El superávit salchicha

Los anuncios del presidente, como el embutido: mejor no saber de qué están hechos. La reunión en el directorio del FMI a la que no asistió el representante argentino: ¿por qué? Coletazos de las declaraciones de Andrés Larroque y repercusiones del Foro Llao Llao.

La celebración de Pesaj, la fiesta que conmemora la liberación de la servidumbre del pueblo judío, comenzó ayer al crepúsculo. Se rememora el cruce del desierto y la llegada a la tierra prometida.  El presidente, que anoche anunció por cadena nacional un superávit financiero del 0,2% en el primer trimestre y se felicitó por el rumbo de la economía, se puso a sí mismo en el lugar de Moisés y utilizó la figura de aquel trayecto como metáfora para señalar las peripecias que atraviesa la economía Argentina y el sufrimiento que están sobrellevando sus habitantes, que se justificaría en una próxima y sustancial mejora.

El lugar de profeta, sin embargo, choca con algunos problemas evidentes en el propio relato, que perdió consistencia, incluso, contra sus propios antecedentes. Una promoción insólitamente oficialista de Philco empapeló las calles de Buenos Aires en estos días. Si comprás una motosierra, te regalamos una licuadora. La inspiración era presidencial y reproducía lo que el Javier Milei se cansó de repetir en los últimos meses para fundamentar el mayor ajuste fiscal de la historia. Ayer, sin embargo, mientras ratificaba el rumbo y hablaba de un “milagro económico”, cambió el discurso y dijo que los buenos resultados fiscales del primer trimestre respondían más “a la motosierra que a la licuadora”. 

Sería bueno revisar los números, particularmente de un presidente cuya credibilidad y percepción de sinceridad fue un activo que le permitió mantener relativamente alta su popularidad incluso en un contexto de fuerte ajuste y recesión. La licuadora -o lo que es lo mismo, la pérdida de valor real de las erogaciones estatales- no sólo es una parte importante de lo que justifica el primer superávit fiscal en más de quince años: es la principal.  

La reducción real de las jubilaciones y las prestaciones sociales asociadas -a partir de la fórmula aprobada por el Gobierno anterior, con apoyo de todos los sectores que lo integraron- explica el 45% del ajuste, mientras la obra pública -motosierra- explica apenas el 20%. Otra parte importante del resultado es la suspensión de pagos de energía. Una maniobra que no se puede catalogar ni de licuadora ni de motosierra sino de caminar las deudas, un atajo de muy corto alcance. Los valores del ajuste deberían emparejarse en algo en los próximos meses, a partir de la modificación de la fórmula hecha por decreto. La reforma fiscal, de aprobarse por el Congreso, también podría modificar la ecuación por el lado de los ingresos. Ni licuadora ni motosierra, aumento de impuestos. Los mismos que ayer el presidente prometió reducir. 

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Más allá de ello, sin embargo, el país enfrenta desafíos serios en el horizonte. No sólo jubilados, beneficiarios de prestaciones o asalariados tienen dificultades para ver la tierra prometida en el horizonte. También los empresarios, supuestos beneficiarios y apoyadores entusiastas del actual modelo, muestran problemas en el horizonte. El presidente les pidió -en un discurso en el Foro Llao Llao que publicó íntegro- que “pongan las pelotas, se la jueguen e inviertan”. Más allá del lenguaje elegido, la preocupación es genuina. Como profeta de la infalibilidad de los mercados, Milei sabe quizás mejor que ningún otro político que unas pocas decenas de grandes empresarios no votan cuando declaran, que no votan siquiera cuando votan -donde sus preferencias quedan licuadas entre otros millones- sino cuando deciden arriesgar su capital e invertirlo o no en un país. Las perspectivas de la inversión en Argentina hasta el momento no son alentadoras. Un informe de la consultora PxQ señala que la importación de bienes de capital, un indicador clave de la inversión, cayó durante el primer trimestre un 16% interanual. Son datos abismales, cuya perspectiva de mejora es incierta, tanto como la finalización de la recesión. Las esperanzas de recuperación en V que transmiten el Gobierno y sus voceros oficiosos no tienen hasta el momento capitales que los respalden y, según adelantó ayer el presidente, tampoco habrá crédito. Lo que sí anticipó Milei, al pasar, fue un crecimiento de la pobreza que escalaría, según sus propias palabras, al 60%. 

