Menem: tres momentos de una vida y un país

El 14 de mayo es un día especial para el expresidente, fue dos veces electo y se bajó de un tercer mandato. Los tres sucesos ocurrieron en esa misma fecha. Historia de un hombre y también de la Argentina.

El 14 de mayo, Carlos Saúl Menem fue electo presidente de la Nación argentina, reelecto y se bajó de la segunda vuelta presidencial para su tercer mandato.

Fue en tres años diferentes, claro: en 1989, en 1995 y en 2003, respectivamente. Cada uno de esos momentos es uno de la Argentina.

Momento #1. La elección de 1989.

El 14 de mayo de 1989 se produjo un fenómeno extraño a la política argentina: la alternancia entre un partido democrático y el siguiente. Ese hecho, que parece simple, se había producido por primera (y única vez) en 1916, cuando Victorino de la Plaza le entregó el gobierno a Hipólito Yrigoyen en las primeras elecciones con la vigencia de la Ley Sáenz Peña. Más de 70 años después, el Partido Justicialista, con el 47% de los votos, se hacía de una mayoría suficiente para que Carlos Menem fuera luego declarado presidente de la Nación por el entonces vigente Colegio Electoral. Fue el último presidente elegido por voto indirecto.

Las primeras elecciones del período democrático se dieron en un contexto de crisis económica que provocó, en primer lugar, que debieran adelantarse. Previstas para octubre de 1989, hacia fines de abril el presidente Raúl Alfonsín resolvió adelantarlas al 14 de mayo.

La historia (siempre) comienza antes. A mitad de mandato, Alfonsín había ensayado un cambio de coalición. Como explica esta nota de Ricardo Aronskid, “aceptó las limitaciones implícitas en el cuadro de situación (la incapacidad estatal para liderar el crecimiento, la debilidad de la alianza con las capas medias y los medianos empresarios, la fragilidad de los valores democráticos en todos los estamentos sociales) y ensayó una redefinición de la alianza social que sustentaba al gobierno, tratando de involucrar a los grandes grupos empresariales en una alianza entre la democracia y la producción”. Un pacto con los grandes empresarios: ellos reforzaban su compromiso con la democracia a cambio de un esquema económico atractivo.

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En febrero de 1989 el pacto se quebró. No saldaremos aquí el debate sobre si fue primero el huevo o la gallina, o quién quebró el huevo. Pero el 6 de febrero se desató la espiral: suba del dólar, remarcaciones de precios, desabastecimiento, retención de divisas, corrida cambiaria y el etcétera que todos conocemos. Solo entre el 7 y el 8 de febrero el tipo de cambio subió un 65%. Cuando, a principios de marzo, el Gobierno anunció nuevas medidas, confirmando que no se liberaba ni se unificaba el mercado de cambios, el dólar volvió a dispararse. Al terminar marzo, la inflación alcanzó un 67%. En abril renunció el ministro de Economía, Juan Sourruille, impugnado incluso por el candidato del oficialismo, Eduardo Angeloz. Su reemplazante, Juan Carlos Pugliese, unificó y liberó el mercado de cambios pero tampoco alcanzó. La situación se había vuelto incontrolable y en ese marco de incertidumbre llegaron las elecciones de mayo. De acuerdo a un estudio de Edgardo Catterberg y María Braun, la evaluación de la mayoría de la población sobre la situación económica del país era mala: un 74% la consideraba así. Y un 75% reconocía que esa era la principal variable para decidir su voto.

Paradójicamente, era una mala-buena noticia. Era mala porque el primer Gobierno democrático no había conseguido estabilizar y mejorar la situación económica. Pero era buena, a la vez, porque esa inestabilidad no había tentado a la población con soluciones de regreso al pasado autoritario. Si con la democracia no se comía, no hacía falta cambiar la democracia. Alcanzaba con cambiar el gobierno y así fue. El 14 de mayo la sociedad argentina eligió un reemplazo al Gobierno existente. Menem ganó en todo el país, con excepción de Capital Federal, Córdoba, Salta y Chubut.

