No hay pastilla que responda por el sentido de la vida

Cómo influye el contexto social en los problemas que llegan al consultorio. Entrevista al licenciado en psicología Juan Quiroga.

Juan Quiroga atiende pacientes que hacen el proceso de pasar de la adolescencia a la primera adultez. Además, convive con ellos en su práctica docente en Lomas de Zamora. Hace veinte años organizó una fundación que trabajaba por la externación de pacientes psiquiátricos que habían cumplido con su tratamiento pero quedaban internados por una falta de red de contención. Hablamos con él sobre cómo se traducen los problemas de la época al momento más crítico para la salud mental: la adolescencia.

Cenital: ¿Hay una crisis de salud mental?

Juan Quiroga: Te respondería que sí y que no al mismo tiempo. Yo creo que la pandemia quizás aceleró algo que estaba pero no produjo algo en sí mismo. Produjo un montón de ansiedades y demás pero me parece que era algo ya venía aconteciendo. Y que tiene que ver con el llamado capitalismo tardío, el neoliberalismo, que es cada vez más difícil de situar. Hay algo de la organización de esta forma de capitalismo que va destejiendo los lazos. Por un lado, pasa una cosa muy particular que es que lo que llamamos “la juventud”, un actor muy agredido a la vez que muy idealizado por el sistema. Lo joven es un ideal del capitalismo porque es el consumidor, es el que produce. Pero a la vez es el objeto de mayor explotación y de mayor odio. Por otro lado, diría que hay un empobrecimiento de la palabra, del lenguaje, del lenguaje que crea mundos. Yo creo que la palabra sirve para curarnos pero hay lenguajes que enferman. Hannah Arendt se preguntaba cómo había enfermado el lenguaje alemán hasta crear lo que creó. Y una de sus respuestas es la idea de pensamiento técnico, que empieza a constituir una lengua que lo que hace es que uno no sea responsable de los inventos que produjo. Si ese pensamiento técnico se traduce al lenguaje, se expande a lo social, el sujeto que queda es un sujeto hablado por la técnica. Un sujeto que no es responsable de las cosas que hace.

¿Y se traduce al lenguaje?

Vos fijate que el modo en que tenemos de hablar de nuestros vínculos cada vez es más técnico. Hoy se dice “me sirve”, “no me sirve”, “a mí no me deja nada esta relación”. Es como un lenguaje empresarial de los afectos. Hay un empobrecimiento de ese lenguaje que nos une al otro. Eso afecta un montón y produce un montón de síntomas que han cambiado desde finales del siglo XIX a esta parte. No es lo mismo ese capitalismo industrial que este financiero. Todo eso impacta en los modos de relación. Y algo de eso favorece el enfermar y cambia las condiciones del enfermo. No es lo único que determina la cosa pero sí produce una variación en eso.

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¿Cuál es ese cambio en los síntomas que ves?

Uno es el auge de los síntomas de la adicción, que hoy fueron virando a un síntoma más respiratorio, de desamparo. Hay toda una estimulación de la dependencia en esta época, una falla muy grande en simbolizar la ausencia del otro. La hiperconectividad hace eso. Yo te mando un mensaje, no me respondés y enseguida empiezo a pensar qué pasó, no me quiere más. Esa ansiedad es un producto bien de la época. La ansiedad es una producción del modo de lazo actual. Son síntomas de encierro, de ahogamiento, de pánico. Y son padecimientos cada vez con menos elementos simbólicos. Uno con eso no puede ponerse a hablar de su malestar. Uno se pone más duro, no tiene un lenguaje narrativo sobre eso. Una colega chilena, Constanza Michelson, hace un ejercicio sencillo pero muy gráfico: si te vas a los ́90 y preguntás cómo se imaginan el futuro, la mayoría decía cosas como la misma estructura social pero con más tecnología. Si preguntás ahora, inclusive antes de la pandemia, ya la imagen es más difícil de formar. Es una imagen más desértica, apocalíptica. Hoy se vive sin imagen de futuro. Y eso es lo que a la juventud le genera un daño más grande. Ese es el problema que tenemos: no hay pastilla que responda por el sentido de la vida. Es como la pasión, los celos: yo te puedo medicar para tu ánimo pero no se inventó una pastilla para controlar los celos.

