Desayunar atún para ganarle a Messi

Lewandowski ganó el Balón de Oro y desplazó a Cristiano y a Leo.

Hola, ¿cómo estamos?

Marcelo Gallardo desanuda lo preestablecido. Estaba en el césped del Santiago Bernabeu y le dijo a su mano derecha, Mariano Barnao: “No hay nada más grande que esto”. Pero se quedó en River, como desafiando esa verdad de época de que siempre hay que moverse, cada vez más alto, aunque ya no se vea el suelo.

Sus conferencias de prensa, en los últimos dos años, tomaron un tinte filosófico. Antes de viajar a Montevideo dejó una de esas frases: «Me movilizan las ideas. La táctica y los esquemas me parecen rígidos». Algunos destilarán de esto cierta practicidad. O plasticidad. O que lo definitorio no son los embudos estratégicos sino la cultura con que se afrontan los problemas. Algo de eso hay en esta reflexión: “Me gusta que los equipos tengan esas variables en el juego. Que sepan interpretar los momentos. En un partido de fútbol hay muchos momentos. Pueden ser favorables o desfavorables. Hay que saber interpretar cuáles son los momentos favorables y cuáles no”.  

Puede que lleve mucho tiempo poder entender las razones de por qué Gallardo volvió semifinalista a River en cinco de las últimas seis ediciones de la Libertadores. Incluso ahora, mientras Argentina ya no brilla en el plano mundial, es complejo comprender cómo fue que Carlos Bianchi fue el último que ganó una Intercontinental -también el penúltimo y el antepenúltimo: 2003 y 2000 con Boca, 1994 con Vélez-. 

En Asunción, el año pasado, abrió su cabeza en esta charla que tuvimos. Son todas preguntas simples que Gallardo aborda con muchísima profundidad. Creo que estas dos respuestas condensan una parte del abc de sus saberes:

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–¿Cómo digerís vos la derrota?

–Es parte de la enseñanza permanente. Cuando perdés es donde realmente aprendés. Es el momento en que te frustrás, en el cual te desilusiónás. Es el que masticás bronca. Eso tiene que ver con la derrota. Generalmente, uno analiza muy poco la victoria. Las derrotas te pegan duro. Ahí empezás a crecer. Las derrotas te dan un baño de humildad tremendo. Ahí está el equilibrio. Hasta dónde te tienen que golpear las derrotas y hasta dónde llega la felicidad de la victoria.

–¿Cómo se hace para que la victoria no te golpee?

–La mejor medicina a una buena victoria es una derrota. Ese es el antídoto. Y nosotros tenemos que convivir todo el tiempo con el ganar y con el perder. Porque está dentro de las reglas del juego. Uno no gana siempre. El que cree que gana siempre no existe. Es una irrealidad. Cuando tenés una gran victoria, disfrutala porque puede venir una gran derrota.

Desayunar atún para ganarle a Messi y a Cristiano

Fue su papá el que le dijo que había cosas que todavía no entendía, pero que comprendería algún día. Él quería ser Thierry Henry o Alessandro del Piero. No le importaba el judo, aunque en su casa comieran gracias a las clases del arte marcial japonesa que su progenitor dictaba. No quería saber nada con el vóley ni con el atletismo, aunque su mamá fuera voleibolista y docente de educación física. “Esos deportes van a servirte”, le repetían, dudando sobre la fehaciente posibilidad de que un polaco triunfara en el fútbol. Ahora a Robert Lewandowski lo apodan El Cuerpo por la cantidad de horas que pasa dentro del gimnasio. Esa es la primera razón por la que llegó a los 32 años a ser el mejor jugador del año según la FIFA.

Anna Lewandowska obtuvo la medalla plateada en el Mundial de karate de 2012. Tres años antes, había logrado la dorada en el campeonato europeo. No era solamente una atleta de élite. Estudiaba nutrición y exploraba una nueva forma de alimentarse. Comenzar por el postre. Desayunar atún. Evitar todo tipo de glucosa o de lactosa. Construir la recuperación de un músculo dañado a base de palta. En 2007, Lewandowski jugaba en el Znicz  Pruszków, un club de la segunda división polaca tan pequeño que tiene un estadio con capacidad para 1500 personas. En un evento deportivo, se conocieron y nunca dejaron de ser pareja. Hay jóvenes que nacen en casas donde el deber ser es la carrera de Medicina o la de Derecho: a Lewi, como lo llaman sus íntimos, el destino le tenía reservado ser deportista. A su hermana Milena le ocurrió lo mismo: es voleibolista y representa a la Selección.

