El dilema del rugby

Como sucedió en Estados Unidos con el violento fútbol americano, ahora el rugby es acusado de provocar lesiones cerebrales. Juego-espectáculo vs salud.

El australiano Dave Porecki sufrió una conmoción cerebral en pleno entrenamiento del lunes pasado y estará ausente en el partido de hoy de Los Wallabies ante Los Pumas, en Mendoza. Es uno de los primeros jugadores sometidos a la nueva reglamentación de World Rugby (la FIFA de la pelota ovalada). La suspensión de los jugadores que sufran conmociones cerebrales, según establece la nueva norma, subirá de siete a doce días. Pero el problema es mucho más profundo que una cuestión de días. Si hace medio siglo el boxeo, la naturaleza del nocaut, era casi el único deporte cuestionado por la ciencia médica, hoy ya no es así. El rugby, el denominado “deporte de caballeros” en tiempos amateurs, descubre un mundo que, ya profesional desde 1995, obliga a recaudos que tal vez sigan siendo insuficientes. Porque hay rugbiers retirados, héroes de viejas batallas, que hoy no recuerdan sus hazañas. Y, algunos de ellos, reclaman demandas millonarias contra los organismos que, supuestamente, debieron protegerlos de la violencia natural del juego.

El australiano Dave Porecki

El rugby australiano creía acaso que los daños cerebrales podían darse más en otros deportes “hermanos”. En el más salvaje fútbol australiano (similar al fútbol americano) o en su Rugby League (más dinámico y violento). Su prensa debate el caso de Luke Keary, que volverá al Rugby League después de sufrir cinco conmociones en apenas catorce meses. Pero también el Rugby Union (el que juegan Los Pumas) ya está incluído desde hace años en el problema. Porecki, el hooker ausente hoy en Mendoza, es poco conocido y, además, se lastimó en un entrenamiento. Daño con cero difusión y cero visibilidad. Pero daño también (muchos boxeadores fueron más lastimados por los golpes que recibían practicando que en el combate).

“VIVI COMO UN SUPERHEROE”

El excapitán de la selección galesa de rugby, Ryan Jones

Y si Porecki pasa desapercibido, no es ese el caso del ex capitán de Gales Ryan Jones, gran figura del rugby mundial, recientemente diagnosticado con demencia a los 41 años. “Viví como un superhéroe y no lo soy. Mi mundo se está desmoronando”, dijo Jones. Es uno de los casi doscientos ex jugadores británicos e irlandeses que demandaron a World Rugby y a las Federaciones de sus países. El caso Jones fue útimo tema de Peter FitzSimon, acaso una de las firmas más respetadas en el periodismo deportivo de Australia. FitzSimon, que también fue figura de Los Wallabies, avisa en su columna del diario Sydney Morning Herald que, inevitablemente, “habrá más y más casos” de jugadores con daños cerebrales.

El inglés Steve Thompson

Otra de las figuras de la demanda colectiva anunciada en tribunales británicos incluye a Steve Thompson, 44 años, que no recuerda partidos del Mundial de 2003 que ganó con Inglaterra y ni siquiera haber estado en Australia. Su primera entrevista de 2020 avisó la demanda del estudio de abogados Rylands que, entre otros, tiene también a su compatriota Michael Lipman (42 años) y al galés Alix Popham (43 años, un día se bajó de la bicicleta y ya no supo cómo volver a su casa). Todos con demencia y diagnóstico probable de encefalopatía traumática crónica (CTE). Probable, dicen los abogados, porque la CTE solo puede confirmarse en una autopsia. Y porque más del noventa por ciento de las conmociones no implican pérdida de conocimiento, no se ven, pero sí son decisivas para la CTE. Por eso el ex rugbier neozelandés Geoff Old (ex All Black), víctima de demencia, ofreció su cerebro a una universidad para que sea estudiado cuando muera. También forma parte de la demanda colectiva el ex All Black Carl Hayman, 42 años: “Yo era una mercancía colectiva, ahora estoy pagando el precio”. Rylands no precisó si figura el inglés Ed Slater, recientemente retirado con apenas 33 años. En 2020, la demanda incluía apenas a nueve jugadores. No hubo acuerdo extrajudicial. Hoy son 185 casos. Entre 30 y 50 años de edad. El juicio, dicen los abogados, es inminente.