Hablabas de ansiedad, ¿cuál es el límite -si existe- entre alguien que tiene ansiedad y alguien que tiene un problema de salud mental?

Creo que está patologizada la sociedad. Heidegger en El ser y el tiempo tiene una idea que me parece interesante: las personas le temen a las situaciones cambiantes y buscan estabilidad. Pero la estabilidad los aburre, entonces generan incertidumbre. Pero la incertidumbre nos angustia. Y así nos pasamos la vida entre certidumbres que nos aburren e incertidumbres que nos angustian. No funciona para todos de la misma manera. Pero está la sociedad más paranoica, agresiva, ansiógena. Justamente porque el trabajo no está circunscripto a una jornada laboral, a la estabilidad. Si tu viejo, hace décadas, era ferroviario tu familia era ferroviario. Eso iba a ser así para siempre y se vivía de esa manera. Hoy todo ese movimiento, la tecnología que permite no cortar nunca, genera esos lazos de dependencia. Es patológico el modo de agrupamiento y de conformación colectiva que tenemos, en mi opinión. El estrés pasa a ser una especie de lenguaje pero que no es ningún lenguaje, es un lenguaje de un aparato saturado que explota. ¿Cuándo pasa a ser dañino? Bueno, ya lo es. Pero pasa un momento que la máquina no resiste y emerge un síntoma como el ataque de pánico. Hay que poder reconducir los fenómenos a sus causas verdaderas.

¿En qué sentido?

El modo de organizarnos favorece constantemente posiciones más ansiógenas. La ansiedad es una respuesta, no es el problema. No hay que tratar la ansiedad, es una manifestación.

¿Ir a buscar las causas sería un poco la idea de algunos autores de “politizar” la salud mental?

La idea de la medicalización o la farmacoterapia no es que, en ocasiones, no colabore. Pero vos pensá que la misma pastilla que se le da a quien sufre porque cortó con el novio en París es la misma que se le da a alguien que perdió un hijo en La Pampa. Qué tiene que ver esa pastilla con la verdad singular de cada uno. La pastilla es decir: este problema es tuyo, no tiene nada que ver con el modo que tenemos de organizar la economía, nuestro mundo. Solucionalo vos, desanudado de la trama colectiva. A mí me parece que tiene que ver con el empobrecimiento del lenguaje. Pensá en la aceleración de los audios de WhatsApp. Es como si el lenguaje fuera cada vez más signo. No hay una posibilidad de querer decir otra cosa, crear mundos. La pastilla no es lenguaje: es signo. No tiene narrativa. Entonces, la politización de la salud mental es fundamental, como el problema ambiental, la híper burocratización. Son fallas que produce el capitalismo. Vivimos en el cadáver del capitalismo pero no hay posibilidad de pensar un afuera. El capitalismo agranda su interior. Por eso los síntomas son cada vez más respiratorios, como si estuviéramos más encerrados.

¿Cómo es esa relación del capitalismo con el síntoma?

No puedo decir que lo produce directamente. Pero sí lo favorece, crea las condiciones. Por ejemplo, no es que en el mundo antiguo no existían las drogas. Pero si vos juntás la droga con el modo adictivo de nuestra existencia te da este resultado. Modo adictivo que lo ves hasta en alguien que se va a la cama con el celular y se queda dormido mirando reels como si fuera una mamadera. Bueno, si juntás las dos cosas empieza a explotar por todos lados. Yo creo que hoy estamos en una época de mucho encierro, mucho aislamiento. El individualismo es una pobreza subjetiva muy grande. Lleva a que alguien esté muy dependiente de lo que el otro dice, de si alguien me pone me gusta o no y eso a mí me daña. Estoy todo el tiempo intentando reafirmar subjetivamente que el otro me reconoce. El individualismo no es el que se corta solo. Es alguien que queda en una posición super sufriente, dependiente de que el otro lo reconozca.

Este estado de situación, ¿cómo impacta particularmente en jóvenes?

