Far Right Porn, o el arte sutil de visibilizar a la ultraderecha

El movimiento anticuarentena es global. Israel y Emiratos Árabes anuncian un acuerdo histórico.

¡Buen día!

Espero que esta semana te encuentre bien, o hayas descubierto algo nuevo: un hobbie, una distracción, un escape. Es esa variable la que define el signo de mis semanas. Se trata de encontrar algo que supere el piso mínimo de trabajo y la banda de sonido de incertidumbre y ansiedad. Hackear la rutina pandémica. Puede ser una serie, un libro, un proyecto o simplemente conocer algo nuevo; tuyo, de la época, no importa. Esta semana, por ejemplo, descubrí que todos los mandatos defensivos que me quise imponer al principio de la pandemia –abandonar el régimen de exigencia, despejarme– fracasaron. No ayudó mucho al cambio de signo, la verdad. Pero también empecé a ver The Wire, un serión. Eso seguro ayude.

Vamos a lo nuestro.

EL MOVIMIENTO ANTICUARENTENA EN CLAVE GLOBAL

Hace tiempo que tengo ganas de escribir sobre esto y finalmente encontré la excusa esta semana. Habrás notado que con la pandemia y las medidas de aislamiento desembarcaron un paquete de teorías conspirativas, proclamas absurdas y concentraciones ciudadanas contra las autoridades estatales. Hoy te quiero acercar algunas ideas apuradas sobre este movimiento y su vínculo con la extrema derecha. 

Es un fenómeno global

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Las protestas contra las medidas de aislamiento –ya sea cuarentena, distancia social o simplemente la obligación de usar mascarillas– han brotado en diferentes lugares del mundo. Estados Unidos ha sido un caso particular, donde el Presidente acompañó activamente los reclamos para “liberar” estados bajo cuarentena; algunas de ellas fueron financiadas por redes conservadoras y funcionaron como escenario para el salto a la popularidad de movimientos terroristas como el llamado Boogaloo, que cayó a algunas de las marchas con armas y pancartas pidiendo por una segunda guerra civil. Pero no fue solo en Estados Unidos. Decenas de miles de alemanes coparon Berlín a principios de mes. España, Francia, Reino Unido, Italia, Brasil, Australia, India, Corea del Sur, entre otros países, también tuvieron las suyas. 

Discursos sobre la restricción de libertades, frases como “la cura no puede ser peor que la enfermedad”, teorías conspirativas acerca de que el virus fue creado en un laboratorio por Bill Gates, o propagado por torres 5G, o como parte del plan de un Nuevo Orden Mundial también se globalizaron. Se trata de un movimiento transnacional.

Es heterogéneo

Las movilizaciones son un crisol de sectores, demandas y perfiles. Los manifestantes van solos o en grupo, pueden ser de izquierda o de derecha, estar a favor o en contra del gobierno. Hay pancartas antivacunas, libertarias, fascistas, ecologistas, hippies y anarquistas. La tendencia se repite en buena parte de las marchas globales.

Las protestas sociales por lo general tienden a la heterogeneidad, pero en este caso el contexto de pandemia, su masividad y resonancia, genera un espacio donde cada uno de los manifestantes o colectivos puede proyectar sus propias creencias, sospechas, verdades e inseguridades. De ahí la confluencia entre sectores y discursos tan disímiles. Es el virus de la China comunista y el de los humanos que no paran de arrasar con el planeta. El que aprovechan los judíos para aumentar ganancias o el gobierno para mantener encerrados a sus gobernados. Y eso sumado a un clima de hartazgo y ansiedad que afecta al conjunto de la sociedad. 

Sin embargo no resulta casual que sean los elementos más extremistas los que se destacan en el análisis y cobertura de las movilizaciones. 

El movimiento es un caldo cultivo ideal para la ultraderecha

Volvamos al contexto. No hay nada que genere más incertidumbre que una pandemia. Casi de un momento a otro nos cayó un virus que no entendemos bien cómo o dónde nació, pero nos cambió la vida. Hay algo más aterrador que eso, y es que no sabemos cuándo va a terminar, cuándo volverá la normalidad y cómo va a ser. Tenemos miedo, ansiedad, hartazgo, bronca. Las movilizaciones anticuarentena condensan en gran medida estas emociones. 

Las explicaciones sencillas, los chivos expiatorios, las teorías conspirativas, las promesas de refugio –en nuestra identidad, en un pasado glorioso– son particularmente atractivas en un contexto signado por esa incertidumbre. Las fuerzas de ultraderecha buscan capitalizarlo a través de sus narrativas y marcos interpretativos –frames– en relación a la pandemia. 

