Sin techo ni red: el cuentapropismo, de la changa a los dólares

¿Es libertad o inestabilidad? Los trabajadores informales no tienen jefe o dependen de patrones invisibles, pero tampoco tienen los mismos derechos laborales que los registrados. Crónica de una población difícil de encasillar.

Son las 7 de la mañana y este sábado la avenida Juan B. Justo está más vacía de lo habitual. Los que no se fueron de la ciudad aprovechan para descansar en el calor de las sábanas. Es un fin de semana de agosto. No es uno cualquiera, es uno especial: es un fin de semana largo, esa perla en la vida de los trabajadores. De algunos. Porque a esta hora Jorge ya desayunó, cargó el termo y el mate, llenó el tanque de su F-100 y maneja por la avenida desértica con el objetivo laboral frente a sus ojos, en la ruta: llegar a Marcos Paz con 700 kilos de material para los boy scouts. 

Será un trabajo de 5 horas y casi 200 kilómetros. La Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) dijo que ese mismo fin de semana unas 900 mil personas en todo el país aprovecharon para viajar, consumir y descansar. Lo que no dijo es que, en su mayoría, se trató de trabajadores en blanco, con esquemas laborales que permiten planificar, organizar y, sobre todo, garantizar un salario a fin de mes. Si Jorge, de 63 años, no movía su camioneta y se sumaba a los festejos del fin de semana largo, se hubiera perdido un pedazo grande de sus ingresos. ¿Es libertad o inestabilidad? ¿Los trabajadores informales no tienen jefe o, como Jorge, dependen de patrones invisibles, obliterados, que determinan cuándo y a qué hora se desarrollan las tareas?

El primer año post pandémico de 2022 estuvo marcado por un alza del consumo y un aumento del empleo. Así, la desocupación pasó del 13,1 al 6,3 por ciento en el cuarto trimestre -el último- de ese año. Podría ser un número mágico: 6,3%, la tasa más baja desde 2004. Ese mismo año, Finlandia registró un 6,8 puntos de desempleo. Si se llevara ese dato a la década del 90, cualquier analista no dudaría en afirmar que Argentina avanza inexorablemente hacia un horizonte de prosperidad. Pero no, porque 8 de cada 10 empleos creados estaban vinculados al mercado informal; es decir trabajos precarios, sin estabilidad, ni paritarias o vacaciones pagas. 

O sin fines de semana extra largos, como Jorge, que forma parte del 45% que -según la OIT-  trabaja en condiciones de informalidad. 

Hasta la pandemia había trabajado en una agencia de fletes durante más de 30 años. La cuarentena, el pánico al contagio, la muerte fácil, la ansiedad por las vacunas, lo empujaron a independizarse. Tenía 60 años, toda su vida dedicada al rubro del transporte. 

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“Ahora la paso muy bien laburando por mi cuenta. No tengo que pagar alquiler, el vehículo es mío, mis hijos ya están independizados. Todo eso me hace la vida más fácil, es cierto. Pero la paso muy bien, no tengo turnos disponibles hasta el mes que viene. Elijo el trabajo. La relación de dependencia te pone un techo. En cambio, como cuentapropista no lo tenés. Tampoco tenés piso, claro”. 

También dice que su oficio es particularmente costoso. Tiene que mantener su Ford F-100 modelo 92 que, cada tanto, sobre todo a la mañana, no tiene ganas de arrancar. “No es como el carpintero que arregla la herramienta y ya. Yo tengo que invertir en el vehículo, es un gasto fijo alto”. Porque Jorge sabe que trabajar por su cuenta no tiene techo pero sin su camioneta no hay premio. Así, un flete de ida y vuelta a Marcos Paz puede esfumarse en un adelanto para el mecánico.

Algo similar le pasa a Diego, plomero y gasista de oficio y por herencia. Y, como Jorge, tensa la cuerda floja del cuentapropismo para mantenerse dentro del mercado laboral. Sin techo pero también sin red. 

“Manejo el horario, los días de vacaciones, descanso cuando quiero. Pero también tengo que salir todos los días a cubrir los gastos mínimos. Me tengo que mover bastante, pero lo hago desde chico porque aprendí el oficio de mi papá”. 

