El deporte espiado

Messi, Cristiano Ronaldo, Real Madrid, Barcelona, clubes-petrodólares y doping. Nadie queda a salvo.

Hoy sería imposible. Pero situémonos en junio de 1984. Diego Maradona está virtualmente en quiebra, su situación en Barcelona ya es insostenible y Jorge Cyterszpiler, su manager, tiene que destrabar sí o sí la trasferencia al Napoli. Hay que lograr que Corrado Ferlaíno (presidente del Napoli) pueda volver a comunicarse con su par del Barcelona, Josep Luis Núñez, que se opone a la transferencia. Antonio Juliano, dirigente del club italiano, cumple con su parte. Tal como se había comprometido, llama desde Nápoles a Cyterszpiler. «Hola Jorge, aquí te dejo con Ferlaíno». Pero Cyterszpiler no está con el presidente de Barcelona. Es imposible. Cyterszpiler está en su casa de la calle Gosol 34, en Barcelona. Y a su lado está su viejo conocido José María Minguella, representante español, hombre curtido, que años antes, en plena dictadura, había negociado la partida de Diego a Europa. Cyterszpiler le pasa el teléfono a Minguella y le dice: «Tomá José, hacé de Núñez». Así se retomaron las negociaciones. Así fue transferido hace treinta y seis años el mejor futbolista del mundo.

Cuando Italia se hartó de Maradona, en 1991, la policía, la justicia o la propia camorra filtró las conversaciones de Diego con los bajos fondos. Pidiendo cocaína o prostitutas. En plena negociación, bien de Italia, el proveedor le pide a Diego si puede hablar con su hijo, asegurarle que no dejará al Napoli. Son las cuatro de la mañana. Y Diego habla con el menor. Meses después, en Buenos Aires, el rostro doliente de Maradona, su arresto en Caballito tras una noche de juerga, es trasmitido virtualmente en cadena nacional, gracias a una voz del poder que avisó el operativo. La imagen sirvió de símbolo supuesto de que en la Argentina del menemismo no había impunidad para nadie. Eran tiempos en los que se privatizaba hasta el aire. De gran remate nacional. De funcionarios sospechados todos de recibir su «diego». Menos Maradona, arrestado por TV. Tres años después, en pleno Mundial de USA 94, los perros de la policía estadounidense ingresaron a la concentración de la selección argentina en Boston buscando droga. «Los perros -cuenta el libro «El último Maradona»- husmeaban rincones y pasillos» y los policías «tomaban nota de medicamentos y prospectos». Fue el Mundial en el que a Diego, positivo en un control antidoping, le cortaron las piernas.

Todos vigilan a Messi

El espiado ahora es Lionel Messi. Comodoro Py es prudente. «Aún estamos muy lejos de decir que había un sistema de espionaje dentro del Estado con fines privados», dice Federico Delgado, fiscal de la causa que está en manos del juez Rodolfo Canicoba Corral. El presunto espionaje ilegal alcanzó primero a jueces, artistas, periodistas y empresarios. Y apareció ahora el nombre del crack de Barcelona. Sus empresas. Sus movimientos migratorios. ¿Sorpresa? Messi ya fue punto de mira en pleno Mundial 2018, cuando su juego fue una sombra, como bien lo sufrió en Rusia la selección de Jorge Sampaoli, eliminada por Francia en octavos de final. Un mes antes, tras recibir gritos de un puñado de simpatizantes palestinos en un entrenamiento en Barcelona, Messi y compañía encontraron la excusa perfecta para negarse a jugar un incómodo partido amistoso en Israel. La visita incluía una foto de Messi con el premier Benjamin Netanyahu y otra del crack en el Muro de los Lamentos. Era política, no deporte.

Tras el desaire comenzaron las filtraciones. Primero fue una falsa denuncia de acoso sexual contra Sampaoli. Luego un viejo audio que incluía al propio Messi en un supuesto juego de citas con mujeres. En total, hubo por lo menos media docena de audios filtrados. Todos, periodistas incluidos, creíamos en Rusia que estábamos siendo escuchados por algún Gran Hermano. En conferencia de prensa, Javier Mascherano, capitán virtual ante un Messi ausente, se preguntó si tantas filtraciones se debían a que había «teléfonos intervenidos». A la escena se subieron numerosos programas de América TV. El abogado Miguel Angel Pierri asegurándole a Mauro Viale que habría nueva condena por irregularidades en la Fundación Messi y que el crack terminaría preso. El crack también fue involucrado en la investigación de Los Papeles de Panamá, ocupando él más espacio que el del propio Mauricio Macri. Y hasta en los programas de chimentos se difundía una supuesta crisis del crack con su mujer, Antonella Roccuzzo. Y querían que Messi nos diera el Mundial.

