Nuestra vida no hubiera sido igual sin Mascherano

Cómo se gestó el único ser humano que jugó cuatro Mundiales para Argentina. Sus primeros pasos. Opinan Leo Astrada, Chacho Coudet, Hugo Tocalli, Fernando Cavenaghi y más.

Hola, ¿cómo estamos?

Esta es la historia del único ser humano que jugó cuatro Mundiales para Argentina. Según las estadísticas, hay otros dos, Diego Maradona y Lionel Messi, aunque es difícil asumirlos como parte de esta galaxia.

Es el relato de un pedazo del recorrido de un argentino que se ubicó en el Everest del deporte, siendo parte del mejor equipo de la historia, calzándose la casaca del Barcelona en 334 partidos. Luego de jugar más de cien en el Liverpool. 

Es un modo de homenaje a un futbolista que durante quince años no pasó uno sin vestirse de Selección, ganando dos medallas de oro en los Juegos Olímpicos, y perdiendo cinco finales -una de Mundial, cuatro de Copa América- dejando una enseñanza que obliga a otro ejercicio de revisionismo histórico: nunca hay que abandonar.

Para la posteridad, quedará grabado el 9 de julio de 2014 como el día en que agarró a Sergio Romero y, antes de los penales, en la semifinal contra Holanda, le gritó: “Hoy te convertís en héroe”. La misma tarde en que le hizo un cierre a Robben de personaje de Marvel. Aun así, siempre hubo una imagen que me impactó más. Ahí y cada vez que la pienso.

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La última final, la del 2016, en Nueva Jersey, en la segunda Copa América perdida con Chile, la tanda de penales comenzó en los pies de Arturo Vidal, al que Chiquito le atajó. Fue Messi, la tiró a la tribuna, metió su cabeza adentro de la camiseta, comenzó a llorar y la inmensidad de cemento se enmudeció. Hasta los rivales parecían desconcertados. No podía ser tan mala la mala suerte. Avanzó Nicolás Castillo y acertó. Era difícil seguir compitiendo mientras nuestro 10 seguía lamentándose, como si la final -y el mundo- se hubiera despedazado.

En toda su carrera, que incluye más de 750 partidos disputados, apenas metió 9 goles. El arco rival nunca fue su fuerte. En la congoja de esta noche, cuando nadie miraba hacia ahí, agarró la pelota, fue caminando, la apoyó en el punto del penal, olvidó el ruido, tomó distancia y le rompió el arco a su amigo Claudio Bravo. Después perdimos, aunque eso no me importa. Ese retazo es su legado y la mirada que creo que debe prevalecer cuando pensemos por qué Javier Mascherano fue diferente: jamás dejar que el equipo se desplome.

River, Corinthians, West Ham, Liverpool, Barcelona, Hebei Fortune y Estudiantes. Su trayectoria recién finalizada impone libros -y eso que ya hay dos muy buenos-. Este newsletter se propone contar cómo se gestó este humano que llegó tan lejos. Sus primeros pasos. Para ver si aparece alguna huella de cómo volver a gestar otro crack. 

Comienza con un pequeño testimonio que le regaló a este homenaje que, aclaró, no merecía.

–Javier, ¿cuándo sentiste que se te habían cumplido los sueños?
–Yo no tenía grandes sueños en la vida. Siempre tuve en claro que iba a intentar por todos los medios llegar a ser futbolista. Y, en ese sueño de ser futbolista, estaba jugar en Primera División. Algún día ponerme aunque sea una vez la camiseta de la Selección. La verdad es que todo lo que me pasó jamás lo imaginé y, hasta el día de hoy, miro para atrás y muchas veces me sorprendo con todas las cosas que me tocaron vivir.

