de mostrar que se poseen ciertas habilidades y que eso aumente las posibilidades de apareamiento, algo así como la cola del pavo real, una estructura elaborada que no cumple un propósito específico en términos anatómicos pero evidencia salud y predisposición genética (“soy tan fuerte que llevo de acá para allá esta cosa enorme que no sirve para volar”). También, hay quienes señalan que podría ser una adaptación que ayude a las relaciones sociales al ser un medio para compartir y transmitir valores y creencias en una comunidad.
    Otra, que sea una completa pérdida de tiempo, lo que mostraría que el individuo está tan bien adaptado al medio que se puede dar el lujo de hacer cosas que no están directamente relacionadas con su supervivencia.
    Este tipo de hipótesis son muy difíciles de probar. Si, por ejemplo, encontráramos circuitos neurológicos específicos para el desarrollo de habilidades artísticas, esta sería una evidencia bastante fuerte de que hay una adaptación, pero no es así. Por ejemplo, las áreas cerebrales utilizadas para hacer música son casi las mismas que las que se usan para el lenguaje. Tampoco hay observaciones empíricas que indiquen que quienes hacen arte tienen más descendientes o que su progenie es más sana.
  • 2) La idea detrás de esta hipótesis es que las adaptaciones fundamentales como la inteligencia, la imaginación o el sentido del humor dan la posibilidad de poder desarrollar otras no fundamentales, como las habilidades artísticas. Algo así como que una vez asegurada la supervivencia se puede dedicar el tiempo a otras cosas. La clave de esta visión es que el subproducto es tan extendido que todos afrontamos los costos del arte. Si algunos estuvieran cazando y otros haciendo música, estaría claro quiénes sobreviven. Pero todos, incluso quienes no producen arte, le dedican tiempo. Por ejemplo, yo estoy revisando la obra de los Redondos, Male está siempre al tanto de las novedades literarias, mi mamá sabe un montón de diseño de muebles, mi amiga Danila es un catálogo viviente de películas de terror y así sucesivamente.
    La fuerza de esta posición es la debilidad de la anterior: como es muy difícil encontrar sustratos biológicos específicos para las habilidades artísticas que indiquen que se pueden heredar (por ejemplo, las estructuras necesarias para contar historias son las mismas que para conversar normalmente), lo que se concluye es que esas estructuras se originaron con otros propósitos y se usan también para hacer arte.
  • 3) Como todo fenómeno cultural, se apoya en capacidades biológicas, pero ambas cosas son sumamente distantes. Por ejemplo, las matemáticas y la lectura son adaptaciones tan variables que no podemos relacionarlas con estructuras biológicas específicas, entonces las pensamos como productos culturales. El enorme rango de cosas que llamamos arte no puede supeditarse a las bases químicas de la herencia, por lo que se transmite culturalmente. 
    Pensarlo como tecnología no implica algo super complejo y posmoderno. Por ejemplo, no hay un “gen para hacer fuego”, sin embargo, es una habilidad que valoramos tanto que enseñamos como hacerlo a través de las generaciones. 
  • Estas posiciones corren el riesgo de querer separar lo inseparable. No hay cultura que no sea hecha por seres que poseen mecanismos adaptativos mediados por la evolución.
  • Aunque esto no pueda encontrarse una explicación adaptativa al arte, sí se puede afirmar que hay una conexión muy profunda entre la condición humana y el arte, ya que lo encontramos en todas las culturas y sociedades. Por otro lado, pensar al arte como una adaptación evolutiva podría fortalecer su valoración al encontrarle utilidad en una sociedad que la requiere de todas sus producciones. Y, aunque se encontrara esa razón evolutiva, eso solo explicaría por qué empezamos a hacer arte, no por qué lo sostenemos, lo que alejaría la idea de buscar la explicación adaptativa de un cientismo (tratar de encontrar una explicación científica porque creemos que esa es la única forma de entender) y acercaría esta búsqueda a una herramienta más a la hora de pensar una temática compleja desde puntos de vista no científicos, como la filosofía.

Caen, caen al fin, caen los disfraces

En el encuentro pasado, hablando sobre el disco de hoy, Walter dijo: “Una obra de arte no es algo que nace, sino algo a lo que se llega”, pensando en el recorrido de los Redondos y esta plegaria satánica como parte de una continuidad. Me gustaría pensar que, en estas ediciones especiales ricoteras, el cambio climático pueda funcionar como continuidad y su carácter antropogénico como punto de llegada.

