El fútbol no es la guerra

La Mano de Dios no vengó Malvinas. La pelota como metáfora infeliz.

En México 86, Diego Maradona observó que todos los días, apenas pasadas las 13 horas, el arquero inglés Peter Shilton salía de su arco. Y que salía demasiado lejos para su estatura (1,85 metros) y sin reparar que la altitud del DF (2.238 metros) le daba otra velocidad a la pelota. Por eso, a las 13.08 del 22 de junio de 1986 Maradona simplemente esperó la salida precipitada de Shilton y, como quien no quiere la cosa, en apenas milésimas, y ante los ojos de todo el mundo, ejecutó el truco que venía ensayando en los entrenamientos. Fue “La Mano de Dios”, como pasó a llamarse la trampa más artística y unipersonal en la historia de los mundiales. El relato, claro, suena delirante. Tanto como decir que ese gol de Diego vengó las Malvinas. La guerra comenzó el 2 de abril, que hoy se cumplen 39 años.

El delirio de “la venganza planificada” fue titular hace unos días en portales de todo el mundo. Sucedió que Jorge Valdano, entrevistado para un libro publicado en Alemania (D10S: Diego Maradona – Una vida entre el cielo y el infierno), contó que el 10 jugaba a hacer La Mano de Dios en los entrenamientos. “Algunos se reían y preguntaban: ‘qué pasó ahora’. Y otros decían: ¿no viste eso? ¡Lo metió con la mano!’. Así que no me sorprendió que anotara así contra Inglaterra”, comentó Valdano. Los portales tomaron el dato como una tardía confesión de que la trampa había sido astutamente planificada. Hay dos problemas. Primero: el relato distaba de ser nuevo. El propio Valdano me lo contó para un documental de 2014 en la TV Pública. Segundo: algún día, el periodismo morirá de literalidad.

El lunes pasado hablamos por radio con Valdano. Al consultarle, dijo que, efectivamente, en la entrevista para el libro alemán, reiteró que Diego hacía La Mano de Dios en las prácticas y que no todos los compañeros advertían que “cabeceaba” con el puño. “Y conté que lo hacía como parte de una broma en los finales de los entrenamientos. No se puede presentar eso como que Diego entrenaba la trampa porque es una falacia.” El 10 podía sí repetir en los partidos con total naturalidad lo que hacía en las prácticas porque Diego, dice Valdano, “tenía un instinto más grande que el cuerpo”. Le pregunté a Valdano cómo se sentía cuando, como le sucede cada vez a más gente, veía que sus palabras eran reproducidas luego con titulares engañosos en los portales. “Con resignación”, me respondió. 

La patria en botines

Varios de esos portales, basta hacer un recorrido por la web, añadieron además que la revancha fue “planificada”. Porque se trataba de Inglaterra y porque, acto siguiente, había que vengar las Malvinas. Es cierto que enfrentar a Inglaterra siempre tuvo un sabor especial. Porque “inventaron” el fútbol. Por el Imperio. Y, especialmente, por las Malvinas. Más aún después del partido del Mundial 1966 en Wembley, expulsión del capitán argentino Antonio Rattín incluida. “Piratas”, tituló Crónica. Y es cierto también que el duelo de México 86 era el primero después de la Guerra de 1982. En México, el morbo se adueñó de todo. Diego, argentinidad al palo, sabía como nadie que estaba ante un partido distinto. “Maradona –tituló tras la victoria El Diario, de Uruguay- fue el general que Argentina no tuvo en Malvinas”. Fue “La patria en botines”, como escribió alguna vez el brasileño Nelson Rodrigues sobre los nacionalismos futboleros. Con los años, varios de los jugadores argentinos contaron que, efectivamente, querían ganar por los pibes muertos en Malvinas. Todo eso se entiende. Todo menos decir que La Mano de Dios vengó Malvinas. 

Fútbol y guerra, pasiones y nacionalismos mediante, suelen mezclarse de modo peligroso. Hasta las metáforas fallan: en plena Guerra de Malvinas, José María Muñoz, el popular Gordo Muñoz, abusaba en sus relatos por Radio Rivadavia, diciendo que los remates potentes de los delanteros eran un Exocet (por los misiles que apuntaban contra las tropas británicas). Me lo recordaba, llorando, un padre cuyo hijo había muerto en Malvinas. Algún paralelismo futbolero, es cierto, fue imposible de evitar porque, además, la rendición argentina se produjo apenas horas antes del debut de la selección contra Bélgica (derrota 0-1) en el Mundial de España 82. 

