Juegos del futuro, juegos del miedo

Tokio 2020, el acontecimiento deportivo del año, bajo la incertidumbre del coronavirus.

Imposible olvidar al primer ministro Shinzo Abe disfrazado de Super Mario. Cavaba una tubería desde Shibuya, uno de los barrios con más ambiente de Tokio para llegar a tiempo al Maracaná. Sucedió en la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Río 2016. Fue una idea ocurrente de Japón para invitarnos a la próxima cita. Abe, ya no como el Super Mario de Nintendo, sino como el premier más duradero en el Japón de la posguerra, abrirá el 24 de julio el principal acontecimiento deportivo de 2020: los Juegos Olímpicos de Tokio. Las competencias no serán exactamente en el ficticio Reino Champiñon del Super Mario con poderes mágicos, sino en un Japón tercera economía del mundo, que anuncia robots, futuro y nuevas estrellas.

Veremos vehículos eléctricos que llevarán jabalinas y periodistas, shuttles autónomos a batería eléctrica para trasportar atletas en la Villa Olímpica, taxis sin chofer, robots basados en las mascotas de los Juegos, Miraitowa y Someity, que estrecharán manos, entregarán agua sonriendo, acomodarán en los asientos y orientarán turistas. Habrá también monopatines modernos, trenes magnéticos, reconocimientos faciales para trescientas mil personas, sensores para visión de 360 grados, mapeos eléctricos tridimensionales, plataformas 5G de Intel, himno oficial de sonidos diferentes, con ritmos que, según el momento, alentarán a los deportistas o motivarán el aplauso de los aficionados, traducción simultánea de Panasonic y televisores en 8K. Eso sí, «los Juegos más innovadores de la historia», no tenían previsto el coronavirus.

La muerte el jueves pasado de una mujer de 80 años en Kanagawa, a 70 kilómetros de Tokio, primera por el virus en Japón, aumentó alarmas. Japón tiene cerca de 250 casos, 44 en el crucero Diamond Princess, que está en cuarentena en las aguas frente a Yokohama, ante el temor de que el virus, como muchos sospechan, ya se haya propagado en el país. Japón es la nación más afectada después de China, claro, que sufrió ya casi 1.400 muertes, retrasó competencias (Mundial de Atletismo en pista cubierta de marzo en Nanjing y GP de Fórmula 1 de abril en Shanghai) y debió desertar de algunos torneos.

¿Podrán ir los seiscientos atletas chinos a Tokio? ¿Y sus miles de turistas? Japón reiteró esta semana que no considera cancelar o posponer los Juegos. El Comité Olímpico Internacional (COI) negó este viernes en Tokio que se esté elaborando «un plan B». El 73 por ciento de sus 5.700 millones de ingresos de ciclo olímpico (cada cuatro años) dependen de los Juegos de Tokio, un negocio televisado a todo el mundo. La conferencia de prensa del viernes registró once preguntas. Las once fueron sobre el virus. ¿Podrá ingresar a Tokio Jack Ma, fundador de Alibaba, mayor patrocinador olímpico, nacido en una de las dos provincias chinas más afectadas por el brote?, llegó a inquirir un periodista. Todos saben que el cuadro, agravado por ignorancia y manipulación, puede complicarse si el brote sigue expandiéndose.

Baby Hiroshima

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Por el momento, Japón luce orgulloso su obra. Allí está el Estadio Olímpico, en medio de los bosques Meiji Jingu Gaien, con plantas y árboles por todos lados, que disimulan los grandes edificios, levantado donde estaba el antiguo estadio Nacional, construido para los Juegos Asiáticos de 1958 y los Juegos Olímpicos de 1964 y demolido en 2015. Las excavaciones descubrieron restos óseos de al menos 187 personas, bebés incluídos, posible, porque en la zona había un cementerio en el año 1700. Irónicos, algunos afirman que esos restos podrían simbolizar también lo que queda de los viejos Juegos Olímpicos que reflotó el barón francés Pierre Fredi de Coubertin y cuya primera edición se celebró en Atenas en 1896. El olimpismo, dijo tiempo atrás un especialista, debe mantener equilibrio entre la tradición y la modernidad. Mezcla de museo y de circo.

Cerca del estadio, justamente, en el extremo sur del barrio de Shinjuku, está el Museo Olímpico de Japón, zona de embajadas y campos de béisbol. El Museo está vigilado por una estatua de Coubertin, el noble que terminó algo decepcionado porque veía su invención convertida en un show y dilapidó el dinero que le quedaba en el deporte obrero.

A Coubertin, y a todo el movimiento olímpico, siempre le preocupó el «legado». El legado del deporte que sirve para educar y confraternizar. Y el legado de los Juegos que trasforman ciudades. Los Juegos de la Juventud 2018 en Buenos Aires dan fe sobre lo relativo de ciertos discursos. Su «legado» más concreto es un gasto que ya supera claramente los mil millones de dólares, mucho más que lo presupuestado originalmente.

