La caída de Boris, el bufón

Despeinado y abatido, la historia de Johnson, el ahora exprimer ministro del Reino Unido. Ascenso y descenso de la figura del Brexit.

¡Buen día!

1.

Mi mentira preferida de Boris Johnson es lo que hace con su pelo. Su melena ridícula y desprolija, con rayos de pelo parados que compiten entre sí, el primer indicio de que estamos frente a un hombre que no las trae todas consigo, es en realidad un invento: Johnson se despeina a propósito. Lo revelaron varias productoras de televisión que veían cómo Boris se desarmaba la melena antes de entrar a cámara. También se desajustaba el nudo de la corbata si hacía falta, o liberaba la camisa por arriba del pantalón.

Su torpeza, que completaba con el resto de su apariencia física y una elocuencia astillada, con gaffes permanentes, fue para él un dispositivo político. Una performance capaz de despertar simpatía y en cierta forma autoidentificación, activos fundamentales para cualquier político. No porque Johnson sea como el resto –nacido en el seno de una familia acomodada, estudió en el internado de élite Eton, luego en Oxford y siempre estuvo dentro del establishment– sino porque se ve vulnerable y es capaz de reírse de sí mismo aún en los espacios donde la seriedad es el código máximo y especialmente en un país cuya política es un espectáculo de solemnidad.

Es esta tensión entre su imagen de incompetencia y su innegable inteligencia para explotarla lo que lo convierte en un personaje atractivo. El propio Johnson jugaba con eso cuando intercalaba gaffes e inconsistencias con un despliegue bastante impresionante de su erudición, con citas textuales de la ilíada en su idioma original y otras referencias que domina desde Oxford.

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Según The Economist, su renuncia como Primer Ministro de Reino Unido, es “la caída del payaso”. Es un rótulo que lo acompaña desde el inicio de su carrera política. Y hay voces serias que defienden la idea de que a Johnson hay que entenderlo como un payaso: un hombre atolondrado pero que se hace el tonto y cuya principal función –y clave de éxito– es que ayuda a aliviar y distraer a la sociedad ante la evidencia de una realidad trágica.

2.

Johnson dice que su peor metida de pata fue al inicio de su carrera como periodista, cuando inventó una cita en una nota para The Times, al que había entrado como pasante gracias a conexiones familiares, y fue despedido.

Encontró refugio rápido, y un par de años después llegó a Bruselas como corresponsal para The Daily Telegraph, un diario conservador con llegada al gobierno de Margareth Thatcher. A Johnson lo leía la propia Dama de Hierro y sus columnas causaban sensación. Este es el primer hito de su carrera. Sus ángulos eran mordaces y un poco ridículos, pero maridaban bien con la narrativa euroescéptica del thatcherismo. Escribía, por ejemplo, sobre cómo los italianos incumplían las normativas de la Comunidad Europea al fabricar preservativos demasiado pequeños, o cómo esas normativas impedían también que la industria de las papas fritas experimentara con algunos sabores nuevos.

“Era como tirar piedras al otro lado del jardín”, dijo en una entrevista en 2005 en la que rememora sus andanzas como corresponsal. “Oía romperse los cristales en el Reino Unido, como si todo lo que escribía desde Bruselas explotara en el partido Conservador. Eso me daba una extraña sensación de poder”. Muchas de sus notas contenían información que luego era desmentida por voceros, pero no importaba: los textos eran divertidos y se leían. Más tarde escribiría novelas y hasta una biografía de Winston Churchill, publicada en 2014. Las reseñas dicen que sus libros eran pésimos.

Johnson volvió a Londres en 1994. El diario quería que escribiera sobre política, pero él no tenía mucha idea qué decir. No tenía opiniones formadas. Según Sonia Purnell, que escribió su biografía, Johnson le confesó su secreto a uno de sus colegas en su nueva sección, James Landale. “Seguro debes tener alguna”, le dijo. “Bueno, estoy en contra de Europa y de que castiguen al capital”, le respondió Johnson. “Estoy seguro de que sacarás algo de eso”, saldó su compañero.

Pero unos años después se aburrió del periodismo y saltó a la política. Tenía ambiciones mayores. En su infancia decía que quería ser el “rey del mundo”: tener estatuas, ser recordado, poner su nombre en la Historia.

3.

