Leonardo Favio: peronista por intuición

En exclusiva para Cenital, Florencia Halfon adelanta un fragmento de su nuevo libro "Favio vigente: Un recorrido por sus pasiones", editado por Ediciones Futurock.

“Cuando iba pasando para adentro del hotel, me empezaron a pegar. Me subieron al segundo piso. Allí quisieron abrir una puerta y estaba cerrada, entonces me bajaron otra vez al primer piso. Entraron a la habitación número 6, donde había siete compañeros más, no conocidos, bastante machucados. Me empezaron a dar de entrada nomás. Me pegaron con manguera de fierro por dentro, viste, con plomo y con cadenas y con palos. Me preguntaron quién me había mandado. Yo decía que era de la Juventud Justicialista y no querían entenderme. Cuando hablaban, eran cuatro, lo hacían en voz baja, entre ellos. La verdad es que no puedo reconocer ningún nombre. Después trajeron una nota donde decía que yo era comunista y había llevado una ametralladora. Y, como yo no quería saber nada, seguían dando. A los tipos se les había metido en la cabeza que yo era comunista. Me quisieron hacer firmar el papel que decía que yo era comunista y que había llevado ametralladora casera. Pero no lo firmé. En los veintitrés años que tengo, nunca estuve preso. Cuando me empezaron a pegar para que les firme el papel ese, como a los tipos yo no les ofrecía dato, habían roto un velador con el que me querían aplicar la picana. Es decir, hacerla completa. En ese momento, llegó Leonardo Favio, que hizo apaciguar la cosa bastante. Y nos hizo traer café con cognac”.

 Meses de pesadillas tuvo Favio después de haber entrado a la habitación de ese edificio que hoy es parte del tránsito de pasajeros del aeropuerto Pistarini pero que, ese 20 de julio de 1973, día del festejo peronista por el regreso de su líder al país tras dieciocho años de proscripción y exilio, era el Gran Hotel Internacional en Ezeiza. 

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La historia empezó cuando Leonardo era Fuad Jorge, tenía diez años y vivía en el Hogar El Alba, en la localidad bonaerense de William Morris, partido de Hurlingham, en el oeste del conurbano. Impulsada por el plan de atención a las necesidades de hospitales y escuelas del país de la Fundación Eva Perón, en la Navidad de 1948, Evita hizo llegar a ese hogar un canasto de regalos. Los chicos se abalanzaron para decidir qué llevarse a modo de obsequio del barbudo de los renos. Había pelotas, juegos, chiches, ninguna muñeca –se sabe, los pibes no eran alentados a divertirse con ellas–, autos de colores, rompecabezas. Zuhair se enojó mucho con el hermano porque no había elegido un juguete. El Chiquito había agarrado un objeto que conservó hasta el final de sus días y que, desde 2017, forma parte del museo que lleva su nombre en el Instituto de Cine de Avellaneda: su primer libro. Botón Tolón, de Constancio Vigil, fue la elección de ese Fuad que solo tenía una década de vida y ya empezaba a enamorarse de la propuesta peronista. El texto cuenta el recorrido de un botón que, al caerse, es rescatado por alguien en la calle y luego usado en diversas prendas que sirven de excusa para relatar las vidas de quienes lo lucen. Se había fascinado con el texto y con los dibujos, al punto de reivindicar de adulto ese libro entre los más bellos que leyó en la vida. 

Más tarde llegó la percepción de los límites que el primer gobierno de Juan Domingo Perón les empezó a imponer a quienes se relacionaban con chicos y adolescentes, a diferencia de lo que le había tocado ver a Favio en sus primeros años: “En esa época, no se le podía pegar a un niño. En el Patronato de Menores o en el Hogar Del Niño donde estuve internado, si un celador te llegaba a tocar, vos te escapabas, ibas a la comisaría y ese tipo iba en cana”, decía ya como director de cine al repasar esas imágenes en la memoria. Y además de subrayar los derechos de los niños, se extendía a los de las personas mayores: “El respeto hacia la ancianidad era verdad. Recuerdo cuando se jubiló mi abuelo: fue una fiesta. Ese viejo iba a tener ahora tiempo con sus nietos, para llevarlos al cine, a la cancha, para irse a Mar del Plata, tenía guita. Fuimos un pueblo feliz”. 

