Tecnología, intimidad y celos

Aprovecho el Wandagate para hablar de la vigilancia y el control en relaciones íntimas.

Hola, ¿cómo estás? 

Yo, bien. Soñando con el fin de año, que está acá a la vuelta. Necesito vacaciones, muchas, por favor y gracias. 

Mientras esperamos que sea 31 de diciembre, te escribo. El news de hoy va de un tema que me convoca: tecnología, intimidad y celos. Para hablar de esto me escribí con mi padre, Gilberto Valdez, que además de ser mi padre es psicoanalista y una persona que me ayuda mucho a pensar. De este news te van a quedar tres cosas: no solo el gobierno ruso te controla, la intimidad hace bien y no hay que alimentar el monstruo. 

Vamos. 

La chispa del Wandagate 

Seguramente te enteraste del Wandagate, pero, en caso de que no, te lo resumo: Wanda Nara se peleó, se separó, se reconcilió, volvió a separarse y volvió a reconciliarse con su marido Mauro Icardi. El supuesto detonante fueron unos chats entre el futbolista y la actriz Eugenia Suárez. Hay muchos detalles y mucho para comer (así le dice una amiga mía a chusmear fuerte), pero a mí me interesa una cosa en particular: la tecnología y la fantasía e imposibilidad de control. Digo fantasía porque podemos creer que con la tecnología tenemos más capacidad de control. Al mismo tiempo, la tecnología también hace el control imposible: no podés revisar todo todo el tiempo. O, al menos, no podés hacerlo sin resignar autonomía y cierta concepción de respeto propio y por el otro. 

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El tema es muy amplio. La otra vez escribí en Twitter sobre como le vi la biblioteca de YouTube a alguien y sentí que espiaba sus más oscuros secretos. Ni hablar de cuando alguien busca algo en tu barra de Google y vos ves aparecer todas tus búsquedas recientes mientras rogás que no salte nada demasiado raro. Sabemos que internet puede ser un espacio muy íntimo y muy libre. Un espacio que algunos usan para animarse a hacer cosas o ser de un modo que no pueden ser en la vida “real”, para encontrar comunidad, para aprender sobre cosas que nadie te cuenta, entre varios etcéteras. Es un espacio, en teoría, muy propio. 

Esa intimidad y esa libertad puede chocar con los celos y el control que a veces una puede sentir en una pareja. Esos celos y control son exacerbados cuando no uso mi teléfono para mirar en YouTube cómo hacer la power pose antes de una entrevista de trabajo o videos de gatitos, sino más bien para chatear y flirtear. No me interesa meterme en el debate “¿mensajearse es infidelidad?” porque cada uno sabrá, pero sí me interesa pensar cómo convivir con esa amenaza permanente que es el teléfono. ¿Por qué amenaza permanente? Porque es un aparato íntimo, al tiempo que una puerta directa al mundo exterior. Y por eso creo que es un aparato que crea simultáneamente la amenaza que requiere una respuesta controladora (con quién estará hablando) y la fantasía de que sirve para controlar (le reviso el teléfono y sabré todo del otre).  

Algo de literatura sobre el tema 

Busco literatura y encuentro solo un artículo académico sobre el tema que dice exactamente lo que empezaba a notar: las palabras vigilancia y control se usan para amenazas grandes y externas (te espía el gobierno o los rusos), pero no para ese seguimiento mucho más íntimo y cercano. 

Según una encuesta citada en ese paper, Wanda no está sola al decir que le revisa todo el tiempo el celular a su pareja, el 31% de los que responden esa encuesta admiten hacerlo. ¿Quién es más propenso a mirarle el teléfono a otre? Los más jóvenes y los que más usan su propio teléfono -quizás porque se dan cuenta de todo lo que tienen allí-. 

Los autores del artículo quieren, en primer lugar, llamar la atención sobre este fenómeno y nombrarlo como una clase específica de invasión de la privacidad. En segundo lugar, proponen una serie de herramientas para protegernos. 

Lo que me interesa de este artículo es que nos alerta sobre situaciones límite, pero también sobre situaciones cotidianas. Es decir, el control y la vigilancia pueden ser usados de modo extremo en una relación abusiva y violenta y ahí será más fácil darse cuenta de que está mal. Pero lo cierto es que el control y la vigilancia existen también de modo muy casual y cotidiano entre dos personas que se quieren y se llevan bien. 

