Francia Márquez no pide permiso

La vicepresidenta electa de Colombia pisa fuerte en el escenario latinoamericano. En su segunda visita en pocos meses pasó de ser ignorada a ovacionada. Perfil de un furor.

Ahora, que es vicepresidenta electa de Colombia, la reciben como a una estrella. Su entrada al auditorio Ballena Azul del Centro Cultural Kirchner se demora una hora, que se consume con la ayuda de arengas, aplausos y consignas improvisadas. Una de ellas, pronunciada por un grupo feminista que tiene a sus pañuelos en guardia, adapta el lema de su campaña: vivir sabrosooo/ es libertaaaad/ Latinoamérica con aborto legal. Cuando Francia Márquez llega, de la mano de Adolfo Peréz Esquivel, todo el auditorio, que supera las mil personas, se pone de pie para saludarla; ya lo había hecho antes con Nora Cortiñas, que venía de compartir un rato con la protagonista de la noche.

Francia está cansada. Es su última presentación en Argentina, después de dos días a las corridas; al día siguiente partirá a Bolivia. Antes estuvo en Brasil, con Lula da Silva, y en Chile, donde fue recibida por Gabriel Boric. Entonces habla más pausado de lo normal, sus respuestas tienen escalas, pero es tan denso su contenido que igual es interrumpida a cada rato por un aluvión de aplausos y chiflidos. Como cuando dice:

–Las mujeres negras no están haciendo la lucha para romper el techo de cristal, sino para ponerse de pie y caminar con sus hermanas. Porque ellas siempre han estado de rodillas.

Algunas voces, sobre todo las colombianas, se animan a interrumpir. El resto grita y aplaude, o llora, como la chica que tengo a mi izquierda, o graba clips con el celular, como la que está delante. Una hora después, es como si todo tu algoritmo de Instagram hubiera estado acá, como si la charla de Francia Márquez fuera un recital de Babasónicos. Las entradas también se agotaron en cuestión de horas: hubo tanta gente interesada que el CCK tuvo que cambiar el sistema a uno de pulseras con invitación.

Con la política pasó algo parecido. La agenda de Francia, que fue recibida por el presidente y la vicepresidenta, sufrió cambios durante cada hora de gira, básicamente por la presión de nuevas actividades. Todos querían verla. Las entrevistas pactadas con los medios, este inclusive, también se fueron devaluando al punto de quedar en cero. Alguien en el auditorio, ya no recuerdo quién, habló de un furor. Francia es un furor, dijo.

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Pero la última vez que visitó el país, en noviembre del año pasado, en plena campaña de primarias, el recibimiento fue muy diferente. Su agenda se mantuvo holgada, el equipo que coordinaba la visita tuvo que esforzarse para conseguir que algún medio la entrevistara. Cuando Tiempo Argentino lo hizo hace unos meses, dijo:

–Fui a Argentina cuando estaba en campaña y del gobierno no me pararon bola, no me atendieron, me miraron como un bicho raro. El racismo también atraviesa al progresismo y a la izquierda.

La historia como arma

Francia Márquez nació en 1981 en La Toma, una pequeña localidad en el departamento de Cauca. Es una zona de valles y ríos que queda en el suroeste de Colombia. Allí viven, como en el resto del Pacífico, una parte importante de la población afro e indigena. Son territorios donde más de la mitad de la población vive en la pobreza. Márquez usa mucho esa palabra, le gusta hablar de territorios en resistencia. “Hemos aprendido a luchar por el territorio”, dice en el CCK. “Sin territorio no hay libertad ni autonomía”, agrega luego, cuando le preguntan sobre el Cauca.

(Hay países de América Latina donde la palabra tierra resuena de otra manera; refiere a una lucha que todavía no se ha cerrado. Una lucha que sigue produciendo violencia. Colombia es, en este sentido, el caso más emblemático).

Francia tuvo una infancia rodeada de familias como la suya, con el río Ovejas, el que atraviesa la zona, como el principal escenario de encuentro. Entre sus recuerdos más nítidos están las noches de luna, cuando las familias se juntaban en la orilla a comer pescado a la parrilla, gracias a los esfuerzos de recolección de su abuelo y otros hombres del pueblo, reveló en una entrevista.

Fue la defensa de ese río la que la convirtió en militante. A los 13 años, comenzó a participar de la oposición local a un proyecto que amenazaba con desviar el agua a una represa que estaba en construcción. Pero no le interesaba la política, más bien le aburría. “A mí lo que me interesaba era bailar danzas, cantar, hacer teatro”, le dijo a El Tiempo. Fue por ese entonces, apenas adentrada en la adolescencia, cuando empezó a verse como una mujer negra. Antes no se asumía como tal, no le gustaba su pelo y su nariz, tampoco su cuerpo. Todavía aspiraba, por mandato familiar, a casarse con un blanco. Es una operación que lleva nombre: blanquearse.

