Hasta la victoria siempre, Leo

Puede ser el último Clásico de Messi. La historia política y futbolística contra el Real Madrid.

Hola, ¿cómo estamos?

Estando en un campamento, de pibe, alguien dijo que cerráramos los ojos y pensáramos en un lugar feliz. Yo pensé en el Cilindro de Avellaneda. Desde ese día, hago eso cuando estoy triste o cuando veo algo que no tiene solución. Me cuesta pensar al fútbol como un deporte. Es el mapa donde hice amistades, aprendí lealtades, sonreí, lloré, me enseñaron del valor del esfuerzo, del nunca abandonar y que la pelota no se mancha. Ayer fue mi cumpleaños número 30. Lo primero que hice al despertarme fue patear un globo con mi hijo. No lo pienso. Sale así. Es como si la pelota fuera el cofre donde más me sale decir te quiero, por favor, perdón y gracias.

Nací en 1991. No vi a la Selección ganar un Mundial. No vi al mejor Diego Maradona. Formo parte de la generación de los Messis: aquellos que soñamos que el 10 metiera un golazo en una final del mundo para que toda la gilada nos dejara de decir que no vimos lo mejor. Eso somos y con orgullo. Todavía no perdemos la esperanza de ganar la Copa y, si no se da, no importa… Leo nos representa hermosamente de todas maneras.

Decidí escribir de Messi porque necesitaba justificar cómo llegué hasta acá tan enamorado de este juego. En épocas donde se cuestiona la posibilidad del amor a largo plazo, quiero decirte que uno no está enamorado siempre de la misma persona: es la misma, pero cambia. Como el 10. 

Puede que sea su último Clásico contra el Real Madrid, pero no te vengo a proponer nostalgia aunque el fin de semana sea lluvioso, sino a decirte que tengas orgullo de lo que fuimos y no pierdas la esperanza de que iremos a buscar esa gloria hasta el final.

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Hasta la victoria siempre, Leo

Con los tapones de aluminio, le raspa la tibia a Lucas Biglia. En el Wanda Metropolitano hay un amistoso de España y de Argentina. El árbitro pita el entretiempo, va 2-1 y, en el túnel, el volante lo encara con la vena ladrándole la yugular. Sergio Ramos ve venir lo que va pasar, chifla con el dedo meñique y le grita: “Eh, Lucas, ¿cambiamos camisetas?”. Los dos sonríen. El oficio de controlar los finales de las historias es para iluminados. El 4 de marzo de 2019, logra lo que nadie: Lionel Messi gira como un trompo en el piso, da tres vueltas y nadie duda porque no es de fingir. Al juez lo rodean los del Barcelona. “Se ha tirado”, repite en tono de pastor. El capitán del Real Madrid la va de bonachón y le estira la mano para levantarlo. El 10 se la niega. Hay 650 millones de espectadores en 185 países diferentes pegados frente a la pantalla que se descontrolan al ver cómo se pone de pie, lo cabecea, señala hacia algún lado y le grita: “Te espero afuera”. Una semana antes de que se dispute el único evento anual que supera en multitudes al Super Bowl, Amazon Prime saca un adelanto del documental exclusivo que hizo con el ídolo merengue y la declaración que más hacen sonar: “Sin Messi, habríamos ganado más títulos”. Más allá del mimo, es probable que hoy a las 16 cuando se juegue El Clásico vuelva a provocarlo.

Diez años más tarde de los días en que Mourinho le metió el dedo en el ojo a Tito Vilanova en el medio de un encuentro o de que Iker Casillas tuviera que llamar a Xavi Hernández para frenar la rosca, Ramos parece haber bajado un cambio. En una entrevista, le preguntaron si recibiría a Messi en el Madrid y aclaró: “Cien por cien. De hecho, las primeras semanas le habilito mi casa para que se vaya acomodando”. Según Football Leaks, esa opción ocurrió solo en una ocasión en 2013. Florentino Pérez, presidente de la Casa Blanca española, ofreció los 250 millones de euros de la cláusula y 23 palos por año. “Estás perdiendo el tiempo”, le habría contestado Jorge Messi.

Meses más tarde de ese 2013, la fiscalía de delitos económicos de España acusaba al 10 de haber evadido 4 millones de euros. El 2 de junio de 2016, los Messi, padre e hijo, se presentaron en el Palacio de Justicia, donde un grupo de personas lo recibía ladrándole: “Mudate a Panamá”. En 2019, fue sobreseído. Durante todos esos años, desde el entorno del 10 se deslizó una hipótesis: “Fue la venganza de Florentino. Que es amigo de Aznar, que nos tira los jueces en contra”. Desde 2004, José María Aznar ya no era Presidente de España, pero seguía siendo un armador político del Partido Popular, organización gobernante en esos años de la mano de Mariano Rajoy. Quién sabe si eso es verdad, pero la figura de Messi es tan gigante que se ha usado hasta en la campaña electoral del exdiputado salteño Alfredo Olmedo. Puso una foto dándole la mano al astro con el lema: “Sí al deporte, no a las drogas”. Ricardo Giusepponi, abogado del futbolista, intimó a que la sacaran: “No se puede actuar con tanto desparpajo. Leo no participa en política ni apoya a ningún candidato. Esa foto la tomaron en un aeropuerto porque el dirigente le pidió un recuerdo”. 

