Flick & Tuchel: la Champions

Perfil de los entrenadores de PSG y Bayern Munich. El rebelde de Bielorrusia.

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Fue en el estadio Azteca, fue la número 10 y fue contra Inglaterra: Elba Selva convirtió los cuatro goles de Argentina en la victoria 4-1 del Mundial del 71. Durante años, la historia estuvo invisibilizada. Hasta que Luky Sandoval, arquera de All Boys, River y Boca, decidió reunir a las glorias olvidadas. Ayer se cumplió un aniversario de esa gesta que, en homenaje, se convirtió en el Día de la Futbolista. 

Mónica Santino, ex jugadora y entrenadora de La Nuestra y narradora y periodista y militante –es decir: todo–, escribió en su Facebook una dedicatoria de las que te explotan una onomatopeya: “Feliz día compañeras futbolistas, a las que jugaban cuando no se podía, a las que juegan ahora y a todas las futbolistas que vendrán. Jugar al fútbol es un camino de libertad. Jugar al fútbol produjo el milagro de estar juntas. Nos hizo mejores y fuertes. Vamos por todo lo que falta. Porque sin nosotras nunca más”.

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Hans-Diter Flick: el conocimiento por encima del mito

Que Alemania quedara afuera en la semifinal del Mundial de 2006, de local, contra Italia, fue un sopapo. Jürgen Klinsman, el entrenador, estaba agotado y su familia le pedía regresar a la calma de California. Antes de agarrar el cargo, su vida era tan anónima que, a los 39 años, se anotó con otro apellido en el Orange County de la cuarta división de Estados Unidos y nadie se dio cuenta de que era el campeón del mundo de 1990. La Federación Alemana de Fútbol no quería finalizar el proyecto y le propuso a Joachim Löw, su ayudante, que agarrara el mando. Olivier Bierhoff era el director deportivo y le sugirió sumar al cuerpo técnico a un ex compañero suyo de sus épocas como futbolista. Hans-Dieter Flick ya coordinaba el sector de metodología de ataque y de defensa de los juveniles germanos. Esa alianza de cerebros tocaría el cielo en el Mundial 2014. El entrenador del Bayern Munich, que mañana va por la Champions League, guarda un hito que lo vuelve enemigo del territorio argentino: es el tipo que propuso, a los 88 minutos del segundo tiempo, que Mario Gotze ingresara por Miroslav Klose para arruinarnos la existencia.

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En 2007, a los 42 años, Flick era un ayudante de campo con mucho césped caminado. Había sido entrenador alterno en el Salzburgo de Lothar Matthäus y de Giovanni Trapattoni. No sorprendían sus convicciones para la gestión de estrellas: “Cada jugador puede mejorar. Incluso el mejor pianista del mundo se sienta a practicar todos los días. Tenemos que llegar al punto donde en cada jornada podamos mejorar nuestra rutina. Practicar usando la tecnología moderna y el conocimiento es la clave”. El aprendizaje siempre fue su eje. Observar, con la salvedad de no copiar. Tras salir campeón del mundo, evaluó que era momento de pasar a otra función y sucedió a Bierhoff como director deportivo. Fue ahí cuando viajó a los predios del Real Madrid y del Barcelona para mirar detalles. Voló a Manchester para estudiar prácticas y a Austria a seguir toda una pretemporada del Arsenal. Su último espacio de aprendizaje fue el PSG: quién hubiera pensado que ese club sería su rival para definir si celebra su primer triplete –Bundesliga, Copa de Alemania y Champions League–. Tras ese ciclo de capacitación, renunció a la Selección.

A Niko Kovač, campeón como jugador de la Copa Intercontinental que el Bayern Munich le ganó a Boca en 2001, le había llegado la chance de conducir el banco del gigante del alemán. Ganó la Bundesliga en 2019 y todo, puertas afuera, parecía marchar bien. Pero no. Desde Río de Janeiro, el año pasado, Rafinha exhibió alguna de las chispas: “Respeto a Kovač, pero te aseguro que, si hubiera sido distinto, todos podríamos seguir en el equipo: Robben, Ribery, James, Hummels, Renato Sánchez, Arturo Vidal y yo”. Uno de los detalles que más se le cuestionaban era que marginaba al mítico Thomas Müller. Karl-Heinz Rummenigge, CEO de la institución, propuso sumar a Flick como asesor. Tiempo después, tras sufrir una goleada de 5-1 con el Eintracht Fráncfort, a Kovač lo echaron. Como pasó con Klinsmann, le ofrecieron al segundo el cargo. Aceptó.