La verdad del café con leche

Héctor Zelada, el tercer arquero que Carlos Bilardo llevó a México ‘86, llamó al mítico Jorge Solari. Había algunos pibes de San Lorenzo, de la categoría ‘84, un pueblo a 23 kilómetros de Rosario, que volaban. Renato Cesarini era y es el club amateur más grande de Argentina. Desde 1975 le compite a Central y a Newell’s en la carrera por recolectar los infinitos frutos de esa parte de Argentina donde florecen más cracks que soja. Quedaron en efectuar una prueba en un club de Serodino, la ciudad que parió al escritor Juan José Saer. Fue en 1997. Javier Mascherano nunca había sentido la necesidad de probarse como futbolista. “Tenía un físico disminuido, era chiquito, pero llegaba a todos lados, como si le cayera bien la cancha grande. Un 5 que jugaba solo y llegaba solo a todos lados. Llegaba y nunca perdía. Me llamó la atención lo buen pasador en largo que era. Y es curioso porque con el tiempo dejó de hacerlo”, evoca el verdadero Indio, tío de Santiago y abuelo de Augusto. 

“Yo estuve dos años solo en China. Haberme formado en Renato me enseñó a sobrellevar eso”, explicó el volante central en una charla virtual que organizó la institución durante la pandemia. Al principio, viajaba en dos colectivos: uno de dos horas y otro de media hasta el club. De niño, había sido delantero porque pateaba fuerte, pero eso ya se había traspapelado. Las carpetas del colegio se las dejaba a unos amigos y se llevaba un sánguche de milanesa. A las nueve de la noche volvía a su casa. No daba más. Al tiempo armó los bolsos, se fue a la pensión y ya no volvió. El Indio lo explica como una teoría, no como un azar: “Mascherano se adaptó a todo. El que extraña al principio termina extrañando siempre. Su mamá y su papá estaban cerca, presentes los sábados, los domingos y los lunes. A la mañana van al colegio, almuerzan y después van a la práctica. El jugador tiene que saber sobrevivir al café con leche de la merienda después de entrenar. Porque ese es el rato en que se preguntan qué están haciendo de la vida”. Ser nómade en el fútbol es una primera virtud y saber cómo no llorar abrazado a la almohada, quizás, es mejor que dar un buen pase.

A los juveniles sub 17 de Rosario, los entrenadores de la AFA los iban a ver a fin de año. Para no hacerlos moverse hasta Buenos Aires porque eran muy chiquitos, conformaban una comitiva de un entrenador, un profe, un médico y un utilero y viajaban. Se armaba un amistoso con un mix de jugadores de Central y de Newell’s -a los que realmente les prestaban atención- y le pedían a los de Renato Cesarini que prepararan sparrings. Hugo Tocalli viajó aquella vez: “Yo soy muy fanático del volante central. Me parece que ese puesto es el equipo. Y veía que del otro lado había un chico que recuperaba todas y encima las daba bien. Termina el primer tiempo y le pido a Jorgito Solari si me lo prestaba para la Selección. Desde ese día hasta Rusia nunca dejó de jugar en Argentina”.

Mascherano llegó a River a finales de 1999. Pero su casa era la AFA. Pasaba más tiempo en Ezeiza que en el Monumental. Estaba en el sub 17, pero también en el sub 20 y Marcelo Bielsa lo citaba como sparring de la mayor. No era una circunstancia: era un proyecto deportivo de una Selección que anteponía el equipo nacional sobre la competición local. Una forma de invertir en el talento por encima de los resultados rutinarios.

Había un desnivel en sus tiempos: le alcanzaron seis meses para, a mitad del 2000, ya entrenarse con la Primera del Millonario, pero la oportunidad de debutar profesionalmente no llegaba nunca. No era fácil. En sus años de espera, por Núñez pasaron Leonardo Astrada, el Lobo Ledesma, Esteban Cambiasso, Claudio Husain y Guillermo Pereyra. De las inferiores, tenía por encima a Oscar Ahumada, categoría 1982. Una cantidad de talento difícil de derribar.

