Espert y Gómez Centurión: es la cultura, estúpido

En línea con el resto del mundo, la derecha radical moviliza más con la apelación a los valores.

Del debate en la Universidad del Litoral me sorprendieron algunas cosas. La primera es que estamos en un momento altísimo en cuanto a la producción de memes. Creadores de contenido en internet: gracias por tanto. La segunda es la perplejidad que siguen causando las candidaturas de Gómez Centurión y Espert, en un contexto global signado por fuerzas de prédica similar y luego de un año en el que la discusión por la legalización del aborto activó una reacción y sensibilidad conservadora significativa. «Mayoría silenciosa», lo llaman en el resto del mundo y debe ser tenido en cuenta. Ahí vamos para allá. La tercera es que la presentación de Espert -de las más sólidas de la noche- representa un viraje en su discurso puramente economicista para pasar al terreno cultural. Es, después del sorpasso que sufrió por parte de Gómez Centurión en las PASO, el reconocimiento de que el caballito de batalla de la derecha, en línea con el resto del mundo, es cultural antes que económico. Sus referencias a la «ideología de género» y a las víctimas de las guerrillas de los 70 así lo indican. Identidad mata viborita libertaria.

En las PASO Gómez Centurión y Espert juntos sacaron poco más de un millón de votos. El politólogo Facundo Cruz escribió en este medio sobre la importancia que eso tuvo para el macrismo, pero también sobre el hecho de que en sus primeras incursiones presidenciales, ambos candidatos lograron saltar la barrera de las primarias y sumaron una cantidad nada despreciable. Espert se hizo fuerte en distritos urbanos: CABA, Santa Fé, Entre Ríos y Córdoba. El ex combatiente de Malvinas en Chaco, Salta, Misiones -el norte celeste y evangélico-, pero también en Chubut, Tierra del Fuego y Río Negro.

Elige tu propia aventura: el temor porque por primera vez fuerzas abiertamente de derecha, con un discurso mucho más radical que el del oficialismo, se presentan en elecciones y suman votos; o el alivio porque mientras en el resto del mundo estas fuerzas gobiernan o son jugadores de peso en los sistemas políticos, acá no consiguen dar el golpe. El marco de una elección hiperpolarizada, con una fuerte crisis económica y un sistema político que todavía conserva legitimidad deben pronunciarse como un dato para nada menor. Prefiero evitar la discusión sobre el mito de la excepcionalidad argentina por falta de herramientas. Solo vale decir que hace un tiempo en la Alemania marcada a fuego por el nazismo era imposible que la extrema derecha sume votos y hoy son la principal fuerza de oposición. Pasaron cosas. La lista de los escenarios que al final no eran tan excepcionales sigue, e incluye a paraísos progresistas como Uruguay y a la España que había aprendido las lecciones del franquismo. En un contexto de incertidumbre, la prudencia en los pronósticos políticos nunca sobra.

Lo que dejó en claro la presentación de Espert en el debate ayer es que cualquier construcción de ese tipo en Argentina va a estar más cercana al discurso de Gómez Centurión -la defensa de los «valores», la oposición al aborto, las banderas soberanistas- antes que en el discurso libertario, que bien puede ser un aditivo. Esto no estaba tan claro antes de las PASO: se decía que el economista favorito del Grupo América iba a dar la sorpresa (medía el doble de lo que sacó) y la rusticidad monotemática de Gómez Centurión iba a quedar detrás de la barrera del 1,5%.

En el debate, Espert apuntó contra las «mafias sindicales» a la hora de hablar sobre educación, se manifestó a favor de la Educación Sexual Integral en tanto no degenere en «ideología de género» (antes no usaba este sintagma) y sólo como un refuerzo de lo que se enseñe en la «casa materna». Apuntó contra las guerrillas de los 70 y los juicios a los militares. También reforzó su prédica antipolítica: se mostró como un ciudadano común, un outsider, hastiado de una clase política que «ni siquiera pueden leer discursos en el Congreso» y de empresarios «prebendarios».

