El futuro llegó hace rato y es exactamente lo que no quisimos escuchar

Así que aquí estamos amigo, en esta situación en la que no sabemos si el remedio (un estado vigilante) es peor que la enfermedad (coronavirus, aliens y avispas asesinas).

Holis, ¿cómo andás? ¿Fase 3 o fase 4? ¿Gozando vernos a los porteños culiados encerrados en nuestros pocos metros cuadrados de cemento o pura solidaridad y de esta salimos juntos? Yo te escribo desde el barrio de Gardel en el ¿58avo? día consecutivo sin combinar prenda de arriba con prenda de abajo, comiendo directo de la olla para no lavar y olvidándome que tengo puesta la crema tópica del acné cuando entro a las videollamadas. Creo que lo que más me gusta de la cuarentena es esta sensación de que nadie me está viendo… ¿o sí?

Hércules vigila

En la última edición de lo que las redes sociales han dado en llamar “viernes de filminas” (o sea las conferencias de prensa de pandemia), Alberto Fernández mencionó al pasar que trabajadores y trabajadoras de rubros exceptuados deberían bajar obligatoriamente una app. La aplicación en cuestión se llama CuidAR y es un desarrollo del CONICET junto al Ministerio de Salud y la Secretaría de Innovación Pública. 

¿Cómo funciona? La app cruza un autodiagnóstico basado en síntomas de coronavirus (por ejemplo, te hace ingresar tu temperatura y te pregunta si tenés pérdida de olfato o tos) junto con el permiso de circulación. Si te da positivo, te lo revocan. Además, como la app accede a tu geolocalización, te deriva al centro de operación para la emergencia más cercano.

¿Los datos son anónimos? No. Tenés que ingresar nombre, número de documento, número de trámite y género y el acceso a la geolocalización no es opcional. O sea, el gobierno sabe quiénes son los que dan positivo y dónde están.

¿Para qué sirve? Esta app no tiene fines preventivos. Las aplicaciones que sí tienen este propósito, se basan en el rastreo de contactos (contact tracing), que cruza los datos de quienes dieron positivo con otras bases como las de tarjetas de crédito o uso del wifi del transporte público para identificar a las personas que se los cruzaron, advertirles de un posible contagio y solicitarles el autodiagnóstico. Corea es el ejemplo mundial de contact tracing y, más allá de las limitaciones técnicas que esto supone (en ese país suelen recabar estos datos de manera sistemática y tienen las herramientas desarrolladas y las bases disponibles), también hay reservas respecto de seguir su ejemplo por la invasión a la privacidad que esto supone. En el caso de CuidAR, no se usa contact tracing y la idea es monitorear los casos para elaborar un buen mapa epidemiológico.

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La mayor controversia al respecto puede ser resumida en esto que dice el doctor en matemática Daniel Penazzi en esta nota de Nora Bär: “Si ni siquiera hace rastreo de contactos, no se justifica la invasión de privacidad (…) En una app de contact tracing hay un beneficio tangible para la sociedad y el individuo que justifica violar derechos individuales. Con ésta, no solo no hay beneficio, sino que es probable que haya daño (porque al haber penalización se sospecha que mucha gente mentiría)”. Dicho de otra forma, el uso de datos que requiere el rastreo de contacto permite prevenir contagios y esto es visto como un bien mayor que la privacidad (aunque, repito, en los países en los que se usó no hay políticas fuertes de privacidad de datos desde mucho antes de la pandemia, entonces tampoco puede leerse como que la sacrificaron). En este caso, si la intención es saber dónde están los casos positivos para ver cómo se distribuye el virus por zonas, no queda claro por qué se necesita saber quiénes son.

Esto nos lleva a una pregunta tan vieja como la tecnología misma ¿que algo sea factible quiere decir que se deba hacer? Un concepto clave para abordarla es el de neutralidad tecnológica, que refiere a otra pregunta viejísima ¿la tecnología es moralmente neutra y lo que es moral es el uso que hagamos de ella o tiene aspectos morales desde su concepción? Sobre esto hay ríos de tinta y no voy a intentar dar una respuesta definitiva en esta breve epístola, pero lo que me resulta interesante para que pensemos juntos es que, cualquiera sea la posición que más nos cierre, todas implican que la tecnología conlleva responsabilidades.