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También en materia de derechos, tenía bien presente que fue durante el peronismo que llegaron los guardapolvos, las colonias de vacaciones y, cerca de su casa, el Estado instaló una salita de primeros auxilios a donde él y los amiguitos se hacían revisar la dentadura para estar libres de caries –tal vez de ahí provenga su idea de que, en el neoliberalismo, se veían “huestes de desdentados”–. Recordaba el peso que tenían en los adolescentes los Torneos Evita, a donde lo mandaban de arquero en partidos de fútbol, deporte que nunca le interesó demasiado pero lo reunía con amigos en el club y esos encuentros lo apasionaban. Igual que se llenaba de emoción cuando las voces del entonces Presidente de la Nación y su compañera sonaban en los parlantes del pueblo o en las radios de Mendoza en los días festivos y eran jornadas en las que había que vestirse bien y las casas se convertían en barra libre de Coca Cola y despensa de facturas o masitas. 

En rigor, había encontrado su espacio de referencia un poco antes: el 17 de octubre de 1945, cuando tenía siete años. “Es el hecho más trascendente de la historia argentina –dirá medio siglo después–, el momento en que el hombre dejó de ser un objeto para transformarse en sujeto. Acá hay una participación directa del pueblo (…). Aquellos hombres decidieron construir un país, decidieron construir una identidad. Solo desde entonces nosotros alcanzamos, por primera vez, una identidad propia, somos argentinos. Dejamos de ser una parodia o un fragmento o un discurso”. 

Otro recuerdo imborrable fue la muerte de Evita, en la adolescencia de Fuad. Parte de su relato eterno al respecto fue la imagen de toda la familia a lágrima viva: “Todavía me acuerdo de mi abuelito, sentado en una silla (…), llorando sin consuelo. Me acuerdo que mi bisabuela le acariciaba la cabeza y él seguía llorando, acongojado, con el diario Los Andes de Mendoza en la mano. El llanto de mi abuelo fue como el de Gatica”, decía y, una vez más, revelaba el traslado de las fotos de su vida a lo que después fue una filmografía histórica. 

Esa consciencia de clase y de pertenencia al movimiento se consolida en la vida del director después del bombardeo aéreo y terrestre de la Armada y la Fuerza Aérea a la Plaza de Mayo en junio de 1955, que tenía como objetivo final matar a Perón y a su gabinete. Solo doce de las más de trescientas víctimas mortales estaban dentro de la Casa de Gobierno, de modo que el ataque se aseguró el terror de la población, además de la masacre. “Me doy cuenta de que se está dando a conocer un nuevo criterio en referencia al hombre. El hombre como centro en todo hecho político. El hombre como centro de la economía. Separar uno de otro no iba. Con los años tuve acceso a la lectura: Jauretche, Marechal, el General fundamentalmente, entonces me fui acercando al aspecto intelectual del peronismo, a sus propuestas… Es que yo sentí aquello de ´amaos los unos a los otros´. Eso sentí. El ser solidario desde pequeño, eso me lo enseñó mi formación y lo que era justo e injusto. Injusto es ver a un chico desvalido, es un insulto al alma”. Luego analizaría que la política es el verdadero arte porque tiene la capacidad de construir la felicidad de los pueblos, aunque, como en todas las disciplinas, “hay artistas y artistas”.