Un estudio que analizó estrategias de framing de seis grupos de ultraderecha europeos ante la pandemia encontró estos marcos comunes:

  1. Migración: la difusión del Covid como resultado de los procesos migratorios sin control. 
  2. Globalización: la difusión del Covid como consecuencia de las agendas liberales y el multiculturalismo.
  3. Gobernanza: el impacto de la pandemia como resultado de una mala gestión estatal.
  4. Libertad: el Covid como una herramienta para la expansión desbocada del Estado.
  5. Resiliencia: la capacidad de los simpatizantes de ultraderecha para enfrentarse a la adversidad planteada por el virus gracias a su fortaleza individual y social.
  6. Conspiración: la pandemia como una distracción deliberada, una pantalla para evitar hablar sobre otras agendas, que engaña a la gente en relación al virus y su origen.

Cuanto mayor capacidad tengan estos grupos para instalar sus marcos interpretativos, sus formas de ver la realidad pandémica, mayor las chances de capitalizarlo y hacer atractivos sus discursos. El movimiento anticuarentena brinda un espacio propicio para tal emprendimiento. 

La cobertura importa

Las coberturas periodísticas de las movilizaciones que se limitan a entregar el micrófono para la indignación de su audiencia contribuyen tanto a amplificar la causa –y extensión– del movimiento como a exaltar sus componentes más radicales.

El dilema también es global. Uno de los mejores argumentos los leí en esta nota de EEUU, que critica la cobertura tipo zoológico, donde el periodista va a cubrir las protestas como si fuese un fotógrafo que se adentra en la Sabana. Se trata de una cobertura que naturalmente va a priorizar a los manifestantes más exóticos, que reproducen las posturas más radicales –que, por cierto, mejor se adaptan al framing propuesto por la ultraderecha–. El solo hecho de responder a tales posturas, ya sea para rebatirlas o contrastarlas con información oficial, corre el riesgo de aceptar la equivalencia de los dos lados y crea la falsa ilusión de un debate en un contexto donde el agotamiento con la cuarentena crece. Este tipo de cobertura, además, genera un cúmulo de fotos, videos y memes que al reproducirse por la web distorsiona la percepción sobre la magnitud de la marcha. 

Esa distorsión es particularmente útil a la narrativa de la mayoría silenciosa –la idea de que hay un conjunto de la población que es silenciado o no es tenido en cuenta pero que representa un porcentaje mayor al que se cree– cuando en realidad se trata de una minoría ruidosa. 

Le pregunté a Franco Delle Donne, especialista en comunicación política y autor de Epidemia Ultra. La ola reaccionaria que contagia a Europa, sobre este tema. “Es muy fácil quedar como un publicista de la extrema derecha–me respondió–. Lo importante es no ayudar a la transmisión de los frames, que activan determinadas relaciones que nuestro cerebro establece de manera inconsciente. Por ejemplo cuando se repite constantemente que un inmigrante es un potencial criminal. Ahí generamos, sin quererlo, ciertas relaciones entre esos campos semánticos que se cristalizan y terminan siendo parte de una visión de la sociedad sobre un determinado grupo”.

Franco me dijo que este festival de fragmentos sobre frases tan delirantes como fascistas se conoce como Far Right Porn, pornografía de la ultraderecha. “Cuando se muestran los elementos más brutos y llamativos de estos movimientos activan un morbo tanto para los afines como para los que están en contra, que necesitan alimentar su indignación. Pero en el medio queda la mayoría, que quizás no tiene una posición tomada. Ese morbo puede activar determinados frames preexistentes que quizás no se hubiese dado de no haber visto este tipo de videos”. La ultraderecha intenta atraer a esta audiencia mediante una estrategia de provocación estratégica.

La perspectiva siempre ayuda; es cuestión de invocarla. El movimiento anticuarentena es minoritario. Las fuerzas de ultraderecha, por lo demás, no han registrado un aumento en la intención de voto significativo y en algunos casos, como Alemania, han retrocedido; las ciudadanías han premiado las gestiones eficientes de la pandemia. Pero con el tiempo el agotamiento con el aislamiento crece y la crisis que se perfila para cuando pase el temblor va a ser un desafío vital para los partidos tradicionales. Los efectos del movimiento anticuarentena no deben descontarse. 

ISRAEL Y EMIRATOS ÁRABES PONEN LA VERDAD SOBRE EL TABLERO

La semana pasada Israel y Emiratos Árabes Unidos anunciaron la normalización de relaciones diplomáticas. El acuerdo es muy importante por lo que significa para la causa palestina y por lo que dice sobre el estado de cosas en Medio Oriente, especialmente sobre la relación entre Israel y los países del mundo árabe.

