Edinson Cavani: un águila en la Bombonera

La carrera del delantero uruguayo. Del entorno humilde en que nació, su amor por las aves y por jugar descalzo en el campito hasta convertirse en una estrella internacional. ¿Por qué vino a Argentina y por qué genera tanta esperanza en el mundo xeneize?

En Napoli, su explosión en la élite, Edinson Cavani tenía pizza, canción y libro propio. Los negocios debían cerrar para que él pudiera comprar tranquilo. Amor napolitano. Y él brillaba con la camiseta número 7 (78 goles en 104 partidos entre 2010 y 2013). Le gustaba el 7 porque, para la Biblia, es el número símbolo de plenitud. Edinson tenía 24 años y la leía todos los días, vía Skype, con Huber, pastor evangélico. “La voluntad de Dios –decía entonces Cavani- es perfecta y agradable”. Trece años después, a horas de su debut en Boca (el miércoles contra Nacional de Montevideo por la Libertadores), Cavani saldrá a la Bombonera ya no con la 7 sino con la número 10. La camiseta que usaron dos dioses boquenses (Juan Román Riquelme y Carlos Tévez) y un Dios argento (Diego Maradona).

Nacido hace 36 años en Salto, Edinson (homenaje al inventor Thomas Edison, pero con una letra n incorporada) creció admirando a Gabriel Batistuta cuando miraba fútbol italiano los sábados a la mañana (“esa garra que tenía, esa potencia, ese pelo largo”). Pero su mejor ejemplo de “sacrificio”, mucho más cercano, fue su hermano Walter, delantero de carrera dilatada. Cavani viajó a los 14 años a Montevideo para jugar en Liverpool. Vivía en casa de una hermana, pero extrañó (“fue como irme a Nueva York”) y a los veinte días se volvió a Salto. “Mirá que las oportunidades no pasan siempre”, le dijo Luis, su padre, también ex jugador. Al año siguiente lo llamó Danubio. No paró más. Palermo y Napoli en Italia, rey también en el PSG de Francia (hasta que llegó Neymar), Manchester United y Valencia. 367 goles en 643 partidos a nivel clubes. 25 títulos. Boca ya había logrado las vueltas en plena forma de dos grandes ídolos (Riquelme y Tévez). Cavani no es de la casa y llega con 36 años. Es igualmente uno de los fichajes más explosivos en la historia moderna de nuestro empobrecido fútbol argentino. Boca quiere volver a ganar la Libertadores. Y Riquelme, hoy dirigente en año electoral, quiere volver a derrotar al macrismo.

Jugar descalzo, como en “el campito”

Cavani podría haber seguido en Europa. O irse a Estados Unidos como Leo Messi. O a Arabia Saudita como Cristiano Ronaldo. Pero Boca lo acerca, porque Cavani, no importa la edad, siempre extraña a Uruguay. Se siente tan cómodo en su tierra que hasta suele viajar en autobús. Se sube al micro de agencia en Las Termas, donde tiene un campo. Firma autógrafos y luego duerme tranquilo. Lo contó él mismo en una entrevista hermosa que le hizo en 2019 el programa “La Caja Negra”. Hay que detenerse en el minuto 38. El periodista Mario Bardanca le exhibe el testimonio de un conocido suyo, ex dirigente de Nacional de Salto, que habla ante un mural dedicado a Cavani. “Quiero decirte que no usamos tu imagen para sacar rédito, sino que la usamos como ejemplo para los niños”, le dice a Cavani Omar “Gogo” Feris.

Mural en homenaje al delantero.

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Inesperadamente, Cavani comienza a llorar desencajado. Bardanca salva el momento con calidad. Cavani, ya recompuesto, se disculpa. Cuenta que Feris ayudó mucho a la familia en tiempos difíciles. Y que ahora (2019) Gogo estaba delicado de salud. “Me brindó siempre su cariño, su amor, su familia, su casa, todo. A veces, la distancia lleva a que te alejes un poco del otro contacto, que es el verdadero, el calor de los amigos, la familia”, dice Cavani, que en 2018 se escribió una carta a sí mismo. Al “Edinson de 9 años”. Al niño que comenzó en casa sin baño, luego sin agua caliente ni calefacción, y al que en el barrio todos llamaban “Pelado” (un apodo que nunca le gustó, hasta que le dijo a su madre que basta de peluquería para “parecerse cada vez más al magnífico Batigol”).



Al Edinson de 9 años, Cavani le recuerda que cada mudanza (el dinero no alcanzaba para el alquiler) no importaba porque siempre había cerca “un campito” para jugar al fútbol descalzo, sintiendo “el barro en las plantas de los pies”. Tiempos también de campeonatos infantiles en Salto en los que ganaba “el Gol del Helado” y vivía su día de “rey”. Y soñaba acaso con Europa, jugar un Mundial y “tener mucha plata, manejar lindos autos y dormir en hoteles elegantes”. Aunque eso, advierte el Cavani grande al niño Edinson, “no necesariamente te hará feliz”. Porque, aun en medio de las carencias, el niño posee un tesoro especial: es libre. Algo que, escribe el Cavani adulto, se complica con los años. “Demasiadas responsabilidades, demasiada presión, demasiada vida vivida adentro”. Hay que ser sabio entonces. Y recordar las palabras que el papá Luis le decía al niño Edinson antes de cada partido. Consejos para seguir jugando sin presión, en el campito o en la Bombonera. “Saldrás a la cancha y te sentirás como si estuvieras jugando descalzo. Sintiendo el barro en las plantas de los pies”.

