Daniel Hadad: “Un mes antes del estallido, Bush le preguntó a De la Rúa si tenía algo urgente y en lugar de pedir plata le habló sobre la exportación de limones”

Es empresario de medios de comunicación. El 19 y 20 de diciembre conducía un influyente programa de entretenimiento y opinión política: Después de Hora, que se emitía por el canal América a la medianoche. Al aire, en su programa, Argentina se enteró de la renuncia de Domingo Cavallo.

¿Dónde estabas y qué te acordás del 19 y 20 de diciembre? 

Me cuesta encontrar alguna imagen en particular. Cuando yo vuelvo para atrás con la memoria, lo primero que veo es que tres o cuatro días antes nosotros veíamos venir un clima social complejo, de desborde. A veces, llegábamos al programa y decíamos: «Algo está mal. O nos estamos equivocando nosotros o el resto de los medios está mirando para otro lado». Siempre me quedó la duda de qué pasaba ahí. La verdad que, cuando voy para atrás y miro las tapas de los diarios de esa época, veo que el 17, nada; el 18, nada; el 19, nada; y el 20 de diciembre se fue De la Rúa. Pasamos de nada a cambió el Gobierno. 

¿Tenías diálogo con dirigentes de ese momento? 

Sí, con dirigentes del Gobierno y de la oposición. Yo tenía bastante diálogo con el gobierno de (Fernando) De la Rúa, con algunos tipos que estaban en la Casa de Gobierno. Tres o cuatro días antes, en un off, uno de ellos me dijo: «Si sigue así, estamos muertos». Y yo preguntaba a qué se referían con seguir así y la respuesta era si no saca a Cavallo. Pero también les preguntaba si alguien se lo decía a De la Rúa y nadie se lo decía. Uno de esos dirigentes fue testigo de una reunión, que creo que fue el 17 o el 18 de diciembre, en la que (Raúl) Alfonsín y no sé si una diputada o senadora fueron a ver a De la Rúa, a pedirle el cambio de ministro de Economía y Cavallo los intimidó de tal manera que De la Rúa les dijo «No, vayan con Mingo al Senado y que él exponga el nuevo presupuesto». Con el tiempo, esa misma fuente que yo tenía en la Casa de Gobierno me contó que, para él, el día del final de De la Rúa fue cuando fue a los Estados Unidos un mes antes. 

¿Por qué ahí? 

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Porque, si bien el corralito se anuncia a principios de diciembre, que fue socialmente el comienzo del fin, políticamente este hombre del radicalismo dice que cuando De la Rúa viajó a Naciones Unidas estuvo treinta minutos con Bush para hablar de la urgencia que tenía Argentina para no caer en default, creo que había un vencimiento de 7 mil millones de dólares. Y, para Bush, que tenía la cabeza puesta en el 9/11, la Argentina era la prioridad 172 mil. En esa reunión, me cuentan, Bush le pregunta a De la Rúa si tenía algo más para decir que fuera urgente y todos pensaron que le iba a hablar sobre la deuda. Y le dijo: “Sí, necesitamos que nos permita la exportación de limones a los EEUU”. Eso habrá sido en la primera semana de noviembre. Cuando volvieron y alguien comentó esto en la UCR, la frase unánime fue: «Otra vez no vamos a terminar». 

¿Hablabas con dirigentes de la oposición? 

Tenía bastante diálogo con Eduardo Duhalde y él aparentaba querer colaborar. Quería un cambio de gabinete y un cambio de política económica. Duhalde era el que ya venía insistiendo con que había que terminar con la convertibilidad, no en el 2001 sino en el ’99. 

¿Y el quiebre para vos cuándo fue?

Si vos me preguntás en fotos, me cuesta ver fotos. Porque también me acuerdo que yo viajé a Chile cuando De la Rúa lo llevó a (Ricardo) López Murphy a la reunión del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). A las cuatro de la tarde, yo estaba en un hotel en Santiago de Chile, donde él presentó a su ministro de Economía. Era el hombre que iba a conseguir el déficit cero. Tomamos el avión de vuelta a las doce de la noche y lo echó a López Murphy. ¿Cuándo empieza el fin de De la Rúa? ¿Ahí? Alguno puede ir más atrás y decir: «No, fue cuando Chacho Álvarez renuncia». 

Muchos ponen el momento en el que ya no hay vuelta atrás con los muertos por la represión.