La victoria de Menem no apaciguó del todo los ánimos. Hacia fines de mayo comenzaron a producirse los primeros saqueos a supermercados en Córdoba, Rosario, Mendoza y el Gran Buenos Aires. El 29 de ese mes, Alfonsín decretó el estado de sitio y, pese a ello, los saqueos se repitieron. Nadie quiere asumir con una crisis pero la crisis fue la oportunidad de Menem para negociar algunas de las condiciones de su asunción. Así consiguió compartir con el radicalismo saliente la responsabilidad por las medidas que iba a tomar: parte de la negociación fue la aprobación de un paquete de leyes y reformas que consideraba necesarias para estabilizar la situación y, además, una serie de medidas fiscales. La semana posterior a las elecciones, el gobierno de Alfonsín subió del 20 al 30% las retenciones al agro, envió proyectos de moratoria previsional e impositiva, aumento de edad jubilatoria y suspensión de regímenes de promoción industrial y aprobó un aumento del 40% en nafta, transportes y servicios.

Finalmente, Menem asumió a principios de julio en medio de una hiperinflación: en junio la inflación mensual fue de 114,5% y había acumulado un 613% en los primeros seis meses del año.

Momento #2. La reelección de 1995.

El 14 de mayo de 1995, seis años después, Carlos Menem conseguía su reelección con el 49% por el voto directo de los ciudadanos. No hacía falta pasar por el Colegio Electoral porque había sido eliminado. Menem, que seis años atrás tenía la reelección prohibida, podía ser candidato. Lo fue y ganó.

Es que, un año antes de la elección, se había producido una reforma constitucional en la Argentina. El nuevo texto dispuso un nuevo sistema electoral: el presidente sería elegido por el voto directo de los ciudadanos. Para ser electo presidente, el candidato debía obtener más del 45% de los votos (o el 40% con una diferencia de 10 sobre el segundo). En caso de no obtenerlo, habría un ballotage.

¿Cómo había logrado Menem pasar de la crisis hiperinflacionaria a reformar la Constitución y reelegir?, es una excelente pregunta. En primer lugar, invirtió la secuencia que intentó Alfonsín. Cambió su coalición, con éxito, al principio de su gobierno. Apenas asumido, con una campaña que ofrecía salariazo y revolución productiva, optó por un programa de reformas acorde al clima internacional de la época, que podríamos resumir en lo que se denominó el Consenso de Washington. La pregunta es cómo tuvo éxito, para no perder el respaldo de una base de votantes cuyo partido expresaba las ideas contrarias a ese universo ideológico.

La gran mayoría de los autores sobre la época coinciden en el peso de la crisis heredada como la explicación del éxito. La idea de un “consenso de fuga hacia adelante” construido en base a un liderazgo decisionista capaz de garantizar el orden y la certidumbre, que contrastaba con el clima de incertidumbre producido no solo por la hiperinflación sino por la sensación de desborde constante durante el último período alfonsinista. “Hacer en vez de hablar”, como sostuvo en repetidas ocasiones durante su campaña y su discurso inaugural en 1989. Este trabajo de Hernán Fair sobre la cuestión del orden en ese período es muy interesante.

También es cierto –lo plantea en otro trabajo de Fair, que es este– que esa visión pasa por alto los vaivenes de los primeros años del Gobierno menemista. Un primer período marcado por una recaída hiperinflacionaria a fines de 1989 y con una creciente conflictividad social impulsada por las “primeras víctimas” del cambio de régimen de acumulación. La estabilización monetaria se consolidó significativamente recién a partir de 1991, con la llegada de Domingo Cavallo al gobierno y la implementación del régimen de convertibilidad, aprobado por el Congreso en marzo de ese año. Esta estabilización, dice Fair en el último trabajo citado, fue condición necesaria mas no suficiente para explicar el apoyo de los sectores populares al proceso menemista.

