Lula, el equilibrista del diálogo y el consenso en un mundo en modo Guerra Fría 3.0

El mandatario brasileño intenta devolverle a su país un rol importante en el escenario internacional, aunque no sin polémica. Entrevista exclusiva a Celso Amorim.

El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, celebró esta semana el anuncio de que Venezuela va avanzando hacia elecciones presidenciales en julio, una pequeña oportunidad –sumamente complicada– de volver a poner el país caribeño en vías de democratización después de años de autoritarismo.

Es un caso (no el único) que ejemplifica el complicado balance diplomático que abarca el líder izquierdista, que en su tercer mandato aspira a ocupar un rol de mediador internacional. Lula se caracteriza por buscar un equilibrio pragmático en pos de resultados, pero su posición carga con fuertes costos colaterales en un mundo donde las fuerzas del bien y el mal están cada vez más en conflicto –aunque cuál es cuál es una interpretación personal-.

Esta vez no fue la excepción. Lula comparó las elecciones en Venezuela, de evidente calidad subóptima en términos democráticos, con los comicios brasileños en 2018, cuando la justicia de ese país le prohibió postularse para la presidencia (en un proceso legal posteriormente desacreditado) y su PT tuvo que postular un candidato alternativo. La solución que sugiere el mandatario brasileño para la oposición venezolana es una que muchos analistas señalan como la mejor forma de avanzar en un país donde las últimas elecciones reconocidas internacionalmente se dieron en el 2015: sustituir a la candidata prohibida con otra persona. Pero, para hacerlo, usó una frase, quizás, desafortunada: “En lugar de llorar, nombre a otro candidato”.

La candidata de unidad de gran parte de la oposición venezolana, María Corina Machado, se dio por aludida y contestó que ella no llora, sino que está “para hacer valer el derecho de millones de venezolanos” que la votaron en las primarias y que tienen “el derecho de hacerlo en elecciones presidenciales libres”. Machado dio un paso más al acusar a Lula de fortalecer un gobierno autocrático y de machismo en general.

Frases polémicas socavan la diplomacia de Lula: en febrero causó escándalo cuando comparó los ataques israelíes en Gaza con el plan de exterminio de los judíos de Adolf Hitler. En la tormenta diplomática, que incluyó que fuera declarado persona non grata en Israel, se perdió la idea más relevante del discurso del presidente brasileño ante la Cumbre de la Unión Africana: su preocupación por las víctimas civiles. Esta historia se vio repetida en Venezuela, cuando se perdió en una tormenta mediática esta idea de Lula de que avanzar hacia elecciones con cierto grado de legitimidad es mejor que el juego de todo o nada que mantiene al país bolivariano en un limbo político mientras su población sufre una crisis humanitaria.

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Lo que la revista inglesa The Economist tilda como traspiés (gaffes) de Lula sirven para correr del foco una innovadora política enfocada en fortalecer el “Sur Global”, los países emergentes que antes se denominaban “en vías de desarrollo”. El equilibrio que busca Lula es evitar alinearse sin determinadas pautas con los grandes poderes — Estados Unidos, Rusia y China — pero también mantener buenas relaciones con todos estos. Es un balance imposible, dicen los críticos en Occidente, que, como Machado, argumentan que la falta de crítica es funcional al autoritarismo.

Sin embargo, fuera de la polémica mediática, las posiciones de Lula expresan muchas veces cierto consenso entre expertos sobre situaciones insolubles, como Venezuela, Ucrania e Israel, donde el todo o nada del bien contra el mal atenta contra soluciones posibles.

Lejos de las tapas de los diarios occidentales, la diplomacia sur-sur liderada por Lula cala fuerte. Lo que dice muchas veces refleja opiniones de países emergentes que no se alinean con las disputas de los grandes poderes.

Brasil ha vuelto

Lula está en todas. En las últimas semanas, el presidente brasileño estuvo en Guyana como invitado especial a una cumbre caribeña, en la que habló de fortalecer los lazos entre los países angloparlantes de la región y Brasil. También en San Vicente y las Granadinas, donde se reunió con su par venezolano días antes de que éste anunciara una fecha para elecciones presidenciales. Y finalmente en Etiopía, donde habló ante los líderes de la Cumbre de la Unión Africana. Lula también recibió en Brasilia al primer ministro español, Pedro Sánchez, y próximamente hará lo propio con el francés Emmanuel Macron. El año pasado visitó más de 20 países.

En su discurso de victoria, en 2022, después de haber ganado su tercer mandato, Lula exclamó: “Brasil ha vuelto”, frase que repitió en escenarios globales desde entonces. Sucedió ante una audiencia extasiada en la Cumbre Climática de la ONU, en una visita oficial a China y ante el podio de mármol verde en la Asamblea General de la ONU.

La apuesta de Lula a la diplomacia podría parecer curiosa y genera la pregunta de por qué tanta insistencia de un país periférico en ocupar un rol en el escenario internacional.

La agenda internacional “orgullosa y activa” (altiva y activa) de Lula, que aspira a posicionar a Brasil como un jugador importante a nivel global, tiene fuerte apoyo dentro del país. “Su búsqueda de autonomía a través de lo que a veces se llama ‘no alineación activa’ se centra en tres objetivos clave: diversificar socios, centrarse en el desarrollo y democratizar la gobernanza global para hacer oír su voz”, escribe Fernanda Magnotta, profesora de relaciones internacionales de la Fundação Armando Alvares Penteado, en Americas Quarterly.

