Pensar en verde: la obsesión argentina con el dólar

¿De dónde viene esta idea fija? Los vaivenes de nuestra economía, el “riesgo cambiario” y la importancia del regreso del crédito hipotecario.

Nuestras recurrentes crisis económicas nos han llevado a abandonar el peso como moneda en el mercado de bienes durables. Esto no es nuevo: es algo que venimos experimentando desde la década del setenta.

El impacto en el mercado inmobiliario, antes en el de compra de nuevas unidades y ahora también en el de alquileres, representa un escenario muy complejo para quienes deben satisfacer sus necesidades de vivienda en Argentina.

¿De dónde viene la obsesión?

La obsesión de los argentinos con el dólar viene de una sucesión de fracasos económicos por los que hemos pasado. De la alta inflación, las dos hiperinflaciones (1989 y 1990), el corralito de depósitos en dólares y posterior pesificación a un tipo de cambio menor al de mercado, a los defaults de deuda, los cepos cambiarios, la intervención del INDEC y también los saltos del tipo de cambio. 

La moneda tiene tres funciones: 1) unidad de cuenta, 2) medio de pago y 3) reserva de valor. El peso no cumple con la función de preservar el poder adquisitivo en el tiempo, por la sucesión de eventos que tuvieron lugar en la historia económica de los últimos 50 años. Esto hace que los argentinos tendamos a ahorrar en dólares.

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Si hacemos el ejercicio de ver qué hubiera pasado si depositamos pesos (equivalente a un dólar de 1991) en un plazo fijo, encontraríamos que luego de 30 años hubiera resultado más rentable ahorrar en dólares. Es decir, los datos avalan esta creencia de que es mejor ahorrar en dólares.

Rentabilidad del plazo fijo de 30 y 59 días en pesos y su comparación con mantener el ahorro en dólares. Fuente: Fundar

En el caso de las propiedades, comienzan a listarse en dólares a partir del Rodrigazo, a mediados de los setenta, como una manera de organizar el mercado inmobiliario en un momento en que la inflación subía por encima del 300% anual.

¿Por qué se dice que vivimos en una economía bimonetaria?

Porque cobramos y transaccionamos en pesos la mayoría de los bienes y servicios, pero ahorramos y transaccionamos los bienes más caros (inmuebles, autos) en dólares. Recientemente se suman también algunos otros como los alquileres. Si en una economía los precios de los vehículos y las viviendas están denominados en moneda local, quien ahorre probablemente lo haga en activos en moneda local. En cambio, si los precios de esos bienes están denominados en dólares va a inclinarse por activos en dólares, para no exponerse al riesgo cambiario.

¿Qué impacto tiene eso sobre aquellos que cobramos en pesos? El bimonetarismo refuerza la demanda de dólares, lo que en contextos como el actual termina presionando sobre el tipo de cambio, incluso aunque exista el cepo. 

En Argentina en el último tiempo se ha verificado que el traslado a precios de una devaluación es muy elevado, lo que implica que aumentan los precios al mismo ritmo que se mueve el valor del dólar. Es decir, tu sueldo, que en el mejor de los casos va a tener una actualización igual a los precios unos meses después, se vuelve más bajo no sólo medido en dólares, sino también en todos los bienes y servicios que comprás regularmente. 

Según un informe de Reporte Inmobiliario, para comprar un departamento en abril de este año, una persona con un salario medio demoraba entre 13 años y medio y dos décadas, según el tamaño y las características del inmueble.(dos ambientes de 40 m2 a 3 ambientes de 60 m3, respectivamente). El informe indica que serían necesarios entre 160 y 240 salarios enteros medios para poder llegar a cumplir el sueño de la casa propia. 

Dado el estado preocupante de la situación habitacional, recrear el crédito hipotecario se vuelve un desafío importantísimo para el próximo gobierno.

Dolarizar, esa es la cuestión

La dolarización no resuelve el problema. En principio, dolarizar hoy no sería una posibilidad viable ni deseable. No sería viable porque hoy no están los dólares para dolarizar a un tipo de cambio razonable sin un gran endeudamiento en dólares (o un gran salto en precios), y no sería deseable porque al dolarizar perdés grados de libertad a la hora de hacer política económica, esto quiere decir que no podés usar al tipo de cambio para absorber shocks externos, tal como sucedió en los noventa durante la convertibilidad con un tipo de cambio fijo.

Allí, una sucesión de hechos externos -Efecto Tequila, devaluaciones fuertes de Brasil- fue apreciando la moneda y profundizando el desbalance de pagos, tanto por el balance comercial (que abarató los bienes importados y encareció los exportados) como por el desbalance de capital (con una importante salida de dólares por el riesgo de default en un contexto de situación fiscal que nunca se logró acomodar). Todo esto terminó con una salida muy desordenada y cara en términos sociales que seguimos pagando hasta el día de hoy. Es decir que sería muy costosa la entrada y la salida.

Lo que necesitamos es un plan que baje la inflación y que sea permanente y creíble en el tiempo. Para eso es necesario llegar a mínimos acuerdos políticos. Es un tema de consensos, de continuidad de políticas, de tener políticas de Estado y no de gobiernos, de reglas claras y ponernos de acuerdo en cuestiones básicas: qué estructura productiva queremos, qué estructura tributaria necesitamos, qué tipo de gasto queremos tener o qué servicios sociales queremos cubrir y cómo hacemos para no gastar más de lo que ingresa, al menos durante la mayor parte de los años. 

Si contamos con algunas décadas de estabilidad que nos permitan olvidar las cinco décadas pasadas, de seguro que tendremos un peso fortalecido. Si la mayoría de los países de Latinoamérica pudieron bajar la inflación y mejorar sus balances fiscales, ¿por qué nosotros no?


Esta nota es parte de un dossier con varios artículos que dan cuenta de las razones y posibles soluciones a la crisis de alquileres en Argentina. Se llama No digan cómo vivo y podés leer su introducción acá.


Coordinadora del Área Economía de Fundar y licenciada en Economía con un posgrado en Economía por la UBA.