Nos fuimos Mundial: ¡ahora desde Bangladesh!

Catar 2022 nos dejó una segunda patria, y Fer Duclós fue a visitarla. Bonus track del newsletter mundialista

Buenas, ¿cómo estás?

Qué sorpresa, ¿no?

Debo confesarte que de sólo pensar en la expresión “Nos fuimos Mundial”, automáticamente se me vinieron a la cabeza los recuerdos, las memorias y las emociones de esos meses mágicos que pasamos en noviembre y diciembre, tal vez los mejores de nuestras vidas, y del newsletter que te mandaba todos los días sobre Catar 2022.

Y efectivamente, esto que escribo ahora, así, medio inesperado, de la nada, es una continuación de aquella locura, de esos días increíbles que recordaremos por siempre y que terminaron con unos alocados, inolvidables y merecidos festejos.

¿Y sabés por qué volví a aparecer? Porque estoy en Bangladesh, nuestra nueva patria amada, aquella en la que miles de personas celebraron, junto a todos nosotros y nosotras, el título albiceleste. Un país muy lejano –y cercano a la vez–, que de tanto hablar sobre él, de tanto imaginarlo, se convirtió en una suerte de mito, tópico perfecto, inmaculado e ideal. Pero es real. Bangladesh existe. Y tengo, en este momento, la inmensa suerte de pisar su suelo.

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-Che, Fer, ya que andás por aquellos pagos, ¿te animás a escribir un nuevo mail, el bonus track del campeón?

-Por supuesto, me encantaría.

No hubo que pensar mucho, y acá estamos; manos en la Copa, manos a la obra. Otra vez.

El mito de Bangladesh

Todos y todas lo vimos, pero, por las dudas, arranquemos con una previa muy breve. Durante el Mundial, cada vez que Argentina ganaba, las redes se inundaban con videos que llegaban desde la otra punta del planeta. En Bangladesh, sin importar que los partidos se jugaran en la madrugada, miles de personas se reunían para celebrar nuestro avance. Las imágenes se volvieron virales muy rápidamente, por su potencia y exotismo a la vez, y por la increíble pasión que se percibía en aquel entusiasmo lejano. De hecho, a medida que la selección pasaba de ronda, se convirtieron en una especie de cábala. O, como lo fueron también las apariciones abuela la-la-la, un acontecimiento que todos y todas esperábamos que sucediese de nuevo: “¿Che, a ver cómo festejaron esta vez los de Bangladesh?”

Esta inusitada y prístina algarabía popular, como así también la de la India y otros rincones lejanos del globo, hunde sus raíces en la histórica victoria de Argentina ante Inglaterra en el Mundial ’86, el día en que Maradona inventó nuestro país. Aquella heroica performance del pibe de Fiorito contra los inventores del fútbol no fue sólo un hecho deportivo; fue, de hecho y sin exagerar, uno de los grandes acontecimientos culturales del siglo XX. En todo el planeta, millones de personas observaron cómo un pibito morocho y retacón derrotaba a los antiguos amos coloniales de media humanidad. Gran Bretaña había detentado el poder durante dos siglos en el Indostán, un poder basado en la opresión y el racismo; ver a los jugadores ingleses de rodillas, vencidos por la viveza y el genio de un petiso, fue suficiente para que los bangladeshis se enamoraran incondicionalmente de la albiceleste.

Luego, encima, llegó Messi. Y, en un entramado omnipresente de globalización, espectáculo y redes sociales, el rosarino recogió así el guante que había dejado el 10. Los padres, que habían enloquecido con Diego, transmitieron a sus hijos e hijas el legado que continuó Lionel. El título en Catar puso el broche de oro a la historia de fanatismo y herencias. Por eso, en Bangladesh, nuevo capítulo de una leyenda que había comenzado en 1986 y se eternizaba en 2022, las multitudes salían a festejar. Por eso, tanto amor por una nación tan lejana…

Hasta acá, lo que sabíamos. Lo que nos llegaba por las redes. Pero lo cierto es que a veces Internet miente o exagera. Además, Bangladesh nos queda tan lejos, casi nadie había ido…

¿Efectivamente sería tan así?

Bangladesh: la realidad

Al llegar a Dhaka, la primera impresión entra por los oídos. Un concierto interminable, uniforme y atronador de bocinas. Por el este, por el oeste, más o menos estruendosas, agudas, chillonas o silbantes. Sopranos, barítonos y contraltos. Bocinas: todo el tiempo bocinas. Y un tránsito realmente imposible. Sin imaginarse aún cómo sería, en el aeropuerto, un reconocido empresario argentino, parte de la delegación comercial que llegó hasta aquí, me dijo: “Me gustaría alquilar una moto y salir a recorrer”. Yo, que estuve en la India y conozco de primera mano el tremendo caos motorizado de la zona, lo miré sorprendido y le aclaré:

-Pero mirá que vas a chocar a los diez segundos, eh.

-No creo, si ya lo hice en Vietnam.

Unas horas después, mientras navegábamos en una pequeña piragua por el río Buriganga, que atraviesa la capital, el hombre me confesó: “Tenías razón, es decididamente suicida manejar acá. Pensé que no había nada más caótico que Hanoi, pero esto lo supera por mucho margen”. Ambos estábamos paseando en botecito, al anochecer del domingo, porque nos quedaban unas horas libres. Al día siguiente, lunes, llegó el canciller Santiago Cafiero a Dhaka e inauguró la embajada argentina, cerrada desde 1977, cuya reapertura tomó un enérgico y definitivo impulso gracias al triunfo en el Mundial.

