“Si me presentás un argentino que no haya tenido algún problema de ansiedad en los últimos años, te felicito”

Miguel Tollo, psicoanalista que trabajó en la elaboración de la Ley de Salud Mental, habla del límite entre tener ansiedad y un trastorno de salud mental.

Miguel Tollo trabaja con poblaciones de niños/as y adolescentes. Es miembro de la Comisión Directiva del Forum Infancias y preside el Consejo Consultivo Honorario de Salud Mental y Adicciones que creó la Ley Nacional de Salud Mental.

Desde su tarea institucional, así como desde su práctica cotidiana como psicoanalista, Tollo conversa con Cenital sobre cómo definir la ansiedad, la necesidad de no patologizar el sufrimiento humano y el conflicto de farmacologizar un problema colectivo.

Cenital: ¿Desde tu perspectiva cuáles son las principales dificultades vinculadas a salud mental en la población joven?

Creo que hay que enmarcar las problemáticas sociales generales sin desconocer lo específico de ese universo. Hay ciertas tendencias sociales que afectan particularmente a la adolescencia y juventud.

¿Por ejemplo?

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Una de ellas es lo que podríamos denominar, muy ampliamente, la ilusión. La ilusión de estar mejor como sociedad, como persona. Ese es un un estado de ánimo que se les recorta bastante a los adolescentes para quienes esa perspectiva es fundamental. Porque están construyendo no solamente su vida actual, sino su futuro. El niño tiene el apoyo de los padres, el joven lo va dejando a favor de construir su propio futuro. El otro inconveniente que se da actualmente es una puja entre lo individual y lo colectivo. Y creo que un problema que enfrentamos hoy en nuestras sociedades latinoamericanas tiene que ver con que nos hacemos preguntas que no son propias.

¿Qué tipo de preguntas?

En esto involucro al psicoanálisis. Muchas veces nosotros empezamos a hablar de respuestas a preguntas que no son propias, a problemas que no son nuestros. Nuestros problemas tienen especificidades y necesidad de definiciones mucho más vinculadas con nuestras realidades.

¿Por ejemplo?

Nosotros desde el Forum Infancias, que forma parte del Consejo Consultivo Honorario de Salud Mental que se creó con la Ley Nacional de Salud Mental, participamos en una comisión que se llama “Salud mental de intersecciones”. Que significa que, si nosotros necesitamos reconocer un problema, lo tenemos que intersectar con otras cuestiones. Por ejemplo, ¿es igual una psicosis, que es una enfermedad grave, en un ámbito de nivel económico social alto que bajo? ¿Es igual en una persona con alguna discapacidad? ¿En una comunidad de un pueblo originario? ¿En una persona transgénero? No, claro que no es igual. Ahí se van especificando un poco más las preguntas de acuerdo a estas intersecciones. Por darte un ejemplo, yo calculé que debe haber unos 8 millones de jóvenes entre 13 y 24 años que se califican como adolescentes. Un 50% de esos niños y adolescentes residen en hogares pobres. Eso te dice algo acerca de cuáles serían los contextos en los cuales están teniendo una angustia, un padecimiento o un sufrimiento mental.

De esa población, ¿cuánta se estima que tiene algún padecimiento de este tipo?

Hay una gran variedad de estudios epidemiológicos. En términos generales, se calcula que en la población general entre un 16 y un 21% tiene algún problema de salud mental.

¿Cómo definimos un problema de salud mental?

A veces se habla, por ejemplo, de trastornos de la ansiedad. Si vos me presentás algún argentino que no haya tenido algún problema de ansiedad en los últimos años, yo te felicito.

¿Existe el límite entre alguien que sufre ansiedad por cosas de trabajo, por problemas familiares o sociales y alguien con un problema de salud mental?

Ese límite no existe. Hay variaciones. Lo principal a tener en cuenta es si vos podés resolver o no esa ansiedad. Si vos tenés ansiedad porque no tenés laburo, lo que te va a resolver la ansiedad es tener laburo. Salvo que lo niegues y digas: “bueno, vivo de otra manera o me tomo unos fármacos y soy feliz”.

¿Eso lo convierte en un problema de salud mental?

No, porque eso sería patologizar. ¿Por qué poner en términos de problema de salud mental algo que es un sufrimiento humano? Si uno no puede resolver ese sufrimiento humano por sí mismo, ahí estamos ante la necesidad de una consulta. Lo primero que le digo a los pacientes es que eso es sano. Veamos cómo lo podemos pensar, reflexionar. Pero si ya lo pudiste ver como un problema tenés una herramienta importantísima. Si además lo podés reflexionar junto a tus seres queridos, tus amigos, muchísimo más. Después hay problemas de salud mental que incapacitan, eso se da con problemáticas más graves que pueden estar entre el 1 y el 2% de la población. Y obviamente si esto se da en un contexto social adverso, la situación es mucho más problemática.