Por un lado, entonces, si asumimos que los desarrollos tecnológicos son neutros y lo que está bien o mal es lo que hagamos con ellos, debemos preguntarnos ¿lo que haga quién? Para comenzar con este ejercicio reflexivo, te propongo hacer algunas conjeturas sobre las relaciones posibles entre la app y los funcionarios del orden. Lo primero a tener en cuenta es que las fuerzas de seguridad tienen competencias para solicitar ver las pantallas de CuidAR en la vía pública y actuar en consecuencia en un contexto en el que todos los días se reportan abusos policiales, por lo que en principio podría preocuparnos que esta app sea una herramienta más para perpetrarlos. Y en un plano especulativo, los datos de CuidAR habilitan la posibilidad de detectar infracciones al aislamiento obligatorio en quienes tuvieron resultados positivos y ordenar medidas represivas. Por supuesto esto no quiere decir que vaya a hacerse, a veces los escenarios posibles no forman parte de las intenciones y son un efecto inesperado, sin embargo, si nos estamos preguntando por el rol de la tecnología, no podemos dejar de lado que esta aplicación en particular genera esa posibilidad y podemos preguntarnos qué pensamos acerca de que siquiera existan las herramientas necesarias para hacerlo.

Si profundizamos sobre el caso hipotético en que esta aplicación conlleve usos que profundicen la represión y los abusos o los habilite en nuevas formas ¿de quién sería la responsabilidad? ¿Del gobierno? Y, en ese caso, ¿es el gobierno un ente que funciona por fuera de la sociedad o sólo podría hacerlo si las comunidades hubieran manifestado algún grado de aprobación a tales usos de la tecnología? (Pienso, por ejemplo, en las denuncias a vecinos). Y en caso de que las comunidades creyeran que esto va en contra de sus intereses y este escenario fuera, por ejemplo, producto de un abuso de poder que aprovecha el confinamiento para fortalecer los mecanismos de control, ¿qué responsabilidades tendría la ciudadanía para frenarlo? ¿Sería más importante salir a las calles a manifestar el repudio a riesgo de aumentar los contagios o mantener el aislamiento y buscar otras formas de acción colectiva? 

Si tomamos el otro camino, el de pensar en que hay aspectos morales en el desarrollo tecnológico desde sus inicios, la responsabilidad por la que podemos preguntarnos es la del sistema científico tecnológico, incluyendo a los científicos como individuos. En ese sentido y en un país como el nuestro, en el que las ciencias se desarrollan casi con exclusividad en el marco del Estado, no deberían ser un servicio gubernamental sino un bien comunitario. Y eso muchas veces se entiende como ser un instrumento sin criterio que viene a satisfacer demandas sociales, así en abstracto, como si la sociedad fuera una cosa que genera necesidades y las ciencias algo que las salda y no un producto cultural que origina y reproduce las condiciones contextuales. Entonces, ¿qué responsabilidad tiene la ciencia en el marco del Estado? ¿La de entender al gobierno como reflejo fiel de la sociedad y producir los desarrollos que él crea necesarios o la de entenderse a sí misma como un derecho ciudadano garantizado por el Estado y por lo tanto determinar sus propias competencias, misiones y límites con base en un diálogo autoadministrado con las comunidades? ¿Y los científicos como individuos? ¿Cuál es su responsabilidad? ¿Considerar que el servicio público implica trabajar por encargo o que la posibilidad de ejercer una formación hiperespecializada en el ámbito estatal es una responsabilidad en sí misma que implica el desarrollo de criterios propios?

Como verás, ninguna de estas preguntas tiene una sola respuesta ni las respuestas posibles plantean un escenario ideal, pero lo que es seguro es que las tecnologías no son intrascendentes. Elige tu propia aventura.

Bonus track. Si te copó este delirio de hipótesis y escenarios probables, te recomiendo “La desaparición de Majorana”, una novela cortita sobre un físico siciliano que desapareció sin dejar rastro en los años 30, probablemente asustado por lo que sus hallazgos sobre energía atómica podrían provocar en manos del Duce y el Führer. A mí me la regaló la chica más etérea que haya pisado esta ciudad y la disfruté muchísimo una tarde de calor, cuando me encerraba por placer bajo el aire acondicionado.

El país de las sombras raras

¿Viste ese dicho que dice algo así como “cuidado con lo que deseás que se te puede cumplir”’? Bueno, no sé vos pero yo me pasé los últimos 25 años viendo películas apocalípticas en las que un fenómeno de dimensiones astronómicas justo caía en Estados Unidos y sepultaba la civilización. Y ahora, como si no bastara con que es el país con más casos de coronavirus registrados, también llegaron al baile los aliens y las avispas asesinas.

Respecto a la invasión extraterrestre, a fines de abril el Pentágono liberó unos videos de objetos voladores no identificados. El hecho por supuesto pasó bastante más desapercibido que en otros momentos, pero muchos lo consideraron la prueba definitiva de la vida alienígena. De las varias cosas que se publicaron, me gustó particularmente esta nota de opinión de un astrofísico (está en inglés) que se puede resumir en los siguientes puntos:

1. Aunque estos videos mostraran evidencia de vida extraterrestre, las ciencias adecuadas para analizarlos no son aquellas que se dedican al estudio del espacio, dado que son grabaciones dentro del ámbito terrestre hechas por un instrumento militar. O sea que son imágenes que involucran tecnología muy compleja y especializada en un marco de referencia inusual (alta velocidad a través del aire). Quien vaya a determinar qué es lo que se ve tiene que descomponer cada cuadro para eliminar los efectos ópticos de la atmósfera y la velocidad (eso se hace con geometría) y conocer muy bien los efectos de las cámaras militares.