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El neozelandés y ex jugador de los All Black Geoff Old

CAMBIAR REGLAMENTOS, ANTES DE QUE LO HAGA UN JUEZ

La demanda no es solo económica. Acusa a las autoridades de negligencia. De no haberlos protegido. Y, como los denunciantes todavía “aman” al deporte que jugaron, también buscan obligar a que los órganos rectores acepten primero la conexión entre los golpes repetitivos en la cabeza y las lesiones neurológicas. Y, luego, que destinen fondos para ayudar a todos los jugadores que precisen ayuda clínica. Este segundo punto puede tener acuerdo económico.

Más complejo, en cambio, parece el primer punto: el rugby, hoy un juego mucho más físico, potente y veloz, ya impuso duras sanciones ante casos de tackles peligrosos (arriba de la cintura y cuando un jugador está en el aire) y protocolos de conmoción cerebral. Pero puede limitar contactos en entrenamientos (se reducirían los golpes), achicar el número de cambios (en Argentina pueden sustituirse hasta ocho de los quince jugadores titulares) y probar alguna otra modificación posicional. La idea, escribió Pablo Williams en la revista Rugby World, es lograr que haya más espacios dentro de la cancha. Porque el rugby, dice Williams, ya ni siquiera dejó de ser deporte de contacto y pasó a ser de colisión, sino que ahora, afirma, “podrías calificarlo como un deporte de choque”. Y los casos de conmociones, concluye Williams, “se están volviendo alarmantes” y afectan a nombres famosos de la ovalada. El colega Jorge Búsico, especialista de rugby en La Nación, sugiere que sea el deporte mismo el que establezca los cambios, “y no esperar a que lo digan los tribunales”.

Tras décadas de mirar hacia otro lado, las autoridades del rugby comenzaron a inquietarse desde hace algunos años (en 2013 se detectó al primer rugbier fallecido con CTE, el irlandés Kenny Nuzum, 57 años). Por un lado, estaba la salud de los jugadores y darle también seguridad a los padres de los futuros rugbiers. Y, por otro, las demandas judiciales. El fútbol americano comenzó a modificar la salvaje naturaleza de su juego solo después de una demanda colectiva de cientos de jugadores dañados que obligó a un acuerdo indemnizatorio de más de mil millones de dólares.

“SI DAÑAS TU CEREBRO NO HAY VUELTA ATRÁS”

El galés J. P. R. Williams

Como la industria del tabaco, la corporación del fútbol americano (la NFL es la liga más millonaria del deporte mundial) presionó a médicos y abogados hasta que los casos de jugadores con demencia precoz, amnesia o depresión, que cometían inclusive desastres familiares y en la vía pública tornó el cuadro insostenible. Lo cuenta la película de poco éxito comercial pero influyente: Concussion. Will Smith hace de Bennet Omalu, el médico nigeriano-estadounidense que estudió a jugadores fallecidos y descubrió la CTE, la degeneración progresiva del cerebro por los golpes en la cabeza. Miles y miles de golpes acumulados a lo largo de los años.

El fútbol americano atraviesa aún hoy un debate sobre si los cambios introducidos deben profundizarse o si, aun cuando puedan parecer mínimos, han alterado la naturaleza del juego, como se quejan los sectores más conservadores. Lo grafica la postura de dos ex presidentes estadounidenses: Barack Obama dijo que si tuviese un hijo varón no le gustaría que jugara fútbol americano. Donald Trump pidió en cambio volver al viejo “deporte-macho”. Ese que, como escribió alguna vez un crítico, no tenía “vencedores ni vencidos, sino sobrevivientes”.

¿Podrá ahora el rugby concretar modificaciones profundas que mantengan el atractivo del juego, pero no a cambio de la salud de sus jugadores? Los defensores del viejo sistema alegan que los deportistas aman a su deporte y son atletas conscientes y asumen los riesgos de la competición que practican. Puede ser así mientras siguen jugando ese deporte. Y adhieran ciegamente al discurso del “aguante”. No dejar nunca al equipo. Jugar hasta morir. El asunto cambia cuando se termina el deporte. Y, todavía con toda una vida por delante, aparecen las alarmas rojas. La confirmación de que “los hombros y las caderas -como dijo una vez el médico ex crack de Gales J.P.R.Williams– se pueden reconstruir o reemplazar, pero si dañas tu cerebro no hay vuelta atrás”.

EFM

Soy periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribí columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajé en radios, TV, escribí libros, recibí algunos premios y cubrí nueve Mundiales. Pero mi mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobré siempre por informar.