El negocio del fútbol

AFA vs Superliga. Reclamos a la TV. Sin victorias, hasta el buitre Paul Singer pierde plata con la pelota.

Pocos esperaban que la puja de intereses estallara apenas comenzado el año. La negativa de algunos clubes de reiniciar el campeonato local sin los futbolistas cedidos a la selección que debuta este sábado en el Preolímpico de Colombia sirvió de excusa perfecta para la batalla AFA vs Superliga. Viejo vs nuevo poder. El gobierno anterior de Mauricio Macri esmeriló fuerte. Reclamó supuestas deudas impositivas a los clubes para intentar su conversión en Sociedades Anónimas. Vía Conmebol, impuso una Comisión Normalizadora que desgastó a la AFA. Y, a través de Daniel Angelici, impulsó en 2017 la creación de la Superliga. «Un estado de opresión», lo definió Christian Malaspina, presidente de Argentinos Junios. Y, uno más uno es dos, cambió el negocio de la TV: fin del kirchnerista y estatal Fútbol Para Todos (FPT) y, con los clubes asfixiados, vuelta a la TV privada y de pago (Fox y TNT). Era nuestro proyecto posible de Liga de España. Inversores privados para impulsar un nuevo y más ordenado fútbol. El fútbol pos Julio Grondona. Pero los reglamentos «suizos» de la Superliga chocaron contra la realidad argenta. Nuestro fútbol. La economía. El país. «Pasaron cosas». Y ahora, verano de 2020, más que el fútbol pos Grondona, nos encontramos con el fútbol pos Mauricio Macri.

La catástrofe económica del macrismo no solo provocó derrotas electorales en el gobierno nacional y en Boca. La competencia internacional que obliga a los clubes a convivir con presupuestos dolarizados agravó también, devaluación mediante, las finanzas de todos. Hay clubes que por eso cuestionan ahora los contratos «hoy desactualizados» de Fox y TNT y, más duro aún, apuntan ante todo contra la propia Superliga del CEO Mariano Elizondo. Dicen que «basta de doble comando» y quieren que la AFA, en manos de Claudio «Chiqui» Tapia, retome su viejo mando. Angelici (doble poder, por Boca y por la Casa Rosada) impulsó la Superliga. Jorge Ameal, su sucesor, la quiere liquidar («la Superliga es un enfermo en terapia intensiva»). La puja de estos últimos días estuvo a un paso de posponer la reanudación del campeonato (quedan siete fechas). La Superliga de Elizondo, con fuerte apoyo de River, frenó la maniobra, pero a un alto costo de su autoridad, nunca antes tan cuestionada. «¿Clubes que atacan acaso porque ahora son más controlados?», preguntan cerca de la Superliga. En rigor, el modelo de las Ligas extranjeras se corresponde con clubes que, en su casi absoluta mayoría, son Sociedades Anónimas. No es así en Argentina, donde los clubes, aún con matices, siguen bajo su viejo formato.

Los privados también fracasan

Nuestros clubes son Asociaciones civiles sin fines de lucro que, además de fútbol, ofrecen otros numerosos deportes y actividades, hasta corte y confección, en convivencia histórica con sus barrios y comunidades. Acusado por sus deudas eternas y los controles laxos de la AFA de Grondona, ese viejo modelo sufrió un primer embate en tiempos del menemismo que privatizaba todo. En esos años, la entonces poderosa Torneos y Competencias (TyC) de Carlos Avila pasó a gestionar a Argentinos Juniors. Mudó la localía del «Bicho» a Mendoza. El sueño fugaz del Argentinos SA, ruinoso, cesó cuando el Grupo Clarín, socio principal de Avila, dijo basta. Resultó que no era tan fácil manejar un club. Que uno más uno no siempre es dos. Que los cracks, ídolos caprichosos, son trabajadores atípicos. Que la pelota pega en el poste, que los árbitros fallan y que el periodismo grita. Y que hasta los barras exigían pasajes gratis para viajar a Mendoza en avión. Eran los dueños de la pelota y fracasaron. Fue un gol en contra para los impulsores del Fúbol SA. No fue el único.

El modelo de gestión privada, seductor cuando compiten jeques árabes, magnates rusos, asiáticos o estadounidenses, también precisa de los resultados deportivos. Allí, sino, está hoy el ejemplo del Milan de Italia, equipo número uno del fútbol mundial tres décadas atrás. Su nuevo patrón es un viejo conocido de Argentina, Paul Singer. ¿Cómo olvidar al dueño del fondo buitre que, en su batalla judicial para lucrar con nuestra deuda externa, hasta retuvo a la fragata Libertad en Ghana? Lucró también con las deudas externas de Perú, República del Congo y Grecia. Accionista de la farmacéutica alemana Bayer, Pernot Ricard y de otras compañías, Singer ganó fama en Italia con su agresivo desembarco en Telecom. Los hinchas de Milan saludaron el arribo de Papá Noel cuando en julio pasado adquirió el 99,7 por ciento del club. Imaginaron que su fortuna (el fondo Elliot tiene un patrimonio de 34.000 millones de dólares) impulsaría la vuelta a los viejos gloriosos tiempos de Ruud Gullit y Marco Van Basten, del Milan que subía a siete las conquistas de la Champions y convertía a su propietario, Silvio Berlusconi, en premier de Italia. Singer, republicano estadounidense, llegó al fútbol cuando su fondo, Elliot, le prestó dinero al magnate chino Li Yonghong, misterioso dueño en 2017, que compró el Milan a Berlusconi por 760 millones de euros. El chino invirtió unos 350 millones de euros en fichajes en año y medio, gasto record en la historia del club. Fue un fiasco. No pudo devolver el préstamo. Singer se quedó con el Milan.