¿A qué te referís específicamente con la patologización como fenómeno?

No todos los sufrimientos, no todo lo que ocurre en términos de ansiedad en la vida humana, hay que pensarlo como una patología. Cuando se decía que los trastornos de ansiedad crecían durante la pandemia se estaba verdaderamente patologizando algo que son las alarmas necesarias y normales en seres humanos. Si eso te llevaba a un callejón sin salida es otra cosa.

¿La pandemia agravó la cuestión?

Tuvo un efecto traumático en toda la población. Y los traumas necesitan tiempo para procesarse. Para contarlo, para darte cuenta qué consecuencias tuvo en tu vida. Ahora estamos en ese momento: pasó un tiempo y empezamos a contar cosas. Un adolescente me decía hace poco: estuve aterrado en la pandemia porque no sabía si mis abuelos se iban a morir. Eso lo pudo decir ahora y no son pocos los que estaban en esa situación. Pero ese terror es una reacción frente a una amenaza tan tremenda como la que vivimos, bastante lógica, esperable. Es más, el problema sería si no tuvieses alguna manifestación de ese tipo, si hubieses respondido de una manera inerte o sin reacción emocional.

Mencionaste antes la cuestión de los trastornos de ansiedad. ¿Ese es el principal motivo de consulta?

A mí, trastorno de ansiedad no me quiere decir nada. Todos tenemos trastorno de ansiedad. Si por trastorno entendemos algo que no resuelve tu ansiedad, ahí podemos llegar a coincidir. Pero los motivos de consulta son múltiples. Haciendo esta salvedad: estás hablando de alguien de clase media que atiende pacientes de clase media. Entonces, no se puede hacer una evaluación epidemiológica de esta manera. Ahora aparecen, por ejemplo, muchas preguntas relacionadas al género que antes no aparecían y que, por supuesto, no tienen nada que ver con ningún trastorno. Después está la cuestión de las adicciones en todas sus vertientes, desde las drogas, el alcohol, el juego. También cambió mucho la época: antes venían padres que le habían encontrado marihuana a su hijo. Hoy ese consumo está naturalizado. Preocupa mucho más en estos momentos el alcohol. Con dos tipos de casos distintos: si te reunís a pasarla bien con amigos y el alcohol es parte de eso es una cosa. Si tomás solo, en tu casa, encerrado, ahí hay algo distinto que desfigura el sentido de la amistad. Hay algo que no está favoreciendo algo que es central en la adolescencia que es el grupo de pares, la amistad.

¿Y los consumos más problemáticos?

La no legalización de las drogas hace que los pibes consuman cualquier tipo de sustancia tóxica junto con la droga, que les afecta mucho más. Los procesamientos en todo tipo de drogas están actualmente sin ningún tipo de control. Hay países que la someten a control en un boliche, en una fiesta, y te dicen si esto que vas a tomar es bueno o es malo, si tiene tal sustancia tóxica. Se llama reducción de daños. Es una política que, en general, ha dado resultados. Pero es toda una apuesta decir legalización y reducción de daños.

Según algunas encuestas sobre salud mental, hay mucha diferencia entre gente que dijo haber tenido algún padecimiento y quienes consultaron a un especialista. ¿Por qué te parece que es? ¿Hay un tabú?

En nuestro país se ha bajado considerablemente ese tabú desde hace muchos años. No quiere decir que no exista. Creo que tiene más que ver con que la gente encuentra salidas alternativas: desde la religión, las pseudo-religiones que han crecido mucho, los libros de autoayuda y también los psicofármacos. Eso, por un lado, va desmintiendo la problemática: lo que me pasa es por mi relación con Dios o por un problema químico de mi cerebro. Entonces, reconocer que existe un problema de salud mental es reconocer que, en principio, hay algo que tiene que ver con el bienestar psicológico que lo fabrico yo en la relación con los otros. Si eso es simplemente por una cuestión química o religiosa no van a consultar. O consultan con un médico. La mayor cantidad de psicofármacos están expedidos por médicos no psiquiatras, para que te des una idea.

¿Y eso por qué?

Porque vas al cardiólogo y te dice: “usted tiene ansiedad, tome clonazepam”. Vas al neurólogo, lo mismo. Y uno dice: “el neurólogo sabe lo que es el cerebro”. Pero no tiene la menor idea de lo que es la psicopatología. Te estoy hablando de más del 70% de los psicofármacos recetados por otras especialidades. Eso también es una forma de evitar ver qué tengo que ver yo con lo que me pasa, que es la pregunta crucial que se hace uno respecto de su salud mental. Qué tengo que ver yo con mi depresión, mi baja autoestima, mi asociabilidad, mis problemas en la familia o mis problemas laborales.

