La salud mental no es un problema de ricos

Entrevista al licenciado en psicología Oscar Luna sobre la actualidad penal adolescente en contextos de alta vulnerabilidad social.

Oscar Luna es licenciado en psicología de la UBA y pasó de la atención directa de pacientes a formar equipos en territorio para abordar la problemática penal adolescente. Buscamos pensar el mito de la salud mental como un problema de las clases medias y medias altas de las zonas urbanas. Conversamos con el licenciado Luna sobre cómo es abordar problemáticas de salud mental en contextos de alta vulnerabilidad social.

Cenital: En el universo de jóvenes que pasaron por el sistema penal, ¿cuál es la problemática con la que más se encuentran?

Oscar Luna: Depende mucho de la particularidad de cada pibe que en algún momento elige involucrarse en una situación de infracción a la ley. Hay algo que tiene que ver con la época que es la caída de la autoridad y cómo afecta el contexto. Las formas de existencia que propone el capitalismo, el sujeto de consumo, los imperativos de goce de la época. Ahí aparece la caída del otro como referencia y también lo que impulsa que es lo que yo necesito, lo que me hace falta, que en general es lo que tiene otro. Entonces, en general ves robos que no están muy organizados. El robo adolescente es más improvisado y por eso está más expuesto. Nosotros por eso hablamos de la vulnerabilidad al sistema penal.

¿En qué sentido “al” sistema penal?

El sujeto vulnerable frente al sistema penal no es cualquier sujeto. Es lo que dice (Eugenio) Zaffaroni. Son sujetos con ciertas características los que terminan siendo “los clientes” del sistema penal.

En Cenital nos importa que entiendas. Por eso nos propusimos contar de manera sencilla una realidad compleja. Si te gusta lo que hacemos, ayudanos a seguir. Sumate a nuestro círculo de Mejores amigos.

¿Cuáles son esas características?

Por ejemplo, el que queda fuera del sistema escolar. El que empieza a encontrar otras referencias porque no las encuentra dentro del sistema, porque ese sistema primero lo estigmatiza y después lo segrega. Ahí tenemos toda una cuestión más compleja que es la expectativa de los adultos en relación a determinados jóvenes.

¿Cómo es el abordaje institucional que ustedes realizan para los adolescentes que pasan por el sistema penal?

Ahí hay que diferenciar. Antes de los 16 años a ningún joven que infringe la ley se le puede abrir una causa porque es inimputable. Pero entre los 16 y 18 años se juega otro orden de responsabilidad y se abre una causa. En esa población se arma un abordaje especial. Nuestro Código Penal no es de autor sino de acto, es decir, lo que va a determinar la dinámica con ese sujeto es el acto infractor. Sin embargo, a esa edad lo que se le va a ofrecer, si la causa es muy grave, es ir a un centro de régimen cerrado. Si no se evalúa una alternativa que es una medida penal en el territorio y que debería ser la primera opción.

¿En qué consiste esa medida alternativa?

Es un abordaje, en el medio familiar y social del joven o la joven, que intenta generar condiciones para que pueda revisar su posición y pueda encontrar una alternativa de existencia distinta a ponerse en riesgo permanentemente. No solo en un hecho delictivo sino también después en una comisaría. Las fuerzas de seguridad no están para nada preparadas para trabajar con una población de adolescentes de entre 16 y 18 años. Esos chicos que están en los límites de la transgresión no se pueden ver solo como delincuentes. Hay un llamado de atención ahí, un pedido al otro para que lo registre, un pedido desesperado de auxilio. Por eso es importante armar un espacio de escucha, de acompañamiento. Que pueda ubicar algo distinto en relación a sus intereses. Los pibes no dejan de ser efecto de los adultos con los que conviven. En los adultos de esta sociedad hay un nivel altísimo de violencia, tensión, frustración, decepción. Se habla mucho de los pibes pero de los adultos que no sabemos ni dónde estamos parados nunca se habla.

¿Cómo se aborda la problemática de salud mental en una población que, por lo que describís, no tiene las condiciones materiales resueltas?

Estamos hablando de una población que está en situación de vulnerabilidad penal y también de vulnerabilidad social. Por eso hay que ver todo el recorrido. Desde la falta de recursos materiales para su existencia, situaciones de hambre, los lugares que recorrió, los lugares a los que se los convocó, la forma en que se los mira. Pibes que han tenido que recorrer comedores para subsistir y que también han atravesado internas en los barrios. Hay algo también en relación a la rebeldía: con la caída de ciertos ideales quedó desplazada la posibilidad de rebelarse. ¿Ante qué te rebelas? ¿Y con qué ideales? Eso hace que lo que era para afuera, que era con el otro, a veces se vuelva contra sí mismo. Por eso aparece todo el tema de las autolesiones o el suicidio adolescente que está tan presente. Ya no es con el otro: la violencia va sobre sí mismo. Algo se está transformando en ese sentido.

¿Algo vinculado a suicidio adolescente?

Veníamos hablando con una colega que trabaja en un asentamiento de CABA y me comentaba que no está registrando suicidios últimamente. Y ella tiene la hipótesis de que antes se suicidaban porque suponían que estaban vivos y ahora no se suicidan porque ni siquiera se sienten vivos.

¿En qué te parece que influyó la pandemia en eso?