Heredero de la tradición futbolística clásica alemana, el Bayern Munich se salió del estilo que le había impregnado Guardiola y volvió a sus fuentes. Aun así, lo que más se le elogia a Flick es su aptitud para manejar grupos. Una parte que no capturó en los libros ni en la tecnología sino en su recorrido por trabajos mundanos. A los 18 años, lo llamaron del Stuttgart para sumarlo como futbolista, él estaba haciendo una pasantía en un banco y decidió que no era momento para ponerse los cortos. Luego, terminaría jugando en el gigante de Baviera, con el cual perdió la final de la Champions de 1987, contra el Oporto. Como no confiaba del todo en la pelota, apostó a un negocio familiar: puso una tienda de deportes con su compañera y él atendía a contraturno. Esa fue su escuela de calle.

Müller explica que hay una sola cuestión que el entrenador no negocia: “Aunque a cada jugador se le permita añadir un toque individual a su posición basado en sus preferencias, fortalezas y debilidades, esta posición siempre tiene una misión clara. No hay ‘podría’, ‘habría’ o ‘querría’. Y si alguien no hace lo que se le pide, otro ocupa el puesto rápidamente”. Su método tiene puesto el ojo en la rutina de esfuerzo y en no sobrecargar de mitos el vestuario: “Nadie quiere escuchar historias viejas de jugadores. Ellos quieren mejorar con el mejor método de entrenamiento posible, individual o colectivo. Quieren entrenadores bien educados, no grandes ex jugadores”. Podría sonar demasiado duro desde este lado, pero Matthäus sintetiza por qué le parece que su ex ayudante es el hombre ideal para estar muchos años en el Bayern Munich: “Sabe convencer a los jugadores y cómo hacerlos sonreír”.

Thomas Tuchel y el mito de Sísifo

Thomas Tuchel cita el mito de Sísifo para graficar la profesión de entrenador: el rey de Corintio es condenado por Zeus y por Hades a subir una montaña con una piedra en la espalda y, cada vez que está por llegar, se le cae y lo tira hacia atrás. Albert Camus nació en Argelia, donde fue arquero, pasó parte de su vida en una París a la que históricamente le interesó más la filosofía que el fútbol y fue quien teorizó desde la leyenda griega para explicar lo absurdo del ser humano. La reflexión se la dio el entrenador a The Guardian hace un tiempo y grafica de alguna manera su mirada de la construcción de un equipo: “Hay períodos en que realmente pienso ‘sí, eso es’, pero la tensión es tan grande en los partidos que no los puedo disfrutar plenamente. El fútbol es un juego donde ocurren muchos errores y la habilidad para resolverlos es una cualidad. Como entrenador tenés que aceptar que no va a existir el partido perfecto. Es triste, obviamente. Es algo como Sísifo, ¿no? Nunca vas a llegar”.

Al gigante de más de dos metros y 46 años que conduce el PSG le interesan la historia y el arte y asegura que le gustaría poder ir a los museos con sus dos hijas, pero que la prensa y el público no lo dejan tranquilo: “Es una paradoja eso de mirar una obra y, a la vez, que me estén mirando”. Tuchel nunca llegó al primer nivel como futbolista: estuvo en el Kickers de Stuttgart y en el SSV Ulm, de cuarta y quinta división. Estudió y se hizo cargo de las inferiores del Augsburg. “No puedo decir que sea más tranquilo que dirigir en la elite. Están los padres que te presionan, que quieren lo mejor para sus hijos, que te cuestionan tus opiniones”, recuerda de esos días. 

El Mainz 05 fue donde comenzó a brillar. Tras ser conocido en el mundo de Inferiores, en 2009, le habilitaron la posibilidad de conducir en la Bundesliga al recién ascendido. El sillón le quedó cómodo: estuvo cinco temporadas y lució el mayor récord de victorias seguidas del club. Estuvo hasta 2014, cuando decidió que necesitaba descansar y regresar a estudiar. El aprendizaje constituyó una constante en Tuchel, que habla alemán, inglés, francés y español. Su temporada libre la aprovechó para acercarse a Pep Guardiola, que conducía el Bayern Munich. Quería aprender la filosofía del juego de posesión. Los dos técnicos lograron que el bar Schumann’s de Munich les ofrendara tranquilidad en la madrugada para poder discutir largo y tendido del juego.

Tanto le fanatizó la teoría del espacio y del tiempo en el césped que diseñó un entrenamiento particular: marcó once cuadrados en la cancha y los futbolistas, con la pelota en juego, debían circular solamente por esos espacios. Acá lo pueden ver. Su rendimiento en Mainz y la fama de estudioso le motorizó la oportunidad de su vida: reemplazar a Jürgen Klopp en el Borussia Dortmund. Tres años allí y una Copa de Alemania lo volvieron el candidato para reemplazar a Unai Emery en PSG, que no había funcionado y que había perdido instancias decisivas de la Champions League.