Lo peor de todo fue el momento en el que empezamos a ver que había muertos. Hasta ese momento era un problema político o económico o una crisis social. Acá ya era un tema de represión con muertos. No una, dos, cinco. La cuenta nunca fue precisa, exacta, pero estamos hablando de cerca de 40 muertos. En democracia, una represión de tal magnitud, por más que discutan si fue el Ministerio del Interior el que dio la orden o la Policía Federal o un Juez Federal, al final del camino es lo mismo. Eran vidas que se perdieron. Después, lo que recuerdo mucho fueron los días previos. Si bien Cavallo había dicho que la gente podía moverse con tarjeta de crédito, con tarjeta de débito, ahí te das cuenta de que la gente tenía una angustia terrible porque no podía sacar más de cien pesos. Había una sensación de abstinencia. Ahí entendés lo informal que era la economía argentina.

Con toda esa información y con las fuentes que tenías en ambos espacios, ¿qué verosimilitud o qué importancia le das a la versión que decía que todos los saqueos y la desestabilización fue inducida o fue armada?

Puede haber una parte de eso. Yo creo que hubo gente que olía sangre y quería volver al poder. Creo, también, que hubo cierto sector empresario que necesitaba que sus pasivos fuesen licuados con una devaluación. No creo mucho en las teorías conspirativas de que se reunieron un día, en una casa en Ramos Mejía de un empresario muy importante y ahí dijeron: «Vos agitá esto». Cuesta creerlo. La Argentina no es tan prolija y ordenada. Los saqueos siempre son un fenómeno contagioso. Basta que alguien rompa una vidriera para que otro diga: «Si no está la policía vamos nosotros también». Si vos hablás con gente de los movimientos sociales, muchos recuerdan que esa fue, tal vez, la mejor Navidad que tuvieron porque tenían champagne. Es horrible decirlo, pero te lo dice hoy gente de los movimientos sociales. El saqueo es algo contagioso. La gente entra en un estado de emoción violenta y de conductas repetitivas. El Estado en un momento dice basta. Recuerdo que dos o tres horas antes de que De la Rúa presentase formalmente la renuncia, hablé con uno de los hombres que manejaba su comunicación y me dijo: «Se va». Yo le pregunté: «¿Cómo que se va?» Y me dice: «Sí, la Gendarmería le acaba de decir que sus hombres están agotados y no quieren reprimir». Yo, en ese momento, dirigía Radio 10. El tema era si lo decíamos o no lo decíamos. Ahí dijimos: «No, no lo decimos». Pero era cierto. Finalmente, la gente de Gendarmería confirmó que «basta». Hubiese sido, tal vez, más sencillo incorporar medio gabinete peronista o una fórmula así y llamar a elecciones en marzo y no generar una experiencia traumática. Si bien se resolvió con lo que marca la Constitución fue un fracaso del sistema. 

Hay un halo de seducción y misterio alrededor de aquel llamado telefónico al aire que vos recibís cuando anunciás la renuncia de Cavallo, el 19 de diciembre a la medianoche. ¿Qué pasó? ¿Quién te llamó?

Fue un poderoso dirigente radical que no tenía un cargo, pero tenía mucho más poder que los que tenían cargo, que estaba viendo el programa y me dice: «¿Estás al aire?». Yo le digo que sí y me dice: «Bueno, acaba de renunciar Cavallo». Mi respuesta fue «¿Cómo?». «Que acaba de renunciar Cavallo. Ya está.», me dijo. «Bueno, gracias», le contesté y corté. Ahí anuncié: «Señores, me acaban de informar que renunció Cavallo». A los dos o tres días me llamó Cavallo para decirme que su renuncia no fue a esa hora sino que sucedió tres o cuatro horas después, que tomó la decisión a las cinco de la mañana. 

¿Le creíste?

No sé si creerle o no creerle. La realidad es que renunció. Si fue a la una de la mañana, cuando estaba la gente en la calle, o fue a las cinco… Yo lo que creo es que, efectivamente, a la una de la mañana no estaba escrita la renuncia, pero el que me llama es alguien a quien Cavallo le dijo: «Con este quilombo, me voy». Entonces, el tipo me llamó, es alguien que aún hoy sigue vigente en la política argentina, y acababa de cortar con Cavallo. Él habló por teléfono, me da la impresión de que ni siquiera se lo había contado a su familia, pero tres horas después se lo comentó a la familia y renunció.

Hablamos con quien era el jefe de Gabinete de De la Rúa, Chrystian Colombo, y con quien era el ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Juan José Álvarez, y les preguntamos cuánto habían tenido que ver los medios en todo ese proceso y los dos coincidieron en que no ayudaron, pero que no fueron el dinamizador central, ni por asomo, de la crisis. ¿Cuál es tu lectura desde el otro lado?