La perspectiva inversora, sin embargo, no fue del todo esquiva en el Llao Llao, donde se conversó -además de la posible venta de Plaza Logística, la compañía de Eduardo Bastitta Harriet, al holding de Eduardo Elsztain, dos de los empresarios favoritos de Milei- sobre uno de los proyectos más importantes que debería encarar el país, que es la extensión de las obras para llevar el gas de Vaca Muerta a las industrias de San Pablo. El presidente de Paraguay, Santiago Peña, pidió en privado el apoyo empresario para que el transporte se realice a través de su país y no de Bolivia. 

Paraguay no cuenta hasta hoy con instalaciones de gas, por lo que el razonamiento del presidente es que su país podría beneficiarse del mero acceso al recurso, para desarrollar sus sectores productivos, y a cambio renunciar al cobro de peajes y grandes cargos de transporte. La sospecha es que Bolivia, asediada por el declino de sus propios yacimientos y con una perspectiva económica de mediano plazo cada vez menos alentadora, demandaría compensaciones económicas complejas para la ecuación económico financiera de la exportación del gas argentino, que se resolverían al utilizar la opción paraguaya.  

Los especialistas debaten sobre si el tamaño de la demanda brasileña justifica una nueva obra de gasoducto para llegar al país, si se puede absorber modificando y aprovechando la infraestructura existente a través de Bolivia o si sería viable hacerlo como GNL, desde los puertos argentinos. Una decisión aún más compleja para un Gobierno que renunció a la obra pública y a la planificación, dejándola en manos de eventuales esfuerzos del sector privado. El reciente intento de reaproximación al gobierno brasileño puede inscribirse también en esa expectativa: que Lula da Silva, con su apuesta a la política industrial y su potente banco de desarrollo, acepte -junto con la industria de San Pablo- tomar la financiación de aquello que desde Buenos Aires no se encara. Sería un atajo extraño.

La economía continúa aportando datos de conflicto bélico. A la mencionada caída de los bienes de capital y la obra pública se le podría sumar el consumo que presenta un desplome incompatible con los números de aprobación del presidente. Este fenómeno es interesante y condensa una pregunta que orbita a todo el sistema: ¿está el cambio de humor social a la vuelta de la esquina o Milei, efectivamente, quebró culturalmente a la mitad de la Argentina? La misma pregunta se hacen en el Gobierno.

–A veces creo que cambian la Argentina para siempre y a veces creo que terminan colgados boca abajo en Plaza de Mayo

–Las dos cosas podrían ser ciertas, por ahora. El gobierno de Schrödinger.

El diálogo, ocurrido a principios de abril entre un dirigente peronista y una figura clave del oficialismo, resume con bastante precisión el espíritu de un espacio al que el resto del establishment político -lógicamente, porque la inercia es difícil de cortar- sigue mirando con los prismas habituales: para Milei, su hermana Karina y Santiago Caputo, la segunda opción que razonaba el referente justicialista no es una pesadilla sino que es, ni más ni menos, una opción más en el menú del presidente. Para decirlo más fácil: Milei no quiere una condena social ni cree que vaya a ocurrir, pero su relación con ese fracaso no sería la misma, ni por asomo, que la de un político tradicional. Milei no le tiene miedo a ese fracaso. Y, como nada es absoluto, en el camino va aprendiendo y pone en suspenso su revolución anarcocapitalista para moderar el ajuste ultraortodoxo de Luis Caputo. “Miren lo que digo, no miren lo que hago”, podría pedir Milei para mantener viva la Obra de Bambi que hoy, a falta de resultados económicos que la gente perciba -llegar a la inflación Massa después de recortar 45% las jubilaciones no parece ser negocio-, sostiene al oficialismo a base de relato con una precisión de relojería.

