Postales de Mundial: las brazadas de Godín

Perfil del defensor crack uruguayo que va por su cuarta Copa del Mundo.

Hola, ¿cómo estamos?

Una brazada. Por un problema en la respiración lo llevaron al foniatra. Sacaba y metía el aire por la boca. Le recomendaron nadar. Cumplía seis años y lo invitaron a competir. En Colegiales. Ganó carreras. Rompió un récord en aguas abiertas. Participó de carreras hasta que a los 14 años lo absorbió el fútbol. Diego Godín cree que no nació con un espíritu competitivo sino que el agua se lo gestó. Quienes nadan bien proponen que la clave es que cada movimiento se despliegue lo máximo posible. Tanto como un cuerpo de hombros expandidos, cabeza estirada y goles de cabeza para épicas extraordinarias.

Otra brazada. Es el pasillo del Camp Nou. Solo 6 mil visitantes. Hace dieciocho años que el Atlético Madrid no conquista la Liga. Es de día, Barcelona está ganando, hay un centro y la empuja. El empate consagra al equipo de Diego Simeone. Todo es emoción. Por el pasillo, camino al vestuario, una cámara sigue al defensor goleador y le pregunta qué le pasa por la cabeza: “Ahora comprendo lo que debe haber sentido Ghiggia cuando hizo el gol en el Maracaná”. En el 1950, en Brasil, aquel delantero uruguayo marcó el gol para la victoria más épica de la historia de la pelota. “En Uruguay, se nace con la idea del Maracanazo en la cabeza”, explicará más tarde. Algunos teóricos de la historia vecina, como el Bigote López de Villa Española, plantea que es tan grande aquel relato que se convirtió en una maldición. La maldición de la utopía. Godín sabe que conquistó un imposible.

Otra brazada. El arroyo Colla burbujea en Rosario. Un pueblo oriental homónimo a la ciudad santafesina. Con diez mil habitantes y una división marcada entre obreros y ganaderos. Godín entregaba sus tardes a la mancha india. Contar, tomar distancia, correr y a quien tocan la queda. Allí aprendió a marcar. Su padre todavía asegura que es difícil hallar en los archivos quites grandilocuentes de su hijo. “Es verdad, yo prefiero siempre estar bien ubicado. Defender en el fútbol se basa en la distancia que hay entre vos y tu arco”, justifica.

Una brazada más. Transcurría las inferiores en Defensor Sporting. Decidieron dejarlo libre. Su posición era de delantero y no rendía demasiado. Tampoco de enganche. Le dieron la noticia y se le cruzaron dos pensamientos: “Por un lado, no quería decepcionar a mi familia, pero por otro lado dejaba Montevideo y volvía a mi casa, que la extrañaba”. Regresó con la cabeza en estudiar. Su papá laburaba en un taller. Una tarde, arreglaba una máquina en una panadería cuando se enteró de que entre las harinas había un contacto en el club Cerro. Lo convocaron a una prueba. Otra vez, a la capital. La pelota estaba picando y no había decisión. Su viejo apretó al entrenador: “Mire, lo fichan o se vuelve a casa porque en quince días debe comenzar el Liceo”. Pagaron 840 pesos por su carnet. Entró como volante central hasta que faltó el defensor central. Había aterrizado a su quinta.

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Otra brazada más. Cerro peleaba el descenso. Iba por su cuarta temporada profesional. Los diarios ya lo destacaban. Arribó una carta de citación a la Selección. Ponerse la Celeste era su sueño. Todavía no había llegado el Maestro Tabárez al puesto. El técnico era Gustavo Ferrín. El duelo sería contra Inglaterra, pero él encaró a su director técnico. Pidió permiso. Le dolía abandonar sus colores por algunos partidos. Más en semejante situación extrema. El 1 de marzo de 2006, en Anfield, Liverpool, se plantó delante del rival en el que jugaban Steven Gerrard, David Beckham y Wayne Rooney. Su primera vez con el manto de la Patria o la Tumba culminaría con la tristeza de un grito a los 93 de Joe Cole. Él, sin embargo, lo sabía. Había jugado un partidazo y se quedaría.

Una brazada. En el Monumental, ruge el deseo de todos los uruguayos del mundo. Es 2011 y la final de la Copa América se vuelca indiscutiblemente para los del Maestro. Es un 3–0, en los pies de Luis Suárez y de Diego Forlán, contra el Paraguay del Tata Martino. El reloj marca el minuto 88 y no adicionarán mucho. Godín ingresa en lugar de Sebastián Coates. Toda la competición le tocó ser suplente. Agradece. Es que arribó con un desgarro en los aductores y Tabárez lo bancó. Cuando se recuperó, se pescó unas anginas que lo tumbaron de fiebre. Aun así, no lo desafectaron. “Fue todo un gesto de su parte”, advierte el central que culminó siendo capitán. Siempre lo trató de usted al entrenador. En la despedida, le escribió: “Nos hizo sentir a la Selección como lo que es y siempre lo dice: lo más importante dentro de lo menos importante”.

