Donald Trump: para Palestina, saludos

El presidente estadounidense presentó su plan de paz junto al Primer Ministro de Israel.

Periodistas israelíes, figuras de la derecha evangélica estadounidense, embajadores de tres países árabes aliados. Donald Trump y el Primer Ministro de Israel, Benjamin Netanyahu. Ninguna figura en el salón de prensa en el que el presidente estadounidense presentó su propia iniciativa de «Paz para la Prosperidad» era de origen palestino. Una presentación oficial acompañada por los asesores de Trump en la materia, su yerno, Jared Kushner y su embajador, David Friedman. Ambos estuvieron vinculados, con intensidad, a fundaciones dedicadas a apoyar los asentamientos es territorios ocupados de facto por Israel tras la Guerra de los Seis Días, en 1967.

En ese marco, la presentación de Donald Trump difícilmente se pueda adaptar al pomposo título de «acuerdo del siglo» que atribuyó a su propuesta. Siquiera porque, previo a esta presentación, la representación estadounidense llevaba dos años sin diálogo oficial con la parte palestina, una de las dos que deberían firmar la paz que, se supone, el acuerdo impulsa.

Una breve historia

El conflicto entre árabes musulmanes y judíos en la región comienza a finales del siglo XIX, y precede a la creación del Estado de Israel, que de acuerdo a la Resolución de Naciones Unidas, debía ocupar algo más de la mitad del territorio del Mandato Británico de Palestina, mientras un estado árabe debía ocupar la parte restante, en tanto Jerusalén sería internacionalizada.

Ese plan de Naciones Unidas fue rechazado unánimemente por los representantes palestinos y los países árabes vecinos, que objetaban la creación de un estado judío, y pedían uno unitario, a determinar por toda la población de ese territorio, en el que la población judía alcanzaba aproximadamente un tercio del total. Ese rechazo dio pie a una guerra, primero civil entre árabes y judíos, y luego contra las fuerzas combinadas de la liga árabe, que intentaron terminar con el nuevo estado. El resultado de la negativa a reconocer el derecho de Israel a existir como una entidad independiente terminó así con un victoria israelí cuyo resultado fue un solo estado reconocido, con un territorio expandido en gran medida, la huida de cerca de 700.000 árabes palestinos que no pudieron regresar a sus tierras y la ocupación de Cisjordania (incluyendo la parte oriental de Jerusalén, donde se encuentran los sitios sagrados) y la Franja de Gaza por parte de Jordania y Egipto respectivamente. La expulsión dio inicio al problema del derecho de retorno de los refugiados que, al día de hoy, afecta también a los descendientes y alcanza a millones de personas a las que, de los países receptores, apenas Jordania les concedió ciudadanía.

Tras la Guerra de los Seis Días, en 1967, en que Israel venció de forma arrolladora a las fuerzas combinadas de Siria, Egipto, Jordania e Irak, Israel conquistó Gaza, Cisjordania, y la península del Sinaí en Egipto y los Altos del Golán en Siria. A excepción de la península del Sinaí, devuelta a Egipto tras los acuerdos de paz de 1978, todos estos territorios continúan, de facto, bajo soberanía israelí hasta el día de hoy. La mayoría de los territorios ocupados en Jerusalén y los Altos del Golán fueron anexados formalmente, en tanto los demás permanecen bajo ocupación. Los árabes palestinos que viven en estos últimos territorios no pueden acceder a la ciudadanía israelí, y están sujetos, a pesar de algunas formas de autogobierno más o menos limitadas, al dictado de las autoridades militares israelíes. Desde entonces, la base de cualquier acuerdo, para resultar razonable para los palestinos, debe incluir un regreso a las fronteras de 1967, para que Palestina pueda construir su estado en Gaza y Cisjordania. Del lado israelí, contrariando el derecho internacional, se extendieron asentamientos de ciudadanos judíos israelíes en Cisjordania, una empresa que combina motivos ideológicos, religiosos y de seguridad y que nunca cesó de expandirse. Hoy viven en asentamientos ilegales cientos de miles de personas, una base de apoyo importante para las posiciones ultraderechistas, y una fuente de conflicto constante y difícil de desmontar.

En Cenital nos importa que entiendas. Por eso nos propusimos contar de manera sencilla una realidad compleja. Si te gusta lo que hacemos, ayudanos a seguir. Sumate a nuestro círculo de Mejores amigos.

