No había puerta, no había molinete: era la cana que pegaba con machete

Qué pasó en el Bosque durante el partido suspendido entre Gimnasia y Boca. Lo que no pasó de milagro. Y lo que no tiene que pasar nunca más.

La primera señal inquietante que transmite la tele es la de un padre angustiado, con su hijo de dos-tres años en brazos. El padre mira arriba la nube que no se mueve. Es el gas lacrimógeno que está tirando la policía afuera del estadio. Padre e hijo están pegados al alambrado. No tienen aire y no tienen salida. Parece una escena del documental de ESPN “Hillsborough”, sobre la tragedia del 15 de abril de 1989 que mató a noventa y seis hinchas de Liverpool, asfixiados no por el gas, sino porque la policía los apretujó en una tribuna pequeña, unos contra otros, aplastados contra un alambrado, muertos de pie. 

Tragedia de Hillsborough en 1989.

Vuelvo al estadio de Gimnasia y Esgrima La Plata. La escena de pavor siguiente es la de hinchas que logran derribar la reja para buscar alivio dentro de la cancha. Recuerda a otra escena mucho más reciente. El sábado pasado en Indonesia. Hinchas distintos. Porque invaden el campo furiosos tras la derrota de su equipo (Arema). Pero la respuesta policial sí es la misma. Gases lacrimógenos. Se expanden a las tribunas. Los hinchas corren desesperados, la salida es estrecha y 125 mueren aplastados. Hay treinta y dos niños. Trescientos heridos. Lo que sucedió el jueves en el partido Gimnasia-Boca no terminó en tragedia porque los hinchas, en medio de la desesperación, mantuvieron la calma. Fueron solidarios entre ellos. 

Buscaron inclusive auxiliar a Sergio “Lolo” Regueiro, un ex jugador de Villa San Carlos, 57 años, que había decidido volver a la cancha, ya sin temor a ser “mufa”, a que su presencia cortara la gran campaña de su querido Gimnasia. Lolo está bien, pero se preocupa por su nieto. Le acerca un buzo para cubrirle la cara. Apenas sale (contarían luego su hermano Oscar y el periodista Luciano Moretti, ambos testigos), Lolo recibe palazos de la policía. Pide que no le peguen más. Sufre un corte y, como la policía sigue tirando gases, se descompone. Un bombero intenta practicarle un RCP. La policía lo agrede. No puede concretar su maniobra. Lolo, empleado municipal de toda la vida, viejo conocido del ex intendente de La Plata Julio Alak, muere frente a una de las puertas del estadio. Una hora después de su muerte, el ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Sergio Berni, que dejó una entrevista de TV apenas enterado del desastre, admite que era una “muerte evitable”, pero insiste con un informe médico que dictamina “muerte súbita”, tras rumores que mencionaban antecedentes cardíacos. “Mi papá no tenía problemas de nada. Lo dejaron morir”, dice Sergio, su hijo. 

Sergio “Lolo” Regueiro

La otra escena más dramática, cuentan los testigos, es la de los niños perdidos. Apenas unos hinchas saltaron hacia la cancha, los padres les rogaban que por favor tomaran a sus hijos. “Yo cruzaba a uno, pero no sabía dónde dejarlo, porque tenía que volver a tomar a otro”, cuenta un hincha. Padres que caminan y bajan escalones buscando a sus hijos, nietos. Los propios jugadores de Gimnasia se desesperan porque, sin señal en el teléfono, no reciben noticias de sus familiares que están en las tribunas. “¡Vayan!”, les dice el DT Pipo Gorosito. Salen así como están, con la ropa de jugadores. Se alivian volviendo con ellos al vestuario. Por los altavoces del estadio avisan a niños y padres dónde están unos y otros. Los jugadores de Boca van dejando la cancha. Marcos Rojo, capitán, con pasado en Estudiantes, rival clásico, agarra botellas de agua mineral y se las pasa a los hinchas ahogados en la tribuna. Los que no salen del estadio, invaden la cancha. Ya hay cientos y cientos adentro del campo. Algunos desmoronados. Aliviados. 

Si adentro unos derribaron vallas para invadir el campo, afuera otros destrabaron portones clausurados. Hay una imagen tremenda. Cinco hinchas logran por fin salir a la calle. Pero son atropellados por otros cincuenta desesperados por entrar. Porque si adentro asfixiaban los gases, afuera, además del aire contaminado, llovían balazos de goma. Algunos hinchas responden lanzando piedras. Tres balas impactan en la ingle al camarógrafo de TyC Sports Fernando Rivero. El policía que le apuntó directo, a menos de cinco metros de distancia, está entre los tres separados de la fuerza (además del jefe del operativo). A Rivero lo llevan como pueden hasta el móvil de TyC. El otro cámara, Matías Villar, y el periodista Matías Pelliccioni van y vienen con el auto por el bosque platense. Ven gente perdida, desesperada en medio de la oscuridad. Les paran el auto, golpean los vidrios, abren las puertas. Sacan a varios del lugar. No son los únicos. La represión policial dura hasta una hora después del partido. Pelliccioni, que sufrió broncoespasmos de niño, sobrevivió a Cromañón y tiene mil batallas como cronista en las canchas, me cuenta que en La Plata sintió miedo.

