El coronavirus del tercer mundo

El impacto económico y sanitario no es igual para todos los países.

¡Buen día!

Es un placer escribirte por tercera vez desde que empezó la cuarentena. Debo confesarte que la dificultad para hacerlo fue aumentando semana a semana. Me cuesta leer y escribir, hacer foco, me distraigo. Imagino que a vos te debe pasar igual.

Leí una nota del Economist que habla sobre cómo el coronavirus impacta en tu salud mental. Si estás medio bajón no la leas; yo me deprimí y no la terminé. Pero te la comparto porque podés pasársela a cualquiera que te exija alto rendimiento en estos días. Es un buen recurso para alejar a neuróticos como yo. Sé que también parece un intento de excusa para este correo. Lo es.

Desde que volvimos a encontrarnos conversamos sobre las tendencias geopolíticas que se aceleran e impactan en la crisis; también hicimos foco en el escenario europeo y el brasileño. Hoy quiero que veamos lo que sucede en el mundo subdesarrollado, puntualmente en América Latina, África y en buena parte de Asia, donde también habitan tendencias compartidas. También vamos a hablar sobre India en una suerte de ¿dossier? ¿Decirle dossier es robar un poco? Quizás. Pero si El Dipló puede nosotros también.

La premisa es que en estas latitudes el impacto sanitario y económico es bien diferente al del primer mundo, especialmente para las poblaciones desprotegidas. Pero para entender el paisaje completo hay que recordar las tendencias de las que hablamos hace dos semanas. El multilateralismo está en crisis y eso obstaculiza cualquier tipo de ayuda y estrategia colectiva. China y EEUU profundizan una rivalidad que se manifiesta en la mayoría de estos países. Y todo el mundo está en la misma: lo que viven los países desarrollados impacta, como veremos, en los subdesarrollados; y viceversa, la realidad de la periferia tiene impacto económico a nivel global pero también sanitario, dado que la pandemia solo va a estar controlada si se supera en todos los continentes.

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Una cosa más. Estas semanas estamos viendo el colapso en países desarrollados, mayormente en Europa y Estados Unidos. En estas geografías, donde la ola no ha llegado, la cosa se va a poner peor.

Ahora sí: empecemos.

El aislamiento no es igual para todos

Este título se lo robé a Fer Bercovich (la frase estaba en lenguaje inclusivo pero él es más progre que yo y se lo respeto), quien trazó un buen panorama de la situación argentina en su Trama Urbana de hace tres semanas. El escenario es compartido y extendido en el subdesarrollo.

Sabemos poco de cómo derrotar el virus pero tenemos dos certezas compartidas: hay que lavarse las manos y mantener la distancia social.

Más de un tercio de la población mundial carece de instalaciones básicas para el lavado de manos: se trata de 3000 millones de personas, según datos de Unicef.

En África subsahariana (que según la ONU comprende todos los países de África menos los de raíces árabes, es decir, todos menos Marruecos, Argelia, Túnez, Libia y Egipto) más del 70% de la población urbana no tiene acceso a ese servicio y la cifra es más alta en zonas rurales, donde en algunos países supera el 90%. En Asia un promedio del 20% carece de servicios sanitarios.

En América Latina y el Caribe las cifras son un poco mejores (menos del 15%) pero dispares: en Bolivia más de un 25% está excluida de las tuberías de agua corriente; en Haití la cifra supera el 75%. La desigualdad interna también es notable: en República Dominicana, la brecha en el acceso al servicio entre zonas urbanas y rurales es mayor al 70%, en Perú es del 30% y en Brasil del 20%. Y todos estos datos corresponden al acceso al agua en general: cuando se trata de agua potable las cifras son peores.

Los casos han llegado más tarde a estas regiones; buena parte de los gobiernos, sin embargo, conscientes de las debilidades sanitarias, han tomado medidas drásticas. India, Sudáfrica, Colombia, Kenia, Sri Lanka, Bolivia y la República Democrática del Congo son algunos ejemplos donde se han aplicado cuarentenas. Pero hay un problema, sobre todo para las ciudades del subdesarrollo: buena parte de su población urbana vive en condiciones de hacinamiento, en asentamientos repletos de personas, llamados slums, o barrios marginales.