Messi le escapa a estos encuentros. Cuando se saca una foto con una persona que desconoce, lo hace con las manos en los bolsillos, para que quede en claro que no tiene ningún vínculo amistoso. Lo aprendió luego de quedar pegado con un narco colombiano del que no tenía idea quién era. El único dirigente de fútbol con el que aceptó retratarse comiendo en su casa fue con Chiqui Tapia, con quien tiene un vínculo de amistad. Al resto, sea quien sea, le escapa. Así sea Cristina Kirchner, cuando recibió al plantel subcampeón de Brasil 2014. Así sea Mauricio Macri, a quien hizo esperar en el comedor del predio de la AFA y saludó -en ojotas y medias y sin prestarle atención a un gol de tiro libre en la Quinta de Olivos que le mostraba en una tablet el expresidente- recién cuando todos sus compañeros ya estaban ahí preparados para la foto previa a viajar a Rusia 2018.

Messi, como cualquier otro ciudadano público, tiene dos vidas: la de objeto y la de sujeto. Con dos diferencias: pocas estrellas tienen su magnitud y pocas, realmente pocas, han logrado cuidar su condición de sujeto tanto como él. Esta barrera la mantuvo cuando debutó como profesional y había apenas MSN, la sostuvo en su auge cuando Facebook mandaba, la protegió hasta cuando firmó un contrato millonario con la china Weibo y la cuida, ahora, mientras el Kun Agüero lo llama en vivo por Twitch y lo caga a pedos diciéndole que deje de boludear y vaya al kinesiólogo para recuperarse. 

Ramos conoce de memoria las mañas de Florentino Pérez, empresario de la construcción y mandamás del Real Madrid desde 2000 hasta la fecha, dejando el cargo apenas entre 2006 y 2009. Cuenta la leyenda -que el propio entorno del presidente se ocupó de hacer circular- que el capitán, en una discusión sobre la renovación de su contrato, le planteó que tenía una oferta del Chelsea para irse. El dirigente no lo dudó. Llamó delante suyo a Roman Abrahamovic, dueño del equipo de Londres, y le preguntó si tenía una oferta por el defensor. Del otro lado, se lo negaron. Quedó pagando. 

Hay otro tipo de dirigentes. Como Joan Laporta, que ahora retomó el mando del Barcelona, luego de haberlo conducido entre 2003 y 2010. Catalán de pura cepa, defensor acérrimo de la autonomía de Catalunya, regresó con tres propósitos: primero, ordenar económicamente un club que paga en salarios un dinero que no ingresa; segundo, lograr que Lionel Messi se quede cuando, en junio, finalice su contrato; tercero, desafiar al Real Madrid. Tal es así que, en su campaña electoral, puso un afiche gigante frente al Santiago Bernabeu con su rostro y la leyenda: “Ganas de volver a veros”. Su forma de conducir el punto 2 es la que lo diferencia de Pérez: no juega como emperador sino que apunta a cultivar amenas relaciones con los protagonistas. Un poco la fórmula de Tapia. Tal es así que todavía es amigo de Pep Guardiola, quien declaró en marzo de este año cuando se vieron los resultados de los comicios: “Dará mucho optimismo al club y al país”. 

“Yo me voy a quedar a quedar a vivir en Barcelona cuando deje de ser jugador y quiero estar en el club”. En diciembre de 2020, Messi charló con Jordi Évole, el mismo periodista que entrevistó en los últimos años desde el Papa Francisco hasta Nicolás Maduro. Fue la primera puerta de optimismo que abrió el 10 sobre su continuidad en Barcelona. En agosto de 2020, tras perder contra el Bayern Munich en la Champions por 8-2, luego de la salida de Luis Suárez, el capitán le envió al expresidente, Josep Bartomeu, el famoso burofax en el que sugería que lo dejaran salir. Su padre aseguraba que se iría. Lo acorralaron legalmente. Él aseveraba que lo traicionaron. Su declaración le costó la carrera al dirigente, los socios y las socias le metieron una moción de censura y el mes pasado fue detenido por un día acusado de fraude administrativo. 

