El Mundial cada dos años: fútbol para todos

La propuesta del presidente de la FIFA, Gianni Infantino, generó debate y polémica en el mundo del fútbol. ¿Avanzará el proyecto? ¿Qué pesa más, el dinero o la competencia?

“Veo cómo disfrutaron los políticos y puedo entender por qué los emperadores romanos querían que los Juegos Olímpicos fueran anuales» (Colin Moynihan, 2012).

Colin Moynihan es Sir. Y cuarto barón Moynihan. Por nobleza hereditaria, integra la Cámara de los Lores desde 1997. Ganó medalla de plata en el remo de los Juegos de Moscú 80. Fue ministro de Deportes de Margaret Thatcher y presidente del Comité Olímpico Británico. En 2012, vio que Boris Johnson, conservador como él, por entonces alcalde de Londres (hoy premier británico), aprovechaba como nadie los exitosos Juegos Olímpicos en la capital del Reino Unido (“populismo”, dirían aquí). Con ironía británica, Moynihan recordó entonces los tiempos de la República de Roma. De emperadores como Nerón, casi el mayor entusiasta de los Juegos, tanto que modificaba el año de disputa según sus intereses y fue proclamado vencedor en las pruebas de música, tragedia y atletismo y también en el certamen de carros, a pesar de que el suyo volcó y llegó tarde a la meta. Desde la Antigua Grecia y hasta hoy, los Juegos se celebraron siempre cada cuatro años. El éxito del ciclo olímpico inspiró a la FIFA. Su presidente mítico, el francés Jules Rimet, quitó entonces el juguete a los Juegos y, a partir de 1930, organizó ella misma sus Copas Mundiales. Cada cuatro años. Es la tradición que ahora quiere modificar Gianni Infantino, el presidente de la FIFA Siglo 21 que arriba hoy domingo a Buenos Aires en busca de votos para que los Mundiales pasen a jugarse cada dos años. Como le habría gustado a Nerón.

El jueves pasado, la selección de Lionel Scaloni venció 1-0 a Perú, completó una nueva triple fecha de Eliminatorias sumando siete de nueve puntos y encaminó su presencia para el próximo Mundial. Contra la tradición, la Copa de 2022 se jugará en los meses de noviembre-diciembre. El calor es una de las tantas dificultades de Qatar, la sede polémica que la FIFA, bajo fuertes acusaciones de corrupción, eligió en 2010 en una doble votación cuestionada, que también dio a Rusia la Copa de Inglaterra y Estados Unidos quedaron afuera. La consecuencia fue inmediata: intervino el FBI para hacer estallar el FIFAgate y provocar la caída del presidente Joseph Blatter. La era de Infantino, el presidente que llegaba para restablecer seriedad, dio el Mundial siguiente (2026) a Estados Unidos (junto con México y Canadá),
aumentó los cupos de 32 a 48 selecciones y ahora (Blatter ya lo había propuesto en 1999) quiere Mundiales cada dos
años. “El Super Bowl –argumentó Infantino el último miércoles, citando a la célebre final del football americano- se organiza todos los años. ¿Por qué no tener una Copa del Mundo cada dos años?”. ¿Super Bowl? Irónicos, los más críticos temen que tanto acercamiento posFIFAgate de Infantino con Estados Unidos esté provocando demasiado alineamiento con Washington.

MODELO SUPER BOWL

El football americano de la NFL, ese deporte de titanes con casco que colisionan y sufren a menudo conmociones cerebrales, es una liga nacional de 32 equipos que, como mucho, dura casi cinco meses al menos para los dos equipos que llegan al Super Bowl. Un Mundial, claro, es algo más complejo. La FIFA agrupa a 211 Federaciones nacionales (“más que las Naciones Unidas”, se jacta Infantino) y a unos 300.000 clubes que juegan casi todo el año, torneos locales y continentales, y que, punto clave, son los dueños de los jugadores. Mundiales y Super Bowl, está claro, son competencias incomparables. Ni qué decir Wimbledon, el abierto de tenis de Gran Bretaña y también mencionado por Infantino para decir que “lo importante no es la frecuencia sino la calidad” y que entonces sería “mágico” hacer un Mundial cada dos años. Además de “mágico”, claro, sería más rentable. Si la FIFA recaudó en Rusia 2018 unos 5.400 millones de dólares, la NFL firmó este año un nuevo contrato de TV (con Amazon) que le reportará 10.000 millones de dólares por temporada. ¿Cómo no comprender a Infantino? El problema central, más allá de las diferencias ya citadas, es que en el fútbol los jugadores no son propiedad de la FIFA, sino, como ya dijimos, pertenecen a los clubes.

