Qué pueden aportar las universidades en la muerte anunciada de Twitter

Si Musk precipitó una crisis, Mastodon puede ser una oportunidad. Sin embargo, hay una pregunta latente: ¿quién modera la discusión digital? Una opción es crear y confiar en la infrasestructura pública.

Twitter está en sus últimos días, o al menos eso parece. Elon Musk, el CEO de Tesla y SpaceX, compró Twitter y emprendió una serie de reformas: entre ellas, habilitar el “tic azul” a cualquier cuenta que pague ocho dólares mensuales y despedir a la mitad de los empleados. El miércoles pasado, Musk mandó un mail a los empleados que quedaban diciéndoles que podían sumarse a su misión de crear la nueva versión de Twitter, o podían renunciar a sus trabajos. No resultó ser muy alentador para Musk ni para los empleados, porque una gran parte dijo que prefería irse.

La noticia llegó rápido a los usuarios de Twitter. Durante la semana pasada, fueron tendencia #RIPTwitter y #GoodbyeTwitter. Los usuarios no parecen estar yéndose(según Musk, está en su récord de usuarios), aunque los anunciantes cada vez le temen más a la inestabilidad de la plataforma y la inversión en publicidad está bajando. Por más que los números suban o bajen, es difícil no escuchar la marcha fúnebre. Además de los hashtags, el New York Times está enseñándole a sus lectores cómo bajar sus datos. Nancy Baym, una de las académicas más importantes de la cultura digital, escribió su elegía a Twitter. Que la plataforma “muera” no significa que un día vayamos a entrar y que no funcione más: como dijo Eugenia Mitchelstein, profesora en la Universidad de San Andrés en elDiarioAr, las plataformas no mueren de un día al otro, sino a través de partidas silenciosas que catalizan un efecto de red. Dicho eso, aunque no sepamos qué va a pasar en el futuro, sí podemos decir que estamos en el momento donde todos decimos que Twitter está muriendo.

Para muchos, esto es un momento de crisis: la infraestructura con la que contábamos para comentar las noticias, compartir memes, y tal vez crear vínculos profesionales podría irse para siempre. Como dijo J. Nathan Matias, profesor en Cornell, esto es un ejemplo de lo que los académicos de estudios de la ciencia y tecnología llaman “inversión infraestructural”. Se trata de los momentos donde nos damos cuenta de que las tecnologías que nos parecían invisibles son sostenidas por ensamblajes de máquinas y personas, y que pueden fallar. Estos momentos son frustrantes (y tal vez un poco graciosos, a juzgar por estos últimos días en Twitter). Pero también son una oportunidad para pensar cómo podemos tener mejores infraestructuras, que se adecúen a nuestros valores y que no fracasen como sus precedentes.

Una de las propuestas más esperanzadoras es la de migrar a Mastodon. Mastodon es una red social con un diseño muy parecido al de Twitter. A diferencia de Twitter, Mastodon no está manejada por una empresa, sino que se trata de un proyecto desarrollado por una organización sin fines de lucro. Es de código abierto, lo que significa que cualquiera puede ver y descargar su código. Otra diferencia clave es que Mastodon funciona a través de una red descentralizada. Cuando nos sumamos podemos elegir a qué servidor unirnos. Todos “conversan” entre sí: aunque nos unamos a un servidor, podemos ver los posteos de los usuarios de otros servidores. El servidor que elijamos va a albergar nuestros posteos, y sus dueños tienen derecho a elegir sus propias reglas sobre qué puede decirse o no en cada servidor, es decir, pueden tomar sus propias decisiones de moderación. El sábado, Mastodon batió su récord con 2 millones de usuarios activos.

Que la moderación de Mastodon sea descentralizada es muy interesante. Especialmente desde que Twitter echó a Trump de su plataforma en 2021, muchas personas nos preguntamos cómo tienen que gobernarse las plataformas digitales en internet. Un enfoque descentralizado puede ayudar a solucionar el problema de la concentración del poder de moderación en pocos actores con poca rendición de cuentas al público. Sin embargo, cuando hablamos de infraestructura descentralizada, cabe preguntarnos: ¿descentralizada en quién?

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Hoy existen más de 7.700 servidores de Mastodon. Hay servidores para todos los gustos. Mastodon.social, uno de los más grandes, es manejado por la ONG que desarrolló la plataforma. Mstdn.ca es otro, “manejado por canadienses para canadienses” y liderado por un voluntario (su nombre es Chad, pero su apellido no es público). Journa.host es un servidor dirigido a periodistas, que funciona como una ONG en Estados Unidos y es financiado por un centro de investigación. Estos servidores, como parte de una red descentralizada, cumplen con el trabajo de sostener la infraestructura técnica del universo (el “fediverso”, usando las palabras del Mastodon) de la plataforma. Y esto es gracias al trabajo de tecnólogos, muchas veces amateurs y aportando su trabajo voluntariamente, que hacen que estas comunidades en red funcionen.