Esto sucedió ayer. Y al cabo fue la razón por la que vine a Bangladesh: estoy cubriendo la apertura de la embajada. Estuve presente en un acto potente y simbólico, al que se acercaron cientos de periodistas bangladeshis y en el que, incluso, unos muchachos y muchachas cantaron la versión bengalí del hit “Muchachos”.

Pero, claro, más allá de lo protocolar, y ya que tengo el enorme privilegio de estar acá, quería comprobar cuánto del mito generado en el Mundial, ese amor platónico alucinante, era una realidad palpable y cuánto había de exageración retroalimentada por likes y corazones. Y antes de continuar, déjenme spoilear la conclusión a la que llegué con sólo caminar un rato por los suburbios y el centro de Dhaka: ¡Lo que vimos por redes sociales no era nada! ¡Es mucho más de lo que podíamos imaginarnos!

En diez cuadras, y no exagero, me debo haber cruzado con, al menos, 50 camisetas albicelestes, algunas ya con las tres estrellas. Cuando la gente se entera de que sos argentino, en un país muy acogedor pero poco acostumbrado al turismo, te abraza, te felicita, te pide selfies, llaman a sus amigos y amigas, vienen todos. Las banderas argentinas flamean por doquier, a donde se dirija tu mirada: en negocios, en calles, en terrazas, en el transporte público, hasta la vimos en el carrito de un joven que juntaba la basura de la calle (también hay de Brasil, pero mucho menos). No quiero que naturalicemos esto porque no es normal: ¿Cuántas banderas de Bangladesh viste colgadas en tu vida en Argentina? Más aún, ¿cuántas de otros países? Bueno, acá está lleno, llenísimo. Es una pasión fantástica y casi surreal. Y aunque la vida pública continúa siendo predominantemente masculina, vi también a varias chicas jóvenes que me manifestaron su amor por nuestro país y me hablaron de Messi y de Maradona. Todo esto, claro, en medio de los impiadosos bocinazos, del smog, de las calles apiñadas de una ciudad en la que viven 18 millones de personas… ¡Les juro que parece una película, pero es real! Tan real como el Mundial que ganamos en Catar.

Hablé con muchísima gente. Mohammadiz, vendedor de frutas en la calle, que no domina el inglés pero sí se acuerda de Caniggia, Ortega y Batistuta (el idioma nacional es el bengalí, en el que escribía el gran poeta Rabindranath Tagore, íntimo amigo de nuestra eterna Victoria Ocampo). También charlé con Abdul, que me mostró el video de la torta de su cumpleaños: un gigantesco bizcochuelo en forma de Copa del mundo. Saki, que quiere estudiar español para poder decirle algo a Messi cuando venga. Me pasó algo increíble en un mundo que a veces es un pañuelo: me crucé en la calle a Faysal, Raheen y Alam, ¡que viven en Once, centro porteño, y administran un negocio de electrodomésticos, y estaban visitando a sus familias! “Lo que más extraño es el asadito”, me dijo Alam, que además me contó que sus amigos y amigas argentinas le dicen Alan. Aysha, una estudiante de trenzas bien oscuras, que no usaba velo para cubrirse el cabello pero iba acompañada de una amiga que sí lo tenía, me habló de la pasión de su familia por Maradona, de cómo creció con eso y festejó el triunfo de Argentina junto a una multitud fervorosa y exorbitante en la universidad, de cara a una pantalla gigante en la que el Dibu atajaba los penales y Di María gritaba los goles consagratorios.

Créanme que tengo decenas de estos testimonios guardados en mi cabeza, mis retinas y mi teléfono. Estoy en un país interminable, imposible de abarcar, que ama profundamente a Argentina, la venera. Son 180 millones de personas viviendo en un territorio 354 veces más pequeño que Rusia, pero con más habitantes. Imagínense el caos. ¿Cómo describir semejante intensidad, qué palabras poner a la desmesura? Todavía las sigo buscando, reflexionando sobre lo que veo. Es una nación de pobreza extrema, pero también crecimiento sostenido y pujante. Una economía que cada año se vuelve más robusta, y a la vez, también miles de campesinos que deben abandonar sus pueblos porque el aumento de la altura del mar les saliniza los suelos y los deja sin sustento diario. Los contrastes, todo el tiempo, a toda hora. El silencio de las mezquitas y el bochorno de las avenidas. La humanidad sin filtro. Bangladesh, el todo de lo potencial.

Termino de escribir este newsletter a las 3 de la mañana hora local. Vengo de la apertura de la embajada y no doy más del cansancio. Pero… ¿cómo negarme a garabatear de nuevo unas letras, saber que llegará un mail que dice “Nos fuimos Mundial” y recordar aquellas jornadas maravillosas en las que al día siguiente jugábamos contra Polonia, cuando no sabíamos si Julián o Lautaro y nuestros temas de todas las tardes eran las victorias de Marruecos, los goles agónicos de Japón o el fracaso alemán? ¡Qué hermoso fue todo, mamita querida, y qué increíble cómo terminó!

Desde Dhaka, Bangladesh, les mando un abrazo a todos y todas. Espero les haya gustado este tiempo de descuento inesperado: ocho minutos de más, que el árbitro mostró en el cartel cuando ya se había jugado el tiempo reglamentario. Probablemente, en unas horas, Messi recibirá el premio al mejor jugador del mundo: vos te enterarás antes que yo, porque estaré durmiendo. Recostado en un país que nos ama. En una patria que ya es nuestra, que se convirtió en hermana, y en donde ahora sueño.

Ojalá estés sonriendo, como yo.

Fer

Conocido en las redes por su alter ego, Periodistán, viajó por países muy poco visitados, como Iraq, Afganistán, Burundi y Somalía. Fanático del fútbol, cree fervientemente que, en muchos casos, a través de una pelota se puede explicar el mundo y todas sus complejidades.