Diecisiete años tenía Favio y aún no soñaba con la carrera que tendría. Era septiembre de 1955, cuando a Perón lo derrocaba el golpe militar autodenominado Revolución Libertadora. Ahí empezó la proscripción, ya no solo del General sino de todo lo que tuviera relación con el movimiento peronista. A través del decreto 4.161 de 1956, se prohibió el uso público de los símbolos asociados al justicialismo y la sola mención de su nombre, además de que se dispuso la intervención de la CGT (Confederación General del Trabajo), de donde después desapareció el cadáver de Eva Perón. La proscripción derivó de manera vertiginosa en la resistencia peronista. Dirigentes eran enjuiciados y enviados a prisión y recrudecía la violencia con los fusilamientos en un basural de José León Suárez: la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu asesinaba a sangre fría a trece civiles y dieciocho militares. 

La Libertadora había comenzado encabezada por el general nacionalista católico Eduardo Lonardi, quien resultó desplazado tres meses después del Golpe, en noviembre de 1955, por Aramburu y el almirante Isaac Rojas. Esa dictadura congeló salarios y propició el ingreso del país al Fondo Monetario Internacional (FMI). El 9 de junio de 1956, los generales del Ejército Juan José Valle y Raúl Tanco lideraron un levantamiento armado para reponer a Perón como presidente constitucional, pero la dictadura los fusiló a los dos y a los otros veintinueve. 

El exilio de Perón había empezado en Paraguay y luego pasó por Panamá, Venezuela y República Dominicana hasta que se instaló en España. Diecisiete años tuvieron que pasar para que el líder del peronismo tuviera permiso de regreso a la Argentina. En los segundos diecisiete años de la vida de Favio, en eso que hasta entonces era la segunda mitad de su vida, dio un giro rotundo y se convirtió en una figura popular, que ni por asomo imaginaba que podría tener un encuentro en persona con aquel líder político que había ampliado sus derechos de niño. 

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Hasta ese momento, Leonardo Favio era el cineasta de culto y empezaba a convertirse en un cantor popular. Todavía no había llegado su éxito en la taquilla de la pantalla grande pero era, en el ámbito político, un observador del movimiento que admiraba. La proscripción del peronismo y el crecimiento de la resistencia a la dictadura redundaban en caldo de cultivo para el surgimiento de grupos guerrilleros que harían bandera de esa resistencia. El clima político era cada vez más violento. Según el historiador Norberto Galasso, a Favio “la política le interesa, pero no como lugar de militancia, sino como forma de resolver la cuestión social. Le interesa que haya menos pobres, que no haya chicos abandonados, que el trabajador sea respetado. Siente al peronismo profundamente, pero la política no es lo suyo”. Tres años antes del encuentro entre Favio y Perón en Madrid, Europa era escenario del Mayo Francés, donde estudiantes y luego trabajadores se plantaban en las calles ante el autoritarismo imperial, al grito de “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, “Prohibido prohibir”, “¡Hagamos el amor y no la guerra!” o “La imaginación al poder”. 

En 1969, poco más de un año después de las revueltas originadas en París, en el ámbito local se respiraba un enorme hartazgo social ante la dictadura de Onganía, que había encabezado la “Revolución Argentina” con el golpe de 1966 a Arturo Humberto Illia. El nuevo congelamiento de salarios y la derogación de la Ley de Sábado Inglés –que establecía que las horas trabajadas después de la una de la tarde en fin de semana debían pagarse doble– despertaron reclamos en distintos puntos del país. En Córdoba, a pesar de las diferencias entre movimientos obreros, el rechazo fue generalizado y colectivo. Trabajadores y estudiantes de espacios de izquierda y del peronismo desafiaron al gobierno de facto en la huelga histórica que luego fue bautizada como “Cordobazo”. La movida hizo tambalear al gobierno, renunció el ministro de Economía, Adalbert Krieger Vasena, pero se retomó la represión, con decenas de muertos y detenidos. Al año exacto del Cordobazo, Día del Ejército, la agrupación guerrillera Montoneros secuestró a Aramburu y, tres días más tarde, decidía “ajusticiarlo” y sentenciarlo a muerte. “Por el golpe de 1955, por la proscripción, por los fusilamientos de civiles y militares y por el robo del cadáver de Eva Perón”, Montoneros lo ejecutó y guardó el cuerpo hasta que apareciera el de Evita. Con ese clima político, en marzo de 1971 asumió el poder el general Alejandro Lanusse y proclamó su intención de restaurar la democracia constitucional y restablecer el funcionamiento de los partidos políticos. Pero tampoco tanto. 