El acuerdo. Fue anunciado por Estados Unidos el jueves, confirmando su rol como mediador. El tratado, que será firmado por ambas partes en las próximas semanas, supone el establecimiento de relaciones diplomáticas plenas, al igual que una hoja de ruta para la firma de tratados bilaterales en materia de inversiones, turismo y seguridad. Emiratos es el tercer país árabe que reconoce a Israel, después de Egipto en 1979 y Jordania en 1994. Pero, a diferencia de estos últimos dos, el reconocimiento no tiene origen en un conflicto bélico (no es un tratado de paz) y no está atado a compromisos significativos en el conflicto palestino. Israel y los Emiratos, al igual que el resto de países del golfo árabe –como Arabia Saudita– mantienen canales abiertos de comunicación y cooperación en seguridad desde hace tiempo. La diferencia, y de ahí el impacto y la sorpresa del acuerdo, es que ahora se oficializa. Es un sinceramiento que tiene peso. 

Para entender el contexto acordate cuando te conté sobre el acuerdo de “paz” para el conflicto isralí-palestino propuesto por EEUU en enero. La propuesta, que reflejaba casi la totalidad de las demandas israelíes incluyendo la anexión del Valle de Jordan y los asentamientos colonos en Cisjordania, había sido bien recibida –se felicitaba el “esfuerzo” para avanzar en la causa– por las monarquías del Golfo y Egipto. Eso reflejaba, te dije en ese entonces, el debilitamiento de la causa palestina en pos de la coalición contra Irán en la que confluyen Israel, las monarquías del Golfo, Egipto y  Estados Unidos como sponsor. 

En mayo hablamos sobre la propuesta de Netanyahu de avanzar con el proyecto de anexión del Valle y los asentamientos, a pesar de las advertencias de EEUU y del mundo árabe de que cualquier movida tenía que contar con un entendimiento con Palestina. Paradójicamente, el proyecto fue la excusa para desbloquear el acuerdo entre Israel y Emiratos. A cambio del reconocimiento obtenido, Netanhayu se compromete a suspender la anexión, lo que le permite a Emiratos vender el acuerdo como una medida necesaria para frenar el plan. La realidad es que Bibi ya había postergado la anexión después de la reacción interna de los colonos y la global, que incluyó a EEUU; y suspender, por cierto, no significa abandonar, como el propio Primer Ministro ha dejado claro. Netanyahu puede decirle a su núcleo duro que consiguió que un actor de peso en la región como Emiratos Árabes reconociera a Israel sin un compromiso significativo con Palestina. 

La causa palestina

Las autoridades palestinas calificaron el acuerdo como una “traición” por parte de Emiratos Árabes, de donde decidieron retirar su embajador. Con la maniobra, Emiratos rompe con un consenso central en el mundo árabe respecto a que cualquier reconocimiento al Estado de Israel debe estar atado al establecimiento de un Estado palestino con las fronteras anteriores a 1967. 

“La causa palestina tiene cada vez menor importancia en la región, donde ningún país, sea árabe o no, va a dejar sus intereses de lado para favorecer a un tercero”, me explicó Paulo Botta, director del Programa Ejecutivo en Medio Oriente de la UCA. “Hay una verdad incómoda pero cada vez más evidente, y es que el nacionalismo arabe o el panarabismo, que considera que los estados árabes deben tender a la unidad o la integración, es una idea cada vez más lejana, que solo existe por su valor retórico. Hoy los intereses de los estados priman sobre cualquier interés colectivo, de unidad árabe”.

Los polos externos

Los países árabes e Israel comparten desde hace tiempo intereses y amenazas comunes, especialmente ante la expansión regional de Irán, una tendencia que se profundizó con la primavera árabe. Estados Unidos, por su parte, si bien sigue siendo un actor central en la región (este acuerdo es un gran ejemplo), ya no es un socio indiscutido en materia de seguridad. El acuerdo nuclear con Irán tejido en la era Obama y las promesas aislacionistas de Trump son dos ejemplos que justifican el acercamiento de actores regionales que antes no dialogaban. 

Ezequiel Kopel señala otra amenaza común: el ascenso de Turquía y su eje con Qatar. El proyecto islamista de Erdogan repele a las monarquías del Golfo, que se han opuesto con todos los medios posibles a la expansión de la Hermandad Musulmana en la región, una empresa que comparten con el dictador egipcio al-Sisi, que sacó a la organización del poder en su país en 2013. Para Israel, por su parte, enfrentar al proyecto islamista significa enfrentar a Hamas, el grupo armado que comanda Gaza en su frontera. Por otro lado, el ascenso de Turquía y su alianza con Qatar se manifiesta con fuerza en la guerra de Libia, donde han quedado enfrentados precisamente con Emiratos Árabes. La proyección que busca lograr Turquía sobre el Mediterraneo Oriental también resiente a Israel, que ha formado un eje con Grecia, Egipto y Chipre en una zona de alta importancia geográfica y económica, por el comercio de gas y petróleo a Europa. Nadie sale solo del laberinto. 