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Acostumbrado a hacer lo que quiere con su dinero, el fútbol es un problema para Singer. La Unión Europea de Fútbol (UEFA) había condenado al Milan porque la gestión previa del chino violó normas de Fair Play Financiero. El club se quedó sin copas europeas. Imposibilitado de fichajes resonantes. Es difícil competir en Europa con un presupuesto de 200 millones de euros, cinco veces menor al de Barcelona o Real Madrid. Y con un rojo, del último ejercicio, cercano a los 90 millones de euros. Singer apeló al talismán siempre más barato de las viejas glorias. Contrató como dirigentes a Paolo Maldini y Zvonimir Boban, jugadores héroes de los tiempos de Berlusconi, para que ellos impulsaran a los juveniles del club. Pero el nuevo experimento también terminó en fiasco. La goleada 5-0 de Atalanta sobre el cierre de 2019 marcó un límite. «Que Singer de la cara», reclamó La Gazzetta dello Sport. Que no «abuse más de la paciencia de los hinchas» y explique personalmente su proyecto «al pueblo rojinegro». Sin respuestas, Mr Buitre acaba de aferrarse al fichaje del goleador sueco Zlatan Ibrahimovic. «Ibra» es un crack. Pero tiene treinta y ocho años de edad.

Las comparaciones no son odiosas

Controlado por terceros, obligado a la exposición del fútbol y humillado por clubes de provincia, a Singer le cuesta competir en un fútbol que le impone reglas y que, además, vive inflado con dineros de la TV. Con entidades que mudan sus pretemporadas a China y venden sus competencias al mejor postor, como sucedió el fin de semana pasado con la Supercopa de España, jugada en Arabia Saudita. También el Primer Mundo inventa trofeos, modifica calendarios e impone horarios de mediodía o medianoche. Las Ligas del Primer Mundo modifican para conquistar el mercado asiático. Las del Tercero lo hacen para sobrevivir. Leganés es uno de los equipos más humildes de la Liga española. Recibió esta temporada de la TV 49 millones de euros. El West Bromwich, uno de los clubes más modestos de la Premier League, ingresó 108 millones de euros. Argentinos Juniors, líder de la Superliga, recibe de Fox y TNT algo menos de cien mil dólares por mes, tres veces menos, dice el presidente Malaspina, que un club similar ya no de Europa, sino de Chile. Nuestros clubes apuntan contra la TV. Ahora es el turno del próximo contrato de derechos al exterior. El Primer Mundo suele ver con ojo crítico nuestro fútbol politizado, con barras, sin hinchas visitantes y más peleado que jugado.

Vender lo mejor, comprar lo que se pueda

Pero un informe de la propia Superliga señala que Argentina después de Brasil, es el país que vende más futbolistas. Se fueron más de ochocientos. Como si fuera una segunda Superliga pero jugando en el exterior. Muchos son seguramente ignotos y juegan en ligas remotas. Pero también están los Leo Messi, Kun Agüero y Lautaro Martínez. Son dos, tres selecciones distintas, jugando afuera del país. Vender para subsistir. Crisis mediante, tampoco se puede comprar gran cosa. Javier Mascherano, Daniel Osvaldo y Ricardo Centurión. «Veteranos, fumadores y violentos», resumió El País, de España. Aún en medio de tantas dificultades, el fútbol argentino, más allá de la omnipresencia River-Boca, sigue ofreciendo un ejercicio democrático difícil de ver en otras ligas top. De sus 36 campeonatos jugados de 2000 en adelante, los cinco grandes ganaron 22 títulos. Otros siete clubes se repartieron los 14 títulos restantes, algunos inéditos, como Banfield y Arsenal. Y ahí está ahora el Argentinos Juniors que en los ’90 quiso manejar TyC Sports liderando hoy la recta final de la Superliga. En la puja también está Lanús. Su presidente, Nicolás Russo, cuenta que el club recibe de la TV 1,7 millones de dólares al año. Y que para sobrevivir Lanús, igual que Argentinos, debe vender a sus mejores joyas y formar otras. Porque así como están las cosas, dice Russo, «no podemos comprar ni un alfiler».

 

Soy periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribí columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajé en radios, TV, escribí libros, recibí algunos premios y cubrí nueve Mundiales. Pero mi mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobré siempre por informar.