Los efectos de la pandemia, en tanto que desarticuló el vínculo con el otro, generó una situación de depresión, un estado de melancolía. Entonces hay algo de meterse hacia adentro. Lacan decía: “Hay dos formas de relacionarse con el otro: a través de la palabra o a través de la violencia”. Hay una situación de irritación, de enojo, de enfrentamiento. Tenemos un fenómeno de dos órdenes: en principio, las pocas salidas que ofrece este sistema en cuanto a proyectar alguna vida posible. El porvenir de la ilusión, como decía Freud. Y después un malestar ligado a cierta dificultad en el vínculo con el otro e incluso con los más propios de cada uno. A veces ese malestar se puede hablar, se puede abrir y pasar del enojo a la tristeza y de la tristeza a una elaboración posible. Pero si se queda ahí, solo en el malestar, hay una incomprensión y el adolescente naturalmente se siente incomprendido.

¿La pandemia agravó ese fenómeno de incomprensión?

El momento de la adolescencia es el del pasaje de la endogamia de la cuestión familiar a la exogamia, la salida a buscar su propia vida fuera de la familia. Y ese pasaje está algo detenido. La pandemia lo agravó. Me decía un adolescente de una escuela de clase media alta, en Ciudad de Buenos Aires, que estaba haciendo quinto año y estuvo dos años sin ver a sus compañeros: “Nosotros salimos a rompernos ahora”. Rompernos como una forma de recuperar algo que no va a ser posible recuperar de ningún modo. Pero cómo le ganás al tiempo es la cuestión. Y la otra cuestión son los espacios, que muchas veces están pensados desde los adultos. Hay un temor de los adultos a dar la palabra, a que los adolescentes propongan algo y que lo que propongan sea mucho más interesante que lo que tenemos para proponer nosotros. Es una lógica de encuadramiento, de mandato cultural que los pibes tienen que acomodarse a ciertas pautas y los adultos son los encargados de marcar esas pautas y establecer los espacios. Nosotros proponemos en las escuelas la constitución de centros de estudiantes, espacios de debate, que los actos escolares los organicen los propios pibes. Eso trama algo de otro orden. La adolescencia es tramar, tramar con otro, es el juego. Juntarse con otro para hacer algo. Cuando eso no está habilitado por el sistema, porque el sistema está agotado en lo que ofrece, es un problema. Hay una repetición de la que los pibes no quieren formar parte.

¿La pérdida de esos espacios más comunitarios es lo que conduce a salidas más individuales como la automedicación?

Algo de eso seguramente existe. Entre las escuelas que asisto hay escuelas nocturnas, con alumnos que a veces están fuera del sistema y están intentando terminar. Ahí hay una deserción importante y mucho esfuerzo de los docentes y la institución para volver a incluirlos. Y un poco la salida que ofrece el sistema es: “Hacé delivery”. Y los delivery trabajan de noche. Hay todo un tema con la autogestión. El pibe encuentra una salida laboral rápida, se hace de recursos y puede maniobrar en la realidad. Porque sin un mango te tenés que quedar en tu casa y soportar lo que está pasando en tu casa, que a veces no es el mejor clima.

¿Existe un límite entre un estado de malestar por el trabajo, por alguna situación particular, y un problema de salud mental?

El malestar es inherente a que uno tiene que limitarse. En la vida uno crece y se da cuenta que no todo es posible. Pero hay un límite ahí que es no caer en la decepción, la melancolía, la depresión o la tristeza. Ahí ya hay algo distinto, el sujeto se mete para adentro y empieza a constituirse en un mundo hostil. Ya no es el malestar inherente a que hay cosas que no puedo. La adolescencia es un momento vital en el que, o salís para algún lugar y te constituís como un adulto o te detenés para siempre ahí. Ese es el límite. Cuando uno ve que ese joven o esa joven no avanza y todo el tiempo está presente la decepción ahí hay un llamado de atención. Y una de las cuestiones más importantes que ofrecen nuestros equipos en salud mental es la anticipación a eso.

¿Está preparado el sistema de salud argentino para enfrentar estos problemas?

Acá hay una cantidad de profesionales importantísima, desde trabajadores sociales, pasando por el derecho, hasta psicólogos. Lo que el sistema a veces no tiene son recursos para contratarlos. Hoy tenemos centros de salud en los que no hay ni siquiera psiquiatras infanto-juveniles. Tenemos en la Ciudad de Buenos Aires espacios de salud mental y centros de salud comunitarios que no tienen psicólogos o que tienen uno o dos desbordados por las situaciones. Pero contratarlos requiere una voluntad política de destinar recursos a un área que a veces no se visualiza, no es lo que vende. Hacer una vereda o una calle vende. Pero resolver la situación particular de un adolescente o una familia no se ve.

*Oscar Luna es licenciado en psicología (UBA). Coordinador del área de Adolescencia, Subjetividad y Ley del IICPJ. Psicólogo del Equipo del Libertad Asistida del Consejo Nacional de Niñez, Adolescencia y familia. Coordinador de recursos expresivos del Instituto de la Máscara.

Es politólogo de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y director de la agencia de comunicación Monteagudo. Es co editor del sitio Artepolítica. Nació en Olavarría, una metrópoli del centro de la provincia de Buenos Aires. Vio muchas veces Gladiador.