Su salida no se dio en buenos términos y aconteció en un momento límite de su vida. El 11 de abril de 2017, el Borussia Dortmund iba en micro a su estadio para jugar la ida de los cuartos de final de la Champions League contra Mónaco. Tres explosivos estallaron y el defensor Marc Bartra tuvo que ser operado para que le extrajeran los vidrios de la ventana que se le habían incrustado en el cuerpo. El partido se aplazó para el día siguiente. Perdieron 2-3. La vuelta se escenificó en el Principado.

El día anterior, Tuchel declaró: “Lo que sucedió nos ha hecho más fuertes, ha hecho que nos unamos más entre nosotros. Ahora estamos mejor desde un punto de vista emocional. En el partido de ida era imposible jugar a un nivel normal, tanto por la concentración como por el estado de ánimo debido a los acontecimientos que habían ocurrido. Ahora tenemos más confianza en nuestro juego y en nuestras capacidades. Estamos aquí para remontar y ganar por dos goles de diferencia”. Vencieron 2-0, pero la cosa no quedó ahí. El entrenador cargó contra el director deportivo, Hans-Joachim Watzke, por no haber puesto el pecho para postergar la ida. Le costó carísimo. Tiempo después, el periodista Pit Gottschalk publicó el libro Conversaciones de cabina, en el que asegura que Tuchel  le dijo a su jefe: “¿Cómo vamos a ganar el partido con estos maricones?”. El club deslizó la idea de que por su homófoba frase lo empujaron a irse. Un misterio, dos versiones.  

Tuchel usa el arte para pensar y exponer. Para explicar su juego, habla de música clásica: “Los pases son como música en el pentagrama. Si la composición es buena, hay armonía. Los pases cortos distraen y son notas cortas. Los pases largos cambian de frente y es una nota larga. Tic, tic, taaac, tic”. Lo de las metáforas es común en su léxico. Una vez, sacó a Kylian Mbappé antes del final del encuentro y el crack francés se enojó y le hizo un desplante delante de las cámaras. Su reflexión sorprendió: “Si yo quisiera ser un político, tendría que trabajar en la política. Yo me dedico al fútbol y no quiero tener la cabeza en temas políticos. Sé que cuando pongo de titulares a Sarabia, a Cavani o a Icardi no están contentos. Yo tomo decisiones deportivas y el vestuario lo comprende. Sé que es duro aceptarlo para algunos jugadores. Si empiezo a hacer alineaciones políticas, voy a acabar perdiendo” .

Todo su arte lo tuvo que poner con Neymar. Un alemán estudioso manejando a un brasileño con más ganas de estar en Río de Janeiro que en París y con denuncias por violencia de género en su contra. Su momento más duro transcurrió cuando el crack decidió no volver de sus vacaciones y faltó a los entrenamientos. En el fútbol y en la vida, el psicoanálisis, tan famoso en Francia como en Argentina, reina: la culpa no es del chancho sino de quien le da de comer. Tuchel, entonces, tuvo una conversación seria que en la final de mañana podrá demostrar si coronó o no. Así la relató: “A veces, la vida es así: hacés algo y tenés que hacerte cargo de las consecuencias. A veces, parece difícil verlo como un buen chico cuando solamente lo ves haciendo cosas para los medios. Pero es un buen chico. En un club como PSG, los puntos cuentan y el camino se mide en títulos. Aunque no es solo eso. La relación con los jugadores, la conexión con ellos. O ayudar a un jugador como él en un momento difícil de su vida importa, ¿o no?”.

El delantero que agita la política de Bielorrusia

Era domingo a la mañana en Moscú y agarró su celular para llamar a la rebelión. Alexandr Lukashenko se presentaba en las urnas para revalidar el título de presidente de Bielorrusia que ostenta desde 1994. La contrincante era Svetlana Tijanóvskaya, una exprofesora de inglés, de 38 años. Nunca es fácil robarle la silla a los oficialismos y menos en esos escenarios, pero Ilya Shkurin, centrodelantero del CSKA, se tomó el tiempo de agitar el panorama, subió una foto de la retadora a su Instagram y llamó a los bielorrusos a que se rebelaran contra lo que denominó “el régimen”. 