Según datos compilados por el Banco Mundial, este es el caso para un cuarto de la población urbana de países como Brasil o India (de ahí el nombre de la película Slumdog Millionaire, perro de slum), donde hablamos de cientos de millones de personas. En Bolivia supera el 40% y en Perú, Ecuador y Guatemala el 30%. En Asia, el hacinamiento también es común: alcanza a un cuarto de la población urbana de Tailandia y Vietnam, la mitad en Camboya y Pakistán y más del 60% en Afganistán. África subsahariana, otra vez, se lleva la peor parte: buena parte de la región tiene tasas de hacinamiento urbano superior al 70%.

La ecuación es simple: la velocidad de propagación del virus en estos asentamientos, donde la distancia social resulta imposible, es mucho mayor.

También hay costumbres culturales que entran en juego. En palabras de Abiy Ahmed, Primer Ministro de Etiopía y Premio Nobel de la Paz: “Nuestro estilo de vida es profundamente comunal, con familias extensas que tradicionalmente comparten las cargas y generosidades de la vida juntos, comiendo del mismo plato. Nuestra agricultura tradicional y dependiente de la lluvia está dictada por los plazos fijos de los ciclos climáticos en los que debe ocurrir la siembra, el deshierbe y la cosecha. La más mínima interrupción de esa cadena, incluso por un breve período, puede significar un desastre, poniendo en peligro aún más el suministro de alimentos y la seguridad alimentaria, que ya son débiles”. Lo mismo vale para algunas geografías rurales de América Latina y Asia.

Una estatalidad precaria

Ahora quiero que consideremos un segundo elemento que refiere a los sistemas de salud. Si los sistemas de los países desarrollados están mostrando signos de colapso, te podés imaginar que en los casos que estamos viendo hoy la cosa está mucho peor.

Tomemos un primer indicador: el gasto público en salud. Francia y Reino Unido, dos casos que han estado en boga esta semana por el número de muertes, gastan anualmente 4000 dólares per cápita, según datos de la OMS. Bolivia, para poner un caso de la región, gasta poco más de 200 dólares; Perú, Colombia y Paraguay no superan los 400. En África son escasos los países que gastan más de 100 dólares por habitante a nivel anual. Mali, Niger, Chad, Etiopía o la República Democrática del Congo no superan los 30 dólares. En Asia la situación tampoco es esperanzadora: India, Pakistán y Afganistán no superan los 100 dólares, que apenas superan Indonesia o Filipinas.

Esto genera un vacío brutal en infraestructura para lidiar con casos de coronavirus. Es difícil tener un panorama estimativo de casos en estas geografías sin capacidad de testeo y es aún más difícil el tratamiento: la disponibilidad de camas, respiradores o unidades de terapia intensiva son críticas. Sudáfrica, la mayor economía del continente africano, tiene menos de 1000 unidades de terapia intensiva con una población superior a 50 millones. En América Latina solo tres países –Cuba, Argentina y Uruguay– superan el promedio global de camas hospitalarias de 27 por cada 10.000 habitantes.

Estas regiones son, además, las más desiguales del mundo. Si la atención médica a nivel general es precaria, el impacto es aún mayor para los más pobres. La desigualdad también es territorial: las ciudades tienen más y mejor infraestructura que las zonas rurales, que en muchos casos deben afrontar el problema con un par de salas. La población rural en África supera el 50%; en países de Centroamérica, como Honduras, Nicaragua y Guatemala, el 40%. En India, Pakistán y Afganistán la cifra de población rural es mayor al 60%.