–Cuando era pequeña y mi mamá me peinaba, que me dolía, recuerdo a mis tías diciéndole que ella había empezado bien porque su primera hija había sido con un mestizo, pero que se había devuelto en el camino, en referencia a mí. Por eso yo quería tener un novio blanco y tener hijos con un blanco, claro. Yo quería mejorar la raza para que a mis hijos no les doliera cuando los peinaran.

Poco tiempo después, cuando participaba ya del Proceso de Comunidades Negras (PCN), una de las organizaciones de referencia dentro de la comunidad afrodescendiente, quedó embarazada de su primera hija. Tenía 16 años y el mundo se le vino abajo: pensó que ya no iba a poder estudiar más y, para empeorar las cosas, su pareja, un hombre mayor que trabajaba en Medellín, un hombre blanco, con ojos verdes, la abandonó en el mismo momento que se enteró de la noticia. Francia recibió ayuda de su madre, pero tuvo que trabajar en una mina durante todo su embarazo y después también; se tomó una licencia de poco más de un mes. También trabajó vendiendo hortalizas y de empleada doméstica en Cali, una ciudad que no queda muy lejos de allí. Se fue luego de parir a su segundo hijo, a los 20 años. Mientras Francia trabajaba en casas de otras familias sus hijos se quedaron al cuidado de su abuela. Cuando le preguntaron por ese trabajo, respondió que no había sido una buena experiencia.

–Me sentía como una esclava. En una de las casas peleaba mucho porque la hija de la pareja no lavaba su ropa interior; quería que yo lo hiciera y yo le decía que no, que eso era humillante. Una vez me tocó de interna. Yo me había ganado una beca para estudiar técnica vocal en el conservatorio. En un primer momento la señora aceptó y dejó que asistiera a las clases, pero después quería obligarme a irme con ellos a su finca los viernes. Les dije que no y renuncié.

Este es el problema de reseñar una biografía así: se corre el riesgo de que los datos aparezcan como artillería emocional o, lo que es peor, que se naturalicen, como si fueran el relleno colorido de otra biografía política latinoamericana. Pero no lo es. Una mujer que trabajó como empleada doméstica va a ser vicepresidenta de Colombia, que para el caso no es cualquier país sino uno de los más clasistas y desiguales de una región que es clasista y desigual como ninguna. Y como subrayar aburre, consideremos el ángulo que elige Juan Pablo Patiño, un periodista colombiano que basó su nota en cómo recibieron los resultados de la segunda vuelta dos trabajadoras domésticas.

–Estaba ansiosa y me pegué mi llorada. Era una locura de emoción. Era nuestra gente y una de nosotras, una empleada del servicio doméstico, llegaba a ser vicepresidenta. Todavía pienso que lo estoy soñando –dijo una.

–Es un aliciente para muchas mujeres que en alguna etapa de la vida pensamos que no se puede. A veces tenemos muchos obstáculos y una siente que está cansada y que no va a llegar. Pero verla a ella con su tenacidad ha demostrado que se puede, que no importa si venimos del río. Ser del río, tener un acento negro marcado –que a muchos les choca– deja un mensaje y es que merecemos ser escuchadas. Podemos soñar y nos podemos atrever –dijo otra.

Los años pasaron y Francia pudo reencontrarse con sus estudios. Se decantó por Abogacía, una decisión guiada por motivos prácticos: su comunidad estaba nuevamente en lucha, esta vez para evitar el desalojo de comunidades afrodescendientes de terrenos que iban a ser utilizados para explotación minera. La defensa comenzó en el 2009 y tuvo un hito en el 2014, cuando Márquez decidió organizar una marcha a Bogotá para llamar la atención de las autoridades nacionales. La protesta, conocida como “La marcha de los turbantes”, comenzó con 70 mujeres que se dispusieron a caminar los 600 km que las separaban de la capital y en el medio se adosaron participantes de otras comunidades. Se tomaron una parte del Ministerio del Interior. Lograron ser escuchadas y el gobierno de Juan Manuel Santos eliminó una parte de los títulos concedidos.

Esta acción le valió reconocimiento a nivel nacional e internacional. En 2018 ganó el premio Goldman, el equivalente ambientalista del Nobel. Pero levantar cabeza también tuvo costos: a Francia la comenzaron a amenazar grupos locales, ligados a la minería. Escapó una noche de 2014, hacia Cali, junto a sus dos hijos. En el camino de salida, de madrugada, la familia se encontró con una camioneta blanca, que para ella correspondía a grupos paramilitares. Pensó que los iban a matar, pero al final la camioneta siguió de largo. Luego continuaría recibiendo amenazas de muerte y en 2019 sobrevivió a un atentado con granadas. Pero no hubo nada como esa noche.

Con su huida a Cali, Francia Márquez se convirtió formalmente en una desplazada más del conflicto armado, parte de un saldo que se cuenta en millones. El desplazamiento forzado es otra de las particularidades colombianas. Son, en palabras de Alfredo Molano, exiliados en su propio país.