Tokio 2020 quiere recordar el «legado» de Tokio 1964. Aquellos Juegos, los primeros de la historia en el continente asiático, celebrados apenas 19 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, y que fueron para Japón ocasión inmejorable de cambio de imagen. El Japón bélico e imperialista vs el Japón que se reconstruía tras las bombas atómicas que arrojó Estados Unidos en 1945 en Hiroshima y Nagasaki. Ante el emperador Hirohito, que inauguró aquellos Juegos, la antorcha ingresó al estadio portada por Yoshinori Sakai, atleta de 19 años, nacido el 6 de agosto de 1945 en Hiroshima, el mismo día de la bomba que mató a 140.000 personas. «Baby Hiroshima».

Desastre nuclear, juegos ecológicos

Igual que en 1964, Tokio 2020 también convertirá la tragedia en épica. Fukushima, la ciudad al norte de Tokio que en 2011 sufrió terremoto, tsunami y tragedia nuclear, fue elegida para iniciar el 26 de marzo próximo el recorrido de la antorcha olímpica. En el desastre de Fukushima murieron 19.689 personas, desaparecieron 2.563 y 49.619 siguen evacuadas, en alojamientos temporales y habitáculos públicos. Tokio 2020 decidió trasladar también a Fukushima el campeonato olímpico de béisbol, deporte estrella en Japón. Corea del Sur, en Guerra Fría con Japón, ya pidió garantías sobre los alimentos y el agua de Fukushima y Greenpeace solicitó poder medir la radiación durante los Juegos. Demorado porque cuesta encontrar trabajadores dispuestos a mudarse, el gobierno anunció que la recuperación total de Fukushima podrá extenderse hasta más allá de 2050.

Los Juegos de Tokio tendrán fuerte reducción de sus emisiones de carbono, electricidad de fuentes renovables, gasolina menos contaminante, medallas de metal extraído de productos electrónicos de consumo reciclados, antorcha hecha de desechos de aluminio, podios de desecho reciclados de plástico doméstico y marino y hasta camas de cartón reciclable para que los atletas puedan dormir con conciencia ambiental. Japón es un país con 54 centrales nucleares en tierra sísmica. La antorcha recorrerá a partir de marzo once localidades de Fukushima, ninguna cercana a la central. El 19 de diciembre pasado, Japón organizó un simulacro ante un eventual temblor en plena competencia.

Argentina, la quimera del oro

Tokio 2020, con un presupuesto de 12.600 millones de dólares, asegura instalaciones impecables y estadios llenos, como se vio en el último Mundial de Rugby, apenas uno de los grandes acontecimientos deportivos que el país albergó en estos años, una lista que incluye a Tiger Woods, Novak Djokovic, Fórmula 1, NBA y el béisbol de la millonaria Liga MLB de Estados Unidos. Unas ochocientas mil personas salieron hace cuatro años a las calles de Ginza para saludar a los medallistas locales de los últimos Juegos de Río 2016, en cuya tabla final Japón concluyó en un notable sexto puesto, con total de 41 medallas, de las cuales 12 de oro.

El deporte argentino, aún tras años de recortes, ajustes, degradación de la Secretaría a Agencia y hasta amenaza de pérdida del Cenard, cumplió en 2019 una buena actuación en los Juegos Panamericanos de Lima, quinto puesto final, con 33 medallas de oro, 34 de plata y 34 de bronce. Los Juegos Olímpicos, se sabe, son otra cosa. En Río 2016, Argentina ganó 3 medallas de oro y una de plata. Terminó 27º en las posiciones finales. Tras el triunfo del fútbol en el Preolímpico de Colombia, el deporte argentino aseguró ocho selecciones en Tokio, cifra envidiable, que confirma tradición y competitividad en las disciplinas de equipo. Pero es difícil competir con un presupuesto que el nuevo gobierno subió a 1.359.243.337 pesos, pero que nació herido por la inflación y el dólar 2020.

Los Juegos Olímpicos son una puja de Primer Mundo. Y no solo deportiva. El COI advirtió que no tolerará protestas en los podios. Fue una noticia recibida con agrado por Donald Trump, que teme atletas rebeldes en un año electoral. Y sigue incierta la participación de Rusia. Acusada de doping de Estado. Su célebre boxeador de Hollywood, Iván Drago, era preparado por la maldita KGB. Rocky, en cambio, se preparaba subiendo escaleras y hachando árboles. Uno de los tantos chistes olímpicos.

 

Soy periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribí columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajé en radios, TV, escribí libros, recibí algunos premios y cubrí nueve Mundiales. Pero mi mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobré siempre por informar.