¿Por qué Gago fue tan bueno?

Testimonios e historias del crack que se retiró.

Hola, ¿cómo estamos?

Este newsletter es un homenaje. 

Al fútbol.

Porque Gago fue el fútbol: no sólo en su mejor expresión, sino en su condición espontánea. 

Una representación de cómo la tecnología le compite al ser humano: los pases que él daba ya en infantiles eliminando seis rivales hoy, quizás, un cuerpo técnico los analiza con registros de diez videos y mil prácticas encima. 

En Cenital nos importa que entiendas. Por eso nos propusimos contar de manera sencilla una realidad compleja. Si te gusta lo que hacemos, ayudanos a seguir. Sumate a nuestro círculo de Mejores amigos.

Este correo busca ser un legado: que quede escrito, en algún lugar, por qué recordamos tanto a un futbolista. 

Ojalá te deje manija y te vayas a YouTube a buscar jugadas y pases y pisadas de este crack.

¿Por qué Gago fue tan bueno?

Fernando Gago estaba monosilábico. El Real Madrid se encaminaba a ganar la Liga y Fabio Capello había pedido que le trajeran al 5 de 21 años que entre Boca y la Selección sub 20 había deslumbrado al planeta. El entrenador italiano había movido su estilo sobrio y empezaba a salir desde abajo, a los toques, por la nueva pieza del rompecabezas. Fueron 27 millones de dólares y caer a un vestuario galáctico atravesado por el reality show del producto Beckham. Su mirada y sus palabras eran un frontón: “Yo juego en todas las canchas igual, no me molesta. Juegue en el equipo en que juegue voy a seguir defendiendo mi idea futbolística, que es siempre involucrarme en la creación del juego”. Parido en el Club Parque, pero diestro, desde niño llevó el manto de ser el heredero de Fernando Redondo. Mismo nombre, misma cuna, mismo pelo y una manera de ejercer el fútbol como si fuera arte. Años antes, en mayo de 2005, el periodista español Santiago Segurola había escrito: “Guardiola ha vuelto. Tiene 19 años. Viste la casaca de Boca. Es un clon inesperado. Se llama Fernando Gago”. El Santiago Bernabeu, al que Gago definió como algo tan alto que mirás para arriba y no termina nunca, recibía a un crack argentino con seis títulos en la espalda. En esas primeras entrevistas que daba en Madrid denostaba una palabra que muchos años después se usaría para definir lo heroico de sus últimos años de carrera: “No tuve ni tengo nervios. Me gusta esa presión. Bah, si se le puede decir presión. O sacrificio, como dicen algunos. Cómo va a ser un sacrificio jugar a la pelota. Sacrificio es el que se levanta a las 4 de la mañana. Esto es algo lindo”. 

El dolor ajeno es una droga que nos atrapa y el cuerpo de Gago nos perforó hasta los huesos de tal manera que nos enamoramos de su resiliencia. Es imposible no sentir un respeto y una admiración profunda por ese tipo que protagonizó el rato, en el césped de La Bombonera, en Argentina contra Perú, en la agonía por clasificar a un Mundial, en que con el ligamento cruzado roto le rogó al médico Daniel Martínez que lo dejara entrar y al kinesiólogo Luis García que la atara la pierna para seguir jugando. Uf. 

Reducir la historia de Gago a ser el hombre que siempre volvió es injusto. Queda afuera de eso su clase y su intención. Porque, como le respondió a Sebastián Varela del Río en Enganche, si tuviera que cambiar algo en su carrera no serían las lesiones, sino la final del Mundial perdida en 2014. Este newsletter se propone pensar por qué Gago fue tan tremendo jugador.

Ever Banega se pasó las inferiores en Boca mirándole los movimientos a Gago. Desde Riyadh, donde queda el Al-Shabab, su nuevo club, se toma un día para pensar y escribe su hipótesis en su celular: 

“Fernando fue bueno porque creía en sus características futbolísticas. No olvidemos lo que cambió el 5 clásico de Boca. El huevo huevo por el ser el primer creador de juego y, a la vez, defender con la pelota en sus pies. Tiene un pase que a muy pocos se lo he visto. Pensaba unos segundo antes que los demás y, antes de recibir, siempre estaba bien perfilado para dar el pase. Sabía a quién dárselo. Buscaba la mejor opción siempre y no regalaba los pases por regalar. Le daba sentido al juego. Cuando tenía que verticalizar lo hacía y cuando el partido necesitaba pausa, también”. 