Hubo, además, beneficios suplementarios. Argentina llegó a las elecciones de mayo de 1995 con una cifra récord de desempleo: el 18,5%. En los primeros tres años de vigencia de la convertibilidad, más de 350.000 trabajadores perdieron sus empleos y casi el 80% de ellos eran empleos del sector público. Una de las claves para que el menemismo haya sostenido el apoyo en esos sectores, sostiene el autor, debe buscarse, antes que en la certidumbre de la estabilización, en los beneficios materiales concretos. El Programa de Propiedad Participada, por ejemplo, con el cual se le concedió a los extrabajadores despedidos de una empresa privatizada una participación accionaria cercana al 10% en los servicios públicos privatizados. Eso vino acompañado de algunos incrementos salariales específicos en casos como los gremios de Personal Civil, Luz y Fuerza, Unión Ferroviaria y Empleados de Comercio. De todas maneras, con el final de las privatizaciones esa estrategia se agotó en un universo pequeño de los trabajadores desocupados, frente a un modelo que empezaba a hacer crecer en simultáneo la tasa de desocupación y la marginalidad social.

Fue entonces cuando el gobierno de Menem implementó una serie de programas similares a los planes de asistencia focalizada de los ’80: el Programa de Promoción de Empleo Privado, para provincias del noroeste del país, el FONAVI para la construcción de vivienda social y paquetes de medidas focalizadas de promoción de empleo para sectores vulnerables. Estos beneficios, sumados a la baja de la inflación, permitieron controlar la oposición de los trabajadores despedidos y, al mismo tiempo, la de dirigentes y organizaciones sindicales. Estos últimos se hicieron con el control de los recursos de esos programas, el manejo de fondos por la desregulación de las obras sociales y la privatización de fondos jubilatorios.

Esa estrategia no solo le permitió obtener buenos resultados en las legislativas de 1991 y de 1993 sino también reducir los niveles de conflictividad social y sindical. El régimen de convertibilidad pasó de ser un plan económico a lo que Marcelo Gómez denominó en este trabajo “un símbolo político ordenador de comportamientos sociales”. A la par, el retiro del Estado de sectores de la economía, la flexibilización laboral y el propio desempleo actuaron como una barrera fundamental para evitar la formación de una identidad colectiva y formas de acción social unificadas. “Esta atomización social –dice Fair– introdujo diferencias de percepción y de ‘modos de ver las cosas’ entre los diversos sectores de la comunidad”. La ley de “empleo flexible” que legalizó los contratos temporales, bajó los costos por despido y modificó la Ley de Convenios de Colectivos para descentralizar la negociación a nivel de empresa y atarla a la productividad produjo el efecto deseado. El decreto que estableció aumento de salarios por niveles de productividad, por ejemplo, generó una fragmentación entre los sindicatos que consiguieron aumentar la productividad y los que no. Aún más: Menem eligió la significativa fecha del 17 de octubre (de 1990) para reglamentar y coartar el ejercicio del derecho de huelga en los servicios esenciales.

El telón de fondo era la ausencia de alternativas. El 26 de diciembre de 1991 se había disuelto la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Lo que se convirtió no en un triunfo del capitalismo sino del capitalismo realmente existente: el de mercado. Lo que Alfredo Pucciarelli describe aquí bajo la siguiente premisa: “lo que proponemos es insuficiente o injusto y generará resultados dudosos y controvertibles pero es lo mejor porque es lo único que tenemos; no existen propuestas alternativas”. Cualquier intento de construir una alternativa era, de manera inmediata, tildada de una confrontación no contra un modelo económico sino contra una época. Cuando se conformó el Grupo de los Ocho como respuesta al giro programático del gobierno de Menem, el presidente dijo que “son peronistas pero totalmente desactualizados: hablan el mismo idioma de 1945”.

Así, tras el Pacto de Olivos y la reforma constitucional que le permitió a Menem optar por un período más, llegamos a las elecciones de 1995. El radicalismo pagó caro el Pacto de Olivos y la colaboración con la reforma que le dio a Menem la posibilidad de reelegir. En la elección para convencionales de 1994 obtuvo menos del 20% de los votos y abrió la puerta a la ruptura del bipartidismo que había dominado el escenario político argentino del siglo XX: el Frente Grande, un quiebre del menemismo, obtuvo 13% y el MODIN casi 10%. En las elecciones de 1995 quedó tercero. Su lugar lo ocupó el FREPASO, una alianza entre el Frente Grande y PAÍS, que llevaba a José Octavio Bordón como candidato a presidente. Menem ganó en 23 de los 24 distritos electorales. Sólo perdió en la reciente Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde ganó Bordón.