En Cenital nos importa que entiendas. Por eso nos propusimos contar de manera sencilla una realidad compleja. Si te gusta lo que hacemos, ayudanos a seguir. Sumate a nuestro círculo de Mejores amigos.

La experiencia global demuestra que, para las nuevas derechas, centrarse en aspectos culturales es mucho más redituable que el discurso meramente economicista. Se combinan, pero la cultura va primero.

Empecemos por el contexto. El ascenso de la ultraderecha no es la enfermedad sino el síntoma de que el mundo como lo conocíamos cambió. El orden liberal de posguerra se encuentra en shock y la crisis del 2008 fue el último gran cimbronazo. Hoy, una capa importante de ciudadanos a lo largo y ancho de occidente no cree que su voz sea tenida en cuenta y sus intereses defendidos por las elites políticas, nacionales y globales. Aseguran que las promesas de bienestar que portaban la revolución tecnológica y la globalización no sólo no se cumplieron sino que empeoraron sus condiciones de vida. Reniegan de los acelerados cambios socioculturales, como las altas tasas de inmigración o la deconstrucción por la que pugna el movimiento feminista, que atenta, dicen, contra su identidad. Se sienten amenazados, desprotegidos, enojados y no creen que la situación mejore en el futuro. Quieren un cambio. Las derechas hoy interpretan mejor este clima y ofrecen una salida. Un regreso a lo conocido (a las tradiciones, a la América que era Great), una explicación de por qué estamos como estamos, con sus chivos expiatorios al pie del cañón (¡mexicanos!), y promesas de seguridad para aquellos que fueron traicionados, con la defensa a la identidad nacional cotizando al alza.

Las fuerzas de derecha en ascenso no son todas iguales y mantienen diferencias importantes en materia programática. En todos los escenarios donde triunfaron, las ansiedades culturales se revelaron más importantes -movilizantes- que las económicas. Funcionan mejor cuando se combinan. Uno de los efectos que produjo la crisis económica, por ejemplo, fue alentar lo que algunos autores llaman «privación relativa»: la idea de que no es únicamente la pérdida material objetiva lo que impulsa tu enojo sino también el hecho de sentir que, mientras vos perdés, hay otros grupos privilegiados que ganan a tu costa. Que, mientras vos venís perdiendo tu lugar en la pirámide social hace décadas, hay otros grupos, que solían estar abajo, que te están rezagando.

En su libro Strangers in their own land (Extraños en su propia tierra), la socióloga estadounidense Arlie Hochschild demuestra a la perfección este punto. Hochschild, que antes de mudarse para el libro vivía en la progre California, quería explicar el apoyo al movimiento Tea Party -que abonaba por un recorte radical del rol del Estado- en zonas donde paradójicamente más se necesitaba la presencia estatal. El caso que ella toma, donde se va a vivir para escribirlo, es Luisana, en el sur del país. Allí descubre que la oposición de los locales a la intervención estatal proviene de la sensación de que existen grupos que solían estar detrás de ellos en la carrera por el sueño americano que en los últimos años se les adelantaron, se saltearon la fila, con ayuda del gobierno, principalmente de Obama. Por culpa de las políticas afirmativas, las minorías -a las que no les corresponde estar delante de ellos, ciudadanos americanos blancos y trabajadores- han ganado a su costa. Han puesto en jaque su honor. De ahí el título: extraños en su propia tierra. Y esta ansiedad, en definitiva, importa más que todo el daño que podrían generar la implementación de las políticas libertarias del Tea Party.

Ese discurso -arancelar educación pública, desmontar sindicatos- de nada sirve sin una defensa a las tradiciones, el honor de las familias, la identidad nacional. En otras palabras: no se trata únicamente de que los «plancitos para todos y todas» generen un gasto público masivo.