Los acuerdos de Oslo, en 1993 y 1995, llevaron a reconocimientos mutuos. La Autoridad Nacional Palestina como representante político del pueblo palestino, con algún grado de autoridad en Gaza y algunos sectores de Cisjordania, e Israel como un estado con derecho a existir y una renuncia al terrorismo como medio para obtener un estado palestino independiente. Cualquier decisión sobre los territorios, su status y cómo se saldaría la cuestión de los refugiados quedó para futuras negociaciones, que debían concluirse antes de 1999. No sucedió. En 2000, las conversaciones incluyeron ofertas de retirada israelí de más del noventa por ciento de Cisjordania y el cien por ciento de Gaza, negociaciones que fracasaron por desacuerdos en torno del derecho de retorno de los refugiados, particularmente sus hijos y nietos, que no nacieron ni habitaron nunca esos territorios, y el status de la parte oriental de Jerusalén, los asentamientos judíos allí presentes y el control sobre los sitios sagrados. El fracaso de esas negociaciones dio pie a la segunda Intifada, un levantamiento armado que dejó más de mil muertos israelíes (70% civiles) y más de tres mil palestinos (de los cuales organizaciones como B’Tselem estiman que cerca de la mitad no eran combatientes). En 2001 y 2008, hubo conversaciones de paz que, de acuerdo a lo que estiman las partes, estuvieron cerca de fijar términos aceptables para un acuerdo. En ambos casos, la debilidad de los gobiernos israelíes de Barak y Olmert al momento de la negociación, volvió el acuerdo inviable.

Desde la llegada de Netanyahu al gobierno, en 2009, cualquier negociación entró en punto muerto, e incluso se desdijo del compromiso hecho ante Barack Obama de aceptar la existencia de un Estado Palestino. Del otro lado, la pérdida de Gaza a manos de Hamas en 2006 significó un golpe a la credibilidad de la Autoridad Nacional Palestina, y una excusa útil para la parte israelí.

El amigo americano

Donald Trump es un presidente heterodoxo, poco constreñido por las tradiciones y la sabiduría convencional. En un conflicto estancado, con una historia de fracasos detrás, eso podría ser, incluso, una buena señal. Al comienzo de su campaña presidencial, el ahora presidente se había salido de la tradición bipartidista de privilegiar la relación con Israel, y había prometido que no iba a elegir lados. «Muchos intentaron y fallaron, hay un odio arraigado profundamente, pero yo voy a hacer un buen intento. Para eso, voy a mantenerme lo más neutral posible, aunque amo a Israel, resolver esto requiere cierta neutralidad». La postura cambió cuando obtuvo la nominación republicana. La definición del partido, particularmente de la base de ultraderecha cristiana que se convirtió en su apoyo más confiable y entusiasta, favorable a un compromiso incondicional (y hasta religioso) con el Estado de Israel fue adoptada como propia por Trump, que como todos los candidatos Republicanos, prometió echar atrás el acuerdo nuclear con Irán y trasladar la embajada de Estados Unidos en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, a la que llamó «capital eterna e indivisible del pueblo judío». A diferencia de sus predecesores Trump cumplió.

El acuerdo nuclear con Irán, en un gesto de hostilidad, había sido cuestionado por Netanyahu ante el Congreso estadounidense, donde había sido invitado por la mayoría republicana para hacer un acto de oposición al presidente de su país Barack Obama, en un accionar inusual. El acuerdo, coinciden los analistas, venía siendo cumplido por los iraníes y había traído cierto alivio en una de las mayores preocupaciones existentes en una región convulsionada. El traslado de la embajada de Estados Unidos había sido sancionado por el Congreso hace más de veinte años, con una autorización para que el Poder Ejecutivo pospusiera el movimiento. Todos y cada uno de los presidentes estadounidenses, incluyendo al republicano George W. Bush durante ocho años evitaron que se concrete. Contra todo asesoramiento estadounidense, Trump concretó ambas, alineándose con la postura del primer ministro israelí por encima del consenso político de su país. De la neutralidad posible a «el mejor amigo que Israel nunca tuvo», según las palabras de Netanyahu.