Laporta asumió en un acto en el que estuvo Messi y expuso para todos: “Haré lo posible para que te quedes”. El 10 respondió como siempre: pisó el césped y se propuso ganar. Le ocurrió un suceso semejante al de la Selección argentina. Apareció una nueva camada de jugadores y, lejos de expulsarlos, los cobijó. Comparte entrenamientos, partidos y charlas en el vestuario con: Óscar Mingueza de 21 años, Pedri de 18, Ronald Araújo de 22, Francisco Trincao de 21, Riqui Puig de 21, Ilaix Moriba de 18, o Ansu Fati de 18. Perdieron en octavos de final de la Champions League contra el poderosísimo PSG, pero se repusieron en La Liga y están a un punto del Atlético de Simeone.  

Del otro lado, se sitúa Zinedine Zidane. Ese ser parco que asombró con tanta ternura a la pelota. Frío, serio e inexplicable, el entrenador del Real Madrid lleva el espíritu de la Casa Blanca en las entrañas. Eso de parecer muerto y no sólo resucitar sino que tomar aire y pegar el salto para matar. Lo criticaban, predicaban que ya no era el mismo que había ganado las tres Champions League como técnico. Apenas hubo que pestañear: ya vencieron en la ida de los cuartos de final al Liverpool y, en la Liga, están a tres puntos de sus rivales de ciudad y a dos de los catalanes. “Que se quede en el Barsa, está muy bien ahí”, reflexionó en la previa, sobre la continuidad del 10. “Ellos tienen a Messi que hace todo”, lo siguió Karim Benzema. 

El 19 de noviembre de 2005 fue el primer clásico de Messi. Aconteció la noche en que Ronaldinho hizo dos golazos que le merecieron la ovación hasta de los hinchas del Real Madrid. Por esos días, los futbolistas blaugranas tenían un acuerdo con la dirigencia: si disputaban el 60% de los partidos de la temporada, les daban un bono. El titular era Giuly, aunque la aparición del argentino le empezaba a comer el bolsillo. Antes de aquel encuentro en que Frank Rijkaard sacudió con la titularidad del 10, el holandés Giovanni Van Bronckhorst se acercó a su colega francés, indagó en cuánto estaba, le respondió que 58% y, en el medio de todo el grupo, para sacarle presión al debutante bromeó: “Leo, vas a tener que prestarle tu 2%”. 

Toda este relato es porque puede ser el The Last Dance del máximo goleador de la historia de este cruce. Con 26 gritos, supera a Cristiano Ronaldo y a Alfredo Di Stéfano, con 18. Como si fuera un amigo triste, lleva seis megapartidos sin meterla: desde la temporada en que el portugués se fue a la Juventus. Si marca, llegará a los 30 goles en la temporada, una cifra a la que ascendió en los últimos trece años. Si fuera el último, tendría una pequeña tristeza: Real Madrid está reformando el Santiago Bernabeu, así que se jugará en el Alfredo Di Stéfano, un pequeño estadio del club merengue. Sería sin público también. Ramos es el futbolista que más clásicos jugó con 45 encuentros. Messi lo persigue con 44. Ambos intentarán desembocar al próximo Mundial e igualar a Lothar Matthaüs en cinco Copas del Mundo. Aunque el defensor vuela alto, declaró que le gustaría llegar al de 2026 y llegar a seis mundiales.

La estrategia del Barcelona es no apretar a Messi. Dejarlo ser es una recomendación que suele haber cuando se pregunta cómo tratarlo. Desde la Secretaría técnica celebran que se haya involucrado en el desarrollo de los más jóvenes. Ladran hacia afuera declamando negociaciones con Erling Haaland, el joven punta del Borussia Dortmund que encandila al planeta. Dudosamente tengan la plata. La salida de Agüero del Manchester City prende el sueño de que algún día se junten los dos argentinos que se volvieron amigos en el sub 20 de Canadá y nunca más dejaron de concentrarse juntos en la Selección. Pero son especulaciones.

Carlo Ancelotti, ex entrenador de Real Madrid y ahora en Everton, detalló hace algunas semanas que, cuando les tocaba contra el Barcelona, él nunca hablaba de Messi para evitar sembrar miedo. Hay una acción del 10 que hace temer. Camina, deambula, se rasca el mentón, parece que está en la nada, que se aburrió y empieza a despegar. Todos los preparadores físicos que lo frecuentan se asombran por lo rápido que levanta alta velocidad. Es abril de 2017, el reloj marca 91:42 y el partido se muere en el Santiago Bernabeu. La jugada viene por izquierda, despega, Jordi Alba la toca hacia atrás, él la empuja contra el palo, corre hacia la tribuna, se saca la camiseta, la da vuelta y le muestra el 10 a toda la hinchada rival. Lo recuerdo y se me estruja la piel. 

Ojalá hoy no sea el último.   

Pizza post cancha

Esto fue todo.

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Abrazo grande,

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.