Después, lo que ya conocemos: su candidatura presidencial dentro del Pacto Histórico, luego de una ola de protestas que tuvo en Cali un epicentro trágico. 44 personas fueron asesinadas, según recopilaron organizaciones de Derechos Humanos. Francia, que para el 2021 ya era considerada como local, fue una de las pocas figuras bien recibidas por la Primera Línea. “Siento que gracias a todos los jóvenes que lucharon yo estoy acá. Los jóvenes se pusieron en primera línea en el paro, yo ahora me pongo en primera línea en el gobierno para defender sus derechos”, dice en el CCK.

También explica el nombre de su movimiento, “Soy Porque Somos”, inspirado en la filosofía ubuntu, una referencia africana, “que significa que yo soy si ustedes son, que nosotros somos si la casa grande es, que no hay posibilidad de la vida humana sin la vida de la naturaleza; que no es una apuesta individual, sino colectiva”.

Con ese movimiento se presentó en las primarias y obtuvo casi 800 mil votos, mucho más que candidatos establecidos como Sergio Fajardo. Fue la tercera candidata más votada de todas las primarias, solo por detrás del derechista Fico Gutierrez y de Gustavo Petro, de su misma alianza. Fue tan rotunda su votación que acalló por si sola a las voces de la coalición que le sugerían a Petro elegir a un compañero de fórmula más moderado, como César Gaviria, del tradicional Partido Liberal. Su incorporación como candidata a vicepresidenta, lejos de ahuyentar votos, como decían los críticos de la misma coalición, los atrajo en regiones –sobre todo en el Pacífico– donde el aumento en la participación fue crucial para la victoria de Petro.

–Yo no pedí estar en política. Pero la política se metió conmigo y ahora nosotros nos estamos metiendo con ella –dijo hace poco.

Tomar el poder

Verónica Gago, la entrevistadora en el CCK, le pregunta por las expectativas del nuevo gobierno, lo que parece ya una frase de época. Francia no disimula los desafíos que heredan, pero despliega de todos modos una serie de objetivos ambiciosos: habla de reforma tributaria y de reforma agraria; de transición energética; de un acuerdo de paz con el ELN, la principal guerrilla activa del país; habla, incluso, de repensar la política de drogas, lo que desata una nueva ovación. La charla ya está terminando pero los aplausos y chiflidos persisten. Muchas de estas propuestas siguen siendo un tabú para una parte de la sociedad. La vicepresidenta electa habla también del rol que va a asumir como Ministra de Igualdad.

A mi derecha, Sebastián, un colombiano flaquísimo con guayabera de flores que se vino hace unos meses desde Bogotá, me dice que en su círculo hay más entusiasmo “por Francia que por Gustavo”, aunque reconoce que es Petro el líder de la alianza, por su caudal de votos. Tiene 27 años y hace casi una década que milita en Marcha Patriótica, un movimiento de izquierda con fuerte anclaje en universidades. Destaca la propuesta “anticapitalista” de Francia. Le pregunto si cree que va a haber tensiones entre ambos líderes. No las descarta, pero dice que más importante va a ser la tensión entre el binomio y los sectores tradicionales con los que va a gobernar.

La pregunta es obvia, casi boluda, pero obligada. “¿Te imaginabas…?”. “No”. “No me lo esperaba”, agrega. “Me imaginaba que con el cambio de foco del conflicto armado al conflicto social iba a haber un cambio positivo…pero no me esperaba una victoria como la que hubo”.

El triunfo del Pacto Histórico, encabezado por Gustavo Petro, cuyo ascenso también tiene ribetes simbólicos (Petro militó en el movimiento guerrillero M-19 hace unas décadas), tuvo a Francia Márquez como protagonista. Pero es parte de un movimiento más grande: es la primera vez que la izquierda llega al poder en Colombia. Esto, junto a las biografías de los actores que lo lideran, hace que el proceso tenga otro peso, influyente desde el inicio. Algunos hablan, para domar expectativas, de un gobierno de transición. Asumirá, de cualquier manera, el domingo 7 de agosto.

En su campaña, Márquez instaló la cuestión de la representación de “los nadie y las nadies” y el evento del CCK comenzó, en forma de homenaje, con el poema de Eduardo Galeano que inspira el lema. Por eso, cuando ganó, el diario El País habló de un “asalto al poder de los nadies” para destacar a Márquez. Pero ella, creo, discutiría la idea del “asalto”. Cuando habla, parece reivindicar otra cosa: más que robar el poder, se trata de tomar lo que le(s) pertenece.

–Les guste o no –dijo luego de las elecciones–, hoy, una mujer que como muchas de ustedes estuvo trabajando en casa de familia, va a ser la vicepresidenta de Colombia. Y no estamos pidiendo permiso para abrir la puerta. Estamos empujando la puerta para entrar.

Nos leemos pronto.

Un abrazo,

Juan

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Foto de portada: Gentileza equipo de prensa de Victoria Donda.

Creo mucho en el periodismo y su belleza. Escribo sobre política internacional y otras cosas que me interesan, que suelen ser muchas. Soy politólogo (UBA) y trabajé en tele y radio. Ahora cuento América Latina desde Ciudad de México.