Infantino tiene el apoyo de las Confederaciones menos influyentes. Asia, Oceanía y África. Y también Concacaf (Centro y Norteamérica y Caribe). En la población más joven de esos territorios están los que aprueban el Mundial cada dos años, según lo refleja una encuesta a medida difundida por la FIFA que le da un 65 por ciento de apoyo popular al proyecto. El resultado de la encuesta, admitió la FIFA, mostró “diferencias considerables entre los llamados mercados tradicionales y los mercados del fútbol en desarrollo”. Las Confederaciones del “fútbol en desarrollo” sobran a la FIFA para aportar los votos necesarios. Infantino ya tuvo una primera votación contundente que lo autorizó a estudiar el proyecto: 166 votos contra 22. Pero el presidente suizo sabe que, además de votos, el Mundial cada dos años precisará ante todo de los jugadores más importantes. Por eso inició en estos días su gira por Sudamérica, para lograr que la Conmebol vuelva a apoyar su proyecto, y así dejar aislada la negativa de la todopoderosa Unión Europea de Fútbol (UEFA). Si bien algunas Federaciones menos poderosas de Sudamérica ven con simpatía el proyecto, la Conmebol,
me aseguran algunas fuentes, mantiene su oposición. La más dura sigue siendo la UEFA.

PAPA NOEL VIENE DEL GOLFO PERSICO

“Podríamos decidir no jugar”, advirtió el esloveno Alexander Ceferin, presidente de la UEFA, que tiene además el apoyo de la Asociación Europea de Clubes (ECA). Infantino contraoferta a Europa terminar con las Eliminatorias regionales maratónicas como las de Conmebol, pero la UEFA es consciente de que un Mundial cada dos años quitaría fuerza a la Champions, el torneo de clubes más atractivo que ofrece el fútbol. Selecciones vs Clubes. Cada uno atiende su propio negocio. La UEFA dice que teme también el desgaste de sus jugadores. Pero ella misma aumentó a cien partidos anuales sus competencias regionales (creó dos nuevos torneos, Liga de Naciones y Conference League). La Conmebol hizo jugar cuatro Copas América en siete años. Todos juegan más para recaudar más. Las nuevas plataformas fomentan más competencia para alimentar su programación. ¿Por qué Infantino, que además propone un Mundial de Clubes con 48 equipos, se iba a quedar atrás en la inflación de competencias si la FIFA es la santa patrona del negocio? ¿La dueña de la pelota? El nuevo filón, se sabe, viene del Golfo Pérsico. Celoso de Qatar (que compró al PSG y celebrará el Mundial 2022) y de Abu Dabi (Manchester City), Arabia Saudita movió sus fichas. Flamante propietaria del inglés Newcastle, Arabia Saudita ofreció primero el dinero para el Mundial de Clubes con 48 equipos y presentó luego el proyecto de Mundial cada dos años. El propio Infantino postuló el miércoles último que el Mundial 2030 pueda tener como sede central a Israel, pero también a sus “vecinos”, no solo Emiratos Arabes Unidos y Bahrein, sino también Palestina. “¿Por qué no soñarlo?”, dijo Infantino. Unas horas antes, la Federación Palestina había cancelado una reunión con Infantino, furiosa porque el presidente de la FIFA visitó el Museo de la Tolerancia en Jerusalén, que Israel construyó en terreno que ocupó militarmente y que era parte de un cementerio musulmán. ¿Acaso Infantino cree en serio que la pelota sanará el conflicto histórico de Medio Oriente? ¿Acaso está usando a la pelota para hacer regalos que, según sospechan sus críticos, buscará luego que le sean retribuídos en una eventual futura carrera como político? No sería el primero ni el último.