¿Y el fármaco cómo interviene en eso?

El fármaco es un paliativo. Yo tomo algo que me saque el dolor de cabeza sin preguntar de dónde viene el dolor de cabeza. ¿Es necesario el fármaco? La verdad que sí. Cuando vos tenés un dolor de cabeza querés que te lo saquen. Pero a partir de ahí tenés que ver de dónde viene. Sino se va a repetir y peor. En los últimos tiempos se ha incrementado, en adolescentes y niños, de una manera descomunal el uso de psicofármacos. Y esto la verdad no tiene que ver con los problemas de salud mental solamente.

¿Con qué tiene que ver?

Se le ha dado el término de patología a cuestiones que son ansiedades de la vida cotidiana. Entonces, el clonazepam es de uso diario como era la aspirina antes. Y eso lleva a que la gente no vaya al psicólogo para hacerse esa pregunta. En los últimos tiempos hay alguna preocupación porque allí donde se había superado el tabú de hablar sobre salud mental aparece un exceso de individualismo, de farmacologizar el problema, que sustituye un tratamiento. Tomar algo para dormir, algo para la ansiedad, es un problema.

Decís un exceso de individualismo. ¿Esto está relacionado a cierta ruptura de ámbitos comunitarios donde tratar estas cuestiones?

Sí, está muy directamente relacionado. Es una de las expresiones de la tendencia al individualismo actual, que tiene que ver con las características particulares del neoliberalismo. Lo voy a plantear también en relación a una problemática muy álgida que es la del suicidio adolescente. El suicidio adolescente para los especialistas revela un problema de ese adolescente pero también un problema social, comunitario. Incluso no solo lo revela, también lo provoca. Hay enfoques en casos de suicidio adolescente que tienen que ver con la comunidad: la prevención, no entendida como una forma de evitar el suicidio que ya pasó sino en averiguar qué está pasando en esa comunidad, en ese barrio, en esa escuela o en esa familia. Qué fue lo que llevó a ese adolescente, con su crisis, a no poder elegir otro camino. Lo otro es la posvención, un término que significa actuar después de que ocurrió el hecho. Porque la intensidad traumática del hecho muchas veces genera episodios o situaciones peores o iguales. La familia entra en una crisis, los compañeros de escuela también, puede haber algún tipo de episodio suicida también. La posvención es tomar ese acontecimiento también como un indicador, como una señal de que algo está pasando en esa comunidad. Tratar de ver la dimensión comunitaria de un malestar. Después uno puede ver también la dimensión subjetiva, cómo fue la historia de este adolescente, su infancia.

¿El sistema de salud argentino tiene las herramientas para enfrentar este desafío?

Pasa algo similar a lo que pasa en CONICET, en ámbitos de investigación o de producción científica. Hay muchísima capacidad de recursos humanos pero con dos falencias: falta de presupuesto y mal distribuido. Hay una concentración enorme de profesionales en las grandes urbes y escasez en ciudades o pueblos del interior. Eso es un problema sanitario de la estructura sanitaria de nuestro país, que es un enjambre difícil de caracterizar. A la vez, tenemos una proporción de psicólogos por habitante muy impresionante. Y, además, hay una cultura muy psi, por lo menos en sectores de clase media y clase media baja. Incluso en clase alta. Eso no ocurre en otros países, esta tendencia tan fuerte que liga lo psicológico como un valor para la salud en general. Y es algo muy favorable para una política de salud mental.

¿Uno de los problemas sigue siendo la estigmatización de las enfermedades vinculadas a la salud mental?

Sí, para muchas problemáticas una deuda. La estigmatización no hemos podido resolverla porque es un problema cultural no solo de salud mental. Y ahí se incluye el tema de los medios de comunicación. Los medios tienen una manera muy poco cuidadosa y respetuosa de tratar la subjetividad y respetar la intimidad. Entonces la estigmatización parece ser moneda corriente. Y eso es una preocupación. Porque venía siendo algo que se podía combatir, que se podía reducir. Pero la expansión de todo lo mediático y las redes sociales lo ha complicado en gran medida y ha extendido mucho la estigmatización. Ves actualmente pibes y pibas que son escrachadas con fotos que circulan en las redes. Ahí hay algo que no se ha logrado resolver a nivel cultural y por supuesto desde la salud mental.

Es politólogo de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y director de la agencia de comunicación Monteagudo. Es co editor del sitio Artepolítica. Nació en Olavarría, una metrópoli del centro de la provincia de Buenos Aires. Vio muchas veces Gladiador.