Este otro aspecto es interesante. Mientras en el Gobierno anterior se discutía si era sostenible aumentar 15% las tarifas con una inflación del 100, Milei demostró lo peor que le podía pasar a un proyecto político como el kirchnerista: en método y menú de ideas se volvió conservador. Y hoy, expresa sus diferencias de la peor manera en un juego en el que todos pierden. No es sostenible que dirigentes que hasta hace semanas eran la quintaesencia de la piedra angular del kirchnerismo, actualmente no se sienten en la mesa del Instituto Patria porque osaron levantar la voz frente al método de conducción de Cristina y Máximo Kirchner. Tampoco es creíble que Andrés Larroque haya descubierto, después de 15 años, que esos métodos sean tóxicos, expulsan y generan rencor: torna verosímil la versión de que la epifanía ocurrió después del cierre de listas de las últimas elecciones donde la llamada Mesa de Ensenada pasó por la guadaña de Máximo que veía en el lema “Cristina presidenta” la manera de sostener a Axel Kicillof en PBA, algo que Kirchner rechazaba porque tenía reservado ese lugar, primero para Martín Insaurralde y después para el abatido Eduardo de Pedro. Sobre “Wado” orbita, también, una hipótesis: esta salida de escena, producto del golpe que significó la caída de su candidatura, ¿es falta de reflejos o una estrategia deliberada para preservarse mientras se pelean los hijos de Cristina? ¿Piensan, Máximo y Wado, que el neto del enfrentamiento con Kicillof podría dar cero y emerger él como opción? Es una incógnita.

“Está más claro que nunca que Máximo es Cristina, y que Larroque, Ferraresi, Yasky o Secco son Axel. El juego de fintas terminó”, escribió Horacio Verbitsky el domingo. Si uno pensara que ese razonamiento representa a alguien relevante dentro de la estructura de poder kirchnerista la situación se oscurece. ¿Desde cuándo el exsecretario general de La Cámpora es Axel? ¿Y Hugo Yasky? ¿O el ultracristinista Mario Secco? ¿O el objetivo es más simple: que el gobernador implore a estos dirigentes que dejen de expresar sus diferencias? El anverso involuntario de este razonamiento tóxico muestra otra cosa: si esos dirigentes eran del segundo anillo kirchnerista y ahora son Axel, significa que quienes demandan que se marque esa línea roja pierden apoyos con más frecuencia de la deseada. “De los dirigentes, no de la gente”, responden lacónicos cerca de CFK. 

Es cierto, también, que hay algunas (pocas) coincidencias entre los nuevos soportes de Kicillof con los dirigentes que acompañaron a Alberto Fernández en su enfrentamiento con Cristina. Deberá el gobernador evaluar en cuáles puede confiar la construcción política que delegó. “Axel está aprendiendo algo fundamental para que un gobernador sobreviva políticamente: hacerse el boludo”, resume un intendente que hace equilibrio entre ambos y reconoce que “Máximo nunca le pidió a los suyos joderle la gestión” a Kicillof. Hay preguntas que se imponen: ¿por qué la fractura del bloque en la Lanús de Julián Álvarez a cargo de Jorge Ferraresi fue más grave que la maniobra similar que ejecutó el camporista Walter Vuoto en la Río Grande de Martín Pérez? Otro misterio.

Mientras tanto, la reunión anual del Fondo Monetario Internacional, de la que participaron Caputo y Nicolás Posse, trajo pocas novedades para el país. Sobre todo en materia de nuevos fondeos para hacer frente a las necesidades que identifican desde el equipo económico en materia de reservas para la apertura, escalonada y gradual, del cepo. Los elogios de la número uno de la institución, la reelecta Kristalina Georgieva al superávit fiscal y la caída de la inflación en relación a su pico de diciembre, no redundaron hasta el momento en efectividades conducentes.