MUNDIAL DE GLOBOS

Infantino, hay que recordarlo, subió al trono de la FIFA luego de que cayeron Blatter y su delfín, Michel Platini. El ayudó a la caída de ambos. Impuso luego funcionarios leales en áreas claves de comisiones que deberían investigarlo. Y reclutó voluntades de técnicos respetados (el francés Arsene Wenger, autor del estudio que apoya el Mundial cada dos años) y ex glorias de las canchas, como Ronaldo, Lothar Matthaeus, Javier Mascherano, Michael Owen, Marco van Basten y Didier Drogba, entre otros. También se pronunció a favor del proyecto el hoy elogiado DT de Argentina, Lionel Scaloni, aunque costó encontrar su declaración en la página oficial de la AFA. ¿La sobredosis de fútbol implicaría que las principales estrellas y acaso sus patrones poderosos, elegirán cuál Mundial jugarían y cuál no? ¿Se arriesga la banalización de los Mundiales? ¿Más competencias formales servirían reemplazar amistosos programados muchas veces para simplemente responder a los patrocinadores y ganar dinero? ¿Por qué no duplicar tanta felicidad? Los amantes del fútbol saben casi de memoria año y sede de cada Mundial. Uruguay 1930 el primero, luego la Alemania de posguerra rehaciéndose con la Copa del 54, Brasil y su tri de 1958, 62 y 70, la Alemania de Franz Beckenbauer en
1974, Argentina en 1978 y 86, España en Sudáfrica 2010 y Francia en Rusia 2018, por citar solo a algunos. ¿Arruinarán los Mundiales cada dos años a los torneos continentales (Copa América, Eurocopa, Copa Africa, etc)? ¿Quitarán el poco espacio que tiene el fútbol femenino? ¿Tienen derecho Federaciones nacionales pequeñas como Omán, Uzbekistán y otras a votar reformas que “alterarían radicalmente” la programación de los poderosos que dominan la gran escena y el magnetismo del fútbol, como se preguntó un corresponsal desde Londres? La Premier League inglesa agrupa hoy a los nombres más atractivos del fútbol. El DT argentino de Leeds, Marcelo Bielsa, dijo allí que habría que jugar
menos y que los principales actores, él incluido, deberían ganar menos dinero. Su colega alemán Jurgen Klopp, DT
de Liverpool, sonrió cuando le preguntaron si un Mundial cada dos años no le daría acaso más ocasiones a las
Federaciones más pequeñas, como argumentan varios de los defensores del proyecto. “Por mucho que digan que se
trata de dar oportunidades a diferentes países, dijo Klopp, al final todo se reduce al dinero. Así es como funciona”.
Y, en el medio de todo, los jugadores. “Somos esclavos de la FIFA”, se quejó el volante alemán de Real Madrid
Toni Kroos. Lo siguió la semana pasada su compañero de equipo, el arquero belga Thibaut Courtois: “No somos
robots. Los mejores jugadores se lesionarán, lesionarán y lesionarán”. El jueves, al explicar por qué la selección,
que había brillado contra Uruguay, decayó su ritmo frente a Perú, Scaloni se quejó porque se jugaron tres partidos
en apenas una semana. Por esas mismas horas, en Perú algunos se consolaron con la noticia de que un peruano
ganaba en España el primer Mundial de Globos. De globos sí. La idea del torneo (representantes de 32 países, hay
que evitar que el globo toque el piso) fue del streamer Ibai Llanos y su socio Gerard Piqué, el jugador de Barcelona. La trasmisión fue por Twich. Infantino, seguro, ya nos advertirá que ese Mundial también debe ser propiedad de la FIFA.

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Es periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribió columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajó en radios, TV, escribió libros, recibió algunos premios y cubró nueve Mundiales. Pero su mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobró siempre por informar.