Yo antes te decía que si vos mirás los medios, notabas que, en general, no estaban en contra del gobierno de De la Rúa. Nosotros tampoco. Simplemente contábamos cosas que pasaban. Muchos siempre me dijeron: «Bueno, pero el muñequito» (NdE: se refiere a la animación del ex presidente Fernando de la Rúa que aparecía en el programa Después de hora). Primero y principal, yo no tenía un canal de televisión, tenía un programa que iba a las doce de la noche, cuando el encendido es muy poco, en un canal que tampoco era el canal líder y el muñequito aparecía cuarenta segundos. Porque producir eso era complicado en materia de tecnología para esos tiempos. Lo hacía un humorista, Martín Bilyk, un tipo de una genialidad destacable que tenía que llegar tres horas antes, ponerse unos electrodos y, cada vez que se movía, a veces salía bien y a veces salía mal. Yo no soy actor, pero tenía que simular que hablaba con alguien que no existía. Mis dotes histriónicos son limitadas. Me costaba horrores. Reconozco que, con el tiempo, me pareció más divertido. Para mí era forzado al principio, a mí me gusta hacer periodismo, no entretenimiento. Aunque, en ese momento, Después de hora intentó ser un programa que se pudiese ver a la noche, con una cuota de información y una cuota de entretenimiento. En general, si tomamos en cuenta cómo están los medios en Argentina 20 años después, vos podés ver un canal que esté 24 horas a favor de un gobierno y un canal que esté 24 horas en contra. Eso no pasaba en Argentina hace 20 años. Por eso, me parece que decir que lo que ocurrió fue empujado por los medios no tiene sustento. Estábamos frente a una crisis económica muy grande, que no sé si fue anterior o posterior a la crisis política y que derivó en una crisis social.

¿Qué captó Después de hora o Radio 10, con vos como vértice de ambos, para generar tanto impacto, algunos respecto a la masividad y otros respecto a la influencia o a la atención?

Después de hora me parece que fue creciendo en la medida en la que dejó de estar al aire. Cuando estaba al aire, era un programa de dos puntos de rating. Excepto esa noche, que, si hubiésemos puesto al payaso Pimplín con un móvil en vivo desde la Plaza de Mayo, hubiese hecho los 19 de puntos de rating que tuvo esa noche. Pero los 19 puntos eran de la realidad, no eran de Después de hora. Cuando hacíamos tres puntos yo invitaba a comer sushi en un restaurante que había en la esquina. Era un programa que, con el tiempo, fue adquiriendo algo más que lo que tenía mientras estaba al aire. Radio 10 fue un fenómeno distinto. En 2001 tenía dos años al aire. Se había puesto al aire el 4 de enero de 1999, si mal no recuerdo. Para diciembre del 2001, era la radio líder, pero no con la diferencia que tuvo después. Teníamos el 24% del share, seguido por Mitre, Continental y Rivadavia. Hoy, entre el primero, el segundo y el resto hay una diferencia enorme. Fue algo que hicimos con el tiempo. Radio 10 fue una radio típica de la clase media. Nosotros interpretamos eso. Una clase media de centroderecha, pongámoslo así. Porque hay una clase media de centroizquierda que se dividía entre diez radios. Y, como la radio de centroderecha no tenía representación, nos llevamos todo ese share.

Vos retornaste al aire en abril de 2001 con Después de hora. ¿Volviste anticipando que había un clima especial? 

No, era una asignatura pendiente. Yo me había ido del aire en el ’96, con un programa que se llamaba El primero de la semana y, en ese momento, tenía síndrome de abstinencia. Me faltaba algo. Entonces, durante el ’99 y el 2000, canalizaba el síndrome de abstinencia haciendo radio a la mañana. A fines del 2000 dije basta, ya tenía mi tercer hijo, no había llegado la cuarta, no quería levantarme más a las cuatro de la mañana. Así que le pedí a (Marcelo) Longobardi, que hacía un exitoso programa en Radio América a las seis de la tarde junto a Willy Kohan y «Beto» Valdez y tenían el dos o tres por ciento del share, si se animaba a tomar el programa líder de la mañana y lo tomó. Obviamente con mi equipo. Y me quedé sin aire. Me acuerdo que, en ese momento, lo fui a ver a Juan Cruz Ávila que era el gerente general de América y fui con esta idea. Me dijo que probáramos. Es un horario marginal, doce de la noche, y lo conduje hasta el momento en el que compré Canal 9, que fue en los primeros días de julio del 2002. Ahí me retiré del aire, no definitivamente, pero sí hice una experiencia de 30 días en un noticiero. La televisión abierta no quería abrir a la mañana porque decían que se les caía el rating en promedio y nosotros dijimos que era un desperdicio. En todas partes del mundo hay televisión abierta a la mañana. Entonces, para dar el ejemplo, me fui yo a las siete de la mañana. Estuve un mes y me di cuenta de que mi cuerpo ya no resistía levantarse tan temprano. Ahí dejé.