“Era tan flaquito que cuando corría parecía que se desarmaba. Le sugerí que comiera tocino”, recuerda Krzystof Sikorski, su entrenador en el Legia de Varsovia, cuando tenía 17 años y no terminaba de despegar. Su contextura física era un problema: lo habían marginado de la Selección sub 15 por ser demasiado delgado. Eran épocas en que se  asumía que el desarrollo muscular provenía de proteínas carnívoras. El documental Cambio radical de Netflix empieza a testimoniar sobre deportistas que arman su alimentación desde los vegetales. Lewandowski está casi en esa línea. Admite que lo único que no puede abandonar es el chocolate. No fue un hábito sencillo de modificar: de niño, su mamá le compraba una torta cada vez que hacía un gol.

La ausencia de masa corporal lo terminó limpiando de Legia. Que todavía se debe estar lamentando por tan poca capacidad en el scouting. La vida le sonrió cuando arribó a los 20 años al Lech Poznan. Ganaron la liga local, la Copa de Polonia y dieron el batacazo: pasaron la fase de grupos de la UEFA Europa League. Lewandowski dio un salto como profesional. Antes, prefería jugar en los días de lluvia, con la cancha embarrada, tirándose a los pies como si fuera un picado de amigos. En dos temporadas, metió 20 goles en 41 partidos. Desde Dortmund, Jurgen Klopp lo estaba mirando y decidió ficharlo, para cambiarle la vida.  

Récord Guiness

–Disculpe, ¿me puedo sacar una foto con usted?
–¿Por qué quiere una foto conmigo?
–Porque es Lewandowski.
–No, está equivocado, somos parecidos, pero mi nombre es Emil.

La escena se repite en Alemania o en Polonia. Está cenando en un restaurante con su manager, su abogado y guardaespaldas, cambia su vestimenta y modifica su nombre. A los otros tres no les puede mentir: porque vive prácticamente con ellos y porque son sus amigos desde la infancia en Varsovia. Fue una decisión que tomó después de que lo convocaran a un falso evento solidario en el que unos empresarios le mintieron para hacer plata con su presencia. Son ventajas que le da haberse vuelto el mejor del mundo recién a los 32 años. Aunque, quizás, el título exacto no sea ese: Lewandowski es el tipo que le ganó el premio The Best de FIFA a Lionel Messi y a Cristiano Ronaldo.

Munich ha sido una ciudad de gloria para la pelota polaca. En los Juegos Olímpicos de 1972 -manchados por el asesinato de once atletas israelíes en la Ciudad Olímpica-, se apoderaron la medalla de dorada en fútbol. En el Mundial de 1974, tras vencer 1-0 a Brasil, se quedaron con el tercer puesto, la posición más alta en la historia de esa bandera. Aunque las luces le caen al delantero por haber sido la figura del Bayern Munich en la final de Lisboa en la que obtuvieron su sexta Champions League, la mayor cantidad de sus gritos en esta temporada fueron en la capital de Baviera. Tantos que, si no hubiera sido por una suspensión por amarillas y por una breve lesión en el tobillo, quizás, sus 34 se hubieran transformado en 40, la marca casi imposible que ostenta el mítico Gerd Müller, tercer máximo goleador de la historia de los mundiales -detrás de Miroslav Klose y Ronaldo (el brasileño, obvio, al que amamos)-. 