En algunos países, como Venezuela, Colombia, El Salvador, Somalia, Yemen o la República Democrática del Congo, el Estado no llega a cubrir la totalidad del territorio. Allí, donde la autoridad corresponde muchas veces a los grupos armados, se hace más difícil cualquier tipo de respuesta sanitaria. En otros casos el obstáculo es la corrupción endémica que habita a nivel gubernamental y que amputa cualquier política pública.

Se dice que África tiene experiencia por haber superado epidemias como la del Ébola en 2014. Es cierto. También es cierto que alberga la mayor población con HIV-SIDA en el mundo y que en algunos países ha rebrotado el cólera y la malaria. El virus se hace más peligroso en poblaciones que ya se encuentran vulnerables y donde la atención médica se fragmenta. Un signo positivo puede ser la juventud de las poblaciones: el promedio de edad en África es menor a 20 años y en América Latina a 30. Pero eso no quita el hecho de que millones de personas se encuentran en riesgo.

A este cóctel todavía le falta la pata económica. Ahí vamos para allá. Pero quiero hacer un punto que impacta en el vórtice de estos dos terrenos. Se suele hablar de la falsa dicotomía en salud y economía con el argumento de que cualquier derrumbe en el sistema sanitario complicaría las cuentas. Se habla poco, en cambio, del desastre humanitario que podría provocar una crisis económica en poblaciones que viven al día, que ya sufren de desnutrición y a las que literalmente no les da el cuerpo para quedarse en casa. Por eso, pasemos al tercer y último punto.

No todos podemos ser keynesianos

En el correo de hace dos semanas dijimos que todos éramos keynesianos. Se trataba de una verdad a medias. Si bien países como Alemania, EEUU, Francia o Chile pueden anunciar una enorme inyección de recursos en sus economías y hablar de nacionalización de empresas, por ejemplo, la realidad es diferente en las economías emergentes o de bajos recursos. La gran mayoría de los países latinoamericanos, africanos o asiáticos no tienen la capacidad de hacer frente a la crisis que supone el parate.

Hablamos de economías muy dependientes de la venta de materia prima (para los exportadores de petróleo, como Ecuador, Venezuela, Ghana, Nigeria y buena parte de Medio Oriente la situación es aún peor en plena escalada entre Rusia y Arabia Saudita), del turismo o de las remesas familiares, todas actividades que se encuentran suspendidas ante el parate global.

Las posiciones fiscales de estos países se encuentra deteriorada y hoy tienen menos margen que en crisis anteriores como las del 2008, ante un desafío mucho más grande.

Las economías emergentes ya se encontraban ante esta crisis con déficits fiscales en torno al 5%. Su margen para inyectar dinero en sus economías es escaso. El FMI estima que 90.000 millones de dólares de capital han abandonado los mercados emergentes desde mediados de enero. Me pasaron este gráfico para comparar con otras eyecciones de capital ante momentos de crisis.

Le pedí a Juan Ignacio Paolicchi, economista de la consultora Eco Go, que me explique qué significa esto del retiro de capitales. “La salida de capitales te genera un achicamiento en el margen de financiamiento. La crisis global hace que todos estos activos vayan a lugares de mayor seguridad. Esto genera una depresión en el tipo de cambio de las economías que pierden esos activos, que genera al mismo tiempo un aumento en el riesgo país. Una de las consecuencias es que complica la posibilidad de financiar el paquete fiscal que necesitas en el mercado internacional de crédito. Por eso la solución para muchos países es pedir créditos a organismos multilaterales como el FMI o el Banco Mundial”, sintetizó en un audio de Whatsapp.

A esto se le suma una realidad compartida en las tres regiones mencionadas: estas economías ya se encuentran con elevados niveles de deuda pública –en algunos casos como Turquía es el nivel de deuda corporativa lo que preocupa– y eso quita aún más margen para financiarse.

Lo llamé a Martín Rapetti, profesor de macroeconomía en la UBA e investigador del CEDES. Me dijo en primer lugar que el gran problema, antes que el déficit fiscal, son las condiciones sanitarias de las que hablamos antes. En segundo lugar, me dijo que no está tan preocupado por los déficits fiscales.