Otra brazada. Triste. Porque percibe que las piernas no le dan más. Tampoco a sus compañeros. Y a los rivales, sí. Con una incógnita que excede a lo estrictamente anatómico: ¿por qué al Real Madrid le dan piernas cuando a los otros no? Vencían 1–0 hasta que el reloj cantó 93. Sólo pensaba en que el tiempo se agotaba. Que no es lo mismo que terminarse: “Tuvimos que jugar cinco más del añadido. En el fútbol, un minuto puede ser mucho y este fue el caso”. El Aleti del Cholo había conquistado la Liga y se encontraba en una final única contra sus enemigos de toda la vida. Todavía Alemania no había campeonado en el Maracaná, Toni Kroos redondeaba una enorme temporada en el Bayern Munich, entonces al córner le pegaba Luka Modric. Godín intuía que la pelota se dispararía hacia la sien de su marca. El problema con los cracks es que, a veces, aunque se sepa, no se los logra frenar. Sergio Ramos impactó la bocha. 1–1. En el suplementario, no germinaron argumentos. Los de Simeone perdieron la final de la Champions League. El 24 de mayo de 2014.

Una brazada más. Un trompo en el aire. El 24 de junio. Centro de Gastón Ramírez. Godín toma distancia para alzar vuelo. El italiano Leonardo Bonucci cuida la zona donde impactará el uruguayo. Es la última fecha de un grupo imposible: Costa Rica, Inglaterra, Italia y Uruguay. Con un detalle: los centroamericanos sorprenden al planeta y ya están clasificados. El partido será recordado porque Luis Suárez aplicó canibalismo a Giorgio Chiellini y le dejó sangrando el hombro. Va el minuto 81. El partido se muere en empate hasta que apareció él. “Es uno de los goles más lindos de mi carrera”, resumirá el defensor, tiempo más tarde. El capitán le gana a todos, se estira la camiseta, salta un cartel, besa el escudo.

Anteúltima brazada. Los octavos de final estrujan el Monumental. El VAR hace chanchadas. El griterío incomoda. El Cacique Medina lo manda a la cancha. Necesita sustancia. Aunque esa jerarquía termine en un cruce casi penal. La Libertadores, como toda eliminación directa, es un juego en el que ser fuerte en las áreas define muchísimo. Juanfer intenta picar un pase y el cuerpo de natación se estira, firme, para impedirlo. Godín se luce en Vélez para ganar ritmo para el Mundial. O más, ¿no?

Godín, nadador en el tiempo, 36 años, lleva seis Copas América y tres del mundo flotando en los colores de Uruguay. El de Catar será su cuarto Mundial. Con 157 partidos, es el ser que más veces vistió la Celeste. Hasta ahora, Pedro Rocha era el futbolista que más mundiales había disputado en la Banda Oriental. En noviembre, si todo marcha como parece, lo alcanzarán Luis Suárez, Fernando Muslera, Edinson Cavani, Martín Cáceres y, claro, el prócer de este relato.

Pizza post cancha:

Hoy se cumple un aniversario del primer Maracanazo -el segundo, ya se sabe, es el pase de Rodrigo De Paul a Ángel Di María-. Uruguay ganó una final contra Brasil en el Mundial de 1950, en un contexto imposible. Aquí van opciones para recordarlo.

  • Osvaldo Soriano escribió un texto hermosísimo que se llama El reposo del centrojás. Habla de Obdulio Varela, mito de aquel equipo, y su percepción de la tristeza de los brasileños. Una pieza increíble.
  • Eduardo Sacheri y su Una sonrisa exactamente así es una preciosura. En un bar, en una cita fortuita, la crónica de aquel partidazo. Honestamente, es mi cuento favorito de él.
  • Eduardo Galeano y una narración sobre el Maracanazo. Un hermoso material de DeportTV.

Esto fue todo.

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PD: Este newsletter está dedicado al mítico Leo Coria. Crack del fútbol amateur, ganador de muchos títulos, orgullo de Timoteo. El día de su retiro, sus compañeros se pasaron el día recordando sus grandes partidos y emocionándose por una nostalgia gloriosa. Es decir, logró salir campeón del mundo.

Abrazo grande,

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.