El líder petista además busca diferenciarse del ex presidente Jair Bolsonaro, bajo cuyo mandato Brasil quedó relegado de la diplomacia global. Las políticas del ultraderechista de retroceder en políticas de protección ambiental y de las comunidades de pueblos originarios fueron la excusa que dilató la firma del acuerdo Mercosur-Unión Europea y que terminó desarmando un financiamiento importante para proteger al Amazonas.

La política del actual gobierno se construye sobre dos presidencias anteriores de Lula, entre el 2002 y 2010, cuando fue una estrella mundial, a tal punto que Barack Obama famosamente lo calificó como el más apreciado de la tierra. Además, volver al escenario global y retomar los compromisos internacionales implican una fuerte dosis de superación para el mandatario brasileño después no sólo de haber pasado a la oposición política, sino también de haber estado preso durante 580 días bajo una sentencia de corrupción que luego fue desestimada.

Sin embargo, el petista volvió a un mundo más complejo, donde los grandes poderes atraviesan una suerte de Guerra Fría 2.0, por la cual malinterpretan a quienes insisten en interpretar el tablero internacional en clave multipolar. “Lo que veo es un mundo más complicado, con espacios más cerrados. Como si fuera un juego, un rompecabezas en el que las piezas están muy cercanas, no encajadas, pero sí muy cercanas, y donde el espacio para actuar es menor”, contó Celso Amorim, ex canciller y actual asesor especial de Lula en materia internacional, en entrevista con Cenital.

Cuando uno tiene una posición unilateral, cualquier cosa que dicen los otros se entiende mal”, afirmó, en alusión a la posición brasileña en contra de la invasión rusa en Ucrania. En ese caso, Brasil apoyó las resoluciones de la ONU criticando la agresión, pero el propio Lula fue muy criticado por empujar una solución negociada y sugerir que ambos países tienen parte de la culpa.

Rusia cruzó una línea roja, pero no se puede ignorar que la expansión de la OTAN fue vista por los rusos como una amenaza a su seguridad”, enfatiza Amorim. “No es para justificar ni nada, pero si uno tiene que encontrar una solución, tiene que comprender sus causas. Solo eso. Yo estoy en contra de la invasión, pero si queremos solucionar, tenemos que comprender, tener alguna flexibilidad en algo”.

La posición brasileña contrasta con la del Gobierno argentino, totalmente alineado con Estados Unidos, Israel y Ucrania. El presidente Javier Milei anunció esta semana que visitará Ucrania, una señal de apoyo inédita desde la región al gobierno de Volodímir Zelenski, cada vez más abandonado hasta por su fiel aliado, Estados Unidos.

Apuesta a ganar

Más allá del legado político de Lula, la impronta internacionalista de Brasil también es virtuosa, según Amorim. “Para que Brasil pueda crecer, es importante que el mundo esté en paz. Es una ilusión pensar que podemos ganar porque el precio de un commodity suba”.

Este año, Brasil organiza la cumbre del G20 y propone una agenda netamente enfocada en las necesidades de países en vías de desarrollo: hambre, pobreza, inequidad, desarrollo sustentable y reforma de instituciones de gobernanza internacional. El Gobierno de Lula busca disputar reglas internacionales que favorecen a los países desarrollados en detrimento del sur global -esto va desde propuestas de reformar el Consejo de Seguridad de la ONU, que refleja el balance de poder de 1945, a un impuesto global a la riqueza para combatir a la evasión impositiva-.

En 2023, la agrupación de los grandes países en desarrollo, los Brics, que conforman Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, tuvo un fuerte impacto mundial cuando más de 40 países buscaron sumarse a la alianza en la que Lula forja un espacio no alineado. Entre otras cosas, el líder petista dijo que apoyaría la idea de desplazar el rol hegemónico del dólar en el comercio internacional y el Nuevo Banco de Desarrollo creado por el grupo se presenta como una alternativa al Fondo Monetario Internacional. Argentina, recordemos, fue invitada a ingresar al grupo gracias a los oficios de Lula, pero Milei rechazó la invitación ni bien asumió.

Occidente no ve con buenos ojos la diplomacia de países emergentes que representa Lula, y las crónicas de Washington enmarcan a los BRICS como una coalición anti-EEUU. No ayuda que Irán se haya sumado en enero, y que otros de los nuevos integrantes carezcan de credenciales democráticas.

Sin embargo, la fuerte jugada de los BRICS se refleja en otros ámbitos internacionales, dice Amorim. “En años recientes, antes de la guerra (en Ucrania), se empezó a volver al G7 y el G20 dejó de ser el centro principal de discusiones globales que creo que debe ser. El fortalecimiento de los BRICS hizo que se vuelva a valorar al G20. Sentí eso en la última reunión (de líderes del G20) de Nueva Delhi. Y lo siento en el interés que tienen (líderes internacionales) en las reuniones en Brasil”. Al igual que el Consejo de Seguridad de la ONU, el G7 refleja un mundo viejo, el de los países desarrollados de Occidente, mientras que el G20 (que incluye también Argentina) tiene cada vez más impronta del sur global.

Es un momento crítico para Brasil: además del G20 de este año, el país organiza en 2025 la COP30, la conferencia climática de la ONU. Las dos cumbres ofrecen oportunidades para presentar los beneficios de una política de acuerdos amplios liderados por el sur global. Si alguien lo puede hacer es Lula, un semidiós entre las izquierdas internacionales, que a pesar de las críticas ha demostrado su capacidad y voluntad de forjar determinados alineamientos y que cuenta con años de experiencia como principal mandatario de Brasil.

Periodista especializada en América Latina. Editora del Latin America Daily Briefing.