Lejos de lastimarse con la espina, el 4 de noviembre, mientras Müller cumplía 75 años, sumó dos de los seis gritos del Bayern Munich contra el Salzburgo. Al finalizar, escribió en sus redes sociales que se lo dedicaba a una verdadera leyenda: “El día antes de su cumpleaños leí un triste artículo en el que su esposa contó que no se encuentra bien. Me sentí mal, por eso mis pensamientos estaban con él. Era importante para mí dedicarle los dos goles y la victoria del equipo”. A Lewandowski los récords le importan poco. El 22 de septiembre de 2015 venía de una lesión, se había perdido un encuentro entre semana, Pep Guardiola dio los titulares para enfrentar al Wolfsburgo y lo dejó afuera. En el entretiempo, tras ir perdiendo 1-0, el catalán lo mandó a la cancha. A los 51, a los 52, a los 55, a los 57 y a los 60: cada pelota que tocó fue adentro y entró al Guinness por ser la persona que más rápido hizo tres, cuatro y cinco goles. Desplazó al húngaro Ladislao Kubala, que en 1952 había encadenado cinco en 19 minutos. Si eso es loco, más rara será su explicación de cuándo cayó de lo que había hecho: “Estaba cenando con mi familia en Navidad. Habían pasado cuatro meses y me di cuenta que había sido increíble. Estaba enojado por ser suplente”. 

Esa molestia no le quita su admiración por Guardiola. “Fue el que me cambió la manera de ver el fútbol”, advierte. Según le relató a Gerard Piqué en una entrevista, en todas las prácticas el entrenador se acercaba a preguntarle cuestiones que no veía porque nunca había jugado de centrodelantero.

Antes de llegar al Bayern Munich, Lewandowski arribó al Borussia Dortmund. En cuatro temporadas, obtuvo dos Bundesliga, las únicas de la última década que no se apropió su actual equipo. Los días allí comenzaron difíciles. Lo contrataron para que fuera el suplente de Lucas Barrios, el punta de Gimnasia La Plata. “Me esperaba más goles, más juego y que aguantara mejor el contacto. No está en su nivel”, ladró Jurgen Klopp, su técnico en aquel entonces. La historia cambió en una derrota en Champions contra el Marsella. El delantero encaró al entrenador para hablar. Con un problema: la lengua polaca no es tan parecida al alemán como se supone y charlaron durante dos horas sin decodificarse demasiado. Se dijeron lo que pensaban. Tras esa charla, embocó tres goles y una asistencia. Desde ahí, comenzó una relación única: “Cada vez que volvía a mi casa, me preguntaban si había visto la nueva locura de Klopp. Me sorprendía porque con nosotros no era así. Es como un padre o como un amigo. De esas personas que podés llamar a las cinco de la mañana para hablar y va a venir a verte”.

Aunque sus máximos pergaminos los escribió en el Bayern Munich, donde no sólo obtuvo la Champions sino que fue el máximo goleador de la edición con 15 gritos, su gran noche de gloria fue en la semifinal contra el Real Madrid. La ida fue en el BVB Stadion. Los de Klopp vencieron 4-1: los cuatro, del polaco.

Lewandowski nació en un país y en una época en que no se soñaba con el fútbol. “No había jugadores top, pero yo sabía que tenía que serlo”, reflexiona. A su Selección, le dio la clasificación al Mundial de Rusia, tras dos ediciones sin poder participar. Pero ya no es lo mismo. El centrodelantero que se le coló en el medio a Messi y a Cristiano ya forma parte de la generación globalizada. El sueño le estalló en la cabeza el día en que puso la televisión el 26 de mayo de 1999 y Ole Gunnar Solskjær, en el minuto 81, aportó el 2-1 para que el Manchester United venciera al Bayern Munich. Hay tristezas que, en su segunda cara de la moneda, conllevan alegrías: porque es tan cierto que los alemanes perdieron aquella final de la Champions como que ese día se activó el killer polaco que conquistó Baviera.

Pizza post cancha

(para vos que no sabés qué regalar en Navidad)

  • Messi, el genio incompleto es el nuevo libro de Ariel Senosiain. Yo no me lo perdería.
  • Barriletas cósmicas es la historia del fútbol femenino escrita por Ayelén Pujol. Edita Chirimbote y dibuja Ro Ferrer.
  • El Partido es una obra maestra de Andrés Burgo. Una crónica fantástica de los cuartos de final contra los ingleses en 1986.

Si querés iniciar a alguien en las lecturas futboleras, hay dos libros indispensables. Cuentos de los años del gigantesco Osvaldo Soriano o Esperándolo a Tito de Eduardo Sacheri.

El año se nos va. El fútbol no va a descansar demasiado. Estoy llegando como puedo al 2021. Ojalá la pelota no nos deje solos, porque este año, entre todo lo espantoso, hubo un tiempo en que nadie pudo patear.

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Abrazo grande,

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.