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Dicen que Favio dijo: “Me hice peronista porque no se puede ser feliz en soledad” y, aunque el archivo no aparece, es probable que haya ocurrido. Hay una anécdota viral que incorpora esa frase y al escritor Jorge Luis Borges, de quien Favio era admirador. A juzgar por esa historia sin firma, cuando Borges era director de la Biblioteca Nacional, iba todos los días a almorzar con su madre y caminaba las quince cuadras que separaban ambos edificios ayudado por un empleado que lo dejaba en el camino para llegar a tiempo a su segundo trabajo, en el Banco Nación, no sin antes ubicar a alguien dispuesto a cruzar la calle con el escritor. 

–¿Le ayudo a cruzar? 
–Sí, por favor. 
–¿Usted es Borges, no? 
–Sí, momentáneamente. 
–¿Sabe? Yo soy peronista. 
–No se preocupe. Como puede apreciar, supongo, yo también soy ciego. 
–Tranquilo, maestro, no pensaba dejarlo en el medio de la calle. Además, muchos peronistas como yo adoran su escritura. 
–¿En serio? 
–Usted escondió sus dos primeros libros de poemas que exaltaban el nacionalismo (Fervor de Buenos Aires y Cuaderno San Martín) a pedido de Victoria Ocampo y demases gorilas del grupo Florida. 
–¿Cómo lo supo? 
–Porque, como usted dijo, no soy ni bueno ni malo, soy incorregible, como todos los peronistas. Y me gusta la historia completa. No solo la de Mitre. 
–¿Como a Marechal? 
–Más o menos. 
–Era bueno Marechal. Se lo dije. 
–Lo sé, maestro. Usted no es tonto. Por eso me gusta. 
–¿De veras? 
–Claro que sí. Llegamos, Borges. ¿Puede seguir solo? 
–Claro. Siempre estoy solo, incluso cuando me siento feliz. 
–Hágase peronista, entonces. Es feo ser feliz en soledad. Me lo dijo Leonardo Favio. 

La anécdota es tan incomprobable como inolvidable. Lo que sí declaró Favio, en un reportaje en 2007, fue: “Me hice peronista primero por intuición. Cuando era pequeño estaba en una pobreza infinita y de golpe comienza la felicidad. Voy avivándome de cosas. Cuando llega una máquina de coser… es una intuición que se va acercando a través de hechos concretos”.

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Fuad ya era Leonardo. En el resto de América Latina y hasta en Europa sus acordes eran tan cantados como en la Argentina y las giras se habían convertido en hábitos. Cuando Perón vivía en España, divisó a ese muchacho que se hacía exitoso en el país y llegó a sus oídos que el joven comulgaba con el ideario peronista. Perón ya había recuperado el cadáver de Evita –aunque muy maltratado– y un Favio de treinta y tres años hacía el debut de la gira en el Florida Park de Madrid. Antes del show, visitaron su camarín Estela Martínez de Perón — tercera y última esposa del General–, José López Rega –unos años antes de la gestación de la Triple A– y el tanguero Carlos Acuña. Favio se había ilusionado con la visita de Perón, pero Isabelita le explicó que “el General se acuesta temprano” y le agregó una propuesta al músico: “Está invitado a venir mañana a la casa”. 