“En este contexto no me aterroriza y creo que hay posibilidad de obtener recursos mediante la emisión en Bancos Centrales, aunque es cierto que tenés un límite en economías de monedas débiles como la nuestra. Pero te estás moviendo hacia un mundo heterodoxo, con mayor liquidez, donde los estados emiten para hacer frente a la crisis y después ven qué hacen con toda esa emisión”, me dijo.

“El tema –continuó– es que va a haber quiebras masivas: bancos, empresas, pymes que no van a aguantar y los estados van a tener que encontrar maneras de salvarlos. Esto implica una mayor deuda corporativa y una mayor deuda pública”, me explicó. La deuda, para estados que antes de esto ya les costaba pagar, va a ser aún más difícil de afrontar.

El FMI y el Banco Mundial ya pidieron a acreedores que suspendan los pagos de deuda de países pobres para hacer frente a la pandemia. Rapetti cree que indudablemente va a haber un alivio de deuda en economías emergentes y pobres.

Le escribí también a Adam Tooze, profesor de la Universidad de Columbia y autor de uno de los libros más notables sobre la crisis del 2008. “Debemos empezar a reconocer la profunda asimetría entre prestatarios y prestamistas en estas condiciones. Hay un caso muy fuerte para la reestructuración de la deuda y aunque se trata necesariamente de negociaciones difíciles, los desafíos que supone la pandemia, la recesión económica general, la gran retirada de capital extranjero y el golpe a los precios de los productos básicos hacen que la posición de esos países sea más precaria que nunca”, me explicó.

Todavía es pronto para saber si va a existir un movimiento global en pos del alivio de deuda para estos mercados. Pero la situación de deuda de todos los países no es la misma. Algunos pueden ser ayudados por un impulso multilateral, comandado por el FMI y otras instituciones. Pero para buena parte de Asia, África y casos regionales como Ecuador o Venezuela, el problema es otro: China.

La abultada deuda bilateral de algunos países con China, que en algunos casos supera a la de organismos multilaterales, hace que sea ineludible un pliego de Beijing a cualquier movimiento de alivio de deuda a nivel global. Eso no está tan claro hoy.

“China ya ha estado manejando, durante algún tiempo, una crisis de deuda de combustión lenta entre los países que la han tomado prestada. Los préstamos suelen estar vinculados a proyectos específicos. Sería sorprendente verla entrar en el papel de ofrecer un apoyo macroeconómico más general”, me apunta Tooze ante la pregunta de cuánto puede ayudar Beijing en la crisis. “Estados Unidos, por otro lado, va a ayudar indirectamente por su política de expansión monetaria, que debilita al dólar. Pero no veo una asistencia directa. Su papel en continentes como Africa se ha centrado en cuestiones relacionadas con la seguridad, la lucha contra el terrorismo y la lucha contra China”.

Ya tomamos apuntes sobre la cuestión macro. Ahora vamos a lo importante: el altísimo grado de informalidad en las economías subdesarrolladas, con millones de personas en cada país que viven al día y necesitan trabajar para comer, convierten al problema económico en un problema humanitario.

Según datos de la Organización Mundial del Trabajo, la tasa de informalidad laboral es mayor al 50% en América Latina y el Caribe, más del 60% en el Asia Pacifico y más del 70% en África. En todos los casos la situación empeora cuando se trata de sectores rurales.

No se trata únicamente de que estos trabajadores están más expuestos a la pérdida de ingresos ante el parate. La alta informalidad también implica que es más difícil hacerle llegar ayuda económica estatal. Algunos países como Brasil y Argentina cuentan con programas como Bolsa Familia y la AUH, así como cierta representación gremial de informales, que mejoran en el alcance. Pero no es el caso en la mayoría de países.