De la Rúa dijo algunas veces que el programa de Marcelo Tinelli había sido importante en su caída, ¿vos qué pensás de eso?

Creo que eso también es algo que se sobredimensionó. De la Rúa fue a un programa de Tinelli donde lo único malo que hizo, entre comillas, es que en vez de salir por la derecha salió por la izquierda y que en vez de llamar Paula a la mujer del conductor le dijo Laura. Cosas que no creo que un Presidente tenga que saber, con todos los quilombos que debía tener ese hombre en la cabeza. Yo lo conocí a De la Rúa cuando era profesor en la facultad. Cuando estudiaba derecho en la UCA, fue mi profesor y titular de cátedra en Derecho Procesal Penal y te aseguro que el tipo te cautivaba. El De la Rúa jefe de Gobierno tuvo algo de eso. Su campaña del ’99 fue buenísima. Ahora, durante el Gobierno, algo le pasó. 

¿Algo como qué?

No lo sé. La gente dice que estuvo mal medicado, que cuando se fue le encontraron en el cajón no-sé-qué pastilla que te adormecía. No tengo idea de qué pasó. Uno de sus colaboradores históricos, que no estuvo en el Gobierno, hablaba del maldito entorno que tenía. Siempre hay que encontrar un culpable. No era La Cámpora, en ese momento era el grupo Sushi. La realidad es que De la Rúa en el 2001 no estaba bien, no tuvo apoyo de su partido. Hay un libro que hoy está muy de moda, que es Diario de una temporada en el quinto piso del sociólogo Juan Carlos Torre, que habla de la presidencia de Alfonsín. Ahí muestra que una cosa es lo que pasa en el poder y, otra cosa, es el partido que te llevó al poder. A Alfonsín le pasó algo parecido. En algún momento, (Juan) Sourrouille lo convenció de que había que tener superávit y tenía 7% de déficit. Cuando Sourrouille le decía esto a Alfonsín, él le respondía: «No puedo. El partido me mata». Eso le pasó a Alfonsín con el poder, el carisma y la fortaleza de un tipo que recuperó la democracia. A De la Rúa le pasaba algo parecido. López Murphy no quería superávit, necesitaba déficit cero y le dijeron que no. Las universidades públicas un día cortaron todas las calles, impulsadas por Franja Morada. De alguna manera, también, fue tirarse un tiro en la rodilla. 

A 20 años del 19 y 20, ¿qué te parece que cambió? 

Para mí, lo interesante de que se cumplan 20 años de esto y también de estudiar lo que pasó en el gobierno de Alfonsín a través de esas memorias que tienen un valor histórico enorme, es que nos demuestra que, a casi 40 años del gobierno de Alfonsín y 20 años de la caída de De la Rúa, la Argentina tiene los mismos problemas. Porque inconvenientes tienen todos los países, pero tienen nuevos. Vos vas hoy a Alemania y tiene el problema de la polución, el problema del COVID, el problema de las nuevas energías, el problema de género. Ahora, la Argentina sigue hablando del dólar, del FMI, de los acreedores privados, de los fondos buitre. Con el tiempo, te das cuenta de que la palabra fondos buitre no la creó la izquierda, la creó Cavallo. Antes de la caída del Gobierno, en una cadena nacional, Cavallo dijo: «Los fondos buitre no van a doblegar a la Argentina, van a perder». Parecía Myriam Bregman. Yo creo que, cuando hay un aniversario, además de recordarlo y ver los detalles, también tiene que haber cierto aprendizaje. La sociedad argentina, la dirigencia política, la dirigencia empresaria, hasta los medios hemos hecho las cosas mal en estas décadas para no haber podido cambiar de agenda. 

¿Hay algo que se aprendió?

Sí. Yo creo que todos los días aprendemos. Sin dudas que sí.

¿Qué cosa? ¿El valor de la democracia?

Me parece que eso es lo único que aprendimos. Hoy nadie sacaría los pies de los platos del sistema. Lo que no significa que seamos muy republicanos. En la Argentina, los valores republicanos no están del todo consolidados. Tampoco se entendió que la economía no es de izquierda ni de derecha, o al menos ciertos valores como que no se puede gastar mucho más de lo que uno recauda y que no se puede vivir permanentemente del endeudamiento. Me parece que debería ser una consigna de la dirigencia política. Porque están los que generan el gasto, están los que después consiguen el crédito, están los que defaultean y es el eterno retorno. Nietzsche se hace una fiesta con esto. 