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Se sabe ya de relatos de oficiales que, en pleno bombardeo, obligaban a colimbas a mantener la antena de la radio para escuchar el partido. Y de soldados que, desolados en la trinchera, escuchaban el relato de Muñoz en pleno ataque inglés. Y que Osvaldo Ardiles sufrió por dos: era figura indiscutible y debió abandonar Inglaterra (“mi mundo entero colapsó”, escribió en su autobiografía) y, luego, se enteró que un primo suyo, primer teniente, falleció en plena guerra. El Metropolitano 82 pasó a llamarse Soberanía Argentina en las Islas Malvinas y en los estadios se quemaban banderas inglesas y los hinchas cantaban que “el que no salta es un inglés”. Y, como le sucedió esta semana a la TV española que no podía decir “Kosovo” en el partido España vs. Kosovo, en algunos relatos del Mundial 82, si jugaba Inglaterra, tampoco se podía decir Inglaterra. ¡Cómo no comprender entonces tanto cruce! Pero una cosa es el cruce. Otra la metáfora infeliz. 

Mi voto a cambio de Malvinas

Del apunte no se salva siquiera un maestro del periodismo narrativo como el polaco Ryszard Kapuscinski, cronista viajero de decenas de golpes de Estado y revoluciones en el Tercer Mundo, gran testigo de la desigualdad. Hábil para llegar antes que nadie al conflicto, Kapuscinski fue cronista privilegiado de la batalla de cien horas y unos cinco mil muertos que libraron El Salvador y Honduras en 1969. El cronista polaco cuenta que ambos pobres y bajo dictadura, ingresaron en una disputa de reformas agrarias y de tierra (que en Honduras era dominada mayormente por la United Fruit y sus filiales). Y que, en medio de esa tensión, las selecciones de ambos países debieron enfrentarse en tres partidos consecutivos de eliminatorias por un cupo al Mundial de México 70. En esos encuentros, jugados apenas semanas antes del estallido bélico, y bajo la tensión de fronteras calientes, sucedió de todo, avivado por dictadores, prensa furiosa, nacionalismos: banderas quemadas, golpes, fanáticos furiosos, un suicidio y locura futbolera. Kapuscinski relata el conflicto de los intereses por la tierra, claro, pero cuenta mejor aún el desastre de esos partidos. Su crónica, célebre en escuelas de periodismo, tiene acaso alguna descripción exagerada y algunas omisiones. Pero lo peor fue el título confuso de “La guerra del fútbol”. 

No hubo plan de Diego para su Mano de Dios. No hubo “guerra del fútbol”. Ni tampoco Pelé paró una guerra en el Africa cuando en los años ’60 salía a jugar por el mundo con el Santos, como aún insisten en repetir numerosas crónicas. Son todas simplificaciones, exageraciones o simplemente mentiras de la prensa. Los cruces y hasta ciertas metáforas pueden darse, por infelices que sean. Inclusive el lenguaje bélico que suele rodear a los partidos, arengas de entrenadores y cantos de hinchadas (“One World Cup, two World Wars” -Una Copa Mundial y dos Guerras Mundiales-, suelen cantar hinchas ingleses cuando juegan contra Alemania). Pero el fútbol, claro, no es la guerra, aún cuando Malvinas sea una llaga abierta para la Argentina.

Hace algunos años, Inglaterra buscaba votos para ganar la sede del Mundial 2018 (finalmente asignado a Rusia). El representante inglés llegó a Buenos Aires con la misión imposible de persuadir a Julio Grondona. Cuentan que el presidente de la AFA, que quería poco a los ingleses (pero que puso el nombre de Arsenal al club que fundó en Sarandí), atendió en el Hotel Emperador, en el barrio de la Recoleta, a Dave Richards, por entonces Chairman de la Premier League. En la reunión -breve porque el argentino llegó tarde-, Grondona le dijo a Richards que, tal vez, podía considerar un eventual apoyo a Inglaterra. Eso sí, a cambio de su voto, le dijo Grondona, el gobierno inglés tenía que abrir negociaciones con el argentino por las Malvinas.   

Soy periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribí columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajé en radios, TV, escribí libros, recibí algunos premios y cubrí nueve Mundiales. Pero mi mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobré siempre por informar.