Quienes iban temprano a la cancha, cuando todavía la Reserva jugaba de telonera y el pasto se cuidaba menos, rememoran con especial fervor un equipo dirigido por Jorge Ghiso. El director técnico reflexiona: “Mascherano es el único jugador que yo vi que salía a presionar con la misma velocidad con la que volvía. Sin hacer falta. Nunca se pasaba. Pero lo más sorprendente es que siempre se quedaba después de las prácticas preguntando, tratando de mejorar, pensando en entender los ejercicios y en el por qué de las cosas. Una vez, en Rosario, lo puse de doble cinco con Ahumada. Es la única vez en mi vida que vi que un rival no pudo pasar la mitad de cancha en todo un partido”. Fue en esos días en que lo llamó Claudio Vivas, ayudante de Bielsa, para decirle que tenían en mente convocarlo para la Mayor, aunque no hubiera debutado en Primera.

El 16 de julio de 2003, en un encuentro postergado por lluvia, Mascherano se estrenó en la Selección, sin todavía haber jugado un partido oficial en el fútbol argentino. Fue un 2-2 contra Uruguay en el que los dos goles de la albiceleste los hizo Diego Milito inaugurando el estadio Único La Plata. Antes de entrar a la cancha, Bielsa le dijo que confiaba en él, por todos estos años en que lo había visto en el predio. Once años después, volvió ocurrir que un futbolista jugó primero para la Mayor de la Selección y después en su club: Emmanuel Mamana, también en el estadio Único, en la previa del Mundial 2014, ingresó contra Eslovenia, en lugar del propio Mascherano.

“¿Es realmente tan bueno?”

Cuando Mascherano empezó a practicar con la Primera de River, el Chacho Coudet se acercó a Leonardo Astrada y le preguntó: “Che, ¿este es realmente tan bueno como dicen?”. El volante central, campeón de la Libertadores en 1996, lo bancó. “Era impresionante. Desde que subió te cagaba a patadas, metía en cada pelota. Yo lo volví loco, porque estaba acostumbrado a jugar con Leo que te daba bien todas las pelotas, pero demostró ser un crack”, relata el entrenador del Celta. 

En River había cracks por donde se mirara. Fernando Cavenaghi, un año mayor, lo recuerda: “Con Masche compartimos River, sub 20 y Selección Mayor. Desde chico era muy ordenado y competitivo. Para la época tenía un orden táctico y una exigencia de alto nivel. Por encima de la media. Fue capitán en el Sudamericano sub 20 que ganamos en Uruguay. Un súper jugador. Después fuimos sin Tevez al Mundial sub 20 y, aun así, llegamos a la semifinal”.

–¿Te acordás de algún partido especialmente bueno de él?
–Es que si algo lo caracterizaba era su regularidad. Siempre estaba un paso adelante de todos. 

Astrada fue compañero suyo de entrenamientos y luego lo dirigió. Al principio debió asumir un rol paternal para convencerlo de que no se desesperara por debutar. “Le había agarrado la locura de irse, quería jugar”, afirma el Negro. 

Mascherano llegó a encarar a José María Aguilar, presidente desde 2001, para pedirle que lo dejara marcharse a otro club. Manuel Pellegrini, director técnico por aquellos días, confiaba en otros futbolistas y no se terminaba por decidir. El presidente le preguntó por qué no lo ponía y el entrenador le respondió que no estaba en ninguna práctica porque siempre andaba en la AFA. A lo que mandamás le anunció categóricamente: “Si no lo ponés, te echo”. En la segunda mitad del 2003, le llegó su gran oportunidad. Fue contra Nueva Chicago, en la primera fecha, reemplazando a Fernando Crosa, cuando el partido se moría y había que aguantar. 