Qué hay que seguir

Se dice que el acuerdo, la decisión de poner sobre la mesa la relación con Israel, puede incentivar a que otros países árabes sigan el ejemplo. Bahrein y Omán son dos candidatos que hoy pican en punta. Para Botta, el posible efecto dominó dependerá de cuáles sean los costos políticos internos. “Si el costo de poner sobre la mesa el entendimiento con Israel es más alto que los beneficios entonces no se hará. Va a depender de cada caso”, me apuntó. Arabia Saudita, por su parte, ya avisó que no se plegará, una decisión que responde más al rey Salmán que al príncipe heredero MBS.  

El establecimiento de relaciones diplomáticas plenas, sin embargo, no significa una relación bilateral profunda. Todavía resta saber el alcance de los acuerdos que se van a firmar entre ambas partes y si van a traducirse en una relación económica más estrecha. Esta semana, por ejemplo, Israel negó las versiones acerca de que el acuerdo viabilice la venta de armamento de Estados Unidos a Emiratos, un escenario que intentó limitar en el pasado, al igual que con el resto de los países de la región, en pos de mantener su ventaja militar. 

Los tres actores involucrados cosechan a corto plazo. Para Netanhayu significa una victoria diplomática en una coyuntura asediada por protestas masivas a causa del desmanejo de la pandemia y el juicio que enfrenta por corrupción, que amenazan con romper la frágil coalición de gobierno. Para Mohammed Bin Zayed, el príncipe heredero de Abu Dhabi y la cabeza de la proyección exterior de los Emiratos, es una oportunidad para reforzar su posición como jugador cada vez más dominante en la región. Y para Trump también es un triunfo tangible, especialmente útil para su narrativa de dealmaker cuando falta poco para las elecciones.

El acuerdo es histórico más por lo que muestra que por lo que abre. Antes que prometer un impacto directo en el tablero de Medio Oriente es la prueba de que el tablero cambió. Y es en esta configuración donde la causa palestina queda aún más marginada.

PICADITO

  1. Golpe de Estado en Mali: militares toman el poder y llaman a una transición hasta nuevas elecciones.
  2. Se sigue picando en Bielorrusia: Lukashenko doblega al pulso ante la mirada atenta de Rusia y la UE. 
  3. Ecuador: el correísmo presenta su fórmula con Rafael como vice y Andrés Arauz, un economista de 35 años, como candidato a presidente.
  4. Rusia: hospitalizan a Alexei Navalny, una de las figuras opositoras, por presunto envenenamiento. 
  5. Reino Unido: los exámenes de ingreso a la universidad se deciden por algoritmos; estalla la polémica. 

QUÉ ESTOY LEYENDO

A propósito de teorías conspirativas, me gustó esta nota de Darío Mizrahi donde explica qué es QAanon, el culto estadounidense que pelea contra el Deep State y gana cada vez más visibilidad.

LO IMPORTANTE

Esta semana comenzó la Convención Demócrata en formato cuarentena, con videos grabados. Ayer habló Obama y hoy cierra Biden. Ah, aprovecho: la semana pasada tuve un lapsus y dije que Joe asumiría con 71 años cuando en realidad lo haría con 78. Ahora sí.

Las convenciones por lo general son medio un bodrio, aunque la de 2016, a la que tuve la posibilidad de ir, estuvo picante porque se llenó de marchas de simpatizantes de Bernie Sanders contra la nominación de Hillary. La de este año refleja un clima de mucha mayor unidad y además es online. Un verdadero meh. De eso te quiero hablar. Esta semana descubrí por Twitter una organización que se llama Settle For Biden (conformate con Biden). Se trata de un grupo de jóvenes que simpatizaron con las candidaturas de Sanders y Warren que ahora llaman a votar por Biden en una campaña bastante particular: “Biden no es fantástico pero Trump es mucho, mucho peor”, dicen en uno de sus posteos. En Instagram tienen placas como estas:

Del “Sí se puede” obamista al “Sí se puede, quizás”.

A la candidatura de Harris la saludan con una reverencia: “Podría ser peor”.

Mi favorita: si Noam Chomsky se conforma, ¿por qué vos no?

Toda la movida es una gran definición sobre la campaña de Biden. 

Esto fue todo por hoy.

Nos leemos el jueves.

Un abrazo,

Juan

Cree mucho en el periodismo y su belleza. Escribe sobre política internacional y otras cosas que le interesan, que suelen ser muchas. Es politólogo (UBA) y trabajó en tele y radio. Ahora cuenta América Latina desde Ciudad de México.