Diego, con 47 años, nunca tuvo un trabajo registrado en su vida. A veces, dice, le hace ilusión la posibilidad de tener algunos derechos garantizados. “Si me ofrecieran un trabajo en blanco tendría que ver de qué se trata, qué me ofrecen porque a veces pienso que me gustaría tener aguinaldo, obra social, vacaciones pagas, un montón de cosas que en mi caso afronto yo de mi bolsillo. Porque el día que no trabajo, no cobro”. 

Indemnización por despido, jornada de ocho horas, aportes jubilatorios, día por enfermedad, día por estudio, paritarias. En la lista de Diego podrían estar también esos derechos conquistados por la clase trabajadora. Pero que, junto con la disminución del empleo formal, comienzan a desaparecer del imaginario colectivo. 

Con una inflación anual por arriba de los 100 puntos, para mantener su economía cotidiana Diego -casado, dos hijas- tiene que pivotear con ingresos relativamente estables. Cuenta con tres administradoras que, mensualmente, necesitan de su trabajo para mantener distintos edificios. Para facturarle a ellos tuvo que anotarse en el monotributo. “Lo necesito porque si no viviría de los domiciliarios, que son más tipo changas, y sería todo mucho más difícil. Las administradoras de consorcios son mi base y me garantizan cierto ingreso, pero muchas veces tardan más de dos meses en pagar, incluso si yo puse plata de mi bolsillo para comprar material”. 

La cadena de producción parece volverse más elástica con las crisis. Así las cosas, un plomero como Diego tiene que esperar un par de meses para cobrar pero, con un poco de suerte y años en el oficio, quizá pueda encontrar en sus proveedores algún financiamiento en los pagos. “En estos momentos financian menos que antes”. La sábana es cada vez más corta. 

El economista e investigador del Conicet Juan Graña encuentra dos grandes causas del aumento de la informalidad. “Una razón coyuntural tiene es que ver con el pésimo desempeño macro de la Argentina, donde no hay posibilidad de crecimiento continuado de la economía; entonces muchas empresas recurren a relaciones no registradas para tener más facilidad de contratar y despedir dado que el ciclo es tan volátil”

La otra, más estructural: “Tiene que ver con la baja productividad de la economía argentina, rasgo que comparte con el resto de América Latina, donde gran parte del sector productivo familiar o pyme requiere de pagar menores salario o no pagar las prestaciones de seguridad sociales para poder competir debido a que tiene baja productividad, baja capitalización”. 

Marcelo tiene 44 años y es programador. Tampoco tiene seguridad social, vacaciones pagas, ni aportes previsionales. Si la empresa canadiense para la que trabaja lo despide sin causa no lo va a indemnizar; tampoco puede pedirse días por enfermedad. Antes de empezar firmó un contrato por un año donde dice que lo pueden echar de un día para el otro, aunque si él quiere irse tiene que avisar con un mes de anticipación. Pero, tiene algo que todos quieren: dólares. 

“Me encantaría trabajar en blanco pero es imposible encontrar una propuesta superadora desde lo económico. Mis ingresos son el cuádruple de lo que serían trabajando en una empresa argentina del mismo sector”. Aún así, no puede ser un fantasma para todo el sistema. Necesita ingresos en blanco para operar desde el home banking; pagar impuestos, hacer operaciones cotidianas. Para eso le presta su monotributo a algunos colegas que necesitan presentar facturas aunque estén a nombre de otro. 

Marcelo tiene claro que si no quiere pasar zozobra cuando sea viejo tiene que aprovechar su coyuntura personal y la atomización cambiaria del país. “La jubilación me la estoy pagando yo mismo. Separo algo de lo que gano por mes y voy depositando los aportes previsionales para el día de mañana tener una jubilación más o menos buena”. 

Entonces, ¿qué tiene un trabajo registrado para que se lo quiera?

Graña ensaya una respuesta: “Si estás cerca de la edad jubilatoria, te va a convenir no tanto por la jubilación -que es muy mala y desinstitiva en eso- sino para tener protección. Lo mismo si tenés hijos, para tener días libres para cuidarlos. Otra tiene que ver con los trabajos tipo Rappi. No tanto por el sueldo sino porque ese tipo de trabajos no te forma para otro trabajo. Y en un momento no lo podés hacer más. Y ahí, una estructura en blanco, donde haya formación en los puestos, promoción, pedir días de estudios y demás hacen que las transiciones ocupaciones sean más dinámicas y progresivas”. 

Por encima de todo -dice el economista- “hay que tener en cuenta una serie de condiciones que hace que el trabajo en blanco cuaje mejor o peor, de acuerdo al nivel de calificación y de la edad”.