En principio, en la infancia veo modificaciones grandes en ciertos trastornos de lenguaje. El sistema educativo entra en crisis porque no sabe cómo contener ciertas problemáticas. Eso es un poco lo perverso, también, del sistema: un padre y una madre tienen que trabajar 16 horas para llegar a fin de mes, llegar a la casa reventado y qué otra cosa van a hacer que darle un teléfono al pibe para que se tranquilice. No hay que moralizar eso. Ahora, efectivamente eso va a traer alguna consecuencia en un pibe. Y seguramente los padres están angustiados por estar todo el día afuera y no poder compartir con su hijo. Esa infancia es distinta. Son chicos que no juegan tanto, con menos curiosidad. La infancia del siglo XX era la de los pibes afuera del cuarto del padre espiando. Hoy es al revés: los padres espiando al pibe a ver con quién se conecta. En determinado momento, esa infancia entra en la pubertad, en la maduración sexual. Y es una situación más complicada para los jóvenes de hoy. Que tienen que asumir ese desafío de salir a ganarse el pan, a un mercado que, por cómo está organizado, no ofrece imagen de futuro. Nos quedamos sin posibilidad de proyectar. Y eso en la juventud es más complicado. ¿Por qué fue cambiando esa idea de que las juventudes son más de izquierda y ahora aparecen elementos más conservadores?

¿Por qué creés?

Bueno, en principio el sistema es muy jodido con la juventud. Se la idealiza y se la maltrata. Hay un problema que genera el modelo económico. Pero como el modelo económico se expande y no permite digamos pensar en un afuera estamos cada vez más encerrados. Como no hay posibilidad de imaginarse otro modelo, como esto parece lo natural, el problema se traslada a lo político. Entonces, lo político que debería dar respuesta, canalizar las insatisfacciones, recibe el malestar y la crítica. Esa es la trampa: lo que produce esa falta de imagen de futuro es el modelo económico pero el que paga las consecuencias es el modelo político.

¿Existe el problema de un sobre diagnóstico?

Hay una particularidad argentina y es que debemos ser de los países con más analistas, con más desarrollo del psicoanálisis, sobre todo en Buenos Aires. Es como una trampa también: hay más aceptación de los problemas de salud mental pero también cierta minimización. Incluso en gente comprometida con el análisis, que empieza a buscar en un síntoma si es orgánico o psicológico. Y hay una idea de que si es psicológico es menos grave. Y a veces es al revés. Pero sí hay una mayor aceptación en Argentina. Respecto del diagnóstico, creo que sí es un problema para la salud mental. El diagnóstico puede ser una referencia de orientación o puede ser lo que te impida escuchar nada de la singularidad de esa persona que está sufriendo. No hay dos histerias iguales. La exageración en el diagnóstico a veces alivia la angustia de no saber de qué se trata algo.

¿Hay otros abordajes además de la terapia individual?

Yo creo que el lazo social cura. Apuesto a eso. Me parece que la relación con los demás siempre te saca de situaciones que son más de aislamiento que de soledad. Creo también que hay que reivindicar las prácticas improductivas, hacer cosas que no sean útiles para nada. Hacer cosas con tiempo, demorarlas, me parece que son actos contraintuitivos en esta época. Y ahí se construyen relaciones con el otro. Creo que hay que favorecer eso en todos los ámbitos que se pueda. Pero también el espacio analítico es un lugar donde se puede construir eso. Yo veo un aumento de demanda de pedido de análisis, sobre todo a partir de los 19, 20 años, antes, en la adolescencia, es un trabajo más en conjunto con los padres.

¿Y cuando llegan a análisis cuál es el principal problema o demanda que presentan?

Una de las mayores cuestiones es la apatía, la falta de motivación, no encontrar el sentido de las cosas. Ciertas problemáticas del deseo, no poder sostener las cosas que hacen. Todas cuestiones más inhibitorias, de aislamiento, de dificultad de sostener el encuentro con el otro. Y a la vez mucha dependencia del otro. Un problema grande de simbolizar la ausencia del otro y por eso mucha necesidad de presencia física del otro.

Es politólogo de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y director de la agencia de comunicación Monteagudo. Es co editor del sitio Artepolítica. Nació en Olavarría, una metrópoli del centro de la provincia de Buenos Aires. Vio muchas veces Gladiador.