La opinión pública frente a los feminismos y el lenguaje inclusivo

En el marco de un proyecto de investigación de la Universidad de Buenos Aires llevamos a cabo un estudio cualitativo en diferentes provincias argentinas para comprender cómo la sociedad percibe y entiende estos procesos que muchas veces nos resultan, de manera errónea, zanjados.

En 2015 Argentina irrumpió en la escena internacional con la masiva movilización de mujeres denominada «Ni Una Menos». El dolor y el hartazgo ante la nula respuesta del Estado frente a los femicidios provocaron una marea de mujeres que se contagió a todo el mundo. A pesar de los avances y de ser un tema central en la agenda política actual, los feminismos mantienen ciertos estigmas. Muchas mujeres y varones tienen prejuicios. Aún se cree que ser feminista supone estar en contra de los varones o negarlos.

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¿Cómo percibe la sociedad este avance de los feminismos? ¿Cómo se evalúa esta nueva agenda de discusión? ¿Qué pasa con el lenguaje inclusivo?

Para respondernos, durante 2019, y en el marco de un proyecto de investigación de la Universidad de Buenos Aires, llevamos a cabo un estudio cualitativo en diferentes provincias argentinas para comprender cómo la sociedad percibe y entiende estos procesos que muchas veces nos resultan, de manera errónea, zanjados.

La primera conclusión fue el nivel de familiaridad que adquirió la discusión. El rol de la mujer en la sociedad pasó a formar parte de las conversaciones familiares y entre amigxs. La cuestión no pasa inadvertida en la opinión pública y la lucha de las mujeres logra algunos consensos pero también genera divisiones y muy fuertes.

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Cuando preguntamos qué implica la igualdad entre mujeres y varones para la sociedad, notamos que, todavía, la desigualdad y los estereotipos de género están latentes en la opinión pública. Registramos un consenso emergente en lo que podríamos denominar el plano de las ideas: acuerdos en torno al derecho de las mujeres a votar, a tener representantes con cupos, cobrar los mismos salarios, distribuir las tareas familiares y domésticas, entre otros temas. Pero cuando la indagación comienza a profundizarse es claro que los estereotipos de género continúan vigentes.

Esto se ve, por ejemplo, cuando se discute acerca de los espacios con los que se asocia a la mujer y con cuáles al varón. Ahí pudimos observar que la diferenciación del ámbito público y el privado continúa operando. La asociación de la mujer al ámbito doméstico (escuela, shopping, verdulería, peluquería, etc.) está naturalizada; así como el ámbito público (fábricas, oficina, cancha de fútbol) permanece en el imaginario como exclusivo de los varones.

En este sentido, las controversias fuertes y las diferencias más marcadas entre lxs entrevistadxs aparecen cuando se trata de las formas. Las mujeres como sujeto político y movilizadas luchando por sus derechos generan cierta incomodidad. Consideran que la supuesta radicalización de los reclamos aleja el sentido de la lucha y, en muchos casos, provoca rechazo. Además, consignas como «Mirá como nos ponemos» o «eso que llaman amor es trabajo no pago» suelen ser incomprendidas.

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Podríamos establecer dos grandes marcos en el discurso de la opinión pública. Por un lado, el feminismo y por el otro, las feministas. El feminismo está mayormente asociado a un movimiento de reivindicación positiva, anclado en la búsqueda de la igualdad de género. Las feministas, por el contrario, relacionadas con eventos y hechos disruptivos durante las movilizaciones o las discusiones públicas, son ligadas a un marco negativo. Todo lo que pasa al plano de «fanatismo» reviste muchas críticas y provoca distancia.

Sobre las feministas recaen los estereotipos que aún hoy, a pesar de los avances del movimiento de mujeres, están vigentes en el imaginario colectivo y que, a su vez, reproducen los medios de comunicación. Los términos utilizados por lxs entrevistadxs para referirse a las activistas reflejan este marco de negatividad. Hablan de «feminazis», «radicales», «conflictivas», «imposición», «zurdas», «autoritarias».

Además, hay imágenes que provocan un marcado rechazo: mujeres desnudas manifestándose, vírgenes aborteras en movilizaciones, etc. Imágenes que los medios de comunicación eligen para difundir, que se visibilizan como representativas de una totalidad por sobre otras, y desde las cuales se reproducen los estereotipos que finalmente sedimentan en la opinión pública.

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Las palabras transmiten mensajes, expresan ideas y representan valores. El uso del lenguaje es muchas cosas menos ingenuo. En estas operaciones hay sujetos invisibilizadxs y es por eso que en el plano de las palabras los feminismos también buscan la igualdad. Pero ¿cómo percibe la sociedad el uso del lenguaje inclusivo? ¿Quiénes lo utilizan?

El primer rasgo claro es que hay una nula o poca utilización del lenguaje inclusivo fuera de las activistas de los movimientos feministas y entre lxs pocxs entrevistadxs que lo usan para algunas expresiones. Su utilización está más vinculada a un código jocoso entre amigxs que a una reivindicación social. A su vez, visualizamos divergencias entre la oralidad y la escritura: el lenguaje inclusivo oral genera mayor rechazo y distancia que el escrito. En este sentido, la escritura con «x» o «@» provoca menos incomodidad y está más internalizada en lxs más jóvenes. Podríamos decir que aún cuando la desigualdad en la lengua es reconocida, todavía se encuentran resistencias a un cambio cultural que incorpore nuevas formas de expresarnos con equidad.

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Ni Una Menos logró lo impensado: las discusiones sobre cuestiones de género comenzaron a ser parte de la agenda pública y mediática. Fue a partir de ese momento que comenzamos a tener estadísticas sobre violencia de género; se sancionaron leyes de paridad de representación política y de capacitación obligatoria para el Estado; se creo el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad y los medios de comunicación dejaron de decir «crímenes pasionales» y de poner el foco en la víctima para, de a poco, empezar a hablar de femicidios.

La lucha ha dado sus frutos pero aún falta mucho. A pesar de los enormes avances de los últimos años las resistencias persisten. En la sociedad hay un consenso generalizado y políticamente correcto respecto a la igualdad, pero se visualizan muchas resistencias a medida que la causa se corporiza. En paralelo, a diario, leemos y escuchamos a dirigentxs y formadorxs de opinión que parece que se escondieron debajo de una piedra durante todo este tiempo.

Atravesar las resistencias aún presentes en la sociedad y, de ese modo, ampliar las fronteras de la lucha es un enorme desafío. Pero también es un deber de la dirigencia política y los medios de comunicación no reproducir el machismo. La comunicación con perspectiva de género es una opción política que permite visibilizar las desigualdades, combatir los estereotipos y denunciar los modos de construir la supremacía del varón.

Socióloga, magíster en comunicación política y consultora política. Profesora UBA.