Una parte importante de estas poblaciones depende además de las ayudas económicas de familiares trabajando en países desarrollados, las remesas. Esto se ha cortando abruptamente con la crisis. Las remesas representan el 20% del PBI en países como El Salvador y Honduras y un 12% para Guatemala. En Venezuela representan poco menos del 10%. En el estado mexicano de Michoacán las remesas cubren casi la totalidad del presupuesto estatal. Lo mismo vale para otras regiones. India y Filipinas son dos de los países que más remesas reciben en todo el mundo. En Somalia, consumida por una brutal guerra civil, más del 25% del PBI se explica por estas ayudas, que superan la totalidad de la ayuda de la comunidad internacional. El problema también es logístico: además de la pérdida de empleos e ingresos en países desarrollados, muchos canales de transferencia de dinero hoy están parados.

Aún con una visión panorámica de estas tres aristas, es difícil dimensionar la amenaza de catástrofe que supone la explosión del virus en estas latitudes.

Dossier (?): la cuarentena más grande (y peligrosa) del mundo

Narendra Modi gobierna un país de 1300 millones de personas, de las cuales aproximadamente un tercio se encuentra por debajo de la línea de pobreza y sin ningún tipo de cobertura de salud. Por temor a una ola de casos Modi se movió rápido: apenas superó India los 500 contagios –un número bajo si lo comparamos con el resto del mundo pero aún más dado su volumen de población–, el Primer Ministro ordenó una cuarentena nacional por 21 días. Lo hizo de un día para el otro.

Me enteré de la noticia en una nota que alertaba sobre una posible crisis humanitaria. Para dimensionar el problema le escribí a Sabrina Olivera, una internacionalista argentina especializada en India.

La amenaza humanitaria

Sabrina me explicó que el anuncio repentino desembocó en un movimiento particular. India, un país de mayoría rural, tiene una elevada tasa de migración interna. La población de ese origen, sobre todo los varones, migran a los centros urbanos en busca de trabajo. Ese trabajo, como el 80% del total, suele ser informal y en muchos casos está atado a vivienda y comida. Con el parate económico impuesto, esa pérdida de trabajo (sobre todo en construcción, limpieza y otros servicios con paga al día) significó también perder el techo y la comida.

Ante esa situación, millones de indios decidieron volver a su hogar en zonas rurales. Pero como el transporte estaba también parado, tuvieron que hacerlo caminando. Así emprendieron en algunos casos caminatas de cientos de kilómetros, en escasez de agua y comida. La ruta es angosta y peligrosa. Decenas de muertes han sido registradas desde el inicio del éxodo.

Uttar Pradesh, el estado más pobre y poblado del país, ha reaccionado habilitando ferries desde la capital, en condiciones no muy ideales para prevenir el contagio. Otros estados como Delhi han ofrecido cobijo y alimento para evitar el regreso, pero las caminatas siguen.

Las condiciones para los que se quedan tampoco son buenas. La falta de infraestructura urbana es notable y el hacinamiento florece, favoreciendo la transmisión del virus. Siete de las 10 ciudades más contaminadas del mundo están en India. Las enfermedades respiratorias son moneda corriente. Aproximadamente un tercio de la población adulta es hipertensa y un décimo diabética amplificando la amenaza letal de la pandemia.

El país carece de infraestructura de salud. Tiene aproximadamente media cama cada 1000 habitantes, un quinto de lo que tienen países como Reino Unido, con una población infinitamente menor. Según cifras oficiales, el país tiene un doctor cada 11.600 personas y un total de 40.000 ventiladores para una población de 1300 millones de personas. La situación en comunidades rurales, donde a la amenaza de la pandemia se anexan el hambre (que va a aumentar a causa del parate económico), la tuberculosis y otras enfermedades crónicas, es todavía peor.

La amenaza autoritaria

La pandemia ha acelerado una tendencia que ya estaba presente en el país: utilizar la tecnología para un mayor control social. El gobierno nacional lanzó una app para geolocalizar a sus ciudadanos, el estado de Tamil Nadu utiliza reconocimiento facial para comprobar si sus habitantes están cumpliendo con la cuarentena y ya se han difundido registros (privados) de pacientes en todo el país. Listas públicas en redes sociales han desatado linchamientos virtuales a quienes violaron la cuarentena. En el estado de Karnataka han desarrollado una app para que los ciudadanos posteen selfies cada hora para demostrar que están cumpliendo con la cuarentena, desde las siete de la mañana hasta las diez de la noche, condicionando además las rutinas de los ciudadanos.