El Plan

No hay ningún elemento en el plan presentado por el gobierno estadounidense que permita el pomposo nombre de «Acuerdo del Siglo» con el que Trump bautizó a su iniciativa. Básicamente porque lo que se persigue no es un acuerdo sino una rendición incondicional. En cada uno de los puntos contenciosos que trabaron acuerdos en el pasado, el gobierno estadounidense se compromete con la posición israelí, a la que otorga concesiones inmediatas, en tanto todo aquello que se ofrece a Palestina aparece condicionado. En el dibujo pergeñado, la totalidad de Jerusalén permanecería bajo dominio israelí y, de la transferencia del noventa y pico por ciento del territorio de Cisjordania que Israel ofreció en todas las negociaciones serias que existieron, el plan apenas reconoce el setenta por ciento del territorio, con una forma discontínua, rodeado completamente por tierras israelíes, y permitiendo a Israel la anexión inmediata del treinta por ciento restante, incluyendo el rico y estratégico territorio del Valle del Jordán. Para ser reconocido como estado, Palestina debería reconocer a Israel, algo que también debería hacer Hamas, y el nuevo Estado debería unirse a Costa Rica o Mónaco en aquello de convertirse en un Estado sin Fuerzas Armadas, a pesar de que estará, en su mayor parte, rodeado de un estado históricamente hostil, en la que los sectores más a la derecha, con influencia en la formación de gobierno israelí, no le reconocen derecho a existir siquiera en estas muy precarias condiciones. Sobre los refugiados palestinos, si bien el «derecho de retorno», incluyendo a millones de personas, de varias generaciones que no tuvieron nunca contacto con los territorios, fue siempre inaceptable para Israel, la negativa a aceptar una cantidad simbólica de refugiados hace que, tampoco en este punto, haya compromisos posibles. Peor aún, otorga a los palestinos un plazo de cuatro años para aceptar o, en palabras de Kushner, «perder la última oportunidad» de tener un estado. Aún Lejos de una iniciativa de paz destinada a ser debatida, la presentación pareció un intento de impulsar la campaña de Netanyahu de cara a las elecciones de marzo, en las que se encuentra imputado por corrupción, y desviar el foco de su propio proceso de impeachment, en el que el testimonio de John Bolton, ex Asesor de Seguridad Nacional, compromete aún más al presidente con la trama ucraniana.

Las consecuencias

Que el plan sea imposible de presentar como un acuerdo no lo hace, en modo alguno, inconsecuente. El líder de la oposición, Benny Gantz, se apresuró en presentar un proyecto para adoptar la iniciativa estadounidense en el parlamento, buscando poner en aprietos a la coalición entre derecha y ultraderecha que encabeza Netanyahu, y desde la dirigencia israelí se especuló con anexar inmediatamente la porción de Cisjordania que reconocen los estadounidenses en el Plan. Por otra parte, las naciones árabes más importantes no rechazaron de plano el proyecto de Trump. A la presencia de los embajadores de Omán, Bahrein y los Emiratos Árabes Unidos, se sumaron comunicados cautos pero positivos de Arabia Saudita y Egipto, dos de los actores más influyentes en cualquier negociación. Apenas Líbano, Irán, Turquía y Qatar acompañaron al rechazo contundente palestino, que también fue acompañado, con un tono más moderado, por Jordania. El abandono, recuerda el cinismo con el que los palestinos siempre fueron tratados por sus vecinos que los tomaron como emblema mientras negaron ciudadanías, invadieron territorios y, recientemente, hasta contribuyeron a su bloqueo, como hizo Egipto en Gaza.

El plan, inaceptable para cualquier liderazgo, seguramente tenga consecuencias si Trump es reelecto. Rechazado por todos los candidatos demócratas, en caso de una nueva victoria del actual presidente dará lugar a nuevas y difícilmente reversibles realidades en el terreno. Un ex primer ministro israelí, de origen derechista, señaló una vez que se había convencido con el tiempo de que Israel no tenía más remedio que hacer la paz y devolver las tierras. De anexarse las tierras, decía, «si los palestinos votan, el estado dejará de ser judío. Si no votan, habrá apartheid». Donald Trump, ayer, quedó a medio camino. Propuso volver a los bantustanes, aquellos territorios impotentes y nominalmente independientes en los que llegó a vivir el 39% de la población negra sudafricana.

Es abogado, especializado en relaciones internacionales. Hasta 2023, fue Subsecretario de Asuntos Internacionales de la Secretaria de Asuntos Estratégicos de la Nación. Antes fue asesor en asuntos internacionales del Ministerio de Desarrollo Productivo. Escribió sobre diversas cuestiones relativas a la coyuntura internacional y las transformaciones del sistema productivo en medios masivos y publicaciones especializadas. Columnista en Un Mundo de Sensaciones, en Futurock.