La sombra detrás de la Superliga de Europa

El presidente del Real Madrid y el español que quiso traicionar al resto de Europa.

Hola, ¿cómo estamos?

Esta semana la caja del fútbol sonó fuerte: doce clubes europeos quisieron dejar la Champions League y armar su propio torneo. La noticia generó más indignación que aplausos en el mundo. Me llamó la atención -y me alegra- la rebeldía que brotó dentro de los profesionales y de los hinchas. Hubo una reivindicación de la igualdad de oportunidades que pocas veces se ve.

Hace algún tiempo ya este newsletter se dedica a pensar la propiedad de las instituciones deportivas. No sólo desde la discusión asociación civil vs sociedades anónimas, sino también desde los clubes en el mundo cuyos propietarios ni siquiera viven en el país donde queda su cancha.

Lo curioso de este último paso que se quiso dar es que hay cataríes, yanquis, rusos y chinos. Esta historia que les voy a contar es de uno de los pocos propietarios en suelo europeo que se quiso apropiar de la pelota.

La sombra detrás de la Superliga de Europa

Florentino Pérez tiene el mismo método de vestimenta que Homero Simpson: infinitos trajes azul oscuro, corbatas azules y camisas celestes. Está parado con sus lentes transparentes y el tono soberbio del ganador eterno. Reflexiona: “El Real Madrid necesita una pequeña revolución y todos sabemos que es la peor situación económica después de la de la guerra”. Desde julio de 2000, cuando aterrizó en el sillón de la Casa Blanca de Madrid, mantuvo una tradición con los medios de comunicación: dar entrevistas solo cuando las papas quemaban. Esta semana dialogó con periodistas de todo mundo para explicar de qué se trataba la Superliga de Europa, en la que asumía el rol de mandatario. Las declaraciones citadas no son de estos días, aunque dijo casi lo mismo. Son de 2009, tras la crisis económica en España. Un puñado de días más tarde de esas palabras, invirtió 65 millones de euros en el brasileño Kaká y 96 en el portugués Cristiano Ronaldo. El plan era la globalización. Aumentar los ingresos y no bajar los gastos. La misma aspiración que persigue con el nuevo torneo.

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Doce líderes de clubes -es difícil decirle dirigente a un jeque que se bajó de un avión de seis estrellas y se compró un berretín- se reunieron durante dos años para preparar un torneo que reemplazara a la Champions League -propiedad de la UEFA, la CONMEBOL de Europa-. Que les cambiara la ecuación: menos y mejores partidos. No exponerse a enfrentar a un club búlgaro que llega hasta ahí por mérito deportivo -al menos desde lo conceptual, porque en el fútbol, lamentablemente, como en la vida, demasiadas veces terminan venciendo los más ricos y los más poderosos-, pero sin popularidad. La idea era un campeonato de veinte equipos, con quince fijos y cinco que entraran por clasificación o por invitación. Se sabe el tiempo en que arrancaron con los ágapes golpistas porque los propulsores se ocuparon de deslizarlo por sus voceros. Aun así, el principal argumento que se enarbola son las pérdidas por la pandemia. Que -paradoja- tuvo punto de partida después del plan. “Como los únicos ingresos son los televisivos, nosotros proponemos jugar partidos más importantes que miren los fans de los grandes clubes”, detalló Pérez, en televisión. Este newsletter no se propone hallar soluciones económicas para la multinacional futbolística más enorme del planeta. Pero sí conocer en qué cuna se gestó esta iniciativa.

Pérez, un señor de 74 años que siempre brinda con Coca-Cola, es un símbolo del postfranquismo en España. Porque su primer cargo en política, siendo joven, fue concejal en el Ayuntamiento de Madrid por el partido Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez, el primer presidente tras la dictadura. Porque estudió ingeniería en caminos y se posicionó en el límite entre las dos áreas más desarrolladas de la economía española de aquellos años: la construcción y el sistema bancario.

Ni el dinero ni el poder le cayeron a Florentino como una herencia. Su papá era un trabajador acomodado, pero sin los vicios de mando de su hijo. En paralelo a la militancia en el Partido Reformista Democrático, partió con una empresa, que se juntó con otra y se alió con otra más, y en 1997 ya jugaba en la Champions League de la construcción. Todos esos obstáculos los había vencido, quedando a la cabeza de los proyectos. 

