El día después de la derrota: ya sufriste cosas mejores que estas

La difícil tarea de la resiliencia. La Selección Argentina depende de sí misma.

Antes de irse a dormir, el preparador físico Luis Martín agarrará un marcador sobre una pizarra en el comedor del predio y escribirá cómo será la jornada del miércoles. La misma rutina la enviará por Whatsapp. Dirá que los titulares harán ejercicios físicos de recuperación y los suplentes un ensayo sobre el césped. Mañana, en el ruido del gimnasio, se percibirá cuál es el camino. Porque el gusto será a mierda y habrá que ver cómo digerirlo. Desde adentro, es una caja de resonancia sobre la alegría o sobre el dolor. Ya sufriste cosas mejores que estas. Y vas a andar esta ruta hoy cuando amanezca. Tu esqueleto te trajo hasta aquí. Con un cuerpo hambriento, veloz. Y aquí gracias a dios, uno no cree en lo que oye. Hay ratos en que un Mundial no es fútbol. Es un ejercicio de supervivencia. No hay mayor mentira que para salir campeón hay que ganar todos los partidos. A limpiarse los mocos. Esto recién empieza.  

Como una desconexión. Se ejerce con una pelota, pero parece una carrera. Se llena de ruidos de un lenguaje como el árabe que no se entiende, pero te vacía el aire de la panza. Si disputan una jugada un mago y un laburante del fútbol, logra vencer cualquiera. El morfi es la gloria y la lija es la cancelación. Más que nunca, se ingresa al césped con el pie derecho y se buscan semejanzas con el ‘86 y se besan vírgenes en las que no se creen. No hay forma de destrabarlo. Lionel Messi va por su quinto Mundial y sigue hallándole formas inexplicables. Lionel Scaloni disputó Copas desde sub 20 y le ocurren situaciones inesperadas. Hay músculos que sólo existen en un Mundial. Hay contracturas que sólo aparecen en el primer partido. El problema es pensar que no será así. No hay mucho tiempo: barajar y dar de nuevo.

Los rompecabezas se arman con todas las piezas y no importa que estén todas si falta una. Alcanza un soplido para desvanecerse. La ausencia de Giovani Lo Celso se exhibe como la primera carta de estos dolores. La misma que ocurrió con Roberto Ayala en el 2002, cuando se lesionó y Marcelo Bielsa perdió a su mejor futbolista. Parecido sucedió con Manuel Lanzini en 2018, cuando se rompió los cruzados en una práctica en Barcelona y se perdió un tornillo del engranaje. Más duro se dio en el ‘94 con las piernas cortadas de Diego Maradona. Se cae una pieza y el dominó se golpea. No está mal que pase. El tema es la resiliencia.

Argentina aterrizó en Catar como campeón de América y con muchas seguridades. Hasta que la vida le devolvió trompadas. El plan A de Lionel Scaloni perdió al interior zurdo que unía las geografías de su equipo. Lo Celso juntaba a Messi con Paredes. Con un pase más, le permitía recibir de frente o de costado, pero nunca de espaldas, la posición que peor resuelve el 10. No sólo eso. Gio es izquierdo, el único mediocampista con esa particularidad y consigue juntar a la franja derecha con la del otro hemisferio, algo que costó muchísimo en el debut: nunca se lograba dar la vuelta.

Si el plan A falló, había que remodelar el esquema. El 4-3-1-2 de los últimos tiempos no se podía afinar de cualquier forma. El plan B era la profundidad por los costados y ahí cayó la otra pieza. Porque sin la contención, lo que quedaba era la amenaza de picar y afanarle las espaldas a Arabia Saudita. Para eso, el mejor, el más utilizado, había sido Nicolás González. Que también se lesionó. Perder dos estrategias para un entrenador es como quedarse sin dos manos. Encima si, en la previa, hay apenas una semana para trabajar. 

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Ni plan A. Ni plan B. Atar con tripas el corazón y sin más que eso salir a la cancha. Eso ocurrió. Eso podría haber salido: un penal y goles anulados por el VAR. Nada más desacertado que narrar que Argentina apareció en la cancha sin confianza: fue pura seguridad. Arrasó, golpeó, atacó y se llevó de eso muy poco. En el entretiempo, el vestuario habló de cómo resolver la falta de juego por el medio y de cómo construir situaciones. Nadie esperaba que Cuti Romero fallara en un mano a mano en el que comenzó en ventaja. Que Saleh Al-Shehri definiría tan preciso como para que el Dibu Martínez no lograra hacer ni un gesto. Ahí es donde un Mundial deja de ser fútbol. Porque el piso tiene un terremoto imaginario. Ya no es un juego. O hay que hacer un esfuerzo titánico por lograr que recupere su identidad.

No importa lo que ocurrió con Arabia Saudita. Es pasado. Esto es de pocos partidos. El rezo es por la mañana siguiente. Porque no haya culpas sino propuestas. Porque las cosas se ladren en la cara y nada más que ahí. Recemos por los mates que edificarán la nueva instancia. El fútbol es un juego que renace cada pocos días. Ni el Maracanazo de la Copa América ni los banderines del offside que no entraron. Bienvenida la Selección Argentina a una nueva instancia. Resiliencia es la capacidad para recuperarse de situaciones traumáticas. Que la gente confíe. Estos colores dependen de sí mismos. Que en el gimnasio suene cumbia o reggaetón será la primera muestra. De que estamos vivos.

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.