Fue contracultural. Se ganó aplausos como bailarín en la tierra de los obreros. Rattín, Passucci, Suñé, Giunta, Serna y Cascini eran -quizás lo siguen siendo- el ideal de belleza de lo que debía ser un volante central. La bibliografía histórica xeneize habla de la magia de Ernesto Lazzatti en las décadas del treinta y del cuarenta, en la misma posición, titular durante 14 años, sin ninguna expulsión. Un paréntesis lo marca Claudio Marangoni que llegó a Boca en 1988, tras romperla en el mediocampo rojo con Giusti y con Bochini. Cuando apareció Gago, decía: “Es un hacedor de juego. Entiende el fútbol de manera asombrosa, tiene agresividad mental, panorama muy ofensivo y vertical. Hay cosas que le veo parecidas a mí”. No mucho más. Después, Banega. Pero su ídolo ya había convencido a la tribuna de que se puede gritar «ole» además de «uh». 

Emiliano Armenteros fue campeón con Gago del Mundial sub 20 de 2005. Lo padeció como rival cada vez que se cruzaban la categoría 86 de Banfield y la de Boca. “Desde chico, ya se hablaba de él. Enfrentarlo era una locura. Antes de que le llegara la pelota, él, siendo pibe, ya sabía qué iba a hacer. Siempre llegabas tarde. Ese pase que tanto se le pide en el fútbol al central o al volante él lo tenía. Lo veías y hasta parecía fácil eso de poner la pelota a la espalda de los mediocampistas rivales con los tuyos mirando de frente. En ese Mundial, justamente, tenía una facilidad enorme para encontrar a Messi. Yo lo resumo como un especialista, en la historia del fútbol, en encontrar ese pase”.

Ese pase tiene una razón de ser. Hay un por qué y lo tiene Leandro Díaz, segundo entrenador de Eduardo Domínguez en Colón, compañero de Gago desde preinfantiles en Parque, en Argentinos Juniors y en Boca: “Si hay algo que hay que reconocer del pibe de 9 y del pibe de 34 es que siempre quiso ganar a todo. Eso lo trasladó a su juego. Otro volante central toca para los costados y juega seguro. Él no: su primera opción siempre es romper línea. Es su aporte para lastimar. No era un gran finalizador, entonces su forma de dañar era con un pase vertical. Con la virtud de siempre verlo antes”.

Gago jugó con Messi y con Cristiano Ronaldo. Es un palmar más que se suma a haber jugado la final de un Mundial, la final de una Libertadores, la final de dos Copa América, haber ganado una medalla de oro en los Juegos Olímpicos 2008, una Copa Sudamericana, siete campeonatos en Argentina, una Copa del Rey, una Supercopa Española y dos Ligas españolas. Su relación con el 10 del Barcelona, más allá de una amistad, tiene ese feeling natural de dos jugadores que se entienden. Así lo explicaba Gago: «Son muchos años de amistad y de jugar al fútbol. Compartimos la forma de ver el fútbol y eso me permitió entenderlo. Si él estaba parado en mitad de cancha, era porque no estaba cómodo. Sabía que no había que dársela. Si estaba parado era porque estaba buscando el espacio y necesitaba de dos pases más para generar movimientos. Siempre dije que no había que darle la pelota en todo momento y menos con una marca escalonada. Es más fácil en el uno contra uno. Yo trataba de buscarle el espacio para que él pudiera controlar y girar. El pase tenía que ser cien por ciento preciso porque tal vez había tres o cuatro tipos al lado. A veces me salía, a veces no. Pero se me hacía fácil entenderlo».

Ver y ejecutar. La misma situación le ocurría con Tevez en Boca. La circunstancia repetía su estrategia cuando estaban estas barajas: “Siempre digo que a los mejores hay que buscarlos la mayor cantidad de veces posibles. Hay que tratar de darles la ventaja con una posesión de pelota para que ellos puedan desequilibrar. En este caso, trato de que Carlos reciba en campo abierto. Mi radar está puesto ahí. Es la primera opción. Pero no puede pasar en todas las jugadas porque sino no habría sorpresa. Pero si Carlos se lleva dos o tres marcas, lógicamente quedarán dos jugadores libres. Eso también hay que aprovecharlo. Con Leo es lo mismo”, reflexionó hace años con Olé.