Una abogada que trabaja en su estudio. Un psicólogo que atiende en su casa. Las profesiones liberales, por definición, sobreviven e incluso pueden funcionar mejor sin una estructura que los contenga, como la que puede proveer una empresa privada o el Estado. “Hay un perfil de trabajador individual de altas calificaciones -o con saberes profesionales particulares- que puede conseguir un buen pasar por sí solo. Pero gran parte de la fuerza de trabajo que tiene calificación media o baja, no. Entonces se arma esa dicotomía; en la que un programador, por ejemplo, puede arreglárselas y el resto no”. 

Hace ya unos años que Jonathan dejó de buscar cartones en los tachos de basura. Más años aún que dejó aquel basural a cielo abierto donde revolvía en busca de botellas, latas, cartón, papel y cualquier cosa vendible. Ahora, con 36 años, cuando explica cómo pasó de cartonear en la calle a ser el presidente de la Cooperativa de Recicladores Unidos de Avellaneda, cuando cuenta por qué se organizó con otros compañeros y compañeras, insiste siempre con la misma palabra: trabajo. 

“Mi tarea como cartonero la heredé de mi viejo. La tomé como una herramienta de trabajo. Vivir como cartonero es como cualquier otra vida, con la diferencia de que los cartoneros independientes tienen que acopiar el cartón en sus casas y capaz que eso complejiza el hábitat. Yo trabajé siempre como cartonero; buscaba mi subsistencia en el descarte de la sociedad, donde encontraba mi herramienta de trabajo hasta que me organicé”. 

En 2017 los cartoneros se enfrentaban a una crisis propia. El programa Basura Cero los dejó sin material disponible en la calle. Básicamente, para dejar la ciudad de Buenos Aires más limpia los camiones pasaban y no dejaban ni una caja de cartón para los recicladores urbanos. Un día, mientras empujaba un carro cada vez más vacío, Jonathan se cruzó con cartoneros del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE). Años después, pudieron frenar el programa y meterse en la discusión de los residuos. La planta del EcoPunto de Avellaneda que dirige Jonathan se encarga de la clasificación y la puesta en valor de materiales reciclables para después colocarlo directamente en la industria. “Nos organizamos para esquivar a los intermediarios y que no se queden con nuestras ganancias”. Más de cien personas trabajan todos los días para -entre otras cosas- transformar desechos plásticos en escamas y peletizados; insumos que después servirán para hacer botellas, bolsas, y otros productos.

“Es un trabajo sin el reconocimiento que tiene que tener, es un trabajo digno en condiciones indignas. Como estamos organizados, trabajamos un sistema de reciclado con inclusión social, con dignidad y orgullo porque a muchos compañeros y a mí nos ha cambiado la vida”. 

Todavía se encuentra en youtube la publicidad que un banco lanzó a principios de 2001 y que fue sensación apenas comenzó a circular por televisión. El corto hace eje en los distintos tipos de trabajo y apela a un inconformismo supuestamente natural en el ser humano. Las escenas transcurren entre personas que desean el lugar del otro. El conductor de un jaguar plateado cuelga enojado su teléfono personal, mira un kiosco y piensa. “Que ganas de ponerme un kiosco, vivir tranquilo”. Primer plano del kiosquero: “Qué tranquilo un trabajo así, desde el auto, hablando por teléfono”. 

El del auto acelera, se cruza con un taxista, que mira la ventana de un edificio y sueña. “Un trabajo como ese. Cumplir un horario, un sueldo asegurado a fin de mes y no te volvés loco con el tráfico”. Un empleado mira la calle desde lo alto del edificio: “Un taxi, sin horarios fijos, sin jefes, para ser libre cuando querés”. Al final de la publicidad, que intercala escenas similares, una voz en off dice: “a todos nos cuesta ganar dinero. Hay que saber cuidarlo”.


Esta nota forma parte del especial de Cenital-Fundar, ¿Trabajando duro o durando en el trabajo? Podés leer todos sus artículos acá.

Nací en Bologna en 1978. Desde los cinco años vivo en Buenos Aires. Y eso me trajo problemas de chico, sobre todo en los mundiales. Fui preceptor de un colegio, bachero en un restaurante, repositor en un supermercado, conserje en un hotel, ayudante de plomero. Podría seguir pero prefiero escribir. Hago periodismo. A veces también ficción.