Los caminos tradicionales de la política estatal no le habían salido. Cambió los huevos de canasta y le apuntó al Real Madrid. En 1995, fue por primera vez a las urnas, pero cayó con Ramón Mendoza. Uno de sus pilares ideológicos era que el club -uno de los cuatro en España que es de los socios y socias- no debía cotizar en la bolsa. Ya con su típica vestimenta, el candidato rival lo difamaba apodándolo “gris y tristón”. Florentino no era millonario, pero en esa época era posible presentarse sin serlo. Cambió en 2012 cuando el propio Pérez modificó el estatuto y estableció que había que tener un patrimonio del 15% del presupuesto anual de la institución. Con un asterisco: no podía presentar avales de terceros, mas sí de bancos. Increíble: su primer respaldo fue de la Caixa de Barcelona. 

Se subió al ring nuevamente para pelear por el título. Alardeó con una promesa: “Quiero decirles que si soy el presidente, Figo será jugador del Real Madrid”. A la distancia, puede tomarse como infantil, pero el portugués era el 10 del Barcelona. Lo consiguió a cambio de 62 millones de euros. El día del Clásico, el refuerzo no tocó una pelota. Tanta había sido la hostilidad del público blaugrana despechado que Carles Puyol declaró: “Lo marcamos entre el público y yo”.

Un mes antes de que venciera en los comicios, Real Madrid le ganó la Champions League al Valencia de Pablo Aimar, el Piojo López, el Kily González y Mauricio Pellegrino. Fernando Redondo era el volante central y el capitán que daba clases en el merengue. Iker Casillas ya era el titular. Pero los comienzos de Florentino no siguieron con el triunfo al instante: en diciembre, perdió la Intercontinental contra Boca (va este compilado de ese partido de Riquelme de regalo para los bosteros y los amantes del buen fútbol). El dolor de cabeza continuó un semestre más: perdió el campeonato contra el Valencia y la semi de la Champions contra el Bayern Munich. 

Si no había quedado en claro con Figo, la política del Real Madrid persistió siendo la de apoderarse de cuanta figura existiera en el mundo. Puso 78 millones de euros sobre la mesa de Juventus y se llevó al crack de la última Copa del Mundo. Hay que admitir que pocas fueron deportivamente más redituables que ésta: Zinedine Zidane obtuvo una Champions como jugador en el 2002 de su arribo y tres como entrenador.

Pérez se carga sobre su propia mochila ser el encargado de haber explotado el mercado internacional. Apasionado en meter el hocico en la casa del vecino para robarle -incluso le preguntó a Jorge Messi cuánto quería su hijo por el contrato-, se llevó al brasileño Ronaldo. Cuando invirtió en 2003 unos 42 millones de euros por David Beckham, se lo acusó de desperdiciar plata. El mediocampista aterrizó en junio: en noviembre ya había escalado al millón de camisetas vendidas. 

La historia no fue sencilla. Florentino fue la punta de la ola de la globalización de la pelota. Construyó una casa que intentó meter a todos dentro. Con sus colores. Los resultados en la cancha no salían como se esperaba de esa potencia. En 2006, dejó la presidencia tras un número imposible de sostener en una institución tan ganadora como el Real Madrid: tres años de sequía.

Su arena política se volvió un espacio mítico: el palco del Madrid. “Acá son todos amigos, no se hacen negocios”, aclaró hace poco. Sobran historias y testigos de plateas vips que se sentaban a cenar y ni miraban hacia el césped. Por allí pasaron mandatarios y notorios de todo el mundo. Según Forbes, Pérez tiene un patrimonio de 2.100 millones de dólares y es el noveno español más rico. En esos pasillos, creció su capital exponencialmente. Salió durante tres años y regresó mientras la Justicia investigaba su gestión. “Vuelvo porque me preocupa mucho la situación institucional”, explicó y venció en las urnas, donde no tuvo ningún rival. Situación que se le acaba de repetir el 14 de abril y que le da pie para iniciar su sexto mandato.

Los presidentes faraónicos son tradición en el Real Madrid. Hay una leyenda que narra que el único rival al que Pérez realmente le quiso ganar es a Santiago Bernabéu, máxima autoridad de la institución entre 1943 y 1978 -aquí ustedes se preguntarán qué tanto respondía este presidente a Francisco Franco y los rumores son infinitos: desde arbitrajes, pasando por aportes económicos hasta por la versión de que el del Real Madrid nunca quiso al dictador-. Hay tres escenarios de disputa mitológica posible.

Para conmemorar los 50 años de su fundación, el Real Madrid organizó una serie de amistosos. Uno de los invitados fue Millonarios de Colombia, en el que se destacaba un crack. Tras llenarse los ojos de su fútbol, en 1953, Bernabéu apostó a una contratación que cambió la historia de esos colores: llegó el argentino Alfredo Di Stéfano. Vencieron cinco ediciones seguidas de la Copa de Europa. Pérez corrió detrás de esa épica y la buscó por donde pudo. Su futbolista fetiche siempre fue Raúl González, vencedor de tres estrellas europeas. Su broche de oro fue Cristiano Ronaldo, campeón de otras tres ediciones. 

