La Piponeta

Cómo llegó Gimnasia a ser uno de los punteros del campeonato.

Hola, ¿cómo estamos?

La honestidad hincha las venas. Señala uno por uno a sus compañeros y les recuerda su condición de clase: “Muchachos, ninguno de nosotros peleó un torneo”. Rodrigo Rey continúa rugiendo: “Por eso, cada partido que juguemos necesitamos los tres puntos”. Las paredes del Juan Carmelo Zerillo transpiran el mito de quedarse en la puerta de la gloria. El que grita en ese vestuario previo a un partido es el arquero. Desde niño, padece una disfluencia en el habla. “Mi cabeza quiere ir más rápido que mi boca”, ilustra, en una entrevista. Tanto entiende las diferencias de velocidades que pueden poseer un pensamiento y una acción que es el indicado para organizar los sueños. Porque van 17 fechas y hay que controlar las emociones de sus compañeros. Porque apilan 33 puntos y, a la par de Atlético Tucumán, pican punteros. Esto es Gimnasia y hay que marcar de cerca los aullidos del Lobo.

Hay estrategias para llevar la presión. Escaparse de la piel o echarle nafta. Néstor Gorosito toma la autopista. El 8 de febrero, en una charla con Máximo Randrup, se puso el traje: “Si me preguntás por este año, la respuesta es simple: el objetivo es conseguir lo máximo y lo máximo es salir campeón”. Hay hipótesis completas en Gimnasia de si el sueño posee más chances con alguien de la casa o con un ajeno. Pipo condujo nueve equipos en el fútbol argentino: Chicago, San Lorenzo, Lanús, Rosario Central, Argentinos -en tres oportunidades-, River, Tigre -dos etapas-, San Martín de San Juan y el Lobo. Arrancó en Mataderos en 2002. Pasaron 17 años hasta que conquistó un título. El primer campeonato en Primera de los de Victoria. Lo que lo erigió en un fiel testigo en eso de que los deseos se cumplen.

Del bla bla a la práctica. Gorosito edificó la confianza desde el hacer. “Tenemos otros que pueden marcar la diferencia”, categorizó cuando se marchó de repente el Pulga Rodríguez a Colón. Le ofrecieron refuerzos y los rechazó. Gimnasia resultó el único equipo que no incorporó en el mercado de pases. Las urgencias se le abrieron. A Cristian Tarragona le fallaron sus ligamentos y quedó marginado el resto de la temporada. A Johan Carbonero lo vendieron a Racing. Pipo parecía tener un plan que no le despeinaba la privilegiada cabellera que exhibe a los 58 años. Incluso, sonó el teléfono desde Europa: Lucas Castro retornaba al país tras una década en Europa y Pablo De Blasis pretendía lo mismo. Los rechazó. Poseía un plan: confiar en los propios.

Benjamín Domínguez dormía a los tres años con una pelota en la cama. La abrazaba. En dos semanas, arribará a los 19 cumpleaños. Toda su cuna fue tripera. El sábado 3, Leandro Fernández había conseguido el 1–0 para Independiente. La memoria contra los rojos huele espeluznante: en 1995, Javier Mazzoni convirtió un gol, les arruinó un campeonato y se lo cedió a San Lorenzo. Desde ese día, más que otros días, en Gimnasia persiste la sensación de que, en un chasquido, todo puede escaparse. Pero córner. Centro de Brahian Aleman. Rebote. La bocha sale mansa a unos pasos de la medialuna. Pum. Al ángulo. Para celebrar, Pipo le dio un cachetazo y le susurró al oído: “La agarraste de pedo”. Son los primeros partidos de titular que le tocan del juvenil. El consejo del entrenador se repite semana a semana: “Encará y no va a haber problema. Te quedan 600 partidos en Primera y no se va a morir nadie si la perdés”.

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La ficha en los juveniles funciona como el gran sello. Debutaron seis productos de la casa en su gestión: Gonzalo González, Alan Lescano, Tomás Muro, Guillermo Enrique, Alexis Steimbach y Domínguez. La praxis concluye de un linaje. A Gorosito lo parió la cantera de River. En la temporada 87/88, jugó bajo la tutela de Carlos Timoteo Griguol. El Viejo -un apodo que en la mitad tripera de La Plata remite a él- logró dos subcampeonatos en el Bosque que perduran para siempre como un grato recuerdo. Su manera de educar a los futbolistas persiste como un legado en todo el país. Pipo lo evocó en su primera conferencia de prensa como DT del Lobo: “Timoteo nos ha marcado a muchos en la constancia y en ser buena gente. Yo antes de ser buen entrenador quiero ser buen tipo. No va a cambiar mi esencia el ganar o perder”. Tampoco es el único eslabón de la dinastía. A estos flamantes profesionales los contuvo Sebastián “Chirola” Romero. Emblema de la institución. Conductor de la Reserva. Hijo pródigo de Griguol.