Quiero hacer un punto más. El discurso de Gómez Centurión parece rústico y monotemático, pero no lo es. La defensa a la vida o los valores suelen asociarse con preocupaciones mucho más profundas, donde se incluye lo económico, y que tiene más que ver con ese contexto antiliberal del cual hablábamos antes que con la loca del bebito.

La narrativa de ideología de género, fabricada y difundida por el vaticano luego de las conferencias de la ONU sobre mujeres a mediados de los noventa, abarca mucho más que el mero rechazo a que le enseñen a tu hijo que puede coger con otros hombres si así lo desea. Para las académicas Grzebalska, Kováts y Peto, la ideología de género funciona como un «pegamento simbólico», una herramienta retórica capaz de aglutinar otras demandas que confluyen en el rechazo al orden neoliberal. Representa el fracaso de la representación democrática y la prioridad que han tenido los valores posmateriales -las políticas de identidad- sobre los materiales. Significa la primacía de las elites globales -esas que te quieren vender el aborto- por sobre los intereses de la «gente común», cuya seguridad social, económica y cultural se encuentra amenazada. Oponerse a la «ideología de género» significa oponerse a una forma de gobernar bajo los paradigmas de la globalización y los Derechos Humanos que entró en crisis. Y la narrativa también facilita alianzas entre diversos grupos: derechas, conservadores, religiosos de diferentes orígenes y fundamentalistas, entre otros, se unen contra un discurso que genera «pánico moral» en la sociedad.

Hasta hace poco tiempo, la narrativa de «ideología de género» -presente desde Brasil hasta Costa Rica y desde Francia hasta Polonia- no había entrado en el discurso público argentino. Esto era algo destacado por investigadores en la materia como Mario Pecheny, Daniel Jones y Lucía Ariza, que rastreaban una presencia meramente académica. En el debate de ayer, de seis candidatos, dos adherían a esa narrativa. Vale tenerlo en cuenta.

Las derechas de este calibre, en su versión antiestablishment, encuentran espacio en los sistemas políticos cuando las alternativas mainstream, en palabras de la politóloga María Esperanza Casullo, se deslegitiman. Esto plantea la necesidad de seguir de cerca los acontecimientos del gobierno entrante -que va a heredar un jenga arriba de una gelatina- y un mandato: cuidar a un sistema político que, aún imperfecto, conserva legitimidad.

Por último, algo sobre el campo de nuestros pelados de derecha. La candidatura de Espert es un emergente del fenómeno libertario, con amplio espacio en nuestra patria zocalera televisiva. Al margen de cierto componente antipolítico, su discurso no se movía de ahí. Gómez Centurión, al igual que Bolsonaro en Brasil, combina ultraconservadurismo y el trio Dios-Patria-Familia (adaptado a una versión local por GC) con liberalismo económico. Agustín Monteverde, principal asesor económico del ex combatiente, piensa similar a Espert, que tiene menos cartas en el otro sentido: se manifestó a favor de la despenalización del aborto, no se asume públicamente como de derecha y, al menos hasta hace un tiempo, no merodeaba la aldea conservadora.

Se sabe que el pilar de Espert, lo que le sumó cierto aura mediático, son jóvenes de dieciséis a veinticuatro años. Se referencian con una viborita, heredada de la simbología libertaria estadounidense. Pero el fenómeno juvenil de derecha desborda a Espert y la oferta política actual.

La noche del domingo 11 de agosto, cuando ya se conocían los resultados de las PASO, los grupos de estos jóvenes estaban discutiendo lo que había dejado la jornada electoral.

Uno de los colectivos más conocidos tradujo el desenlace a moraleja, y disparó contra el resto de los simpatizantes de Espert: «Viboritas, pasen y pidan perdón. Son bienvenidos a la derecha nacional».

 

Cree mucho en el periodismo y su belleza. Escribe sobre política internacional y otras cosas que le interesan, que suelen ser muchas. Es politólogo (UBA) y trabajó en tele y radio. Ahora cuenta América Latina desde Ciudad de México.