Sin embargo, la gobernanza de estos servidores es un terreno un poco más complejo. Muchas veces, estos servidores funcionan como aristocracias despóticas. Las reglas de conducta de los servidores generalmente son poco más de diez líneas, y su aplicación queda en mano de la discreción de los moderadores. Ellos generalmente moderan los servidores en su tiempo libre y casi siempre de modo voluntario. Cuando se trata de censurar pornografía o palabras prohibidas moderar es fácil. Sin embargo, tarda poco en aparecer preguntas difíciles. ¿Cómo definimos qué es desinformación? ¿O qué es sexismo? ¿O qué es un “llamado a la violencia”, como sucedió con la expulsión de Trump? Plataformas como Facebook, YouTube, Instagram, TikTok o Twitter tienen equipos enormes dedicados a crear las políticas de sus plataformas, generalmente llamados de “trust and safety”. Si nos preocupa que estos equipos tomen decisiones fundamentales sobre nuestra vida cívica, no estamos mucho mejor en manos de un manojo de moderadores amateur.

Para gobernar nuestra esfera pública digital, lo mejor que podemos hacer es mirar a las instituciones que ya tienen experiencia manteniendo infraestructura y creando entornos viables para tener conversaciones. Y las instituciones públicas que mejor hacen eso son las universidades. 

Las universidades son buenas manteniendo infraestructuras que perduran en el tiempo: edificios, y también estructuras organizacionales. Estas estructuras generalmente son eficientes para la toma de decisiones, y también son relativamente democráticas: podemos debatir la decisión que toma una universidad, pero pocas veces dudamos de su legitimidad.

Las universidades también son buenas generando ambientes donde podemos compartir opiniones controversiales sin ser censurados arbitrariamente. Son espacios donde las personas comparten ideas novedosas y donde debaten con otras personas que piensan distinto. Esto no significa que pueda decirse cualquier cosa: por ejemplo, los puntos de vista abiertamente discriminatorios suelen ser censurados también. Lo que diferencia a las universidades es que, a diferencia de otras instituciones, tienen caminos definidos para lidiar con estos conflictos. En caso de que alguien piense que un punto de vista es demasiado problemático para ser compartido libremente puede dirigirse a una serie de códigos de conducta y procesar el reclamo a través de comités de disciplina que requieren que sus procesos sean públicos y transparentes.

Otra gran razón para que las universidades gobiernen nuestra esfera pública digital es que confiamos en ellas. Según las mediciones de Management & Fit en 2020, las universidad son las instituciones más confiadas de Argentina. Esto las hace mucho mejores candidatas para gobernar nuestra esfera pública que las empresas con fines de lucro o que el gobierno. Alguien podría objetar que confiamos en las universidades para que cumplan su rol de cultivar el conocimiento, y no el de moderar nuestros posts. Pero, ¿no son nuestras conversaciones en Twitter intercambios clave para compartir conocimiento en una cultura democrática?

Por ahora, hay al menos dos casos de instancias de Mastodon que funcionan con los recursos de universidades: mit.mastodon.edu, un servidor creado por estudiantes de MIT, y hci.social, fundado y financiado por investigadores de Princeton. Por lo pronto, los servidores son jóvenes y no pasaron por grandes decisiones de gobernanza. Sin embargo, si los problemas aparecen, es probable que terminen siendo resueltos a través de los procedimientos que la universidad ya tiene para tratar conflictos relacionados a la libertad de expresión. Por ejemplo, universidades en Estados Unidos ya son el foco de debates en torno de qué es un discurso de odio. No debería sorprendernos que las políticas de moderación de los servidores sean una extensión de estas definiciones.

Aunque estos ejemplos sean de Estados Unidos, no hay razones para que Argentina llegue muy tarde a esto. Que las universidades argentinas sostengan la infraestructura para nuestra esfera pública puede parecer utópico, pero tenemos un precedente importante: antes de que llegaran Hotmail y Yahoo, las primeras cuentas de e-mail de Argentina existieron gracias al Departamento de Computación de la Universidad de Buenos Aires. Entonces, no debería parecernos tan extraño que la UBA o cualquier universidad pública o privada de nuestro país participe activamente de construir la tecnología para sostener nuestras discusiones públicas. Una manera de poner esto en marcha podría ser que las universidades creen sus propios servidores de Mastodon que se rijan a través de las reglas de convivencia y debate de las universidades, del mismo modo que tienen servidores de e-mail. Pero también podría reflejarse en un compromiso activo por ser parte de estos debates y del desarrollo de estas tecnologías: por ejemplo, que los departamentos de comunicación, de ciencia política y de ciencias de la computación trabajen juntos para pensar nuevas maneras de intercambiar ideas en red, inspirados por los ideales democráticos que sostienen a las universidades.

La infraestructura de la esfera pública es demasiado importante para dejarla en manos de empresarios en Estados Unidos o de voluntarios con buenas intenciones. Lo mejor que podemos hacer es delegar esta atribución en las instituciones que ya conocemos y en las que ya confiamos. Las universidades son una institución ideal para crear espacios que perduren en el tiempo y donde podamos compartir nuestras opiniones constructivamente.

Estudiante doctoral en Comunicación en Stanford, investigador afiliado en el MIT Civic Design Initiative.