Al mix de pibitos lo enmarcan los adultos. Brahian Aleman se transformó en un jugador de culto en Argentina. Un baldosero hecho y derecho. Uruguayo, campeón con Defensor Sporting, la vida lo predispone a una mezcla de Superman y Clark Kent. Silbando bajito aterrizó en 2012 en Unión. Hizo ruido en Arsenal. Mostrando su principal destreza: una zurda sensible que agita la varita desde cualquier geografía y puede culminar en el ángulo. En Sarandí, apenas transcurrió un campeonato: 19 encuentros y 9 goles. Salvaje. El viento lo esparció al Barcelona de Ecuador y a Liga de Quito. Hasta que halló su público. Una fibra de los triperos enloqueció con sus destrezas. Incluso perdonándole sus desórdenes de peso y mucho minuto fantasma en el césped. Tuvo un paréntesis en el Al-Ettifaq de Arabia Saudita. Lo repescaron. Fuera de forma. Sabiéndose que se puede sacar los lentes y comienza la fiesta.

No es la única bandera. El central Leonardo Morales lleva una temporada impresionante. Gorosito lo marcó como el mejor defensor del campeonato. Un tapado. Porque una grosa parte de su carrera la cimentó en el fútbol de Entre Ríos. Pasó por Atlético Paraná y por Patronato. Hasta migrar a Ramón Santamarina de Tandil, hoy en el último lugar de la Primera Nacional. Gimnasia apostó por él y devolvió gratificaciones. Recíprocas. Tanto que esta semana aclaró: “Le dije a mi representante que ni me avisara las ofertas que tengo porque quiero estar concentrado acá”. Un caso semejante al de Agustín Cardozo. Al volante central lo amarró desde Tigre, un all in de Pipo que trajo ganancias.

No hay felicidad sin muecas del destino. Aunque Gimnasia viva convencido de que la suerte se distrae de sus colores, al ciclo de Gorosito lo sobrevivió cierto azar. El primer semestre lo había complicado con dos goleadas en contra: 0–4, frente a Banfield y frente River. De local, se le escapaba el clásico contra Estudiantes. El reloj cantaba 96 minutos. Benja Domínguez lanzó un tirito, la pelota se encendió mágica, se le traspapeló a Mariano Andújar y Eric Ramírez apareció para empujarla. De aquella tarde hasta hoy, apenas perdió tres partidos: Sarmiento, en el campeonato pasado, Atlético Tucumán y Patronato en éste.

El horizonte anhelado era clasificarse para las copas. La Libertadores, en el mejor escenario. El dominó se acomodó mejor. Gimnasia se apareció en una utopía de disputar la cima. La institución no se hallaba preparada para esto. La dirigencia arrastra una deuda económica con el plantel. Los jugadores se cansaron, se reunieron, pactaron con el cuerpo técnico y anunciaron que no concentrarían antes de Independiente. El presidente, Gabriel Pellegrino, estalló. Discriminó a Aleman: “No lo quería nadie. Le hicimos un favor. Lo tuvimos que hacer correr en Estancia como a una oveja para que bajara de peso”. Se mofó de sus jugadores: “El Dream Team que tenemos decidió no concentrar”. Los trabajadores no ingresaron en la rosca. Se mantuvieron igual. Fueron. Ganaron. Se adueñaron de la punta.

Una pelota como si fuera un bebé bajo el brazo izquierdo. Sus futbolistas cantando a su lado. Abrazados. El jaque a la desgracia caminaba despacio sobre un césped que no podía comprender lo que estaba viendo. Hace tres años, Diego Maradona lucía una gorra con el 10 estampado en la sien. No es un título tradicional, pero es una distinción que exhiben los clubes que lo tuvieron. Que te elija el más grande de la historia es un privilegio. Gimnasia tenía a dios. Los había puesto por encima de todos. Se multiplicó en murales. En anécdotas. En futbolistas que se entrenaban con una sonrisa infinita. Por todo lugar donde pasó revolucionó el aire. Acá el escenario místico precisaba más. Pasan los días y los goles se festejan mirando al cielo. Las salvadas se consideran un guiño. Cada día más esperanza. Fua, El Diego. Quizás, la historia haya cambiado.

Pizza post cancha:

  • Hay mucha literatura sobre el Superclásico. Y es un buen modo de esperarlo y de vivirlo. Una entre mil sugerencias posibles: la primera vez que Roberto Fontanarrosa vio un cruce entre Boca y River. Escribió para El Gráfico.
  • La crónica del boxeo es casi una dimensión literaria aparte. El periodista Hernán O’Donnell lo demuestra en sus crónicas reunidas en el libro Un puñado de murmullos.
  • Figo era el mejor del mundo. Lo vendieron del Barcelona al Real Madrid. Traicionó a un público al que le había prometido todo. El documental de aquella transferencia está en Netflix y es un fuego.

Esto fue todo.

Esta edición, podría haber sido del Superclásico. Sería injusto. El Bover inunda todas las venas informativas y no hace falta. Gimnasia fue, es y será un fenómeno popular de la pelota. Mañana, enfrentará a las 13 a Newell’s, en Rosario.

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Abrazo grande,

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.