Según se encargó de difundir su hermana Rachel, cuya carrera sí se consolidó en el periodismo antes de saltar a la política, Boris odia a la Unión Europea desde su infancia, cuando se llamaba Comunidad Económica Europea y donde su padre, Stanley Johnson, trabajaba como delegado del gobierno británico, que se sumó al bloque en 1973. Fue en Bruselas donde el matrimonio de sus padres se deshizo y su madre, Charlotte, comenzó con problemas de depresión.

Esa foto es de 1974. Boris es el chico de mirada perdida que parece agarrado de un colectivo imaginario, a la izquierda del cuadro. Lo siguen Leo, Rachel, sus padres y Jo, que es una versión prolija de Boris y fue su ministro hasta que renunció en una de las trifulcas partidarias por el Brexit. “Estoy dividido entre la lealtad familiar y el interés nacional”, dijo entonces, y dejó la política.

Era un ambiente ultracompetitivo. La periodista Marie le Conte relata que Boris una vez se fracturó el dedo por pegarle una patada a una mesa de ping pong, después de perder un partido con Rachel. Los cuatro fueron a Oxford y estaban presionados para destacar. Hay uno solo de los hermanos que escapó al ojo público: Leo, que es empresario. “No soy político. No soy rubio. No soy Tory (conservador). Nací sin el gen de la autopromoción, o al menos con este defectuoso”, dijo en una entrevista. También es anti-Brexit, como Rachel.

La familia vivió en Londres, Bruselas y Nueva York, donde nació Boris. Le Conte los retrata como una familia de clase alta pero venida a menos, obsesionada con recuperar su lugar a través del reconocimiento público.

Hay quienes leen ahí una metáfora poderosa sobre el Reino Unido: un país venido a menos, obsesionado con recuperar su lugar a través del Brexit.

4.

Su ascenso en el Partido Conservador, en el que militaba su padre, fue escalonado pero certero. En el 2001 ganó una banca como diputado cuando todavía era editor del semanario The Spectator. Era joven, tenía presencia mediática y el escaño estaba en una zona segura para los tories: era un aterrizaje controlado. Ganó visibilidad cuando fue apuntado como ministro de Artes en el gabinete en las sombras, una de las particularidades de la política británica, donde la oposición tiene siempre listo un equipo de gobierno. Los tories ya se habían acostumbrado a ser oposición: era el apogeo del Nuevo Laborismo y Tony Blair, quien fue, para Margareth Thatcher, su “mayor logro”.

Johnson se va del gabinete opositor en 2004, a raíz de un affair que tiene con una periodista que al principio niega, un modus operandi conocido a esta altura. En 2008 se presenta a la alcaldía de Londres y, para sorpresa de toda la opinión pública, gana. Muestra su cara más liberal y cosmopolita, tolerante con las minorías y cerca del centro. El hartazgo con el laborismo a nivel nacional, ahora en manos de Gordon Brown, opera como viento de cola, y Johnson derrota a Ken Livingstone, que gobernaba la capital desde hacía ocho años.

Su mayor legado fue la red de bicicletas y la organización de los Juegos Olímpicos, que le dio notoriedad global. No se destacó, pero estuvo a la altura. En 2012 volvió a reelegir. Y fue desde la alcaldía donde Johnson lanzó su mayor reto y apuesta política, cuando se convirtió en la cara de la campaña del Brexit.

Las fechas acá importan. En 2013, como una apuesta para ganar adeptos en el ala derecha del Partido Conservador, David Cameron, primer ministro desde el 2010, plantea la posibilidad de un referéndum para decidir sobre la permanencia en la UE. Un año después, en las elecciones para el Parlamento Europeo, el partido UKIP, cuya única propuesta es retirar a Reino Unido de la Unión, se convierte en el más votado. Su líder, el estridente Nigel Farage, comienza a presionar a Cameron, que por lo demás está confiado en que va a ganar la opción de la permanencia. En 2015 hay elecciones generales donde los tories arrasan, Cameron reelige como primer ministro y el referéndum queda para junio de 2016.

Es ahí donde entra Johnson en escena. Su decisión es tardía, lo que revela que estuvo especulando hasta el último momento, pero finalmente anuncia que va a apoyar la salida. Se convierte así en la cara de la campaña Leave, que para entonces no tenía referentes serios y competía contra un campo que tenía a los dos principales líderes nacionales –David Cameron y el laborista Jeremy Corbyn– como exponentes. En Brexit: The Uncivil War, la película de Toby Haines que narra la campaña, Johnson aparece retratado como una marioneta de Dominic Cummings, el cerebro detrás de la victoria al que Boris completa con su carisma.

