El adiós a Sabella, la solidaridad como militancia

El entrenador repetía una frase tan simple como indispensable: “Lo importante es pensar en el otro”. Su vida política tuvo infinitas historias. Atravesado por la sensibilidad y con una mirada condicionada a la docencia. Hay corazones que no necesitan ser grandilocuentes ni poéticos para dejar una marca.

“Siempre la persona que tiene más humildad y menos medios es la que se brinda con sinceridad. Se ve que te da el corazón. Te da hasta lo que no tiene. Muchas veces los ricos te dan lo que les sobra, mientras que el que menos tiene te da hasta lo que le falta. Y esa es una diferencia muy grande”.

Alejandro Sabella

Tenía una voz ronca y silenciosa. Convivió con un ruido ensordecedor, pero dejó escucharse. Su carrera fue múltiple: un enganche riverplatense, uno de los primeros argentinos en aterrizar en la liga inglesa, un elegante crack pincha, un ayudante de Daniel Passarella en el Mundial 98, un campeón de la Libertadores con Estudiantes, un estratega del carajo a un centro de ganarle al mejor equipo de la historia, un gestor de una eficiente Selección que llegó a la final del 2014. Eso, aun así, no fue todo. Alejandro Sabella fue un tipo sensible. De esos que, donde y cuando fuera, intentaba encontrar el hueco para batallar contra las desigualdades de este mundo.

Ya los días pesaban toneladas. Era la previa del Mundial de Brasil. Los nietos recuperados Manuel Goncalves y Leonardo Fossati, acompañados de Claudio Morresi, llegaban al predio de Ezeiza para una pequeña reunión con el entrenador. La idea era hacer una campaña para que nuevos chicos y chicas pudieran recuperar su identidad. “Sí, no hay problema”, respondió. No sólo era hacer un encuentro con Estela de Carlotto y con Delia Giovanola, sino traer un equipo de la escuela de cine ENERC para que filmaran todo. “Sí, no hay problema”, volvió a contestar. En el ideal, era genial sumar algún jugador. “Ustedes preparen a las Abuelas que yo me ocupo de los futbolistas”, bromeó. Unos días más tarde, mientras las estrellas cumplían con el compromiso de retratarse con los sponsors, las Abuelas de Plaza de Mayo esperaban en una sala, con dudas sobre quién vendría. Alejandro Sabella abrió la puerta, rió con picardía y detrás suyo aparecieron Lionel Messi, Javier Mascherano y Ezequiel Lavezzi. Pocas sonrisas más lindas se le vieron en la Selección: su equipo ya jugaba a lo que él soñaba.

Le temblaba la mano con la que agarraba el micrófono. Había regresado del Mundial, estaba en el Congreso para recibir el Premio Democracia y, en un acto inolvidable, volvía a pedir perdón por no haber salido campeón. Reveló una charla que había tenido con sus dirigidos en la que les había pedido que fueran dignos con ellos mismos, con sus compañeros, con los rivales, en la victoria y en la derrota. La voz se le quebraba y parecía que iba a terminar. Se tomó un segundo más, carraspeó y cerró: “Les agradezco a todas ustedes, las Abuelas, que nos hayan iluminado el camino, que nos hayan abierto los ojos en esa época de desesperanza y oscuridad que tuvo nuestra República. Que sin prisa y sin pausa y sin claudicaciones hayan avanzado. Y que, sobre todo, hayan buscado justicia y no venganza”.    

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Sabella, parido en una casa antiperonista del Palermo todavía no cool, estudió entre 1973 y 1974 la carrera de Derecho en la UBA. Quería dedicarse a la medicina, pero requería muchas clases prácticas y no le daban los tiempos, según le contó a El Gráfico. Ahí conoció a la revista El Descamisado y a la Juventud Peronista. También a un montón de compañeras y compañeros que años después serían desaparecidos por la dictadura. Ya jugaba en River y los sábados libres iba a los barrios humildes a poner el cuerpo para lo que fuera: desde hacer zanjas para evitar inundaciones hasta construir cloacas. La Plata fue el lugar que le sacudió la cabeza. La universidad nacional de esa ciudad, con más de 750 víctimas, fue un símbolo con el que se ensañaron los genocidas Ramón Camps, ex jefe de la Bonaerense, y Miguel Etchecolatz, policía y represor. Hay registro de 29 centros clandestinos en la ciudad de las diagonales. El año pasado, la periodista Viviana Vila lo llevó a una charla en la Facultad de Periodismo para presentar el libro Hablemos de Sabella de Paulo Silva. El entrenador le confesó que la noche anterior no había podido dormir. Su discurso levantó lágrimas: “Rebélense, luchen, busquen sus sueños. Busquen, fundamentalmente, la verdad. Tiendan un puente de plata hacia aquel que piensa diferente a ustedes, tiéndanle la mano y abran su corazón. Más plural menos singular, más nosotros y menos yo, más grupo y menos individuo, más dar y menos recibir”. Es imposible saber si las convicciones nacen en la gente o se definen por lo que eriza o no la piel, pero el último entrenador que llevó a Argentina a la final de un Mundial aprendió en la militancia de los sábados en los barrios humildes eso de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera. 