Gago sostuvo una carrera maratónica en la que prevaleció el entendimiento del juego. Aunque de pibe llegaba a Parque con la camiseta número 10 del Real Madrid, nunca le gustó jugar de enganche. Le fastidiaba la cancha de espaldas. Cuando debutó, en 2004, con el Chino Benítez como entrenador, jugaba de único volante central. En el medio, debió pelear contra el avance galopante de la ideología del doble cinco. “No es que no me guste, pero es difícil encontrar una pareja ideal. Yo siempre digo que donde más me gusta es de cinco. Jugué toda mi vida ahí. El fútbol actual tiene nuevos puestos y hay que adaptarse a lo que pide el entrenador”, reflexionaba hace años. La extinción del enganche lo llevó a posicionarse algo más adelantado. Al punto de que Alejandro Sabella en la Selección llegó a declarar: “El que tiene mejor manejo de pelota del equipo es Gago. Cuanto más pase por él, es mejor para nosotros”.

 Más allá del escenario que le tocara, Gago derrochaba inteligencia para entender qué hacer. Cuando el Real Madrid empezó a salir jugando, le preguntaron si lo había hablado con el entrenador y aseguró que no. Sorprendió a todos: “Capello no tiene que decir nada para que yo me dé cuenta. ¿A Basile cómo le gusta jugar? Por abajo. ¿Lo ha dicho? No. ¿Lo conocemos? Sí. Y a Capello también”.

“Siempre sentí que había que jugar como jugaba en la puerta de mi casa”. Gago nació en Ciudadela y la vida lo llevó por los mejores estadios del mundo. Exhibió, junto a Javier Mascherano, las credenciales del mejor 5 del país durante los últimos quince años. Sus últimos tiempos, atravesados por las lesiones y las recuperaciones, dejarán una narrativa que relatará una parte de él. La otra, la del crack, está en todos los partidos que jugó, en los hermosos pases que nos regaló y en una particular manera que tiene Francisco Ortega, volante izquierdo de Vélez, 21 años, quien compartió los últimos entrenamientos, de definir lo que aprendió: Los pases. Se escucha distinto cuando da un pase él. Además de que sabe esconder muy bien adónde va a jugar, porque todos vemos un pase, él también, pero usa ese que veíamos todos para meter el pase que veía él y nosotros no”.  

Materiales indispensables sobre Gago

  • Su charla con Juan Pablo Varsky, en este genial podcast.
  • Resiliencia es el cuento que Gago publicó en Pelota de Papel 2. El prólogo de Pablo Lisotto es una perla.
  • Partidazo de Gago contra el Barcelona, en la temporada 2008/2009.
  • Juan Pablo Sorín también salió de Parque. Hace unos días, tuvieron un diálogo en Instagram que estuvo muy bueno.
  • El escritor Tomás Schuliaquer tuvo las mismas lesiones que Gago. Escribió algo muy lindo. Aquí está leído.

Pizza post cancha

  • El maestro Eduardo Quintana sacó una nueva antología de cuentos. Corazón futbolero lo consiguen acá.
  • La serie Carmel de Netflix relata las hipótesis del asesinato de María Marta García Belsunce. Una de las versiones del caso asegura que Carlos Carrascosa vio ese día River-Boca. Lo que hizo el Chelo Delgado ese día fue mágico. Acá un resumen de aquel encuentro.
  • La sanjuanina Carola Ochoa reconstruyó la nómina de rugbiers desaparecidos durante la última dictadura. Es un trabajo monumental. El sábado 7, de manera virtual, convocó como cada año a un homenaje que siempre conmueve. Acá un material que lo explica. 
  • En nuestro continente, un entrenador de fútbol dura un promedio de 29,1 partidos. Laburazo de Nico Rotnitzky.

Esto fue todo.

Ya lo sabés: tu apoyo es indispensable.

Abrazo grande,

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.