2. Lo que la astrofísica toma como evidencia o posibilidad de vida extraterrestre tiene que ver con las características físicas de otros cuerpos celestes y no con imágenes (por ejemplo, si hay o hubo agua). Es bastante razonable suponer que dada la cantidad de planetas y estrellas en el universo, hay otras en las que también se dieron las condiciones para la vida, pero eso no se prueba a través de cosas que vemos en las nubes. 

3. Por otro lado, la estrella más cercana al sol está a más de 4 años luz, por lo que es razonable pensar que una civilización extraterrestre con tecnología podría empezar por mandar una señal electromagnética. Por ahora, las búsquedas orientadas a estas radiaciones no arrojaron resultados.

4. Otra manera de saber si hay vida en otra estrella o planeta es analizar sus atmósferas y ver si hay compuestos químicos que solo los seres vivos pueden producir. Estos estudios aún están en etapas preliminares, pero son de las cosas más emocionantes que están sucediendo en la astrofísica actual.

Además del coronavirus, Estados Unidos recibió otro visitante asiático la Vespa mandarinia, también conocida como “avispa asesina” y la avispa más grande conocida, fue la estrella de las redes sociales los primeros días de mayo cuando empezaron a circular videos en los que entraba a los panales de abejas y les arrancaba la cabeza. Por ahora, solo se las vio en el estado de Washington y en la Isla de Vancouver, por lo que se espera poder erradicarla antes de que tenga un impacto significativo sobre las poblaciones de abejas.

El newsletter pasado hablamos de cómo la demonización de ciertas especies por parte de los medios invisibiliza las relaciones complejas de los ecosistemas, y este artículo en inglés que habla sobre el tema está lleno de metáforas avispas malas – abejas buenas. Sin meternos en temas como si un insecto puede ser malo o bueno o qué originó la migración y el desplazamiento de la Vespa mandarinia es importante tener en cuenta que los apicultores estadounidenses proveen a la agricultura con millones de abejas cada año que polinizan más de 90 especies y que contribuyen con un estimado de 15 mil millones de dólares a la economía.

Las obreras de V. mandarinia son todas hembras y lo que hacen es meterse en los panales de las abejas asiáticas y diseminar feromonas que atraen tanto a otras de su especie como a las dueñas de casa. Cuando las abejas perciben la señal, vuelven a su panal, encuentran a la avispa, la rodean de a muchas y empiezan a agitar las alas, subiendo la temperatura hasta 46°C y aumentando los niveles de dióxido de carbono, lo que mata a la avispa. Sin embargo, si las feromonas funcionan y varias avispas gigantes acuden al llamado, pueden derrotar a las abejas y hacerse un festín.

En el caso de las abejas estadounidenses no hay respuesta a la señal de feromonas, por lo que están a merced de la mandarinia excepto que los humanos pongan trampas en las entradas de los panales que las hagan lo suficientemente estrecha como que las avispas no pasen pero las abejas sí.

Además, si bien su veneno tiene menos concentración de agentes tóxicos que el de las abejas, por su tamaño pueden contener mucho más y además pican una indefinida cantidad de veces. Algunas fuentes señalan que sus picaduras producen alrededor de 50 muertes por año en Japón.

Los expertos señalan que la clave es destruir sus nidos, ya que aún si se encuentra la forma de proteger a las abejas y los apicultores, otras especies de insectos sociales como las abejas salvajes o los abejorros no tendrían ningún tipo de sistema de defensa y no se sabe qué daño podría causar en los ecosistemas.

Así que aquí estamos amigo, en esta situación en la que no sabemos si el remedio (un estado vigilante) es peor que la enfermedad (coronavirus, aliens y avispas asesinas). Sin embargo, en medio del caos, soy consciente de que hace unas semanas te prometí gatitos y giltter y solo te traje caos y distopía, así que acá te dejo a Calabria y Romeo que te mandan un beso tan grande como yo y me piden que les de un poco de bola.

Hasta el lunes que viene,

Agostina

Soy comunicadora científica. Desde hace tres años formo parte del colectivo Economía Femini(s)ta, donde edito la sección de ciencia y coordino la campaña #MenstruAcción. Vivo en el Abasto con mis dos gatos y mi tortuga. A la tardecita me siento en algún bar del barrio a tomar vermú y discutir lecturas con amigas.