Reynaldo Bignone todavía era presidente. La dictadura se derrumbaba. Después de siete años de oscuridad, hablar de política era un ejercicio de valentía. La revista El Gráfico, socia civil del gobierno genocida en aquellos años, realizó una encuesta entre jugadores sobre a quién destinarían su voto cuando volvieran las elecciones. Sabella había regresado al país, tras cuatro años en Inglaterra, vistiendo las casacas del Sheffield y el Leeds. Fue de los pocos que se animó a contestar: “A Ítalo Lúder, porque soy justicialista”.

Sabella nació en Vidt y Paraguay, cerca del Alto Palermo, cuando el shopping no existía. Las calles empedradas le enseñaron a controlar la pelota. Su papá fue ingeniero agrónomo, quiso ser militar y un desvío en la columna se lo impidió. Lo mismo le pasó a su tío, que por sordera se quedó afuera. Querían seguir el rumbo del abuelo del entrenador, que fue general. Todos acérrimos antiperonistas. Que chocaban con otro tío, también de las Fuerzas Armadas, pero seguidor de Juan Domingo. “De chico, viví la proscripción y toda esa cultura popular me llamó la atención”, explicaba. Su vínculo con el justicialismo no era folclórico. Se definía progresista y una vez le preguntaron qué significaba eso. Respondió como si hablara con la doctrina en la mano: “Es una palabra muy amplia. Pero más del lado de la solidaridad, de la distribución de la riqueza, de una sociedad más justa, más igualitaria”. Quizás, para entender su espectro ideológico, sirva su discurso cuando el Pincha ganó la Libertadores. Allí rearmó una frase de Perón: “Siento en mis oídos la más maravillosa música, que es la de la gente de Estudiantes”. Y una de Alfonsín: “La ciudad está en orden”. Luego, pidió disculpas, porque sintió que esa apreciación había sido forzada.

Su mamá fue maestra de escuela. Su segunda compañera, Silvana, de Tolosa, también se dedica a la educación, especialista en problemas de aprendizaje y de dislexia. Esas dos influencias determinaron su paradigma de pensamiento. La misma semana en que murió Sabella se volvió a poner en discusión en Argentina la baja de la edad de imputabilidad. Él pensaba tal como le mencionó a La Garganta Poderosa: “Es necesario que las escuelas públicas tengan los elementos como para que los chicos se defiendan en el futuro. No es casual que en una época a las escuelas públicas se les haya restado posibilidades. Se les restó inversión. No es una casualidad. Hay que ponerse siempre en el lugar del otro. Por qué la otra persona llega a tener actos que están en la ilegalidad. Hubo un tiempo en que mucha gente perdió su trabajo. Hay hijos que son hijos de padres sin trabajo o que perdieron el trabajo. Mucha gente va por el camino equivocado de la vida, pero qué posibilidades se les brindaron”. 

Silvana militó con Lorena Riesgo, compañera de Roberto Baradel. En cumpleaños o reuniones familiares cosechó una gran amistad con el dirigente sindical. “Fue un privilegio que me dio la vida haberlo conocido. Era un defensor de la escuela pública. De que había que invertir y de que tenía que ser de calidad. Tenía un especial interés por los próceres y por la luchas por la soberanía del país. Creía en el avance de los pueblos. Lo vamos a extrañar mucho”, reflexiona el representante de los docentes.

Su mirada siempre la condicionó a la docencia. En un partido de la Selección contra un rival de Medio Oriente, un futbolista dijo en forma de chiste: “A ver qué onda estos terroristas”. Él se lo tomó a mal. Le dolió. Juntó al grupo y dio una clase general sobre historia de enfrentamientos, de etnias, de racismo y del petróleo. Cada uno de estos detalles, cada vez que paraba la pelota para pensar, lejos de ser tomados como un goma, se asumían como gestos de compromiso de un entrenador que entendía a la profesión como una formación constante. Leandro Desábato, técnico de Estudiantes y miembro del equipo campeón de la Libertadores, lo describió como “un padre” para él y señaló que su preocupación por las personas generaba que sus dirigidos se brindaran al máximo.  «A lo largo de mi carrera tuve grandes formadores y un maestro que fue Sabella. Es un entrenador que al jugador le llega por su conocimiento futbolístico y también por su costado humano. Muchos entrenadores se preocupan por la idea y dejan de lado si el futbolista la entendió. Alejandro se preocupa por las personas y entonces sus dirigidos se brindan al máximo. Para mí, es como un padre», explicó.