Una novedad relevante para el país se produjo, sin embargo, durante el evento, motorizado por un grupo de economistas que integra el exministro de Economía, Martín Guzmán, junto a otros de renombre, como el Premio Nóbel Joseph Stiglitz, Marylou Uy y Kevin Gallagher. En un paper publicado recientemente, el grupo propuso revisar los sobrecargos, que son los intereses adicionales que cobra el FMI a los países cuyo monto de endeudamiento supera su cuota. Las propuestas para su revisión son entonces relevantes. En la mirada de los economistas, cuatro propuestas, que se podrían poner en marcha de forma alternativa o complementaria, permitirían resolver la cuestión en línea con los tempranos principios de creación del FMI. La primera, obvia, es eliminar o reducir los montos de sobrecargos actualmente existentes, las siguientes implicarían limitar la carga total de intereses que paga un país, subir fuertemente el umbral de imposición adicional o modificar la fórmula para alivianar la carga que pesa sobre esas naciones.

La cuestión no es menor. Este rubro significó para el país más de 3 mil millones de dólares de endeudamiento, que ascenderán al doble en los próximos años. La cuestión tuvo una importancia central en las discusiones de Guzmán con el Fondo durante su gestión como ministro, aunque ni él ni Sergio Massa obtuvieron resultados concretos en las discusiones sobre el asunto, cuya modificación requiere del 70% de los votos en el organismo. 

En este marco, Guzmán participó de un encuentro en el que se discutió la propuesta en la sede del Directorio del Fondo. Se trata de una reunión atípica. La cuestión fue tratada al más alto nivel, con presencia de integrantes de la dirección del organismo, exfuncionarios de distintos países y las representaciones de EE.UU. y Reino Unido -que enviaron a sus directoras titulares-, Alemania, Brasil y Egipto.

En el encuentro, un exrepresentante del Tesoro explicó, además de la carga que los sobrecargos implican para los países deudores, la lógica de imposición con la que fue establecida esa política, en un momento de abundante disponibilidad de fondos de financiamiento privados, una situación muy distinta a la actual, donde las tasas son altas y al FMI le sobran reservas sin utilizar. Las opiniones están divididas. La representación alemana, tradicionalmente favorable a las medidas de austeridad, cuestionó cualquier modificación, mientras desde el sur global, Brasil dio un apoyo enfático a la reducción. En los Estados Unidos la reducción o eliminación de los sobrecargos tiene el apoyo de los sectores progresistas del Partido Demócrata y la oposición de los conservadores republicanos, con la actual administración oscilante.

Quienes favorecen una reducción, que beneficiaría a la Argentina, observan que entre los países perjudicados por el adicional de intereses se encuentran, además de Argentina, Egipto, Pakistán y Ucrania, que le planteará próximamente la cuestión a la propia Georgieva. La existencia de propuestas concretas y de un actor tan relevante podría redundar en una mejora de una situación que hasta ahora fue esquiva. Por eso, llamó la atención la ausencia en el encuentro del representante argentino ante el fondo, Leonardo Madcur, a pesar de haber sido invitado. Las especulaciones sobre su ausencia abarcan al actual Gobierno, pero también a sus superiores durante la administración anterior. ¿Habrá pesado su rol como jefe de Gabinete de Sergio Massa, enfrentado duramente con Guzmán, o su anterior empleo a las órdenes del embajador argentino en los Estados Unidos, Gerardo Werthein? 

Es director de un medio que pensó para leer a los periodistas que escriben en él. Sus momentos preferidos son los cierres de listas, el día de las elecciones y las finales en Madrid. Además de River, podría tener un tatuaje de Messi y el Indio, pero no le gustan los tatuajes. Le hubiera encantado ser diplomático. Los de Internacionales dicen que es un conservador popular.