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Hinchas invaden el campo de juego del Estadio Juan Carmelo Zerillo.

Gimnasia y Boca jugaban el jueves por la noche un partido de peso para la definición del campeonato. El local debía ganar para no quedar afuera de carrera a cinco fechas del final. Y Boca para retomar la punta. Viejos especialistas creen que en la cancha de Gimnasia, en rigor, no deberían entrar más de 23.000 personas. La habilitación dice 28.400. El club tiene cerca de 27.000 socios. Su página web anunciaba venta de un remanente de 4000 boletos hasta el inicio del partido (2.600 pesos cada uno). Y las ventanillas ubicadas a solo metros del ingreso, no a algunas cuadras, como hubiese resultado más lógico para atajar a los hinchas sin boleto y a los colados de siempre. La barra camina por los alrededores viendo si hay “infiltrados” (hinchas de Boca, los visitantes llevan una década sin ir a la cancha). La barra ingresa temprano. ¿Todos con entrada? ¿O con acuerdos con policías y empleados infieles? La barra ocupa espacios. A las 21.10 (el partido comenzó 21.30) las populares están llenas, pero hay espacio todavía en algunas plateas. La policía, sin embargo, comienza a cerrar todas las puertas. Cientos de hinchas, carné en mano, reclaman ingresar. Hay mujeres embarazadas y niños. La policía ordena a base de gas pimienta. Todo estalla, dicen relatos posteriores, cuando en una de las puertas un policía dispara gas pimienta a la cara de un hincha. Algunos reaccionan furiosos. Derriban una valla y fuerzan un portón. Se desata el caos (si la barra hubiese quedado sin entrar el desastre habría sido mucho mayor). Berni, ministro de gobierno peronista, denuncia al llegar al lugar a la dirigencia “codiciosa” del fútbol que revende entradas y no sabe organizar un partido. Y dice que semanas atrás la misma cantidad de gente fue al estadio de Independiente de Avellaneda a ver jugar a Los Pumas y que ni siquiera hubo policía. Los Pumas juegan al rugby.  

Los testimonios públicos se acumulan. Todos coinciden en el desastre de la seguridad. Sospechan que estuvo provocado. ¿Interna policial porque apenas días antes cambió el jefe de la Departamental de La Plata (Sebastián Perea en lugar de Diego Galarza, ascendido)? ¿Complicó eso algo de los negocios paralelos que puede ofrecer la seguridad de un partido? ¿Factura contra el gobierno de Axel Kicillof? Gabriel Fernández, director de La Señal Medios, presente en la cancha, dice que pensó eso. Hasta que escuchó a Berni culpar al fútbol y justificar y “encubrir” la represión. Afirmar que había diez mil hinchas con y sin boleto afuera de la cancha (la estimación de la Fiscalía 8 señala que no llegaban a 1.200). No es la primera vez que la cancha del Lobo está llena. Recordemos que allí pasó Diego Maradona-DT. “Si hay un apriete económico, judicial, policial, es preciso decirlo en vez de justificarlo”, pide Fernández. Las represiones en las canchas crecieron en los últimos meses. En Provincia y en CABA. A Patricia Bullrich se le ocurrió apuntar contra el gobierno. Le recordaron que durante la gestión de Mauricio Macri River y Boca tuvieron que ir a jugar la final de la Libertadores a Madrid. 

Hoy mismo se reanuda el campeonato de Primera. Y se abre la discusión por dónde y cuándo se reanuda el partido Gimnasia-Boca (suspendido a los 9 minutos) y si obligar a Gimnasia a jugar sin público y en otro estadio (como organizador corresponsable del desastre) es una confirmación de que la AFA de Chiqui Tapia “es de Boca” (Gorosito fue criticado en las redes porque reclamó jugar en La Plata). Hinchas de Gimnasia se manifestaron ayer contra la brutalidad policial. La furia incluye a la Agencia de Prevención de la Violencia en el Deporte (APreViDe), a cargo de Eduardo Aparicio. Al presidente de Gimnasia, Gabriel Pellegrino, que niega acusaciones de reventa. La represión, y la muerte, está naturalizada en el fútbol. Hace menos de un mes mataron de un balazo a un hincha de San Martín de Tucumán antes de un partido contra Belgrano por el torneo de la B Nacional (Segunda división). A metros del estadio. La gente siguió caminando con el cuerpo de Manuel Alejandro López allí. El partido se jugó y hasta hubo fuegos artificiales. El jueves en La Plata “no hubo Puerta 12 de milagro”, escribe alguien en las redes. El sitio “Puerta 12 Memoria” recuerda que pasaron 54 años y 3 meses de la tragedia del 23 de junio de 1968 en River. Setenta y un hinchas de Boca muertos. Aplastados en una salida caótica en medio de la represión policial. Recordados con un mural estrenado en 2019 en la esquina de Palos y Aristóbulo del Valle, a metros de la Bombonera con la leyenda popular que dice: “No había puerta, no había molinetes, era la cana que pegaba con machete”.

Mural estrenado en 2019 en la esquina de Palos y Aristóbulo del Valle

Soy periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribí columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajé en radios, TV, escribí libros, recibí algunos premios y cubrí nueve Mundiales. Pero mi mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobré siempre por informar.