Manual de goleador

Boca (firmó contrato hasta fines de 2024) lo acerca ahora no solo a su campito de Salto, sino también a la Celeste, la selección uruguaya que este año inició proceso de renovación de la mano de Marcelo Bielsa, pero a la que Cavani no renuncia. Edinson (74 goles en 128 partidos, segundo goleador histórico de la selección, detrás de Luis Suárez) formó parte de una generación de líderes, entre los cuales estaban también Diego Lugano y Diego Godín y que lució no solo dentro de la cancha (cuarto puesto en el Mundial de Sudáfrica 2010, campeón de la Copa América de 2011), sino también afuera, frenando privilegios del empresario Paco Casal, nombre todopoderoso en el negocio del fútbol uruguayo. “Los primeros que debemos respetar nuestra imagen –dijo Cavani a Caja Negra- somos nosotros mismos. Sabemos que el fútbol es un negocio, pero no tiene que pasar ciertos límites”.

Edinson Cavani y Luis Suárez. Delantera temible. Máximos goleadores de la Celeste.



En la Celeste (con Luis Suárez más dueño del centro del ataque) Cavani debió moverse a los costados, o pivotear para dejarle espacio a su compañero, correr más y, a veces, llegar más cansado y sin fuerza al momento de definir. “Pero te digo la verdad, yo amo tanto al fútbol que traté siempre de aprender y sentirme bien de todas las maneras”. La clave, dice Cavani, recordando otro consejo de su padre delantero, es cómo posicionarse dentro del campo. “Mi viejo siempre me decía ‘tenés que tener siempre un triángulo entre vos, la pelota y el arco’. No perder nunca el arco de vista, para ver distancia, posición. Yo siempre trato de estar en el lado inverso de la jugada, si voy al espacio, si vengo, saber cuándo picar, cómo y cuándo moverte. Ir imaginando la jugada, ver si el defensa quiere anticipar o te da el espacio”. Jugando así, según estadísticas, Cavani se convirtió en el cuarto máximo goleador sudamericano en Ligas europeas. Un promedio que solo bajó la última temporada, porque Cavani (que siempre trabajó mucho su físico) sufrió lesiones y jugó menos.

El Cavani más religioso (se acercó a la fe a los 18 años, tras el divorcio de sus padres) aparece en algún viejo video de YouTube y está retratado en el libro “Vamos que vamos. Un equipo, un país”, de Ana Laura Lissardy, escrito al calor del cuarto puesto histórico en Sudáfrica 2010. Dos años después, ya padre de dos hijos, llegó el divorcio (con su pareja actual, Cavani tiene dos hijos más). Y en plena Copa América de 2015 sucedió una segunda crisis, el encarcelamiento por tres meses de su papá, implicado en un accidente fatal de tránsito. Siempre se creyó que la reacción que valió su expulsión en el partido de 2015 contra Chile fue porque el defensor local Gonzalo Jara lo provocó metiéndole un dedo en el culo. En realidad, la reacción fue porque Jara, además de meterle el dedo, se burló de Cavani hablándole de su padre preso. Cavani aceptó tiempo después las disculpas de Jara. “Muchas veces –dice- una palabra lastima mucho más que un gesto”. Aquí trascendió más otra discusión de 2019 contra Argentina, cuando invitó a pelear nada menos que a Messi.

Cavani y su sobrino en la Bombonera.


El festejo charrúa

En el libro de Lissardy, que incluye perfiles de los jugadores de la selección celeste, el de Cavani comienza con el goleador ingresando a una jaula con más de doscientos pájaros. Los pájaros le tienen plena confianza. “Viven livianos y con sencillez, como yo”, dice el goleador. El vínculo comenzó en su Salto natal, cuando era niño y escapaba a la pajarera de sus tíos. Y recogía pájaros en el campo, en la ruta, a los que sentía desprotegidos. A Lissardy le dice que, si pudiera elegir, él sería águila. Porque el águila, cuenta, “tiene una sabiduría especial. Está arriba, por encima, y desde esa altura puede mirar y abastecerse”. Águila también por una frase de la Biblia: “Levantarán alas como águilas. Correrán y no se cansarán. Caminarán y no se fatigarán”. Y, confían en Boca, águilas que seguirán haciendo goles. El miércoles será el turno de la Bombonera. Y con la camiseta número 10. Y festejando como una flecha, homenaje al pueblo nativo de los Charrúas.

Es periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribió columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajó en radios, TV, escribió libros, recibió algunos premios y cubró nueve Mundiales. Pero su mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobró siempre por informar.