Al día siguiente, el entusiasmo del huésped era total. El sol de Madrid le traía a la memoria el clima seco de Mendoza y con esa nostalgia partió del hotel rumbo al norte, hacia el distinguido barrio de Puerta de Hierro, en Navalmanzano 5, donde se encontraba la finca 17 de Octubre, refugio de Perón durante trece de los dieciocho años de exilio. En el auto iba junto al representante Orlando Debenedetti y el tanguero Acuña. A lo largo de su vida, Favio no se cansaría de contar que llegó tarde a esa cita. Entre el tránsito y los nervios, cayó a la casa de Perón entre quince y treinta minutos tarde, según quién relate la anécdota. El artista llegaba ya culposo por esa demora, pero más lo avergonzó que el General lo esperara en la puerta de entrada, mientras conversaba con un guardia. “Caramba, estábamos preocupados. Pensamos que les había ocurrido algo”, dice Favio que dijo Perón. “Fue suficiente para que me estallara la timidez, y tartamudeé no sé qué disculpa. Era muy sutil para hacerte notar faltas. Pero, en realidad, creo que lo que me turbó fue la emoción (…). Me sentí como llegando a una meta, como si en ese instante hubiera llegado a la meta el pibe que fui. Ese pibe del que tengo la imagen de que siempre corre, corre en busca de algo más que escaparse del Patronato”.

Las fotos del encuentro son híperconocidas. Al artista se lo ve fascinado, a veces observando al General; otras, acariciando los anteojos de lectura de su admirado. No se habló de política, al menos no de política partidaria, aunque si, como dice Aniceto en la película, “todo es cuestión de ideología”, podría entonces concluirse que se habló de lo que hizo falta para saber que estaban de acuerdo. Favio se preocupó por no incomodarlo y creyó que a Perón no le gustaría que le hablaran de su trabajo, como a él no le gustaba que le hablaran del suyo en encuentros informales o amistosos. 

El diálogo fue desde granjas y animales –algo que los dos disfrutaban–, los caniches del General, un poco de botánica, hasta la negativa del entonces expresidente a teñirse el pelo, a pesar de las bromas que le hacía Acuña de la “carmela”. Mientras tanto, Isabel les servía el té y López Rega ayudaba a Juan Perón a controlar el número de cigarrillos que había fumado durante el día. El líder le decía que solo se mostraba fumando para que vieran que no estaba enfermo. “No, Lopecito, si es para la gilada. ¿No ve que me están haciendo fotos? El cigarrillo es para que no piensen que estoy chacabuco. ¿No vio que andan diciendo que estoy chacabuco?”. Así recordaba Favio su visita. Pero lo que más lo emocionó fue darse cuenta de que Perón sabía detalles de su vida. “Usted es Jury, ¿no? Su apellido es Jury”, escuchó que le preguntaba el General. “Y yo sentí que me inflaba como un globo. Creí que iba a reventar de orgullo”, contó Leonardo y le respondió que sí, un poco tartamudeando: “Pero tenía los ojos redondeados de asombro: el General conocía mi apellido, el apellido de los prontuarios”. Perón quiso indagar: 

–Usted es de ascendencia árabe. Su papá ¿de dónde era? 
–De Siria. De Damasco. 
–Ah, de la Siria palestina. Allí nació Jesús. 

El General era como Favio lo había imaginado. Antes de despedirse, Perón le pidió al visitante que por favor le llevara una carta al cirujano Jorge Alberto Taiana, amigo del líder político, que era algo que le había escrito y quería hacerle llegar a Buenos Aires. Leonardo se fue, carta en mano, pensando “¿Qué llevaré? ¿La bomba atómica?”. Después de que Taiana la leyera y solo dijera, con suma tranquilidad: “Bueno, muchas gracias”, el cartero de Perón supo que la nota no decía nada relevante. “Era para hacerme sentir importante a mí. Cómo conocía al ser humano, ¿no?”.

Título: Favio vigente: Un recorrido por sus pasiones

Autor: Florencia Halfon

Páginas: 232

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Se siente periodista desde antes de terminar la escuela, cuando colaboraba en programas de Rock & Pop y Supernova. Trabajó en Información General; salud y educación son sus temas preferidos. Hizo tele de chica y madrugó siete años para el aire de Metro. Hoy es conductora de Ahora Dicen en Futurock. Trata de no ser tan porteñocéntrica.