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El deporte, cada vez más escenario de pujas políticas y económicas, es espiado pero también espía. No para estudiar rivales, como acusó a Marcelo Bielsa la Federación inglesa, el país de 007 sorprendido porque un DT argentino espiaba a sus rivales. Tampoco nos referimos al Estudiantes de La Plata de los años ’70, que estudiaba vidas privadas de jugadores rivales para ponerlos nerviosos luego en el partido. Hablamos aquí del fútbol que espía para controlar. Del club Barcelona, que en los últimos días quedó en la mira tras descubrirse que una consultora de marketing digital que tenía bajo contrato (I3 Ventures) manejaba cuentas desde las que partían ataques contra jugadores de su equipo, entre ellos su propio ídolo y capitán, Messi. Al crack argentino ya lo había espiado también Football Leaks, la investigación del hacker portugués Rui Pinto que sirvió de base para sancionar semanas atrás al poderoso Manchester City de Pep Guardiola, controlado por los petrodólares de Abu Dabi, segundo club financieramente más poderoso del mundo detrás del PSG que maneja Qatar. Es una sanción que, por la furiosa defensa legal que anuncia el City, amenaza con desatar una guerra despiadada en la pelota mundial.

Espionaje por izquierda

Apoyado especialmente por la prestigiosa revista alemana Der Spiegel, pero también por un consorcio de otros importantes medios europeos, Rui Pinto filtró en total 88 millones de documentos que desnudan una contabilidad clandestina del fútbol, contratos secretos, sociedades offshore y agentes que, por las comisiones millonarias que reciben, bien podrían ser testaferros de dirigentes, técnicos y jugadores. Manchester City protesta porque la UEFA lo suspendió por dos años de la Champions y lo multó en 30 millones de euros utilizando supuestamente como prueba los documentos que Rui Pinto, héroe o delincuente, obtuvo de modo ilegal. Esa es la razón por la que Rui Pinto, de 31 años, lleva un año preso en una cárcel de máxima seguridad en Lisboa y será juzgado el mes próximo, acusado de noventa cargos y bajo riesgo de una pena máxima de treinta años. Pero sus hackeos ayudaron a la justicia de varios países europeos a iniciar procesos de evasión fiscal que permitieron recaudar 35 millones de euros. Tribunales europeos, no la UEFA, lo han escuchado. Ya hubo sentencias contra Messi, Cristiano Ronaldo y muchos otros. Rui Pinto, que es defendido por el abogado de Edward Snowden, asegura que tiene en su memoria contraseñas de otros documentos claves que todavía nadie vio. Y que él quiere «ayudar a limpiar el fútbol» de su mugre.

Las democracias, se sabe, se reservan una zona oscura denominada servicios de inteligencia. Podrían argumentarse razones de estado para justificar el espionaje, el secretismo y el control. Puede llamarse CIA. O el FBI, que descubrió la corrupción en la FIFA solo después de que Qatar le ganó a Estados Unidos la votación por la sede del Mundial 2022. Puede ser también la vieja KGB o el Mossad. O nuestra AFI, que durante el último gobierno fue manejada por Gustavo Arribas, justamente un hombre que se enriqueció transfiriendo jugadores cuando Mauricio Macri era presidente de Boca y Carlos Tevez iniciaba sus pases polémicos, primero a Inglaterra de la mano de un mafioso ruso, y luego a China por una cifra récord mundial, en dinero y en misterio. Ese mundo de secretos incluye a hackers como Rui Pinto o al grupo ruso Fancy Bears, famoso porque desnudó el doping protegido de varias de las principales estrellas del deporte de Occidente. Sus filtraciones surgieron luego de que Rusia fue excluida de los Juegos Olímpicos, acusada de doping de Estado. Yo espío, tú espías y ellos espían. Nadie queda a salvo. Ni siquiera el deporte. Sus campeones y sus récords. Su mundo de Disneylandia.

Es periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribió columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajó en radios, TV, escribió libros, recibió algunos premios y cubró nueve Mundiales. Pero su mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobró siempre por informar.