¿Por qué miramos a Merkel?

En el día de la amistad argentino-alemana, algunas lecciones que provienen de la Canciller.

Un ejercicio bastante trillado, pero aún entretenido y revelador, es la elección de dirigentes o modelos de sociedad en el extranjero. Argentina es un país con una realidad particular y movimientos políticos que también lo son, pero aún así, preguntar a alguien sobre sus modelos y dirigentes suele ser revelador. Por decir una tontería, es fácil saber qué piensa sobre casi cualquier tema de actualidad alguien que responde que su norte es Cuba u otro que envidia a Brasil o los Estados Unidos sus últimas selecciones de presidentes.

En ese ejercicio, una referencia que no se identifica con las coordenadas ideológicas de quien escribe y a la que casi seguro no votaría si fuera ciudadano de su país es la alemana Angela Merkel. Una dirigente de centro derecha, preocupada primordialmente por el equilibrio presupuestario, que resistió cuanto pudo al matrimonio igualitario y que, en general, impulsó una agenda más favorable al capital que al trabajo. ¿Y entonces? ¿Por qué Angela Merkel? Porque ninguno de los principales dirigentes occidentales ha combinado como la alemana, a la vez, firmeza en los principios con flexibilidad en la instrumentación de la política con un éxito que atestiguan sus quince años de continuidad. 

En 2005, la Merkel candidata daba otra impresión. Ante un Gerhard Schroeder desgastado, partió de una posición confortable de liderazgo sobre la socialdemocracia gobernante para terminar imponiéndose al final en una elección muy ajustada, en la que fue perdiendo apoyos por presentar una plataforma económicamente liberal con tintes bastante extremos. Uno de sus gurúes económicos proponía eliminar cualquier tributación a los ingresos (de tipo progresiva) y reemplazarla por un solo, grande y abarcativo impuesto al consumo, junto a un gran plan de recortes del gasto público. Sería un gran aprendizaje para la primera Canciller mujer y la primera nativa de la vieja república comunista de la parte oriental.

Desde aquella primera victoria, y lejos de aquel perfil ideológico que esbozó en la campaña, Angela Merkel gobernó con pragmatismo y, en tres de cuatro mandatos, lo hizo en coalición con los socialdemócratas, el otro gran partido histórico y su principal rival electoral. En aquellos años, Alemania pasó del estancamiento al crecimiento, el desempleo se ubicó por debajo del 5% y tuvo superávits gemelos, fiscal y comercial, en todos los años, a excepción de este último, cuando la pandemia obligó a no reparar en gastos para compensar las pérdidas por la movilidad restringida -donde Alemania se destacó, una vez más, por sus buenos resultados sanitarios y los indicadores de recuperación económica señalan que lo hará mejor y más rápido que sus vecinos.

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Si Angela Merkel no tuvo dudas de ir hacia el centro -y a veces, incluso, a la centroizquierda- a buscar gobernabilidad y resultados, no fue por falta de principios sino porque, descontada la economía de mercado, los más importantes de ellos no se relacionaban con cuestiones de coyuntura económica. 

Sus gobiernos fueron convencidamente europeístas aún en tiempos de crisis europeas. Las  recetas de austeridad con las que enfrentó la crisis en los países del sur, al inicio de la década, merecen enormes cuestionamientos. Sin embargo, a la luz de los resultados, cumplieron un objetivo del que muchos analistas dudaban incluso como posible. Mantuvieron dentro del euro, y dentro de la respuesta común, tanto a los países ricos del norte, que debieron destinar recursos de sus presupuestos a los salvatajes, como a los exigidos países del sur. ¿Había fórmulas mejores? Casi con seguridad, aunque la mejoría se hubiera notado en los países del sur y no en una Alemania donde las mayorías estaban en contra de rescatar a los socios «pródigos». Diez años después, ante una crisis aún más profunda, junto al presidente francés, Emmanuel Macron, lideraron una respuesta europea a la pandemia que movilizará recursos comunes que superarán holgadamente el billón y medio de euros. Una vez más, no hay destino para Alemania fuera de la región.

El otro gran principio de su gestión se vincula al significado de la democracia liberal y los valores que le son intrínsecos. Merkel rechazó seguir el camino de los líderes de centroderecha en España, Austria, Noruega o Finlandia que, para gobernar, cavaron trincheras con la ultraderecha xenófoba y, por el contrario, sus trincheras se cavaron en contra de aquellos. Cuando un líder provincial de su partido aceptó llegar al gobierno regional con los votos de Alternativa por Alemania, Merkel intervino públicamente para revertir la decisión, aunque aquello significara que su partido quedara fuera del gobierno regional, que pasaría a manos de Die Linke, el partido de los herederos del comunismo. Incluso estos gestos palidecen ante la decisión de  permitir la llegada de cerca de un millón de refugiados que pudieron dejar atrás la matanza siria y establecerse en Alemania, aún frente al rechazo de la mayoría de sus votantes.

Por último, bajo el liderazgo de Merkel los alemanes pudieron impulsar sus intereses nacionales sin renunciar a sus alineamientos. Con la mirada política estratégica puesta en el seno de Europa -y enmarcada para su defensa en la OTAN- pudo consolidar una relación pragmática y mutuamente beneficiosa con Rusia, y expandir enormemente las relaciones económicas con China. Habrá que decir, al pasar, que Alemania también sería el principal beneficiario del acuerdo comercial con el Mercosur si este fuera a ratificarse. Desde esa Alemania, que establece relaciones comerciales con todo el mundo, ha venido desarrollado, de manera consistente, medidas estatales de política industrial, nacionales y europeas, y de acompañamiento, promoción y preservación de las empresas alemanas.

Interés nacional, integración regional, liberalismo democrático y un pragmatismo que privilegia la interlocución con los rivales políticos que son, a su vez, socios en la preservación de los valores sistémicos fundamentales. 

El volumen político de Merkel es incluso más importante que la coincidencia o la falta de ella con su rumbo ideológico. Ese volumen político, de preocupante ausencia hoy en Argentina, hace que su proyecto tenga una racionalidad y capacidad de instrumentación que es digna de atención. Su autoridad es performativa.

Imágenes como las del Presidente anunciando el inicio de la cuarentena, el ministro Martín Guzmán presentando la primera oferta a los acreedores, Máximo Kirchner y su elección de no responder a ataques personales u Horacio Rodríguez Larreta respondiendo a la quita de la coparticipación muestran que la deriva irracional que está tomando la Argentina no es el único camino posible.

Soy director de un medio que pensé para leer a los periodistas que escriben en él. Mis momentos preferidos son los cierres de listas, el día de las elecciones y las finales en Madrid. Además de River, podría tener un tatuaje de Messi y el Indio, pero no me gustan los tatuajes. Me hubiera encantado ser diplomático. Los de Internacionales dicen que soy un conservador popular.