Días atrás, en Minsk, una multitud se había juntado en la Plaza de la Independencia para rechazar un discurso del mandatario. En la jornada electoral, se habían registrado seis mil detenidos y durante algunas horas se suspendió el servicio de internet. Casi con el 80% de los sufragios a su favor, el historiador formado en la URSS vencía en los comicios. Tijanóvskaya migraba hacia Lituania para agitar desde allí. Denunció fraude. Instaba a la Unión Europea a que interviniera. Su pareja, Syarhei Tsikhanouski, un famoso youtuber, fue detenido en mayo de este año por criticar al gobierno. Amnistía Internacional lo reconoce como preso político. Lukashenko gestiona con altos niveles de empleo, una economía en crecimiento y algunos duros señalamientos sobre su concepto de democracia. El delantero determinó no rendirse y seguir agitando.

Shkurin, de 21 años, nació en Vítebsk, una ciudad al noreste de Bielorrusia, casi en el límite con Rusia. El ciudadano ilustre de ese pedazo de mundo es el pintor Marc Chagall. El autor de El violinista verde, que se encuentra en el Museo Guggenheim de Nueva York, también tuvo que salir de aquel lugar para desarrollarse: en 1916, se mudó a Moscú, donde latió con la Revolución Rusa, para luego viajar a París, donde fue escondiéndose para sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial. La semana pasada, el delantero fue al fleje: subió una foto de una manifestación reprimida en Minsk y anunció que dejaría de jugar en la Selección de Bielorrusia mientras Lukashenko se mantuviera en el poder. 

El delantero que apenas pudo debutar en el fútbol ruso llegó a ese país de la forma más extraña. En enero de 2019, fue fichado por el Energetyk, un conjunto que acababa de ascender a Primera. La rompió: metió 19 goles, se erigió como el goleador del torneo y el máximo anotador de las últimas doce temporadas. Su talento llamó la atención del Dinamo Brest, famoso en Argentina porque Diego Maradona fue presidente del club durante algunos días de 2018, hasta que Dorados de Sinaloa lo contrató como entrenador. La llegada del 10 al país fue una locura: lo recibieron con volantes y con gigantografías con su rostro y la palabra Comandante. Él respondió con uno de sus hermosos gestos barrocos: se besó la palma de la mano y tocó el piso. El club le cedió una camioneta con un tanque de nafta de 100 litros con capacidad de moverse en el agua. La gente le regalaba anillos. Pero, a los tres meses, dejó el cargo. Aunque no lo crean, Shkurin duró menos que el argentino.

En una movida que nadie investigó, el Dinamo Brest compró al punta en 95 mil euros el 8 de enero. Al día siguiente, lo revendió al CSKA, por 400 mil, teniendo una ganancia notable en un solo día. Todo muy raro para un futbolista que se sale de la norma y que ahora vive en el país de Vladimir Putin, con quien Lukashenko llegó a compartir, en Sochi, partidos de hockey sobre hielo.

Un compost para la pelota

A Pep Guardiola no le interesan las redes sociales. Aunque cuando le llevaron la idea de armar @PepTeam hubo una propuesta que le llamó la atención: asentar huella de sus encuentros con todos los entrenadores del mundo que van a visitarlo. Aceptó. “Solo los mediocres copian, los genios roban”, escuchó del guitarrista de flamenco Paco de Lucía y lo guardó como leitmotif. Las charlas con Johan Cruyff y con Louis Van Gaal, después de las prácticas. Los viajes a Argentina para aprender de César Menotti y de Marcelo Bielsa. Al final de un partido, tocarle la puerta a Juan Manuel Lillo, actual ayudante suyo, cuando dirigía al Oviedo, para consultarle por el planteo. Escuchar y explicar. En una conversación, en Manchester, un joven entrenador argentino le preguntó: “¿Y vos cuándo usás la línea de tres?”.  No dudó: “A veces, cuando el rival juega 4-4-2”.

Según Analtica Sports, de las 572 tácticas utilizadas en el último torneo del fútbol argentino, se usó en 161 ocasiones el 4-4-2 y en 103, el 4-2-3-1. “El fútbol es descomponerse para atacar y componerse para defender”, planteó Marcelo Bielsa. Algo así como desorden para ir al frente y orden para regresar. Desde ese puntapié, podemos pensar que la táctica es un esquema que sirve para recuperar la pelota. Presión o repliegue son las dos actitudes posibles. Cuando el rival tiene la pelota, esos dos esquemas se vuelven el mismo: 4-4-2. Incluso se podría sumar a esa cuenta los equipos que juegan 4-3-3 y arman la presión 4-4-2 (un caso es el del Argentinos Juniors de Diego Dabove, en los que un interior se transforma en delantero y los extremos en volantes; distinta es la Selección Argentina de Lionel Scaloni, que altera su 4-3-3 en 4-5-1). Hay una máxima de la posesión que indica que para salir jugando hay que tener superioridad numérica: al menos, uno más que el rival. Con ese futbolista de más, se detecta el pase para romper la presión.