En julio de 2012, un año después de haber asumido en la Selección, le dio una entrevista a Olé. Le preguntaron por su político preferido: “Néstor Kirchner”. En la misma nota, le consultaron si la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner lo había llamado: “No. No tuve el honor de hablar. Me gusta políticamente, pero decir que tengo una charla pendiente con ella sería demasiado presuntuoso de mi parte”. Por esos días, lo convocaron a la Casa Rosada. Fue con Silvana que rompió el hielo de la conversación rápidamente y lanzó: “Te quiero mucho, Cristina”. El entrenador definió esa charla como un encuentro en el living de una casa. El 6 de febrero de 2013, la Selección venció a Suecia en un amistoso. Los goles fueron de Gonzalo Higuaín y del Kun Agüero. Al terminar el partido, el técnico, históricamente poco cholulo, pidió una camiseta de Zlatan Ibrahimovic. Junto a algunas casacas albicelestes la dejó de regalo en la Casa Rosada.  

No fueron los únicos encuentros. Al regresar del Mundial, Cristina se acercó a Ezeiza a saludar al plantel. Sabella dejó una frase para la historia: “Así como usted dijo que la Patria es el otro, el equipo es el otro”. Su simpatía por el kirchnerismo había estado muy presente en la Copa de Brasil. En el predio de Cidade do Galo, de Atlético Mineiro, donde la Selección se concentró, había una oficina en el primer piso en la que se juntaban el cuerpo técnico y algunos administrativos de la AFA. Julián Camino, su ayudante de campo, toda la vida fue radical. Los testigos aseguran que no hubo un solo día durante el torneo en que no pasaran un rato chicaneándose con posturas de un lado u otro de la grieta. 

En el programa D1, le consultaron qué pensaba de la gestión de Cristina y fundamentó: “Creo en la construcción de lo colectivo. En las mayorías y no solo en las mayorías sino también en la minoría. En este gobierno ha habido muchas leyes que tienen que ver con las minorías, que se dejaban de lado, que no se miraba. También está el tema de lo que ha significado las empresas públicas y privadas. Hay que mirar cómo antes a las públicas se las llevó a la quiebra para hacerlas privadas. Y, en definitiva, cuando se producen las grandes crisis es el Estado quien saca al país a flote y las privadas no están”. Cuando la vicepresidenta presentó su libro Sinceramente en La Plata, se reencontraron: él estuvo en primera fila.

El loco Dorrego de Hernán Brienza fue su libro de cabecera en los años de la Selección. Fue un ilustrado sobre la historia de los próceres argentinos. Citaba a San Martín, a Mariano Moreno, a Bernardo de Monteagudo, a Juan José Castelli, a Juan Manuel de Rosas. Su preferido era Manuel Belgrano. En su conferencia de prensa inaugural en Argentina lo mencionó. Tiempo después explicó por qué había tomado esa decisión: “Intenté unir valores y símbolos y lo encontré en una persona: Belgrano. Por su honestidad, por su humildad, por su lucha en beneficio de la Patria, la Patria Grande. Nos dejó la bandera, que para nosotros es la camiseta. Nació rico y murió pobre. Lo dio todo. Qué mejor ejemplo”.

En un encuentro con Abuelas, Sabella le contó a Estela que él, como ella, tampoco era originario de Tolosa, pero que se sentía adoptado por el barrio. Silvana le contagió el amor por esa gente. En marzo de 2019, lo convocaron a un café literario en el Centro Cultural Tolosano, bajo la campaña “somos rivales, no enemigos”, en la previa de un clásico. Del lado de Gimnasia, fue Maximiliano Kondratiuk, ex jugador tripero, que la peleó contra la enfermedad de Wilson. La muerte anda tan cínica que se lo llevó la noche anterior a que muriera el entrenador.

Entre el 2 y el 3 de abril de 2013, entre las 18 y las 21, en La Plata cayeron 181 mililitros de agua. Se pudieron registrar 89 muertos y tal vez hubo más. Tolosa fue el lugar más afectado. Esta historia ya fue expuesta muchas veces, pero es indispensable recordarla. Porque la final de un Mundial es un hecho complejo de repetir. Pero si algo dejó este entrenador fue una mirada: la dignidad no se negocia ni se olvida. El 4 de abril, suspendió sus actividades en el predio de AFA, vació la sala de análisis de videos que tenía en su casa, movió la cocina y, con su familia, empezó a cocinar para el barrio. Albergó a la gente desesperada en su casa. Pidió que no ingresaran las cámaras y que no aparecieran los medios. La solidaridad no se televisa. Se milita. Se enseña. Hay corazones que no necesitan ser grandilocuentes ni poéticos para dejar una marca. Sabella repitió una frase tan simple como indispensable: “Lo importante es pensar en el otro”. Que ese sea su legado. Eso sí se puede repetir. Y en cada uno de esos actos, en donde sea, estará presente la dignidad de Don Alejandro.

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Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.