En ese sentido, para continuar reforzando el carácter de fenómeno, tanto de Patricio Rey como del cambio climático, siendo esto que ambos dan para todo, me gustaría, literalmente, ilustrar este punto con una reseña de este artículo que me encantó: se llama “Las pistas sobre el cambio climático escondidas en la historia del arte” y se divide en tres partes:

1- Una comparación entre dos obras, The North/The Icebergs (El norte/Los icebergs) una pintura de 1861 de Frederic Edwin Church y la instalación Ice Watch (Vigilia de hielo) de 2020 hecha por Olafur Eliasson como evidencia de un cambio sustancial en nuestra forma de ver los bloques de hielo que pasó de algo perenne e inmutable a algo perecedero y transitorio.

En la pintura, Church transmite la sensación capturada en las palabras de un amigo que lo acompañó en la expedición para bocetar el paisaje: «Después de todo, qué endeble es el hombre en presencia de estas maravillas del Ártico». En la instalación, que consistió en el traslado al centro de Londres de más de dos docenas de bloques de hielo que se habían desprendido de la placa de hielo de Groenlandia y flotaban a la deriva con la intención de que, ante su derretimiento, los transeúntes pudieran ver por sí mismos la situación del Ártico. En menos de 150 años, la fragilidad pasó de nosotros al hielo.

2- En 2018, el Museo de Arte de Princeton albergó la exhibición Nature’s Nation: American Art and Environment (La naturaleza de la nación: arte y ambiente americano), que reunió obras hechas durante más de 300 años por artistas estadounidenses.

Entre ellas, estaba Yosemite de Albert Bierstadt, considerada una “celebración del poder de la naturaleza” en Estados Unidos en la década de 1870.

Kusserow, uno de los curadores de la muestra, sostiene que en el recorrido podía observarse “un cambio de 180 grados, de un mundo sobre el que no tenemos ningún control, a uno en el que realmente estamos controlando el destino del planeta, y reconociendo que no estamos haciendo un buen trabajo”. En este sentido, destaca que, durante los 60, a raíz de un movimiento contracultural y libros como Primavera silenciosa de Rachel Carson, los artistas estadounidenses empezaron a producir obras motivadas por los problemas ambientales que se alejaron de una visión romántica de la naturaleza.

Una de ellas es Ocean Landmark (Hito oceánico), una instalación de Betty Beaumont construida entre 1978 y 1980 que consiste en 17.000 bloques hechos con cenizas neutralizadas que se tiraron a 5km de la costa de Nueva York y yacen a 21.3 metros de profundidad, donde formaron un híbrido entre escultura y arrecife artificial.

«La razón por la que me gusta esta pieza es que es algo a lo que no se puede acceder. Como está bajo el agua, siempre va a estar en otro lugar. Demuestra que podemos conectar con el medio ambiente, pero sin reclamarlo como propio», dice Francesca Curtis, de la Universidad de York, Inglaterra. «El espacio oceánico está ahí, y existe, pero no es para nosotros», agrega.

3- Desde comienzos de la década del 2000, la historiadora del arte y educadora Preeti Kathuria viene siguiendo el trabajo de varios artistas indios que trabajan sobre el cambio climático de diversas formas y en particular sobre un tema en el que se cruzan fuertemente la actividad humana y la naturaleza: los suicidios de trabajadores de la agricultura.

* Este trabajo es del dúo Thukral y Tagra y pertenece a una serie de casas voladoras llamada Dominus Aeiris.

Kathuria sugiere que la contaminación del aire es un ejemplo en el que los cambios en la ciudad están obligando a los artistas a reaccionar. «De repente, no podemos sobrevivir sin purificadores de aire», dice. «En Delhi nunca hemos necesitado purificadores de aire. Ahora el problema se presenta cara a cara, así que naturalmente la respuesta del artista se ha vuelto mucho más directa».

Por otro lado, el artículo resalta que las obras de arte facilitan la reconstrucción del pasado climático. Por ejemplo, con base en pinturas y bocetos, un equipo de investigadores suizos pudo entender cómo se comportó el glaciar del Bajo Grindelwald, situado en los Alpes, después de 1600 y antes de que se inventara la fotografía. En un artículo académico publicado en 2018, el equipo sostuvo que «con un enorme número de documentos pictóricos de alta calidad, es posible reconstruir la historia (de la Pequeña Edad de Hielo) de muchos glaciares en los Alpes europeos desde el siglo XVII hasta el XIX.»

*Esta pintura de 1744 fue una de las utilizadas en la investigación

Siguiendo el mismo principio, un artículo de 2014 afirmó que los colores utilizados para pintar atardeceres podrían utilizarse como referencia para estimar los niveles de polución aérea de la época.

«La naturaleza habla al corazón y al alma de los grandes artistas», dijo el investigador Christos Zerefos, profesor de Física Atmosférica de la Academia de Atenas cuando se publicó la investigación. «Pero hemos descubierto que, al colorear las puestas de sol, es la forma en que sus cerebros perciben los verdes y los rojos la que contiene una importante información ambiental».