En el Hilton de Madrid, en 1955, Bernabéu le puso firma al proyecto que se había propuesto desde el diario L’Equipe. La nombraron Copa de Europa y hasta 1993 sostuvo ese título. La modificación se dio a la par de la firma del Tratado de Maastricht, el 7 de febrero de 1992, y culminó con la fundación de la Unión Europea un año más tarde. El continente de todos se mantuvo hasta 2020: tras el Brexit, Reino Unido se salió de la organización. Quizás, lo de la Superliga de Europa vaya de la mano de este proceso de desmembramiento. Florentino quiso dar el puntapié inicial a su torneo. No pudo. 

El 14 de diciembre de 1947, se inauguró el estadio Santiago Bernabéu. Fue una gestión de cero del expresidente que no le puso su nombre a la cancha, sino que fue una decisión de la Asamblea de Socios en 1955. En las entrañas del templo de Madrid se disputó todo: la final del Mundial en 1982, la final de la Champions League en cuatro oportunidades y la final de la Libertadores en 2018. Para hacer la obra, el club recibió un préstamo del Banco Mercantil e Industrial. Un modelo que buscó repetir Pérez el 2 de abril de 2019 cuando, junto a la exalcaldesa Manuela Carmena, presentó el proyecto final de reforma del estadio.

El equipo que conduce Zidane ha disputado todo el año sus partidos de local en el estadio Alfredo Di Stéfano, dentro de su predio de entrenamiento. La remodelación que implicará más localidades y un hotel al costado de la cancha se hizo con un acuerdo a todo trapo: un préstamo millonario con el JP Morgan. En la historia de los clubes se ve la historia de las sociedades y el Real Madrid mutó al ritmo del capitalismo. Cuando un gigante como el banco con sede en Nueva York pisa la cancha, se mueve al ritmo de una sed voraz. Florentino sabía de eso. Y, tras las complicaciones para pagar el préstamo, sumó a la entidad financiera a la salsa de estos fideos. 

El JP Morgan prestaría 6.100 millones de euros a los doce clubes fundadores de la Superliga Europea. Un poco le irían devolviendo y otro poco iría ganando. Tras el fracaso de la movida, hasta la entidad bancaria salió a pedir disculpas: “Juzgamos mal la acogida de la Superliga entre la comunidad futbolística”. El lazo con la copa no es solo desde Pérez: Ed Woodward, gerente general del Manchester United, construyó su carrera en la banca de Estados Unidos. 

Su mensaje fue una reacción medida en las opiniones del mundo de la pelota. Futbolistas, entrenadores y público se pronunciaron masivamente en contra del campeonato. Hasta el primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, apretó a sus miembros de la Superliga (Arsenal, Chelsea, Manchester City, Manchester United, Tottenham y Liverpool) con que los echaría de la Premier League si no desistían de esta idea. Lo interesante de las palabras del JP Morgan es lo que sorprende de esta idea de torneo. Es certero que sus partidos son los más mirados, pero lejísimo está el fútbol de ser un modelo NBA, localizado y practicado únicamente de manera popular en Estados Unidos. 

El fútbol se diferencia de cualquier otro deporte colectivo porque su pelota puede hacerse con cualquier cosa. Puede ser una chapita, un trapo, unos papeles: no es indispensable ni que pique. Y cualquier cosa que simule un arco: dos ojotas, dos piedritas, dos remeras. Se adapta a cualquier superficie. Es popular no porque se ame a las figuras en las redes sociales o se pueda usar la camiseta del Manchester City en el Fornite o por cuántos suscriptos hay a los derechos televisivos: lo es porque se juega y se alienta en la mayor parte de los pedazos de esta tierra. Varones y, cada vez más, mujeres. No es tecnológico: es antropológico. 

Es lógico que Florentino Pérez no lo entienda. No es el único en este mundo que cree en el silogismo de que si en el fútbol hay poder, todo dentro del fútbol es poder. Este no es un juego donde solo entran los señores vestidos de infinitos trajes azul oscuro, corbatas azules y camisas celestes.  

Pizza post cancha

  • El mendocino Gonzalo Ruiz, un tipo más que adorable, ganó el premio Vendimia de novela con su obra El mejor oficio del mundo. Tiene mucho periodismo, bastante fútbol y una gran calidad narrativa. 
  • Quilmes sacó el primer libro editado por el club. Con 22 historias cerveceras. Se llama Quilmes a contar.
  • El lunes cumpliría años Roberto Arlt (26 de abril de 1900). Este texto futbolero siempre merece una lectura más.

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Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.