Era la primera vez, desde 1928, que el país conseguía hacer tres elecciones presidenciales consecutivas de manera democrática.

Momento #3. La renuncia.

“Como decía la compañera Evita, renuncio a los honores y a los títulos pero no a la lucha”. Catorce años después de ser electo por primera vez y ocho años después de ser reelecto, Carlos Menem anunciaba que no participaría del primer ballotage de la historia argentina. Un instituto creado, paradójicamente, por su reforma de la Constitución.

El 14 de mayo de 2003, Menem citaba a Eva Perón para anunciar lo que parecía un secreto a voces. Que, luego de quedar en primer lugar con el 24% de los votos, renunciaba a participar de la segunda vuelta frente al entonces gobernador de Santa Cruz, y futuro presidente de la Argentina, Néstor Carlos Kirchner.
La historia (siempre) comienza antes. Menem ya no podía ser reelecto en 1999 y el candidato del Partido Justicialista fue Eduardo Duhalde, que perdió contra la alianza conformada entre la UCR y el FREPASO, cuyo candidato fue Fernando De la Rúa. En 2001, De la Rúa renunció en medio de una crisis económica, política y social. La transición se produjo de acuerdo a lo dictado por la Constitución Nacional. El sistema democrático argentino dio, nuevamente, muestras de fortaleza. Era capaz de tramitar una crisis institucional sin quiebres.
Duhalde fue elegido por la Asamblea Legislativa para terminar el mandato que le correspondía a De la Rúa. La crisis de junio de 2002 por el asesinato de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki durante la represión de una movilización piquetera aceleró los tiempos y el presidente Duhalde adelantó la convocatoria a elecciones para marzo de 2003 (finalmente serían en abril).
En el video de su renuncia, Menem dice que el origen de su decisión “es la maniobra del actual Gobierno, que frustró la realización de las elecciones internas, abiertas y simultáneas en todos los partidos políticos, aprobadas por unanimidad por el Congreso nacional”. Dice parte de verdad. En junio de 2002 el Congreso había sancionado una reforma de la Ley Orgánica de los Partidos Políticos que establecía un sistema de internas abiertas para la selección de candidatos. Era el mejor –quizás el único– escenario en el que Menem podía triunfar: ganar una interna y, ya sin competidores peronistas, ganar en primera vuelta era más probable que ganar una segunda vuelta, dado el rechazo a su figura en la opinión pública.
Por eso, en enero de 2003, Duhalde convocó a un Congreso del Partido Justicialista para anular las internas partidarias y habilitar lo que se denominaron “neolemas”: todos los candidatos que se presentaran a las elecciones generales por el peronismo podrían usar los símbolos partidarios. La estrategia fue luego convalidada por la Justicia Electoral y por el Congreso, que votó la suspensión temporal de la aplicación de la ley de internas para la elección de 2003. El Partido Justicialista llegó así a la elección general con tres candidatos: Carlos Menem, Néstor Kirchner y Adolfo Rodríguez Saá.
Con la decisión de Menem de bajarse de la segunda vuelta, el miércoles 14 de mayo de 2003 Néstor Kirchner se convirtió en el presidente de la Nación. En su primera aparición pública tras esa decisión dijo que Menem era un cobarde y que “culminaba en la Argentina un ciclo histórico signado por los liderazgos mesiánicos, fundamentalistas y excluyentes, donde hubo dirigentes que se creyeron con el derecho divino de no tener que dar explicaciones a la sociedad de lo que han hecho”. Menem contestó: “Yo le diría al señor Kirchner que se quede él con el 22% de los votos. Yo me quedo con el pueblo”.
Al día siguiente de la renuncia, el director de La Nación, Claudio Escribano, publicó la nota: “Treinta y seis horas de un carnaval decadente”. Allí, aseguraba, Argentina había decidido darse gobierno por un año.

Es politólogo de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y director de la agencia de comunicación Monteagudo. Es co editor del sitio Artepolítica. Nació en Olavarría, una metrópoli del centro de la provincia de Buenos Aires. Vio muchas veces Gladiador.