*Esta pintura se llama The Scarlet Sunset (El atardecer escarlata) y es de JMW Turner.

Por último, la nota señala que, antes de 1500, había muy pocas pinturas que mostraran paisajes nevados en Europa oriental. El historiador alemán Wolfgang Behringer sugiere que las temperaturas más bajas de lo normal durante esa época promovieron este tipo de imágenes, como este óleo sobre madera de 1565 hecho por Pieter Bruegel llamado Los cazadores en la nieve.

Cuando las temperaturas volvieron a bajar en Europa, alrededor del siglo XIX, las representaciones cambiaron mucho. En la de Bruegel vemos un montón de perros, lo que hace evidente que destinaban muchos recursos a la cacería. Las pinturas posteriores no muestran tanto las adversidades, sino una visión más romántica de las áreas rurales.

El punto es que elementos como las condiciones meteorológicas en un determinado momento y lugar no alcanzan para crear un clima. Para eso, necesitamos ver cómo los humanos viven en esos lugares y cómo representan esos modos de vivir en el arte.

“Por ejemplo, la mejor representación de nuestra emergencia actual no está en los gráficos de temperatura ni en la concentración ascendente de carbono en la atmósfera. La crisis climática, y lo que significa para nosotros en 2020, se explica mejor con las pancartas de los jóvenes huelguistas, los escombros que quedan tras un ciclón y los bocetos sobre los mapas de emergencia de los incendios forestales. Para comprender plenamente el clima, incluso en un cuadro, necesitamos los artefactos culturales; hay que observar los zapatos y los perros”, dice Diego Arguedas Ortiz, autor de este maravilloso artículo.

¿De quién son mis deseos de hoy?

Pensando en la relación de los gustos con esa cuestión tan mal llamada “pasiones inútiles”, aquí reformulada como “actitud acrítica devenida del fanatismo”, se me viene a la cabeza una obra que me encantó y sobre la que escribí hace ya varios años que se me hace algo así como una salida por arriba. El siguiente es un fragmento de mi libro de 2018, Que la ciencia te acompañe (a luchar por tus derechos):

En 2017, el MIT (Massachusetts Institute of Technology) fue escenario de una instalación que simulaba una interfaz que le permitiría a las mujeres controlar el movimiento del esperma con el cerebro.

Realizada por Ani Liu, que además de artista es tecnóloga, la instalación utilizó varios mecanismos y herramientas que se usan actualmente en investigación: por un lado, un equipo de electroencefalograma traducía en señales eléctricas la actividad del cerebro para dirigir una muestra de esperma en la dirección que la usuaria lo deseara. Estas señales eran enviadas a un microcontrolador que moderaba las cargas de un circuito eléctrico donde se encontraba el semen que, debido a los fenómenos de galvanotaxis y electroporesis, se movía según los deseos de cada usuario de la interfaz. Por último, un microscopio asociado a un proyector permitía ver el movimiento de las células.

La instalación jugaba con el absurdo: en primer término, el que sobreviene como primera impresión a la pretensión de controlar el esperma; en segundo y último término, el que es moneda corriente para el control de los derechos reproductivos de las mujeres. “Reflejando los discursos dominantes de la ciencia y la cultura que forman las nociones acerca de los cuerpos de las mujeres, pretendo desafiar este status quo desarrollando un sistema en el que yo, una mujer, puedo controlar algo inherente a la masculinidad (el esperma)”, explicó Ani Lui.

No parece descabellado si tenemos en cuenta que la instalación sucedió durante el gobierno de Donald Trump, un tipo que se sacó una foto junto a un montón de hombres de su gabinete en la que se los ve firmando un acta que le corta los fondos a todas las ONG que dan servicios relacionados con el aborto. Esta obra puede considerarse una protesta abierta contra esta situación en la que un grupo de varones poderosos decide por nosotras sobre nuestros cuerpos. 

El chasquido que quiere proteger

Pensar a las ciencias como una búsqueda de sentido es tan absurdo como buscarle sentido al arte, ¿no? Pero las razones de vivir no son propósitos. Las razones son oración, fastidio y buena suerte. El sentido es fiebre.

Te mando un beso enorme,

Agostina

p/d: las referencias de este news son de ese lugar que los redondos crearon como lenta despedida llamado Luzbelito.

Soy comunicadora científica. Desde hace tres años formo parte del colectivo Economía Femini(s)ta, donde edito la sección de ciencia y coordino la campaña #MenstruAcción. Vivo en el Abasto con mis dos gatos y mi tortuga. A la tardecita me siento en algún bar del barrio a tomar vermú y discutir lecturas con amigas.