El artículo también menciona una situación que seguramente todos conocemos, el stalkeo de otra persona, y la pone en esta categoría de invasión de privacidad. La otra vez una lectora de este newsletter me escribió contándome que a veces calificaba su uso de Instagram como “atracón”. Esa palabra me parece super adecuada también para el stalkeo -de alguien del pasado, la nueva pareja de un ex, alguien con quién vamos a salir, etcétera-. Tengo bastante capacidad para no hacerlo con gente que tengo en la lista mala, precisamente porque sé que, después del subidón de mirar a ese alguien en redes, te viene el bajón de sentirte pésimo (ojo, cada vez más siento eso con el teléfono a secas, sobre todo luego de perderme un rato largo en él, mirando pavada tras pavada que realmente no le interesan a nadie, qué aparato del mal). 

El artículo también habla de aplicaciones que están diseñadas para seguirnos y a las que les damos voluntariamente nuestros datos. Una que se menciona allí es la de fertilidad, nosotras le damos información y podemos programarla para que esa información sea compartida con, por ejemplo, nuestra pareja, que entonces se enterará de nuestros tiempos. Otro ejemplo que dan en el paper es la sincronización de todos nuestros dispositivos de un modo no tan simple de controlar (hola, Google, maestro de la sincronización de todo). Otro ejemplo que no dan, pero que agrego yo, son los famosos ticks de recibido, leído y varios etcéteras. 

Los autores caracterizan este tipo de control del siguiente modo: los controladores pueden tener muchas motivaciones (incluso buenas), la convivencia agranda todos estos riesgos, las relaciones íntimas también son relaciones (desiguales) de poder, y lo que otro sabe de vos puede ser usado en tu contra. 

El control siempre estuvo allí

Entonces, con la tecnología todos estamos cada vez más vigilados y vigilándonos entre nosotres. Pero no vamos a ser tan ingenuos de creer que el control empezó con los avances tecnológicos. De eso hablé con mi papá. 

Le pregunté qué hacer con la necesidad de control. Mi padre es muy generoso y entonces no me mandó a terapia directo, pero sí me dijo que no hay tal necesidad. “Necesidad tenemos de respirar, el control viene por otro lado”. “Impulso”, corregí rápidamente y ahí empezamos a hablar. 

Me aclara primero que la tecnología se pone al servicio de ese afán de control, pero es simplemente un instrumento. O sea, la “tecnología, aun la más sofisticada, no inventa el afán de control, lo perfecciona o lo hace más potente, pero la mano que la guía es la del ser humano”.

El control, me dice, está vinculado al mundo del deseo. Tiene varios matices: “Afán de dominio, el ejercicio del poder, las ganas de poseer”. Sigue: “Se relaciona con el afán competitivo, los celos y con el deseo de mirar y ser mirado o con la envidia”. Todas cosas que podemos reconocer en nosotros, ¿no? Por eso, me dice mi padre, varias de estas formas pueden aparecer en relaciones interpersonales. 

Ahora bien, esos rasgos aparecen, pero, claro, pueden o no ser dominantes. Si lo son, la relación entre las personas no será muy armónica. “¿En qué sentido armónica?”, le pregunto. Mi padre se refiere a una relación que “posibilite el reconocimiento de la identidad del otro, como distinto y autónomo, reconocimiento que incluya, además, la presencia de la intimidad”. Sigue: “La intimidad es un derecho inalienable, un límite para quienes están afuera”. Si bien, obvio, a veces los de afuera acceden a nuestra intimidad (a nuestro teléfono, pero sobre todo a nuestros sentimientos), mi padre marca que hay una parte inaccesible. Él se refiere al “mundo interior inabarcable y no definible, siempre renovado, donde quien dialoga es la persona consigo misma”. Y, claro, “preservar y reconocer esta intimidad en su conjunto” hace que ese vínculo que construís sea más fuerte.

Alimentar el monstruo

Hablando con un amigo sobre celos y control, él usó la figura del monstruo interior. Ese monstruo pide mirar, saber, controlar. El problema es que si le das un poco, te va a pedir más. Por eso, me dijo mi amigo, mejor tenerlo en ayunas. 

Cosas que pasan

  • Esta nota del diario The Guardian sobre un sitio en la internet inglesa que está lleno de maldad.
  • Deliveroo deja España por la nueva ley rider (y porque su negocio es inviable). 
  • Facebook ya no va a permitir la segmentación de anuncios. 
  • Amazon sabe más de vos que nadie. 
  • Este estudio de Twitter que muestra que el algoritmo actual de recomendación de tuits amplifica el contenido político, comparado con la simple presentación cronológica de tuits. El algoritmo importa. 

Gracias por llegar hasta acá.

Un abrazo,

Jimena

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Soy economista (UBA) y Doctora en Ciencia Política (Cornell University). Me interesan las diferentes formas de organización de las economías, la articulación entre lo público y lo privado y la relación entre el capital y el trabajo, entre otros temas. Nací en Perú, crecí en Buenos Aires, estudié en Estados Unidos, y vivo en Londres. La pandemia me llevó a descubrir el amor por las plantas y ahora estoy rodeada de ellas.