Este trabalenguas intenta un debate para el fútbol argentino: ¿por qué apenas el 8% de las formaciones usaron línea de tres si la mayoría arranca a defenderse con dos delanteros? Según Analitica Sports –hacen un laburo increíble–, River, el conjunto que más utilizó esta disposición táctica, es el que más pases logró que vulneraran la apretada del rival: 227. En muchos pasajes del año, el Red Bull Leipzig de Julian Nagelsman hizo un culto de la salida con línea de tres, con algo más llamativo: su líbero Dayot Upamecano, en vez de pararse atrás de sus compañeros, va adelante, al borde de ser volante central. 

Pero esa primera respuesta sería una contradicción al propio Bielsa: descomponer. Este humilde newsletter, que apela a amigos entrenadores para pensar estos dilemas futbolísticos, se propone opciones de descomposición. Algo así como un compost para la pelota. 

1- A partir del Barcelona de Guardiola, hasta los equipos de barrio emularon esa forma de salir jugando con el arquero: abrir los centrales a la altura del área grande y redefinir al volante central en líbero. Piqué, Puyol y, en especial, Busquets revolucionaron desde la práctica el juego. Con laterales vueltos mediocampistas, el esquema se descomponía en 3-4-3. Está la superioridad. En Argentina, el conjunto que mejor lo llevó adelante la última temporada fue el Lanús de Luis Zubeldía, que mutaba a Facundo Quignón en tercer central: con 216 pases logrados, es el segundo equipo que más veces quebró la presión rival con posesión.

Este video explica estos movimientos frecuentes en Busquets.

2- Otra opción, también utilizada por Guardiola esta temporada en el Manchester City, es la de cerrar un lateral y convertirlo en central. En vez de hacer retroceder a Fernandinho o a Rodrigo, deja a Kyle Walker. Al marcador de punta del otro lado, ahora Joao Cancelo, lo libera como extremo o como segundo volante central (también elaborado por el DT catalán en el Bayern Munich, con Philip Lahm). Esa situación puede generar un problema si uno de los defensores a los costados juega un pase hacia adentro (como el caso Aymeric Laporte en el segundo gol del Lyon) porque es muy complejo parar esa transición tras el error.

Este video ofrece detalles de este y más movimientos del City.

3- Por la semifinal de la Champions League, PSG empleó contra Leipzig una variante que se está consolidando como popular: hacer descender al interior izquierdo -sobre todo si es diestro- como tercer central. Ese rol lo ocupó Leandro Paredes, quedando con el perfil de la cancha a su favor. Una mecánica semejante apareció en Sevilla contra Manchester United, cuando Ever Banega se situó en esa zona, concediendo facilidades para salir jugando. 

¿Por qué la importancia de iniciar desde abajo? Una respuesta interesante que escuché fue de Ariel Holan, entrenador de Universidad Católica: “Mi mejor salida sería que el arquero sacara, se la tirara al nueve y él pudiera pararla, rematar y hacer el gol. Pero es bastante más difícil que eso, hay obstáculos y hay que buscar formas para meterme en el campo rival”.

Pizza post cancha

  • Esta encuesta que parte del Grupo Acoyte, vinculado con UMET y con el Conicet, busca abordar la difícil situación que están atravesando profesionales de la actividad física y el deporte, de escuelas, de clubes y de otras entidades afines. Invito a deportistas y a gente que trabaja con deportistas a que la completen. La encuentran aquí.   
  • Ayer fue el Día de la Futbolista. El libro de Ayelén Pujol, Qué jugadora, es el recorrido de un siglo de la pelota femenina en Argentina. Desde mi punto de vista, debería ser material obligatorio en los colegios.   
  • Salió la autobiografía de Luka Modrić en inglés y en castellano. En formato Kindle, está acá. Aquí, un adelanto, con una enorme anécdota en un yate del magnate ruso Roman Abrahamovic.
  • El Barcelona es un club gigante y un picante escenario político. La llegada de Ronald Koeman al banco de suplentes tiene un montón de sentidos que explica Ramón Besa, en El País.
  • Serge Gnabry es uno de los cracks del Bayern Munich. En primera persona, en The Player Tribune, narra su historia. Vale la pena conocerlo.
  • Sale la edición Libertadores de La Copa Imposible. Un proyecto literario que junta equipos de distintas épocas y arma un lindo juego.   

Esto fue todo.

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Abrazo,

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.