Vos mencionabas a un dirigente político que tiene vigencia hasta hoy y hay varios nombres que se repiten. Algunos con más protagonismo y otros con menos. ¿Cuánto creés que, efectivamente, se renovó la política a partir de eso? ¿Es un aspecto positivo, negativo o es, simplemente, descriptivo?

A veces tengo la sensación de que para la Argentina sería muy bueno que, a partir de cierta edad, nos tengamos que jubilar y me incluyo. Porque cuando vos ves hoy el promedio de edad de los dirigentes de la CGT, por ejemplo, debe estar en los setenta y pico de años. Quizás un poquito más. Cuando vos ves la UIA o, al menos, a quienes ocupan las organizaciones empresarias, son tipos de más de 70 años. Cuando ves a los dueños de medios en la Argentina, yo me visto de moderno porque mi medio es moderno, pero cumplí 60 años. Cuando vos ves a los principales dirigentes políticos tienen más de 60 años y, los que están en la sombra, tienen más de 70. Me da la sensación de que mucha renovación no hubo. Se tapona. Después de que, con mucho esfuerzo, el Parlamento de la provincia de Buenos Aires, votado por oposición y oficialismo, en un momento dijo: «Bueno, dos mandatos para los intendentes parece que es suficiente». Mendoza tiene un sólo mandato para gobernador y punto. Acá no alcanza y un juez te dice: «Señor, está mal», y están todos felices. Viene nación, provincia, intendencias. Si desde el eslabón más bajo la gente no permite lugar a la renovación, imaginate el resto.

¿Te acordás algo de la semana posterior al 20 de diciembre? La sucesión de cinco presidentes, la semana de Adolfo Rodríguez Saa.

Sí. Fue terrible. Fue la sensación de caos y de ausencia de poder, de mezquindades, en algunos casos de cobardía. A uno de los cuatro o cinco que pasaron por ahí, un día lo buscábamos porque queríamos entrevistarlo y se había ido al Uruguay. Esa semana fue terrible hasta el 2 de enero. Si hubiese estado muy organizado, como algunos creen, a la mañana siguiente ya había un gabinete. Pensemos que alguno de los que ocupó la residencia en esos días se fue huyendo en una ambulancia. Me da la sensación de que alguien lo asustó. Le dijeron: «Toman todo, toman todo», y el tipo se fue en ambulancia, escondido, se tomó un avión y dio un discurso que no se veía porque no sé qué problema había en el satélite desde su provincia. Con lo cual, no veo una conspiración tan bien armada. Si fue, fue más parte de la casualidad. Y, si hubo conspiración, yo creo que el premio final se lo llevó el que menos trabajo hizo. Porque hubo algunos que hicieron mucho más mérito para quedarse con el premio final. 

¿Volviste a hablar con De la Rúa? 
Sí, muchas veces. Yo tuve muy buena relación siempre con él. Primero, en la época de la facultad conocía a su cátedra. Después, cuando fue jefe de Gobierno también tenía trato con él. En la campaña electoral tengo una anécdota. Un día me llamó un dirigente menemista a su despacho, me invitó a tomar un café y me dijo: «Te quiero hablar de nuestro candidato a Presidente». Yo me imaginé que me iba a hablar de Duhalde y, cuando llegué, estaba De la Rúa en el escritorio. Ahí entendí que en política no todo es lo que parece. Después de haber dejado el gobierno, vino a comer a mi casa, yo lo fui a visitar a la suya en Villa Rosa y volví a ver al De la Rúa normal. Ha estado en este estudio (NdE.: el estudio de Infobae donde se realiza la entrevista). Ha estado en mi oficina. Por eso, creo que algún día, así como Nelson Castro escribió un libro sobre la salud de Diego o sobre la salud de los papas, habría que ver si se puede reconstruir quién era el médico, cómo lo medicaban, qué pasó ahí. Algo pasó. No era el mismo.

Soy director de un medio que pensé para leer a los periodistas que escriben en él. Mis momentos preferidos son los cierres de listas, el día de las elecciones y las finales en Madrid. Además de River, podría tener un tatuaje de Messi y el Indio, pero no me gustan los tatuajes. Me hubiera encantado ser diplomático. Los de Internacionales dicen que soy un conservador popular.

Soy politólogo de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y director de la agencia de comunicación Monteagudo. Soy co editor del sitio Artepolítica. Nací en Olavarría, una metrópoli del centro de la provincia de Buenos Aires. Vi muchas veces Gladiador.