El riesgo, como sucede en otras partes del mundo, es que las tecnologías de vigilancia perduren una vez que pase la pandemia. Esto resulta más que tentador para un gobierno a cargo de una enorme población.

La amenaza global

La economía india ha venido creciendo a una tasa promedio del 7% en la última década. Eso ha motorizado el crecimiento global y ha colocado el país en el podio de los países a mirar en los próximos años, cuando se convierta en el país más poblado del mundo. Sabrina me contó que India tiene lo que se llama un bonus demográfico: una enorme fuerza laboral que tiene entre 20 y 40 años. El problema, dice, es que a esa masa de gente le tenes que dar formación y oportunidades de empleo, y es ahí donde el país se queda atrás. La pandemia promete empeorar el horizonte.

Hay dos sectores económicos clave en la economía del país. El primero son las tecnologías de la información y comunicación (TICs). El segundo es la industria farmacéutica, donde India es líder en producción de medicamentos genéricos. Esto tiene un ángulo geopolítico: el país es el mayor productor de hidroxicloroquina, la droga que algunos países como Brasil o Estados Unidos evalúan para tratar el coronavirus. Modi ha abierto una riña con Trump, a quien le ha negado en primera instancia obtener la droga tras prohibir las exportaciones; finalmente, tras la amenaza de Donald de imponer aranceles, terminó cediendo y habilitó el comercio. La serie promete más capítulos.

De la relación entre Estados Unidos e India hablamos en el último correo prevacaciones, donde te conté que el país es visto por los norteamericanos como un contrapeso estratégico de China en la región de Asia Pacífico. Cal y arena: al cruce con Trump de estas semanas se le suman las críticas indias al manejo de la pandemia por parte de Beijing y los elogios a los esfuerzos de Taiwán, el archienemigo chino.

Supongo que lo que trato de decirte es que por todas estas cosas –especialmente la cuestión humanitaria–, India debe ser seguida de cerca. El coronavirus representa un desafío mayúsculo para un país cuya historia está atravesada por otra pandemia: la gripe española de 1918 dejó más de 17 millones de muertos, un 6% de su población. El mundo, otra vez, mira de cerca.

QUÉ ESTOY LEYENDO

Me gustó esta nota del capo de Dani Rodrik sobre el coronavirus y el impacto en el tablero global. Su punto: la pandemia no va a revertir o alterar mucho el estado de cosas.

PICADITO

  1. Bernie Sanders abandona su carrera presidencial.
  2. Bolsonaro anuncia el despido de su ministro de salud; luego da marcha atrás por presión militar.
  3. Boris Johnson mejora su condición, pero sigue en terapia intensiva; se disparan rumores de vacío de poder.
  4. Rusia y Arabia Saudita acercan posiciones de cara a una tregua petrolera; hoy se reúne la OPEP.
  5. Rafael Correa es condenado a ocho años de prisión; no podrá volver a Ecuador.

LO IMPORTANTE

El meme de la semana lo posteó Yanis Varoufakis, ex ministro de economía de Grecia, que resume muy bien todo lo que hablamos el correo pasado sobre la Unión Europea.

Esto es todo por hoy. Si ya saben como me pongo con la extensión pa que me invitan. Sí, también soy consciente de que te arruiné el feriado con todo lo que te conté. Pensalo de esta manera: si me estás leyendo de mañana ya cumplí con la cuota total de bajón del día.

Nos leemos el jueves.

Un abrazo,

Juan

Creo mucho en el periodismo y su belleza. Escribo sobre política internacional y otras cosas que me interesan, que suelen ser muchas. Soy politólogo (UBA) y trabajé en tele y radio. Ahora cuento América Latina desde Ciudad de México.