La regularidad vino más tarde, justamente, cuando Astrada asumió como entrenador. “Los compañeros lo cargaban diciéndole que era mi hijo adoptado. Y sí, es verdad, yo tenía preferencia por él. Jugaba en la misma posición que yo y trataba de ayudarlo. Tenía una característica que lo volvía distinto. Una enorme capacidad para presionar hasta tres pelotas seguidas. Eso fue raro para los compañeros que estaban acostumbrados a jugar con un cinco más posicional. Acá tenían un pibe que salía a buscar lejos y que podía jugar solo en la mitad de la cancha sin necesidad de nadie más”.

Persiste la identificación de Mascherano como ejecutor táctico y como infinito presionador. Su pase era fino, aunque el tiempo lo contrastó con Sergio Busquets al llegar al Barcelona. El Malevo Ferreyra, con quien compartían viaje en auto hasta la AFA o hasta River, apunta con alegría: “Mi primer gol en Primera fue frente a Olimpo. Fue un pase de él, atrás de los centrales. Yo entré en diagonal y la punteé antes de que llegara el Flaco Vivaldo que me terminó metiendo una patada en el pecho que casi me mata”.

Mascherano se instaló y todo lo demás ya está escrito y televisado. La pérdida del pase destacado se podría relacionar con que en el Barcelona, donde estuvo ocho temporadas, ejerció la función de defensor central. Ocurrió azarosamente y se volvió costumbre: en un partido contra Almería, se lesionó un compañero y en la segunda parte le tocó reemplazarlo en la cueva. Pero en la Selección Argentina me permito otra hipótesis. También relacionada con estar al servicio del colectivo. En una entrevista que le realizó el Topo López, en la previa del Mundial 2014, da una respuesta que parece explicar en dónde estaba su energía:

–En esta Selección tan ofensiva, ¿es cuando más luce tu función?
–No sé si se luce más o no, pero al atacar constantemente con un mínimo de cuatro jugadores hace que en la pérdida de la pelota quedes desequilibrado. No somos un equipo que atacamos a través de la posesión ni en orden: somos un equipo anárquico, con jugadores muy anárquicos. Jugamos con tres centrodelanteros: los tres son 9 en sus equipos. Ángel es un delantero más, y nos viene bien que en el Madrid juegue en la misma posición que en la Selección. Y por derecha, cuando juega Gago, o puede ser Banega, también les gusta participar en el juego ofensivo. Quizá Biglia es el más parecido a mí, es más defensivo. En definitiva, todo eso hace que sea un equipo anárquico que muchas veces termina sufriendo: cuando perdés la pelota, el rival también te hace daño.

Su despliegue y su comprensión de lo colectivo son pistas que construyeron la impresionante carrera de Mascherano. Esas dos virtudes se parieron desde niño y no son fáciles de hallar en cualquiera, aunque una gambeta sea más interesante. En esas enseñanzas, está el camino. Su legado se revisará y se podrá reflexionar con lupa según cada etapa suya en que se lo mire.

Facundo Mura, 21 años, compañero en Estudiantes de La Plata en su última etapa, ofrece un testimonio que le dejó Mascherano en una conversación y que, asegura, le quedará para siempre: “Me dijo que el fútbol es un juego. Por lo tanto hay que jugarlo. Y para jugarlo hay que pensar. Y nunca dejar de disfrutarlo”.

Nunca dejar de disfrutarlo. Unos minutos después de que Francia eliminara a Argentina por los octavos de final del Mundial de Rusia 2018, Mascherano estaba parado en el círculo central, con los ojos rojos, lloraba y, desde las tribunas, lo aplaudían. Le pasaba por delante la historia, la derrota, las victorias, cada instante de su vida nómade. Un rato después, anunció su retiro en la Selección.

Nuestra vida no hubiera sido igual sin Mascherano.

Pizza post cancha

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Esto fue todo. 

Este año nos ha dado para todo. Pandemia, retiros, burofax, Champions, fútbol de acá, roscas de allá. Este newsletter ha tratado de estar a la altura de todas esas historias. Si te gusta, podés apoyar por esta vía.

Un abrazo,

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.