Más allá de la lectura de Haines, la incorporación de Johnson se reveló crucial para la campaña, que prometía volver a tomar el control (take back control). Boris abandona a partir de ahí sus credenciales más liberales y comienza a hablar de seguridad social estatal y en contra de los inmigrantes. Su euroescepticismo, por lo demás, no era impostado.

Cuando el Leave se impone en el referéndum, Cameron renuncia y Johnson se convierte en el favorito para reemplazarlo. Pero entonces es traicionado por su mano derecha en el partido, Michael Gove, que declara que Johnson está incapacidato para gobernar el país y convence a decenas de otros parlamentarios. Boris baja entonces su candidatura. Solo tiene que esperar a que la sucesora de Cameron, Theresa May, fracase.

5.

Incapaz de conseguir el apoyo suficiente para aprobar su proyecto de Brexit, May renunció a principios de 2019. Johnson la había acompañado como ministro de Exteriores hasta la presentación del proyecto, que fue la excusa para abandonarla. El argumento de Johnson era que May estaba cediendo mucho a Bruselas, una lectura que terminó primando en la bancada conservadora.

Johnson arrasó en la elección interna del Partido y se convirtió en primer ministro en julio de 2019. Ese año estuvo a punto de llevar al país a una salida de la Unión Europea sin acuerdo, pero finalmente consiguió un arreglo de manera agónica, que evitó el choque. El precio a pagar es un protocolo que deja a Irlanda del Norte con ciertas regulaciones. Unos años después, ya en su ocaso, Johnson se va a arrepentir y va a buscar cambiar el protocolo por la fuerza.

Luego del acuerdo, firmado en octubre, Johnson convoca a elecciones generales. Su relación con el Parlamento, donde los conservadores habían perdido la mayoría por culpa de May, estaba agotada. En diciembre de 2019, Cummings, que había asumido como mano derecha, se ocupa de pensar otro lema, enfocado en terminar de completar el proceso formal de salida de la Unión: Get Brexit Done. Es simple y potente. Y hay otro viento a favor: Jeremy Corbyn, el candidato laborista, se encuentra desgastado y en guerra con su propio partido. En las elecciones Johnson lleva a los tories a la mayoría más holgada desde los años de Thatcher. Pero, por sobre todo, consigue la victoria en distritos tradicionalmente laboristas, que votaban a la izquierda desde hace décadas.

Unos meses después, Reino Unido sale de la Unión Europea y Boris Johnson finalmente consigue poner su nombre en la historia. Cummings tenía para entonces planes más ambiciosos: quería remodelar toda la burocracia estatal y convertir a Reino Unido en una potencia tecnológica, además de renovar la infraestructura de todo el país. Pero Cummings rompe con Boris antes del primer año de pandemia, cuando la gestión ya estaba a la deriva. El manejo de la crisis sanitaria fue errático y provocó que Reino Unido sea uno de los más afectados por muertes en todo el mundo. Después de dilatar medidas rápidas, Johnson las terminó tomando cuando él mismo casi muere contagiado, después de un par de noches en terapia intensiva.

Un año después de la salida de Cummings, aparecieron reportes de que Johnson y sus colaboradores organizaron fiestas en la residencia del Primer Ministro, mientras el país todavía seguía con restricciones. Johnson repitió su modus operandi, primero lo negó y después dijo que solo había ido a una, pensando que era un evento de trabajo. Luego se comprobó que había mentido. El partido votó para removerlo y Johnson zafó por muy pocos votos.

Apenas unas semanas después volvió a meter la pata, cuando dijo que no sabía de la conducta de Chris Pincher, el número 2 de la bancada conservadora que fue denunciado por abuso sexual, cuando lo nombró. Pero era mentira, y sus propios ministros lo empujaron a renunciar.

Con su salida, los conservadores se quedan sin el líder carismático que parodió al establishment como nadie, aunque su popularidad ya estaba desinflada. Su sucesor, o posiblemente sucesora, deberá hacerse cargo de un país cuya economía está destinada a seguir sufriendo por los próximos años y su lugar en el escenario internacional, ahora lejos de la Unión Europea, se parece más a un seguidismo de Washington que a un cuarto propio.

Muerto el bufón, queda solo la tragedia.

Nos leemos pronto.

Un abrazo,

Juan

Cree mucho en el periodismo y su belleza. Escribe sobre política internacional y otras cosas que le interesan, que suelen ser muchas. Es politólogo (UBA) y trabajó en tele y radio. Ahora cuenta América Latina desde Ciudad de México.